viernes, 27 de julio de 2018

Marco Aurelio Denegri

    Se ha apagado la vida, en la madrugada de este viernes 27, a los 80 años de su edad, del polígrafo Marco Aurelio Denegri,  una de las más señeras figuras de la cultura nacional, cuya presencia en la última mitad del siglo XX, y en los años que corren del XXI, estuvo signada por su incansable brega al servicio de la difusión del arte y las humanidades en el país, a través de su recordado programa La función de la palabra en TV-Perú y de su columna semanal El ojo de Lima en el diario El Comercio, además de otros espacios y páginas de diferentes medios de comunicación nacional, pues colaboró también en la prensa escrita con artículos y columnas que eran todo un modelo de uso impecable del idioma.
    Recuerdo haber visto temporadas enteras su programa televisivo con un fervor casi religioso, como un feligrés que asiste a misa, cada miércoles a las diez de la noche durante varios años. Últimamente, gracias a Internet y su plataforma YouTube, frecuentaba regularmente diversas emisiones subidas a la famosa red digital, y en Radio Nacional lo seguía cada sábado a las ocho de la noche, en versiones evidentemente grabadas. Presente, pues, en la televisión nacional desde la década del 70, su labor como periodista y difusor cultural le granjeó un lugar privilegiado en los medios, inundados ahora por algo que él siempre combatió con tenacidad: la chabacanería, el mal gusto y la indigencia intelectual.
    Podía entrevistar a un invitado, disertar sobre un tema determinado o comentar un libro, y siempre lo hacía con propiedad, solvencia y conocimiento, abonando la plática con una profusión pertinente de datos, citas y anécdotas que enriquecían notablemente cualquiera de estos encuentros. Experto en materias tan disímiles como la sexología, la lingüística, la cajonística y la gallística -estos últimos perfectos neologismos de su creación-, sus aportes como acucioso investigador son igualmente valiosos, recogidos en los numerosos libros que alguna editorial tuvo a bien publicar.
    Era asimismo un consumado y exquisito audiófilo, llegando a coleccionar equipos de reproducción musical para poder comparar sus bondades y entregarse al placentero y balsámico poder de la música. Amaba especialmente la música criolla, entrevistó a muchos de sus exponentes, comentó álbumes y discos con una fruición inigualable. Prefería los discos de vinilo, sin dejar de admirar los grandes avances de la tecnología que permiten ahora una audición inmaculada.
    Feroz crítico literario, solía desmenuzar con una paciencia de relojero las publicaciones más diversas, hallando los errores y gazapos, ya sean de tipo formal -como el diseño y la ortografía-, o de contenido -como la coherencia y la consistencia argumental-, para que en una siguiente edición el autor, pero sobre todo el editor, se cuiden de incurrir en los mismos yerros.
    Militante destacado de la contracultura, sacó a la luz los temas vedados por lo políticamente correcto; iconoclasta de vocación, rompió todos los mitos y tabúes que la pacata sociedad limeña mantenía encerrados en la censura, en el silencio o en la cómoda grisura del statu quo.
    Crítico implacable de la llamada televisión basura, hegemónica en estos tiempos de baja cultura, fue el exponente más elevado de ese medio, demostrando que también se podía alcanzar cotas insuperables de la alta cultura de una manera entretenida y lúdica. Su lucidez y agudeza para abordar asuntos concernientes al ser humano, desde los aparentemente más triviales hasta los más profundos, convertía la visión y audición de sus presentaciones en una experiencia altamente gratificante, una auténtica inmersión en los mares insondables del saber y una ascensión a los picos más escarpados de la sabiduría.
    Lector insaciable y voraz, acostumbraba llevar al set de televisión los libros que leía, que había leído y que luego comentaba o citaba. Era una verdadera delicia  escucharlo en esa faceta. Recomendaba leer como mínimo cuatro horas diarias, consejo que he tratado de seguir, tanto como un homenaje a su figura como atendiendo a una íntima necesidad vital. Las pocas veces que, por alguna circunstancia, no he podido cumplir esa meta cotidiana, una indescriptible sensación de desasosiego y empobrecimiento se ha apoderado de mí, dejándome en una especie de páramo lunar.  
    En vísperas de celebrar un aniversario más de la Independencia del Perú,  la noticia de la partida de Marco Aurelio nos llena de pesar y desolación, pues su muerte significa, sin duda alguna, un descenso en los niveles de la inteligencia y la cultura nacionales; su condición de polígrafo es sencillamente irreemplazable, una pérdida de la que el país difícilmente podrá repararse. Un abrazo eterno para el maestro.

