jueves, 24 de febrero de 2011

¡INCIPIT TRAGOEDIA!

He buscado durante más de veinte años el único libro de Nietzsche que no tenía. La única vez que lo había visto, su precio era inaccesible a mil magros bolsillos universitarios; además, tenía la certeza de poder hallarlo otra vez en mejores condiciones de oferta. Hasta que por fin lo he hallado hace unas semanas, e inmediatamente lo he hecho mío, para no tener que esperar otro periodo similar aguardando ventajas de transacción, pues el precio en esta ocasión era sencillamente inmejorable.

Casi de inmediato me he lanzado a bucear en sus oceánicas aguas, flotando en su superficie y sondeando sus profundidades. La majestuosa y soberbia prosa del filósofo alemán, llena de iridiscencias poéticas, saturada de las ideas y los pensamientos más desafiantes e irreverentes de todos los tiempos, es un envite mayor al perpetuo goce del espíritu. Con La Gaya Ciencia se cierra una etapa de su obra, y se abre a su vez una nueva, tal vez la más peligrosa, la más fulgurante y la más trascendente.

La risa sumada a la sabiduría da como resultado esta gaya ciencia, o, como dice Nietzsche, “tal vez la risa se amalgamará entonces con la sabiduría y no habrá más que gaya ciencia”. Son múltiples y diversos los temas que aborda el filósofo en el libro, con ese estilo aforístico que lo caracteriza, y con el desenfado de los grandes heresiarcas del pensamiento. Mas los grandes y graves asuntos de su pensamiento permean toda la obra, como el problema de la moral, el del eterno retorno, el sentido de la tierra, y, en el libro tercero, se anuncia otro de los puntos álgidos de su trabajo de profeta laico: la muerte de Dios, anunciada y explicitada por un loco; problema que será la materia dominante en sus próximas obras, como el Zaratustra y Más allá del bien y del mal.

El filósofo como conjunción de varias cosas: pensamiento científico, facultades artísticas, sabiduría práctica de la vida; el filósofo como alquimista de la palabra, que transmuta el lenguaje más allá del uso de los hombres prosaicos -“personas desprovistas de poesía”-; el filósofo como paciente minero que horada las certezas más absolutas de la humanidad -¡Habrase visto vieja más horrible!-; constituyen el núcleo sobre el que giran todos los temas, como astros luminosos alrededor de una estrella que les prestara su luz.

Su temprana preocupación por la moral está sintetizada en esta definición lapidaria: “La moral es el instinto del rebaño en el individuo”. Aquel pensador que siempre abogó por una moral autónoma, libre de las ataduras que impone el convencionalismo o el orden reinante, no podía haber sido más preciso. Y cuando se trata de justificar la vida, a pesar de cuantos han querido envenenarla en nombre de un gaseoso más allá prometido por la fe, lo hace a partir del arte, expresada en esta frase meridiana: “La existencia nos parece soportable como fenómeno estético”.

Los conceptos relativos al bien y el mal se aclaran en este párrafo: “Los hombres de bien de todas las ápocas han sido los que han profundizado en las ideas añejas para hacerlas fructificar, los cultivadores del espíritu. Pero toda tierra acaba por cansarse, y entonces es menester que vuelva la reja del arado del mal”.

Sabida es la alta consideración que mereció al filósofo de Basilea la poesía; él mismo puede ser visto como un delicado y exquisito poeta, que apelaba a nuestra memoria cuando dijo: “No debemos olvidar que los grandes maestros de la prosa fueron casi todos poetas… y es lo cierto que la buena prosa se escribe pensando en la poesía”. Es por ello que cuando habla de los prosistas más eximios de su siglo, no debe sorprendernos la inclusión de algún poeta. Nietzsche establece su propio canon cuando afirma: “Prescindiendo de Goethe, a quien reivindica con razón el siglo que le produjo, no veo más escritores dignos de ser llamados maestros de la prosa que Giacomo Leopardi, Próspero Merimée, Ralph Waldo Emerson y Walter Savage Landw, el autor de Imaginary Conversations”.

En cuanto a la tiranía de las ideas establecidas, construye este castillo imbatible de palabras: “así como la tiranía de la verdad y de la ciencia puede llegar a producir un alza en el valor de la mentira, la tiranía de la prudencia puede hacer germinar una nueva especie de nobleza del alma (la locura). Ser noble será tal vez entonces tener la cabeza a pájaros”.

En una época dominada por la tronante frase de Marx sobre el papel de la religión en la sociedad, insiste en su idea de que el cristianismo y el alcohol son los narcóticos de Europa, que a su vez hacen degenerar a los pueblos salvajes.

