Cuando por un momento parecía peligrar la
reelección del presidente Barack Obama, el mundo ha vuelto a respirar
relativamente tranquilo ante los resultados del martes 6, sobre todo si tenemos
en cuenta lo que habría significado el triunfo del candidato republicano,
portavoz del pensamiento más trasnochado y representante de aquellas posiciones
más tenazmente conservadoras y pudibundamente puritanas de la sociedad
estadounidense.
No es que fuera precisamente optimista
ante un nuevo mandato del líder demócrata, quien en la campaña del 2008
prometió varias cosas que todavía no las ha podido cumplir -es cierto que más
por el enrevesado engranaje de las grandes decisiones del poder político
norteamericano que, tal vez, por propia voluntad-. Pero encarnaba, y quizá algo
de arrestos le quede, la esperanza de millones de ciudadanos por el cambio.
La campaña ha sido dura, muy reñida en
buena parte del camino, pero al final ha triunfado la sensatez y la cordura de
un electorado que no podía apostar sin más por una vuelta al pasado. Pues Mitt
Romney simbolizaba exactamente el retroceso en muchos aspectos, como efigie y
emblema de un partido político que en los últimos años ha escorado hacia el ala
más extrema de la derecha política.
Para
muestra una perla: llevaba como candidato a la vicepresidencia al congresista
Paul Ryan, amante de las armas y firme defensor del rescate de los bancos en la
última crisis financiera. Apoyó las guerras de Irak y Afganistán; unido al Tea
Party votó contra la reforma sanitaria; abogaba por privatizar la seguridad
social y es un preclaro integrista de la economía de mercado. En una palabra,
un auténtico neocon, un inverosímil
sostenedor de ideas antediluvianas en materia política, económica y social.
Además,
Romney, como buen mormón que es, asumía posiciones francamente pueriles en
muchos aspectos vitales de la decisión política, amén de haber declarado, aun
cuando fuera en un evento de carácter privado, no tener ninguna simpatía por un
sector importante del país que las políticas y los proyectos de Obama buscan
precisamente favorecer. Fueron expresiones con un fuerte color fascista que
prefiguraban las actitudes y decisiones que habría adoptado de llegar a la Casa
Blanca.
Ha sido decisivo para este resultado el
aporte del voto hispano, una comunidad que ha crecido considerablemente en las
últimas décadas, y que tiene pendiente del presidente Obama la ley sobre
inmigración que fue su gran promesa en la campaña pasada. Sólo un candidato
como el demócrata puede abocarse a un problema de este tipo con un criterio de
justicia y equidad, pues ya se sabían las posturas del republicano con respecto
al destino de miles de latinoamericanos que viven ilegalmente en territorio de
la unión y que esperan regularizar su situación con una legislación razonable y
adecuada.
No me gusta la política internacional que
ejerce la administración Obama, siguiendo la impuesta por los regímenes más
duros y conservadores de los últimos lustros, defendiendo a Israel y sus
desafueros, ocupando colonialmente países como Irak y Afganistán so pretexto
del terrorismo internacional y sus amenazas. Tras el verbo frondoso y encendido
del primer presidente de color de la nación más poderosa del planeta, no puede
esconderse ya la mirada de ave de rapiña y las garras de fiera del gran imperio
del siglo XX.
Y mientras esto sucedía en América, en el
opuesto extremo del mundo el otro coloso planetario también se aprestaba a
renovar su vieja jerarquía en el poder. El XVIII Congreso del Partido Comunista
Chino (PCCh), que se reúne cada diez años para una ocasión de esta naturaleza, elegía
a su nuevo Secretario General, que a partir de marzo del próximo año también
asumirá el mando supremo del país. El hijo de uno de los iconos de la vieja
guardia, Xi Xinping, llamado “El Príncipe”, sucederá a Hu Jintao, en un cambio
de guardia que probablemente no implique una variación profunda en el rumbo de
China a convertirse en la nueva primera potencia mundial, según los fundados
vaticinios de los expertos.
En este panorama es que se inscribe la
reelección de Obama para otro periodo de cuatro años al frente de la Casa
Blanca, tiempo que deberá ocuparse en resolver los agudos problemas que
enfrenta Washington en el mundo entero, especialmente los que conciernen a la
presencia militar en algunas regiones del Asia y a su cada vez más peliaguda
problemática económico financiera.
Lima, 17 de
noviembre de 2012.
Walter:
ResponderEliminarComo se suele decir, fue "de los dos males, el menor".
Saludos cordiales.
Te agradezco Arturo el que seas un seguidor frecuente de mis artículos. Veo que demuestras buen juicio y una formación apreciable. Me honra tener lectores como tú. Otra vez gracias.
ResponderEliminarSaludos.