En reciente artículo aparecido en diversos medios de prensa del mundo, el escritor Mario Vargas Llosa arremete, injustamente, contra el presidente brasileño Luiz Inácio Lula da Silva. La nota se titula “Lula y los Castro”, a propósito de la muy sonada muerte del cubano Orlando Zapata Tamayo, luego de una larga huelga de hambre. En ella se ventilan una serie de ideas y cuestiones que son buenas situarlas en su real contexto.
La imagen que ha disparado esta andanada de improperios que el insigne escribidor le endilga al modesto obrero pernambucano, ha sido una fotografía en la que precisamente aparecen, dándose afectuosos abrazos, el propio Lula y los dos líderes más importantes de la isla caribeña: Fidel Castro y su hermano Raúl, ahora en el mando oficial del gobierno. La visita de Lula coincidía, funesta ironía, con el episodio que ha desatado esta ola de críticas y vituperios en todo el continente, y aun en Europa, contra el régimen de La Habana.
Dice el novelista que la sola visión de esta imagen ha provocado el desagradable efecto de revolverle las tripas, pues ella ha significado, entre otras cosas, un aval mediático explícito de parte del presidente brasileño al gobierno de Cuba en este escándalo internacional que ha suscitado la muerte de Zapata Tamayo. Entre esas otras cosas, estaría el hecho de que Lula se haya negado a darles audiencia a un número importante de “presos políticos” de la isla.
Guarecido bajo el paraguas de una legítima preocupación por los derechos humanos y por las credenciales democráticas que todo político debe exhibir, Vargas Llosa se ensaña con la conducta del líder del PT porque no habría alzado su voz de protesta en este caso flagrante de violación de los derechos humanos de un ciudadano cubano. Pero si las cosas son así, cabe preguntarse también: ¿no es acaso atentar contra los derechos humanos, bombardear a la población civil, aduciendo luchar contra el terrorismo y excusándose luego en errores de objetivo o en razones militares, como lo hacen cada tanto las tropas de ocupación estadounidenses en Afganistán? Por si acaso, ¿se le han revuelto igualmente las tripas al novelista, al contemplar las patéticas imágenes de familias enteras diezmadas por las balas asesinas de un ejército imperial? Y si ha sido así, ¿lo ha dicho a página entera en algún medio de comunicación del mundo?
Llamar la “hez de América Latina” a los presidentes Chávez, Ortega y Morales, con quienes comulgaría políticamente el presidente Lula, es un despropósito inicuo y una bravata impropia de quien pregona los valores democráticos en su conducta política y, sobre todo, de quien nunca se oyó ni siquiera un murmullo sobre los procederes rastreros e inmundos de tantos personajes de la reciente escena continental, comenzando nomás por nombres como Rumsfeld, Cheney, Bush y otras alimañas.
Pero decir que Lula es un “travestido” o un “politicastro”, ya roza el colmo de la baladronada más artera y cerril. La explicación es clara. El escritor descarga todas sus fobias políticas contra quienes son amigos de la bestia negra, que para él encarna milimétricamente Fidel Castro. Con la perfecta coartada que le provee la muerte de Zapata, enfila sus certeros dardos envenenados contra una de las figuras más descollantes de Latinoamérica, un buen hombre de origen humilde y con un largo historial de luchas sindicales y políticas que lo han llevado a convertirse, merced a su tesonero esfuerzo, en gobernante de uno de los países más expectantes y de mayor presencia en el panorama político mundial.
Resulta curioso y sintomático, además, que cite justamente al flamante presidente chileno Sebastián Piñera como al único “justo” entre la pandilla de “fariseos” que gobiernan los demás países de América Latina. No se sabe si es parte de un afán de provocación o producto de un involuntario ejercicio de humor negro el que haya proferido tamaña ironía.
Como lector apasionado y febril de las novelas y los ensayos de Vargas Llosa, no temo sin embargo romper lanzas contra este gigante de las letras, aun a riesgo de terminar con los huesos rotos, cual quijote moderno en aquestos campos manchegos. Pues si su obra estrictamente literaria es incuestionable e imbatible, sus opiniones políticas van siempre, o casi siempre, a contrapelo de un sentido de la historia que le echamos de menos quienes recordamos sus otrora comprometidas posiciones en materia de política internacional.
Lima 13 de marzo de 2010.
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