Una nueva mirada al egoísmo: “El egoísmo es la ley de la perspectiva en la esfera del sentimiento. Según esta ley, las cosas más próximas parecen grandes y pesadas, y a medida que se alejan disminuyen en magnitud y en peso”. Sobre la analogía entre la mujer y la vida: “aunque el mundo está lleno de cosas bellas, son raros en él los instantes hermosos y las revelaciones de aquellas cosas. Pero quizás consista en esto el mayor encanto de la vida; la envuelve, tejido en oro, un manto de hermosas posibilidades, prometedoras, esquivas, púdicas, burlonas, compasivas y seductoras. Sí; la vida es mujer”.

Sobre la moral como un traje o disfraz, dice: “No es la ferocidad del animal de presa quien necesita un disfraz moral, sino la cabeza del ganado con su medianía, y el miedo y tedio que a sí misma se inspira. La moral adorna al europeo, ¡confesémoslo! le da distinción, importancia, apariencia, cierto barniz divino”.

Finalmente, una mirada heterodoxa y crítica a la obra de los sabios: “En los libros de los sabios, hay casi siempre algo oprimido que oprime. El especialista asoma siempre por alguna parte; se ve su celo, su formalidad, su malhumor, su vanidad respecto al rincón en que se ha puesto a hilar su tela de araña; se ve su joroba, pues todo especialista tiene joroba. Los libros de los sabios reflejan siempre un alma que se encorva, pues todo oficio obliga al hombre que lo ejerce a encorvarse.”

Bien vale adentrarse es estas páginas bañadas por un pesimismo dionisíaco, que nos muestra el camino del ermitaño por los parajes más desolados del pensamiento, en medio de tierras inhóspitas, donde sólo puede divisarse al viajero y su sombra, pues como dice el filósofo, “el sendero de nuestro cielo pasa por la voluptuosidad de nuestro infierno.”

Lima, 24 de febrero de 2011.

sábado, 12 de febrero de 2011

La sinagoga de Satán

Se ha vuelto a poner en el tapete de la actualidad el viejo asunto del antisemitismo, a raíz de la publicación de la reciente novela del escritor y filólogo italiano Umberto Eco, El cementerio de Praga (Lumen, 2010). La obra ha suscitado enconadas reacciones de diversos sectores de la sociedad italiana, así como de las comunidades religiosas implicadas en el libro. La Santa Sede ha dicho que es “una sinfonía maligna”, rechazando en todos sus términos el contenido del mismo y asumiendo una posición de franco veto. Los rabinos del judaísmo y sus seguidores no pensarán diferente.

Se trata, como el mismo Eco lo ha manifestado, de una novela escrita a contrapelo de lo políticamente correcto, rastreando los orígenes de un postura social e ideológica que ha dado mucho que hablar en la última centuria, provocando a su paso una ola de fervor y animadversión casi en similares proporciones. Aun cuando en los últimos tiempos, se suele considerar que el antisemitismo ya es una corriente anacrónica y deplorable, lo cierto es que, soterrada o abiertamente, muchos personajes de la escena contemporánea muestran algunos rasgos de su teoría y de su práctica.

A partir de Simone Simonini, el personaje central de la novela, Eco nos va desvelando los misterios y enigmas que siempre ha encerrado una actividad que nunca ha estado exenta de polémica. Nadie se salva de las invectivas de Simonini, el maledicente: ni el judío, ni el alemán, ni el francés, ni el italiano, el cura, las mujeres, los artistas, etc. Desdoblándose en el abate Dalla Piccola, o conservando su identidad primigenia, discurre por las principales capitales europeas dedicado a su innoble trabajo de falsificador.

La presencia del llamado doctor austriaco, que no es otro que Freud, va descubriendo el entramado psicoanalítico de la conducta y el comportamiento del protagonista, que no es precisamente un héroe pero tampoco un antihéroe, sino un epígono moderno de los cínicos de la filosofía antigua. Es a partir de esa su actividad dominante, que se ve envuelto en la fabricación de unos manuscritos que bajo el nombre que da título a la obra, serán la semilla de una de las mayores imposturas o mistificaciones del siglo XX: los Protocolos de los Sabios de Sión; texto apócrifo sobre la presunta conspiración judía para dominar el mundo, que se habría reunido en el Primer Congreso Sionista de Basilea (Suiza) del 20 al 31 de agosto de 1897, presidido por Theodor Herzl.

Se ha dicho que los Protocolos son un invento antisemita, una patraña fraguada por quienes pretenden demostrar que existe un plan, estratégica y tenebrosamente urdido por los judíos, para el dominio de la tierra por los descendientes de Moisés. Simonini habría maquinado su cementerio de Praga para que los rusos, a quienes había vendido, lo utilizaran a su vez para la publicación de dichos Protocolos, documento cuya supuesta autenticidad serviría para justificar los pogromos y la violenta persecución desatada contra el pueblo judío en todo el mundo, sobre todo durante el siglo XX.

