sábado, 30 de enero de 2016

El viajero y su sombra

     Una nueva expedición viajera nos llevó esta vez a una ciudad que conocí en mi niñez, pero que prácticamente ya me era desconocida. Emprendimos la aventura desde Jauja, la histórica ciudad que con orgullo siempre he reclamado como mi tierra natal, y que constituye en esta ocasión el punto de partida para otra expedición fascinante por los caminos del Perú.
     Numerosas veces la había visitado cuando tenía menos de diez años de edad, preferentemente en el mes de mayo, cuando se celebra la muy afamada fiesta en honor al Señor de Muruhuay, probablemente la mayor festividad religiosa de los católicos de la región. En el Datsun verde agua de mi tío Ramón, hacíamos el recorrido por la carretera que aquella vez sólo era una trocha muy irregular que constituía todo un desafío para cualquier conductor experimentado. Muy temprano salíamos de Jauja un grupo familiar muy cercano, conformado por la abuela Julia, mi mamá, la tía Antu, esposa del tío Ramón, y mis hermanos. Provistos de termos de café y sándwiches de jamón, que tomábamos a medio camino, realizábamos el trayecto de 55 kilómetros en aproximadamente dos horas.
    Pero esta vez, con una carretera pavimentada en su totalidad, en óptimas condiciones, el viaje me pareció espléndido y muy confortable. Rumbo hacia Tarma, conocida también como La Perla de los Andes, una pequeña urbe enclavada en una de las estribaciones de la ladera oriental de los Andes Centrales, la mañana despejada nos permitió contemplar el maravilloso paisaje, que es un perfecto regalo para los ojos y el espíritu de todo viajero. El auto emprende el ascenso por el abigarrado valle de Yanamarca, cruzando vistosos pueblitos diseminados a lo largo de la ruta, como Pachascucho, Tingo Paccha y Acolla. El cielo zafiro de la clara mañana contrasta armoniosamente con las nubes algodonosas que parecen al alcance de la mano, y con todos los tonos del verde que a uno y otro lado de la cinta de asfalto matizan el campo desmedido.
     Extensos sembríos de papa, maíz y otros productos de panllevar, visten de intensos colores  el inmenso tapiz de verdura. Los hombres del campo ya han iniciado la dura labor del día, mientras graciosos animalitos pacen despreocupados por la hermosa comarca que los cobija. Los cerros imponentes sirven de telón de fondo para este magnífico cuadro que la madre natura obsequia a sus hijos.
     El carro continúa su ascenso por el camino culebrero, y ya estamos atravesando el tramo conocido como Lomo Largo, unos cuantos kilómetros de la ruta situados en la parte más alta del recorrido, otrora temido sobre todo por los novatos visitantes, debido a los  estragos de la altura para quien no está acostumbrado a ella. Sin embargo, ahora el efecto se ha atenuado considerablemente por la velocidad con que se logra atravesar el tramo. El vehículo sigue sorteando las peligrosas curvas que se suceden de tanto en tanto, mientras llega lentamente el descenso rumbo hacia la cálida hondonada donde se esconde juguetonamente la ciudad de las flores, cuna de tan disímiles personajes como el General Manuel A. Odría, expresidente de la República, y de Adolfo Vienrich, el poeta casi olvidado.
      El chofer nos deja en la plaza principal de Tarma, pequeña y acogedora, donde al instante un guía nos sale al encuentro para ofrecernos una lista variada de rutas para visitar diversos lugares turísticos de la provincia. Lo despachamos sin más, agradeciéndole por supuesto por sus servicios ofrecidos, pues nunca me parecieron los más adecuados estos benditos tours, no sólo por el coste, que siempre suele ser exagerado, sino porque no dejan en libertad al visitante para disfrutar ampliamente de su propio tiempo y sus propias necesidades.