Lima, 27 de julio de 2018.   

domingo, 22 de julio de 2018

Pinceladas mundialistas


    El Campeonato Mundial de Fútbol 2018, realizado en esta ocasión en Rusia, ha tenido en vilo al mundo entero durante un mes completo, sobre todo a los hinchas de los países de los 32 seleccionados que han sido los protagonistas de esta competencia que, cada cuatro años, convoca la mirada y la atención de todos los rincones del orbe. Aún la de quienes como el que esto escribe, son más bien renuentes a rendirse a un deporte hegemónico que termina sepultando otras prácticas, igualmente merecedoras del fervor que acapara el  balompié.
    Por diversas razones, he tenido ocasión de observar sólo un puñado de encuentros que se pueden contar con apenas los dedos de las manos, motivo por el que esta mirada, que rescata algunos instantes de los numerosos partidos disputados intensamente en ese tiempo, no pretende ser abarcadora ni completa, sino como reza el título, solamente parcial, subjetiva, heterodoxa, solipsista casi, pinceladas que retratan momentos destacados y curiosamente significativos. Más o menos en el sentido de una película que vi, hace muchísimos años, en la Filmoteca de Lima, sobre el boxeo, que en vez de enfocar las cámaras en el ring donde acontecen normalmente los hechos en una pelea de box, ellas enrumban sus miradas hacia el público, allí donde los azorados concurrentes viven su propia pelea, desnudando en sus rostros todas las facetas de las pasiones humanas, espoleadas por el espectáculo que tienen ante sus ojos.
    Por ejemplo, esa imagen de Messi, considerado el mejor futbolista del planeta, solo en medio del campo, como si estuviera perdido en un inmenso desierto verde –perdóneseme el oxímoron–, pinta  de cuerpo entero la realidad de un seleccionado que nunca estuvo a la altura de lo que sus viejos lauros dictaban. El equipo argentino, sencillamente, fue arrasado por el cuadro galo, donde la figura emergente de un Kylian Mbappé, que con sus arranques intempestivos, sus trancadas inverosímiles y su carrera endemoniada, resultó inalcanzable para los cansinos defensores de la albiceleste.
    O la de España, una selección desangelada, conduciendo su compromiso ante el anfitrión en su partido más soso, aburrido y monótono tal vez de todo el mundial; desbrujulada hasta la médula, hundida en la grisura de una pobre y previsible performance, como ajena a todo lo que estaba en juego. Totalmente irreconocible de aquella que conquistó brillantemente la presea dorada en Sudáfrica 2010.
    El llanto de James Rodríguez en el banco colombiano, luego de la derrota ante Inglaterra, es la imagen misma de la frustración, de la caída a sólo un paso de la gloria. Imposibilitado de salir al césped por una lesión, exhibía toda su impotencia con ese rostro anegado en lágrimas. Confieso que fue una de las imágenes que más me conmovió. Ahora me doy cuenta de que una justa como ésta también puede convertirse en un repertorio inagotable de las emociones humanas.
    La decente participación peruana, eliminada increíblemente en la primera fase a pesar de su buen juego y de sus ganas inmensas de desquitarse de más de siete lustros ausente de los campos mundialistas. Perdió su pase a la segunda ronda, pero se ganó el afecto de la crítica y de la hinchada global. Además de que sus propios seguidores, una fanaticada esperanzada y vehemente, tiñeron de rojo y blanco las calles y plazas de las ciudades rusas donde jugó el once de sus amores. Inútil ya imaginarse qué hubiera pasado si Cueva convertía ese penal; quizás avanzaba hasta luchar los mismos cuartos de final, pero el azar, los dioses o los demonios del fútbol dictaminaron otra cosa.
    Las lágrimas en las tribunas de los uruguayos, y en el gramado del central Giménez, ante la inminente eliminación de su equipo ante Francia, el coloso imbatible, quedó también grabado en las retinas de todos los espectadores globales. Es una pena que los cuadros sudamericanos, incluido el Brasil de Neymar, hayan perdido competitividad frente al afianzamiento cada vez más acentuado de las selecciones del primer mundo. Y ante el repliegue de los africanos, esta ha sido la primera final exclusivamente europea.
    Otro aspecto relevante ha sido el eclipse de las grandes estrellas del firmamento futbolístico, como el propio Messi, Ronaldo y Neymar; y el surgimiento de otras figuras que fulguraron en Rusia-2018, como los belgas Lukaku y Hazard, el inglés Kane, el mismo francés Mbappé y el croata Modric, quien precisamente se hizo merecedor al Balón de Oro, distinción que premia al mejor jugador del torneo. Es importante aquí destacar la presencia entre ellos de varios hijos de emigrantes africanos, integrados en sus selecciones como una demostración palmaria de lo que el deporte puede hacer en medio del fantasma xenófobo y populista que recorre el Viejo continente.  
    Justamente el binomio Modric-Rakitic, con su juego inteligente y preciosista, ha sido sin duda un factor determinante para que ese pequeño y joven país de cuatro millones de habitantes, a quien he calificado como el Uruguay de Europa, haya accedido a la final mundialista. Luego de extenuantes partidos, prolongados en tiempos suplementarios hasta la agonía de los disparos de los doce pasos, el menudo genio croata y su acompañante fueron los baluartes y héroes de la participación balcánica en la competición rusa.
    Por último, el episodio anecdótico que protagonizó el fotógrafo salvadoreño de la Agencia France Press, Yuri Cortez, arrasado con todo su equipo de trabajo por la ola celebratoria del equipo croata celebrando el gol de Mandzukic ante Inglaterra, camino que le franqueaba su pase a la final, donde perdió épicamente ante la, finalmente, campeona Francia. El fotógrafo, desde el suelo, siguió disparando su cámara, obteniendo las imágenes más extrañas de este Mundial.
    Nos volveremos a ver en Qatar-2022.