Simonini se vincula a una serie de personajes ligados al antisemitismo, con el deliberado propósito de contribuir a la causa de una cruzada que quizás, aún ahora, no ha cesado. Entre ellos, lo vemos involucrado en el caso Dreyfus; con Drumond y Esterhazy complotan para que el capitán alsaciano de origen judío, se vea comprometido en una actividad de espionaje, siendo degradado, juzgado y condenado a prisión perpetua. La evolución de los hechos, con la intervención de la intelectualidad francesa en pleno, y donde destaca la famosa carta de Emile Zolá, abonan la maligna hipótesis del falsario en torno a los propósitos nada santos del judaísmo.

Las referencias a la masonería, el satanismo y otras sectas ocultistas que pulularon por la misma época, dan pábulo al autor para sugerir probables nexos con los objetivos trazados en el conciliábulo truculento del cementerio de Praga y en la posterior publicación de aquellos Protocolos, de cuya utilización es responsable buena parte de los acontecimientos que registra la historia del siglo pasado, hasta desembocar en la siniestra experiencia de la Shoa o, como decimos en Occidente, el Holocausto.

La novela es por momentos enrevesada y confusa, pero bien vale la pena internarse por sus laberintos para acceder al reconocimiento de una de las verdades más escamoteadas por aquellos que siempre han escrito la historia oficial.

Lima, 12 de febrero de 2011.

sábado, 5 de febrero de 2011

Desaparecidos

Recién he tenido ocasión de visitar la muestra que se exhibe en la galería Pancho Fierro de la Municipalidad de Lima, titulada “La chalina de la esperanza”, responsabilidad del Colectivo Desvela y cuyas figuras más notorias son Marina García Burgos, Paola Ugaz y Morgana Vargas Llosa.

El drama insufrible de miles de familias peruanas, sobre todo de condición humilde, que en la época del terror vieron desaparecer a sus seres queridos para nunca más saber de ellos; la lucha sorda e invisible de una multitud de anónimos compatriotas por conservar la memoria de sus padres, hermanos e hijos que, al fragor de la inicua contienda, se esfumaron como por arte de encanto de la tierra que los vio nacer, pasando a engrosar la fila macabra de lo que no sin horror se designa con esta palabra culpable: desaparecidos.

Pues ese es el tema motivo de la exposición montada en pleno centro de la capital, a cuyo espacio llegó gracias a la civilizada y democrática consideración de un alcalde distrital que tomó la elegante decisión de retirar dicha muestra del local donde se exponía originalmente, aduciendo el venerable caballero que aquella representación le hacía inaceptable propaganda a los grupos terroristas o, a lo menos, podía servir de forma velada como apología a la lucha subversiva.

Nadie pudo convencerle a este intransigente filisteo, reaccionario contumaz, de que se trataba de otra cosa, pues entonces no hubo otra salida que trasladarla a otra parte. Y así es como, coincidiendo con el aniversario de la fundación de Lima y con el centenario del nacimiento del entrañable escritor andahuaylino José María Arguedas, la flamante alcaldesa de la capital inaugura la muestra con la asistencia de innumerables personalidades ligadas a la cultura de nuestro país, sobresaliendo la presencia del novísimo Nobel Mario Vargas Llosa.

Lo que jamás comprenderá el susodicho alcalde, de cuyo nombre no quiero acordarme, así como los que piensan como él, que los hay, es que exponer los tejidos individuales de cientos de familiares que aún recuerdan a las víctimas de la práctica demoníaca de la desaparición, unidos unos a otros formando una chalina kilométrica -es un decir-, muchos de ellos con los propios nombres de sus seres queridos grabados en la lana con diversos colores, es sencillamente una forma humilde de tributarles un decoroso recuerdo, cuando a niveles oficiales pareciera campear más bien cierto olvido e indiferencia, cuando no abiertamente desprecio y desdén.

El dolor abierto de par en par, la angustia incontenible de tantos años esperando lo que casi con certeza no llegará, el delirio inacabable de noches en duermevela y de días atravesados por el fantasma del que se fue, la suerte echada de quienes quizás ya no poseen ni siquiera la esperanza, quieren ser vindicados aun cuando sea de una manera insignificante, desagraviados de esta forma simbólica por quienes se solidarizan con ellos, por quienes sienten, vicariamente, lo que es perder a quien más se ama.

Ese y no otro son el significado y la trascendencia de la chalina de la esperanza, una mancomunidad de brazos y manos urdiendo un tejido común más allá del dolor, una comunión de almas hermanadas vitalmente por la muerte, abrigando la memoria colectiva de un pueblo, de un país, con esa chalina -de la esperanza, del recuerdo, del llanto, del amor-, para que el frío del olvido y de la indiferencia no nos deje en la intemperie de la impunidad.

Lima, 5 de febrero de 2011.