     La plaza está flanqueada por la iglesia catedral, el Centro Cívico y el local municipal. Decidimos ingresar a la primera, para contemplar el recinto religioso y apreciar sus atractivos, así como para conocer la tumba del hijo ilustre de la ciudad, el Gral. Odría, quien siendo presidente favoreció grandemente al desarrollo y mejoramiento de su tierra. No deja de ser una curiosa paradoja que el gobernante del tristemente célebre Ochenio, el controvertido mandatario que dejara una estela negativa en la vida política de este país,  sea casi idolatrado por estos pagos, hasta el punto de colocar su catafalco, con sus restos embalsamados, al lado mismo del atrio principal.
     Luego de tomar un suculento desayuno en el Mercado Modelo de la ciudad, nuestro siguiente objetivo es el Santuario del Señor de Muruhuay, en el distrito de Acobamba,  emblemático lugar de peregrinación –como ya lo afirmé– del mundo católico de la región. En veinte minutos el taxista hace el recorrido por un sendero sembrado de alfalfares y calabazas. Al bajar del auto, una lugareña nos ofrece velas y fósforos para la adoración respectiva. Subimos las escalinatas que conducen al afamado templo, revestido de cuadros alusivos a la vida de Jesús, y nos dirigimos a la imagen que por muchísimo tiempo ha sido objeto de culto por miles de creyentes venidos de los lugares más apartados de la región y del país.
     El obligado ritual nos coloca frente a la imagen, donde un grupo de personas aguardan para acercársele y poner sus manos en la tela en señal de unción, así como sacarse fotografías para el recuerdo de su encuentro con la venerada efigie. Enseguida llevamos las velas a un pequeño recinto donde cada uno debe colocar su luminosa ofrenda, precedida de un deseo, según la creencia. Al salir del templo decidimos enrumbar por un empinado collado con una prometedora arboleda de fondo. A cierta altura, el aire fresco y puro, y el contacto inigualable con la naturaleza, me devuelven el sentido pleno de la existencia, arrebatado muchas veces por el tráfago demencial de la vida citadina.
     Nuestra siguiente parada, la gruta de Guagapo, una imponente conformación pétrea, que abre su fauce en medio de un paisaje idílico de cascadas cantarinas y césped reluciente. A la mitad del recorrido nos detenemos para observar el rostro de Cristo en la colina, atractivo turístico también de la zona. El sol vespertino dora los objetos, los animales y los hombres, infundiendo al ambiente su alegre transparencia. Nos lleva unos minutos escalar una vía sinuosa que conduce a la gran boca terrestre. Dice la guía que el boquerón no tiene fin conocido, especulándose que podría prolongarse hasta el Cusco. Una expedición alemana que quiso sondear sus profundidades se había extraviado alguna vez. Penetramos sólo 150 metros, provistos de sendas linternas que nos facilita la guía, por el borde de un pequeño torrente de aguas cristalinas, apreciando las estalactitas que penden sobre nuestras cabezas, y las estalagmitas que se yerguen sobre la superficie, describiendo caprichosas figuras de animales, vírgenes y seres humanos en las más diversas posturas. Una escalera de mano conduce a un pequeño anfiteatro donde se observan más figuras y formas. Allí concluye lo nuestro, pues hay otros que se arriesgan otros 150 metros más, pero en condiciones cada vez más arduas. Y desde allí, el trayecto ya se hace sobre el agua, con el cuerpo encorvado por los techos bajos de la roca.
     Emprendemos el retorno al caer la tarde, primero a Tarma, para decirle hasta pronto, y luego raudamente a Jauja, cuando el sol desciende lentamente por entre las lomas azuladas del poniente, dejando en las cosas nostálgicas iridiscencias que son el preludio del ocaso.

