La existencia de un Estado Palestino ha arribado a su hora clave. Después de más de 60 años de una lucha incesante y cruenta, ha llegado el momento en que la comunidad internacional se vea confrontada de una manera oficial con uno de los conflictos más laberínticos del Medio Oriente.
El viernes 23 se reunirá la Asamblea General de las Naciones Unidas, adonde el presidente de la Autoridad Palestina, Mahmud Abbas, llevará la decisión tomada por su pueblo de solicitar su reconocimiento como el estado número 194 de la ONU. Pero antes lo hará ante el Consejo de Seguridad, donde es cantado el veto que impondrá los Estados Unidos, aliado natural de Israel. Lo ha anunciado en Ramallah, la sede del gobierno, este viernes 16, en medio de un clima internacional lleno de tensiones y suspicacias.
Cuando en 1948 se puso fin al mandato británico sobre los territorios de la Palestina, aprobándose la partición de los mismos para la creación de dos estados, uno judío y otro árabe, nadie o muy pocos se hubieran imaginado que su concreción habría de atravesar mil y un peripecias hasta el presente. Sólo ese mismo año nacería el estado judío, Israel, con el aval tácito de gran parte de los países occidentales y la tenaz resistencia de los árabes.
Merced a los acuerdos tomados en el seno del organismo internacional, no debería haber pasado tanto tiempo para que igualmente se estableciera el estado palestino, pero ello hasta ahora no ha ocurrido, empantanada la decisión en una serie de diálogos, encuentros, papeles firmados y documentos formales, que lo único que han hecho ha sido dilatar la solución del problema, la única solución justa: la creación del Estado Palestino en los territorios previos a la guerra rapaz de 1967, donde Israel, asistido por su socio infaltable Estados Unidos, ocupó diversos territorios tradicionalmente árabes.
Israel no quiere ni oír las reclamaciones palestinas, muy por el contrario se ha embarcado en una política genocida de exterminio, como en Gaza en el 2008, y de colonizaciones sistemáticas y abusivas, como en Cisjordania hasta hoy en día. Menos aún quiere oír mencionar la aspiración palestina de establecer su capital en Jerusalén Este, ciudad que el estado hebreo considera sagrada. Pero es que no solamente es sagrada o santa para los judíos, sino también para los musulmanes y los cristianos.
A pesar de no contar con el consentimiento de la facción extremista de Hamás, que gobierna Gaza, Mahmud Abbas ha lanzado todo un desafío al mundo occidental, donde lo mínimo que quizá pueda conseguir para su país será ser reconocido como observador sin derecho a voto, el mismo estatus de que goza también el Vaticano. Alrededor de 130 estados se han mostrado a favor del reconocimiento, lo que garantiza un importante triunfo estratégico de los palestinos en el foro mundial de Nueva York.
Ni la reticencia de algunas naciones europeas, como el Reino Unido y Alemania, ni el veto seguro que opondrá Washington, podrá deslucir la justa aspiración de un pueblo milenario que lucha por un derecho inalienable: la posesión de un territorio. Si oscuros y mercenarios intereses lo han impedido hasta ahora, ya es tiempo de que el mundo civilizado corrija, a estas alturas de los tiempos, tamaño desafuero.
Ya no es tan incomprensible que el presidente Obama, que en su discurso de El Cairo trazara el plan para una justa reivindicación del pueblo palestino, se vea ahora en la situación de proseguir la vieja tradición de la potencia yanqui, la de prestarse a consagrar toda tropelía que perpetre Tel Aviv en la convulsa región del Oriente Medio.
España y Francia encabezan en Europa la lista de países que ven con simpatía el reconocimiento de Palestina, mas no basta tal vez el entusiasmo y el apoyo de una considerable mayoría de países en el mundo entero, sino la decisión, injustamente sobrevalorada, de una nación que ejerce un derecho medieval en plena era de la globalización, de un país cuyos sacrosantos intereses son más fuertes y poderosos que la mera razón, que la simple comprensión de lo que significa la justicia internacional.
El primer gran paso a adoptarse este 23 debe continuar con la presión a nivel de los foros más importantes del planeta, para que al fin se avizore una salida digna y decorosa a una situación de flagrante violación del derecho internacional y de los valores democráticos y éticos que sostienen al mundo civilizado.
Lima, 17 de septiembre de 2011.
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