Lima, 22 de julio de 2018.

sábado, 21 de julio de 2018

Los huevos de la serpiente


    El descomunal destape, que han realizado dos periodistas y sus respectivos equipos de investigación, de los nauseabundos audios en que magistrados del Poder Judicial y miembros del Consejo Nacional de la Magistratura negocian prebendas, enjuagues y pactos infames con empresarios, políticos y otros personajes facinerosos de la fauna nacional, es la prueba cantada que todos esperábamos desde siempre para tener las evidencias incontestables de la podredumbre que ya adivinábamos en ese poder del Estado.
    Todos los comentarios indignados de ciudadanos de a pie apuntan a que todo eso ya se sabía, y es cierto, las sospechas y los reparos hacia la actuación de ciertos jueces, fiscales y abogados han sido una constante entre los sufridos litigantes desde hace muchísimo tiempo en nuestro país; pero nunca como ahora habíamos tenido la certeza de los niveles de corrupción y miseria moral a que podían descender individuos encaramados en las altas esferas de la judicatura en el Perú.
    La valiente iniciativa de una jueza, el subsiguiente respaldo de un fiscal y la corajuda participación de un valiente periodista como Gustavo Gorritti, de IDL-Reporteros, han hecho posible este hediondo develamiento de las sentinas mismas de un organismo público que infelizmente ha sido copado paulatinamente por el lumpen seudo profesional de una burocracia mediocre y delincuencial que ha administrado la justicia de este país por décadas. Como me decía hace un tiempo un amigo poeta, en son de broma esa vez, pero con cuánta verdad ante este espectáculo de asco: “Este no es el Poder Judicial, sino el Poder Perjudicial”.   
    El hartazgo de la ciudadanía se ha expresado en la multitudinaria e indignada marcha del pasado jueves 19. Miles de personas, agrupadas en asociaciones de la sociedad civil, sindicatos, universitarios, enfermeras, periodistas, y sobre todo jóvenes, se han manifestado por las calles de diferentes ciudades del país, elevando al aire sus voces de rabia y desengaño ante tanta exhibición impúdica de putrefacción y bajeza. Si una esperanza todavía nos es permitida tener, es aquella que está depositada en esa juventud que perfectamente puede erigirse en la reserva moral de la sociedad. Ellos hacen política en su sentido más prístino, es decir, su preocupación por la polis es auténtica; y no la política partidaria de algunos sectores que sólo velan por sus mezquinos intereses de facción.   
    Estoy seguro de que existen, a pesar de todo, personas decentes en el Poder Judicial, el Ministerio Público y demás instancias de la administración de justicia; sin embargo, también es evidente que una gran mayoría de sus integrantes muy bien podría ser descubierta en parecidos o iguales comportamientos de los que hemos sido testigos en las últimas semanas. A través de un léxico propio de pandilleros de barriada, usando frases y coloquialismos que ya están en conocimiento de todos (“Oye, hermanito”, “estoy pensando en diez verdecitos”, etc.), sus comunicaciones, interceptadas lícitamente, revelan también el estándar de educación que han tenido, una pobrísima formación axiológica y una indigencia ética que realmente nos apabullan. Sus patéticas explicaciones y justificaciones son el ejemplo más rampante del cinismo y la sinvergüencería de que hacen gala con la mayor desfachatez.