Jauja, 23 de enero de 2016.      

La entrevista

     Uno de los géneros periodísticos más populares debe ser, indudablemente, la entrevista. Se hacen a diario en las diversas plataformas de los medios de comunicación, a los personajes más disímiles del momento, ya sean del mundo político, deportivo, cultural, religioso, etc. El intercambio de puntos de vista a que somete un periodista a su invitado, pautado por una serie de preguntas y repreguntas, suele ser las más de las veces entretenido, pues el diálogo vivo mantiene en vilo el interés de quien se preste a verlo, oírlo o leerlo.
     Según las preferencias de cada quien, las entrevistas atraen por ser ágiles, amenas –esto según la versatilidad del entrevistador– y muy informativas. Uno sale de ellas conociendo más al entrevistado, sabiendo mejor sobre sus opiniones e ideas, y haciéndose un esquemático perfil sobre su personalidad. Quizás sea, por eso mismo, el formato de más fácil seguimiento para quien se disponga a ser su gozoso seguidor.
     Eso sucedió con el que esto escribe, y estoy seguro que con muchas personas más, el pasado miércoles 16 de diciembre, cuando el canal del Estado presentó en el programa La función de la palabra, la entrevista realizada por el conductor del mismo, Marco Aurelio Denegri, al conocido periodista César Hildebrandt. Se venía anunciando en días anteriores el esperado encuentro, motivo por el que me dispuse a organizar de tal modo mis actividades para estar libre aquel día a la hora señalada.
     Aguardé con gran expectación el programa referido, así como, presumiblemente, aguardan los fanáticos del fútbol un encuentro entre el Real Madrid y el Barcelona, o alguna final de cualquiera de los campeonatos que existen en el mundo de ese deporte. Dicho y hecho; minutos antes de las diez de la noche ingresaba a mi casa con las ansias al tope, esperando el momento exacto para ser partícipe privilegiado de ese diálogo que prometía ser excepcional.
     La conversación se extendió por diversos temas, entre ellos la degradación de los programas de televisión, el deterioro de la prensa, la campaña política y los candidatos, el significado de un programa como ese en la perspectiva marrullera del rating y sus exigencias de mercado, que han terminado por presentarnos un panorama absolutamente indigente en cuanto a producción nacional, entre otros tópicos. En medio de citas de Cioran, Sartoris, Camus y otros, los interlocutores han discurrido largamente sobre el pesimismo y su dimensión filosófica, sostenidos por la famosa frase del pensador francés, autor de El mito de Sísifo, sobre la primerísima importancia del suicidio para la filosofía universal.
     El nivel alcanzado por ambos personajes difícilmente puede ser replicado en la televisión nacional, y a pesar de no gozar precisamente del favor de las benditas mediciones de sintonía, se pudo constatar que los índices de audiencia alcanzados ese día, superaron largamente a sus propios estándares, e incluso al de otros programas de las demás televisoras. Eso demostraría que cuando al pueblo se le da cultura, o se le ofrece algo con lo que no sólo pueda entretenerse sino también enriquecerse, la respuesta es positiva; pero como los mercachifles de la pantalla chica creen que sólo la basura vende, han acostumbrado, desgraciadamente, a la gente a consumir esos productos impasables y nauseabundos que se promocionan como los que gozan del favor mayoritario del público.
     El formato del mencionado programa es absolutamente inusual para estos tiempos, pues como reza su propio nombre, el protagonismo pleno lo tiene la palabra, en desmedro del gran fetiche de un medio como ese, que es la imagen; la palabra como vehículo de comunicación, como depositaria del conocimiento y como arcilla maravillosa para el engrandecimiento y solaz estético de los hombres.


Lima, 15 de enero de 2016. 

