Coincidiendo con el aniversario número 11
de los atentados a las Torres Gemelas, un hecho luctuoso ha empañado los
procesos de renovación que viven los países árabes, enlutando de paso a la
diplomacia mundial: el alevoso asesinato de Christopher Stevens, embajador estadounidense en Libia, junto a
otros tres miembros del servicio de la embajada, a manos de una turba
enfurecida y salvaje de fanáticos en la sede del consulado de ese país en
Bengasi.
El hecho que ha disparado la reacción
desaforada de las masas extremistas ha sido la difusión de lo que al parecer se
trata de un tráiler de una película sobre el máximo profeta del islam: Mahoma.
Se trata de Inocencia de los musulmanes
o Guerrero del desierto, un bodrio
cinematográfico propalado por el sitio de internet llamado You Tube, atribuido
a un tal Sam Bacile, nombre falso de Nakoula Basseley Nakoula, donde se denigra
de forma grotesca y chabacana a la figura central del credo musulmán.
Fueron
doce horas de terror, entre las 7 de la noche del martes 11, y las 7 de mañana
del día siguiente, tiempo en que han sucedido los acontecimientos del asalto e
incendio de la legación norteamericana, circunstancias en la que han perdido la
vida el embajador y tres empleados más, cuando un grupo armado de integristas
islámicos ha atacado violentamente la residencia consular, en una acción
aparentemente bien planificada.
Otra sería la historia si la Flota de
Seguridad Antiterrorista (FAST), un comando de marines encargado de proteger
las sedes diplomáticas de los EE.UU. en el mundo entero, que se encontraba en
ese momento en Rota (Cádiz), su base regular de guardia, hubiese actuado
oportunamente ante algún indicio de lo que se veía venir.
La ola de protestas, consecuencia de la
ira musulmana, se ha dejado sentir desde Egipto hasta Indonesia, pasando por
Sudán, Yemen y Túnez, donde también los locales de las embajadas
norteamericanas han sido atacados por muchedumbres indignadas ante lo que
consideran una ofensa sacrílega a sus creencias. Que Mahoma sea presentado en
el vídeo de marras como mujeriego, homosexual, violador y traficante de
esclavos, ha constituido sin duda un insulto mayúsculo a su religión para estos
exaltados manifestantes.
La reacción del gobierno estadounidense ha
sido de condena, tanto a los homicidas disturbios de Libia que han terminado
con la muerte de su embajador, como al malhadado filme que ha desatado esta
respuesta desproporcionada. Situación que ha servido, a su vez, para que el
candidato republicano Mitt Romney trate de aprovechar la coyuntura haciendo
declaraciones totalmente carentes de sentido. Se inscribe más bien en la línea
de la estrafalaria postura del patético pastor Terry Jones, quien hace unos
meses estuvo a punto de mandar a la hoguera numerosos ejemplares del Corán.
A su vez los grupos fundamentalistas
islámicos como Al Qaeda y Hezbolá, han tomado como baza el malhadado filme,
para llamar a una verdadera cruzada contra las representaciones diplomáticas de
Estados Unidos en el Oriente Medio. Esto ha creado una inútil situación de
controversia internacional entre Washington y el mundo árabe, en vísperas de
celebrarse en el país más poderoso del planeta unas elecciones políticas que se
presentan como las más reñidas de los últimos tiempos.
Estos sucesos no hacen sino confirmar lo
sensibles que pueden ser los sentimientos religiosos ante los embates de la
intolerancia y la descalificación, sobretodo si quien las asume se sitúa en
posiciones extremas en la militancia de su fe. Es lo que se ha visto en el caso
presente, pues no otra sería la respuesta si los seguidores de otras creencias
se expresaran en términos similares a quien simboliza los valores y principios
de la ética cristiana en Occidente. El fanatismo y la ortodoxia conducen
siempre a callejones sin salida, son manifestaciones de la cerrazón y abdicaciones
del juicio.
Una reciente publicación francesa pretende
echar más leña al fuego, presentando en su carátula una imagen de dos figuras
del islamismo con el titular de “Intocables”. Si bien la libertad de expresión
franquea la difusión libre de todo tipo de ideas, mensajes e ilustraciones, no
podía ser más inoportuna la aparición de esta revista en momentos en que la
comunidad islámica está herida en su honor y viene respondiendo de modo
violento en diversos lugares del Medio Oriente ante las representaciones
occidentales.
La muerte del diplomático debería servir
para una reflexión profunda sobre el sentido de la convivencia civilizada entre
las diferentes culturas y religiones del planeta, pues nada aviva más el
resentimiento y el espíritu de venganza que mostrarse irreverente y ofensivo
con las figuras e íconos emblemáticos del otro, por más que no compartamos sus
creencias o que nos parezcan absurdas. Respetar y considerar el punto de vista
y la creencia del otro es un signo de civilización y cultura, que en todo
momento debe estar presente en cada ciudadano si queremos construir un mundo
armónico y democrático.
Lima, 21 de
septiembre de 2012.
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