La escena política latinoamericana ha experimentado en las últimas semanas vuelcos importantes a partir, primero, del lamentable fallecimiento del ex presidente argentino Néstor Kirchner, y, luego, del triunfo en Brasil de Dilma Rousseff, la primera mujer que accede a la presidencia de la mano del ya legendario Luiz Inácio Lula da Silva.
La muerte de quien fuera el presidente de la República Argentina entre los años 2003 y 2007, líder indiscutible del movimiento peronista y figura notoria tras el poder que ejerce su esposa Cristina Fernández de Kirchner en la nación del plata, ha generado reacciones diversas en el mundo político latinoamericano; pero el común denominador ha sido el reconocimiento de sus innegables dotes de líder y político de raza.
Contra quienes se figuraban que su presencia se alejaba cada vez más de las masas populares que lo encumbraron en su momento al poder, su desaparición súbita del firmamento político argentino ha servido para demostrar que el ascendiente social y humano que se había granjeado entre la gente común y corriente se mantenía al tope. No es fácil olvidar, pues, el papel que le cupo asumir cuando la honda crisis de 2001 casi precipita al país de Borges y Gardel a los abismos de la ingobernabilidad.
El país que veía cómo su destino colectivo se hundía en la debacle económica y social, fruto de los desaciertos de políticas equivocadas que se implementaron en la última década del siglo XX -al calor de los efluvios hechiceros de la corriente neoliberal-, y que tuvo en el inefable Carlos Saúl Menem a su símbolo perfecto, lentamente emergió de la crisis merced a la firme muñeca de un gobernante que le supo imprimir a sus actos políticos una orientación que armonizaba el pragmatismo y la responsabilidad, el compromiso con el pueblo y la mesura del estadista.
Contra el tropel de los verdaderos idiotas latinoamericanos, que lo encasillaron en la vertiente del populismo y de lo que Hugo Chávez llama el socialismo del siglo XXI, conjuntamente con otros mandatarios sudamericanos como Evo Morales, Rafael Correa y el mismo Chávez, la imagen de Néstor Kirchner se destacó nítida por negarse a ser estereotipado por una prensa adicta a los mandatos de los grandes centros de poder.
Es difícil, no cabe duda, el panorama que deja su ausencia en el entorno de la Casa Rosada. Pero es seguro que Cristina, más allá del dolor y la desolación por la pérdida de su inseparable compañero, sabrá sortear este remezón imprevisto en su camino personal, con la lucidez e inteligencia que ha demostrado para conducir la nave del Estado por el rumbo correcto.
El triunfo en segunda vuelta de la candidata del Partido de los Trabajadores (PT), la ex guerrillera Dilma Rosseff, frente al candidato del Partido de la Social Democracia Brasileña (PSDB), José Serra, ha significado la confirmación de la magnífica gestión de su mentor y amigo, el actual presidente Lula, quien se retira del cargo con una histórica aprobación que bordea el 85%.
En muchos sentidos es singular la elección de esta economista de 62 años que fuera Ministra de Energía, Jefe de la Casa Civil y Jefe de Gabinete durante el gobierno del actual mandatario. El hecho de ser la primera mujer que accede a un cargo de esta naturaleza, ya puede considerarse un logro significativo; pero también el gesto sin precedentes en el género -pues existe el caso de José Mujica en Uruguay-, de haber el pueblo brasileño elegido a quien fuera en su juventud militante de un movimiento guerrillero que en los años ’60 se enfrentó a la dictadura de su país, siendo detenida y torturada como cualquiera, encarcelada y posteriormente indemnizada por la Comisión de Reparación de Derechos Humanos.
Esta trayectoria de lucha y compromiso permanente con las causas populares se ve coronada ahora con el puesto más alto de la nación, pero también el que exige mayores responsabilidades a todo político, que debe enfrentar en lo concreto y cotidiano, el desafío descomunal de los decisiones diarias en el manejo del poder, y que en el caso específico de Dilma, será nada menos que el coloso sudamericano, la octava mayor economía del mundo, considerado en el contexto internacional como una de las potencias emergentes del planeta.
Menuda tarea la que le espera a la sucesora de uno de los presidentes más exitosos que ha tenido el país de Pelé y de Garrincha, de José Guimaraes Rosa y de Jorge Amado, de Caetano Veloso y de Joao Gilberto; éxito que ha estado cifrado fundamentalmente en la reducción importante de los índices de pobreza, en el crecimiento sostenido de su economía y en la incorporación de los desheredados y olvidados de siempre a los beneficios de un desarrollo impresionante.
Lima, 6 de noviembre de 2010.
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