El zafarrancho electoral

     Ahora que ya tenemos casi completas las planchas electorales que aspiran a convertirse en alternativas de gobierno para las elecciones del 10 de abril, no podemos sorprendernos ante la conformación de las mismas, si tenemos en cuenta la enrevesada mescolanza que vemos en las llamadas alianzas o coaliciones, que se han formado con el único fin de salvar sus membretes políticos o de auparse al próximo gobierno desde las tablas de salvación de una asociación de conveniencia.
     Así nos vengan con el viejo cuento de la gobernabilidad, el bien del país y otras paporretas aprendidas en la interesada escuela del más burdo pragmatismo, no debemos perder de vista los reales intereses en juego, los verdaderos planes y objetivos que poseen los distintos grupos inscritos en el Jurado Nacional de Elecciones. Sobre todo de aquellos que, según las benditas encuestas, encabezan las preferencias políticas de los electores peruanos.
     Tal pareciera que a la gran mayoría les gusta oír la voz monocorde de cinco ventrílocuos que repiten, con algunas diferencias de tono y tesitura, el mismo discurso del rollo neoliberal que nos rige desde hace más de dos décadas, con los resultados que saltan a la vista. Por un lado, tenemos como candidata favorita a la hija de un expresidente preso por delitos graves contra el Estado y los derechos humanos. Su meta es clarísima, por más que por razones de estrategia realice algunos movimientos con el fin de impactar en sectores con escasa perspicacia política, como por ejemplo desbancar de la lista de candidatos al Congreso a tres figuras notorias del más rancio fujimorato.
     Por otro lado, un lobista profesional que trata de encandilar al ciudadano común, con sus poses efectistas de político cuajado y gran conocedor de las finanzas internacionales, que vende su imagen de relacionista público global como si fuera el perfecto aval de nuestro desarrollo y crecimiento. Nadie debe ignorar la trayectoria sinuosa de este personaje, desde aquella bochornosa actuación de los años sesenta, cuando siendo ya funcionario del primer gobierno del presidente Belaúnde, estuvo envuelto en sucios negociados que lesionaron la economía nacional, hasta su última participación como ministro de las grandes corporaciones enquistado en el gabinete del régimen de Alejandro Toledo.
     Luego viene un señor que ha surgido del dinero a raudales, que cree que un país se puede gobernar desde la petulancia de la riqueza material, desde el exhibicionismo ostentoso de los bienes fungibles que posee. Dueño de una cadena de universidades repartidas a nivel nacional, especialmente en la costa norte y Lima, ha ocupado cargos políticos de cierta relevancia, como la alcaldía de Trujillo y el gobierno regional de La Libertad. Gusta vanagloriarse de sus títulos y diplomas, pero cuando le toca pronunciar un discurso o una simple declaración periodística, desnuda toda su indigencia intelectual y su pretendida apuesta por la educación se viene por los suelos.
     Después tenemos a un expresidente que se libró de la justicia tan sólo por el vicioso expediente del tiempo transcurrido, es decir la famosa prescripción. Se ha aliado a un añoso partido conservador, de quien denostó en el pasado, con el único fin de salvarse ambos de la temida valla electoral. No es para nada nuevo este tipo de alianzas en un partido que a lo largo de su historia se ha caracterizado por los más promiscuos amarres con sus otrora enemigos o perseguidores. Aunque las ideología que representan, por lo menos formalmente, han actuado de manera similar en otros países del mundo, lo que aquí se observa es puro oportunismo y mero afán de sobrevivencia.
     Creo que hay poco que decir del quinto en cuestión, también expresidente, acusado seriamente por un caso de lavado de activos, y que hasta el presente sigue siendo ventilado su situación por la justicia nacional. Sin opción alguna, se ha dedicado a petardear a diestra y siniestra a sus adversarios de turno. Contrariamente, hay un joven contendiente, presentado por la prensa como el outsider de la presente campaña, con una buena formación académica y cierta experiencia en la administración pública, pero cuyas ideas navegan muy cercanas a lo que establece el orden imperante, y que más parece un tecnócrata, de aquellos que hemos tenido en las últimas décadas a montones, que un verdadero líder político que busca romper con lo tradicional y ofrecer alternativas interesantes de cambio, al estilo de un Pablo Iglesias en España, por ejemplo.  
     Me apena profundamente lo que ocurre con la izquierda, pues a pesar de los serios esfuerzos de un grupo de militantes de diferentes partidos o agrupaciones para armar una candidatura de consenso, no ha logrado sus propósitos que hubiesen podido servir para conseguir un resultado más o menos alentador. Aun así, me sigue pareciendo que la única manera decente de votar este 10 de abril es haciéndolo por Verónika Mendoza, la candidata del Frente Amplio, honesta representante de un sector político que merece tener una oportunidad para ejercer el poder. Podría serlo también en el caso de Alfredo Barnechea, quizá el mejor candidato de todos, mas el partido por el que va, Acción Popular, no es precisamente la mejor carta de presentación ni el más adecuado aparato partidario para una personalidad de su nivel.


