Una vieja discusión ha centrado su atención en los aspectos constituyentes de la libertad en todas sus formas, desde aquellas que tienen que ver con la libertad elemental de la persona hasta las que configuran las llamadas libertad económica, libertad política -cuyo sustento ideológico es asumido por el liberalismo-, y la muy polémica libertad de expresión, pilar esencial a su vez de toda sociedad democrática y de toda estructura humana que respete los valores fundamentales de la tolerancia, el cotejo libre de las ideas y la crítica.
Asumiendo que la libertad en cualquiera de sus manifestaciones nunca es absoluta, pues como principio de vida está encarnado en la aventura humana como historia, se debe plantear el marco de referencia dentro del cual entender aspectos concretos de su materialización en las sociedades. Es el caso, por ser el más discutible y controversial, de la libertad de expresión por ejemplo, que tiene aristas muy delicadas y sensibles, pues algunas rozan incluso expresiones tan concretas como la libertad de empresa o se difuminan en tenues consideraciones sobre la libertad individual y su amplia gama de posibilidades.
Es por ello que no se puede ser tan categórico cuando se trata de condenar sin más la manera como es tratado el ejercicio de esta libertad en el seno de las más diversas sociedades. Es, desde luego, censurable la actitud de gobiernos que en la historia de Latinoamérica han sido bastante cuestionados en esta materia; verbi gratia el del General Velasco en el Perú a fines de los años sesenta, o el de los hermanos Castro en la Cuba del último medio siglo. En ambos casos, se conculcaron las libertades básicas de la población, especialmente la libertad de expresión. Lo mismo hicieron, con las variantes específicas del caso, todas las dictaduras o gobiernos autocráticos que en el continente han sido.
Mientras que en el llamado gobierno revolucionario de las Fuerzas Armadas que encabezó Velasco se expropiaron los principales medios de comunicación, entregándoselos a las comunidades de trabajadores de los más diversos rubros, convirtiéndose de esta manera en voceros tácitos del régimen; en el gobierno de Fidel Castro se impuso la voz monocorde a través de la única presencia, oficial y oficiosa, del diario Granma, portavoz incuestionable de la revolución cubana.
Pero ello no nos debe cegar ante la evidencia incontrastable de otra realidad igualmente repudiable, la que ejercen las grandes corporaciones de la información que controlan, implícita y sesgadamente, las noticias y su difusión, digitando sibilinamente la opinión pública sobre lo que debe o no debe saber de aquello que sucede en el mundo. Es más, orientando ideológicamente la forma cómo se suministra la información en favor de los intereses que defienden. Con el agravante de que lo hacen bajo la máscara perfecta de la libertad, cobijados por el manto protector de sistemas democráticos y con el señuelo indubitable de estar practicando la forma más irrestricta de la libertad de expresión.
Resulta espinoso, pues, el abordaje de un asunto que tiene diferentes facetas, mas lo que nos queda a los lectores es estar alertas ante las jugarretas de la gran prensa, ante sus ladinas coartadas y ante sus astutas emboscadas, apostando por la alternativa de transparencia y veracidad de la prensa independiente, aquella que no se agazapa tras el dudoso prestigio de los grandes medios, sino que sobrevive, modesta pero lealmente, en los sitios que le permite la era actual de la tecnología y la globalización de la información.
Lima, 1 de enero de 2011.
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