    Las preguntas que surgen de rigor son, entonces: ¿Habrán aprobado, si es que llevaron alguna vez, el curso de Deontología Forense en la universidad?, ¿en qué Facultad de Derecho realizaron su formación académica para terminar desbarrando como cerdos en el mundo profesional?, ¿o es que nada de lo que supuestamente aprendieron les sirvió para el ejercicio decente de su carrera? Son algunas de las numerosas interrogantes que podemos seguir apiñando para tratar de explicarnos el estupor en que hemos caído. Porque el problema parecer ser mayor, pues involucra el sistema mismo en el que estamos inmersos, con una educación por los suelos y una práctica política encanallada desde los mismos centros de poder, llámese Poder Legislativo o Poder Ejecutivo. No es suficiente, por ello, la caída del ministro de Justicia ni la renuncia del presidente del Poder Judicial. 
    Hemos hallado, pues, los huevos de la serpiente, diseminados en diversas instancias de ese poder que tantos dolores de cabeza causa a millones de compatriotas que viven día a día sus causas y litigios en los pasillos de los juzgados y las cortes, esperanzados en obtener justicia, sin saber a veces que toda esa maquinaria está infestada por los trapicheos más inmundos, una diabólica parafernalia que medra del abuso, la estafa, el engaño, la coima, la dilación y tantísimos otros mecanismos que han convertido al Poder Judicial en un antro de alimañas y sabandijas de la peor especie.
    “Decirle a una persona que es embustera constituye la más mortal de las afrentas […]. El hombre que padeciera la desgracia de pensar que nadie iba a creer ni una sola palabra que dijera, se sentiría el paria de la sociedad humana, se espantaría ante la sola idea de integrarse en ella o de presentarse ante ella, y pienso que casi con certeza moriría de desesperación”. Es impensable que en estos tiempos se pueda presentar una situación como la que describe Adam Smith en su Teoría de los sentimientos morales, pero cómo nos gustaría que tantos embusteros como los Hinostroza, los Ríos, los Noguera y otros impresentables, terminen sus días en medio del escarnio público.  
    ¿Qué hacer ante tanta inmundicia? Hace poco, y a propósito de los bochornosos sucesos del escándalo de Odebrecht que desembocaron en la salida presidencial y el cambio de mando, propuse como alternativa radical refundar la República, que ahora escucho en boca de un congresista. Me parece la única salida válida. Reformar la Constitución, nombrar comisiones de reforma, convocar una Asamblea Constituyente, volver a la Constitución de 1979 (superior a este mamotreto fujimorista de 1993), pueden ser algunas posibles salidas, pero siempre serán soluciones parciales o epidérmicas. Lo que acá necesitamos es empezar de cero. ¿Cómo lo hacemos? He ahí la cuestión, como dice Shakespeare. Esa es la tarea de expertos, juristas, hombres honestos y valiosos que sin duda tenemos todavía, para que nos alcancen en el tiempo más breve un proyecto de edificar desde los cimientos esta República que se cae a pedazos sin haber cumplido siquiera los dos siglos de vida.

Lima, 21 de julio de 2018.