Lima, 6 de enero de 2016.            

Telenovelas

     Asistía hace unos días al cumpleaños de un muchacho cercano a mi familia, como que es ahijado de mi esposa y, por ende, también mío, según las costumbres sociales, y mientras nos instalábamos en los sillones de la sala, unos invitados veían la televisión, alguna película de esas de acción como le suele gustar a la gente hoy en día, hasta que, llegada cierta hora, alguien sugirió poner determinado canal, pues comenzaba la consabida telenovela familiar. Asistí, entonces, a un espectáculo que muchos habrán ya presenciado numerosas veces, aunque quizás sin percatarse demasiado de su poderosa singularidad.
     A las primeras escenas del culebrón, la atención se hizo unánime, y el silencio invicto; mientras alguien comentaba que jamás volvería a caer en las garras del hechizo telenovelesco, pues ello significaba vivir enganchado con la historia, suspendido cada día en una parte del drama que necesariamente debía ser vista al día siguiente para conocer el desenlace, y así en el siguiente capítulo nuevamente el relato avanzaba hasta el suspense de rigor, con el fin de mantener cautivo al emocionado televidente para la siguiente jornada. Pero mientras afirmaba esto, iba cayendo como los demás en el magnetismo de la historia, hecha precisamente con ese fin.
     Conozco el fenómeno desde mucho antes, pues alguna vez también fui seducido por estos productos de la televisión, viviendo aquello que he descrito como cualquiera de estas personas que ahora contemplo con una mezcla de curiosidad y compasión. No me cabe ahora la idea de sentarme cada noche frente al televisor para seguir el hilo de una historia melodramática, que más o menos es la misma en todas las telenovelas que emiten los diversos canales. No niego que haya algunas que destaquen por su calidad –se dice que las brasileñas, principalmente, ostentan esta condición–, pero la gran mayoría se caracteriza por su simplismo, sus rasgos maniqueos y su puerilidad manifiesta.
     Cuando en mis clases de literatura pido a algún estudiante que me nombre alguna novela que conozca, inmediatamente me señalan una telenovela, motivo que yo aprovecho para hacerles la diferencia, pues comprendo que por fuerza de la costumbre, la denominación que sólo debería servir para referirse a las obras literarias, sea  con la que ellos conocen a aquel género televisivo. No los culpo, pero una vez hecha la aclaración, ya no perdono que en la siguiente oportunidad, vuelvan a repetirme el error.
     Entiendo el asunto del arrastre de sintonía que puede tener, y de hecho lo tiene, un producto como ese, mas ello revela también un aspecto bastante deplorable de la educación de una sociedad como la nuestra. Un público que se contenta con episodios banales presentados en grandes facturas de producción, con diálogos impostados y tramas previsibles y absurdas, actuaciones de ocasión, escenas edulcoradas y nada más, no puede en verdad erigirse en baluarte de una nación que sepa encarar sus problemas con la lucidez y la resolución de los pueblos informados y cultos de la humanidad.
     Habría, pues, que implementar un vasto programa nacional para educar a la población, y con el valioso concurso de los medios de comunicación –hoy pervertidos en empeños y objetivos de poca monta– lograr afianzar una ciudadanía formada e informada, embebida del conocimiento de los auténticos problemas que la acucian, y con la suficiente sagacidad para ser partícipe de la planificación de su porvenir y de la edificación de su futuro. Tarea que compete a quienes, ahora, aspiran a convertirse en autoridades políticas democráticamente elegidas en los próximos comicios generales. Puede sonar utópico, pero es lo que realmente nos queda por hacer.


Lima, 27 de diciembre de 2015.