A
los 87 años de su edad, confinado en una prisión por la justicia argentina, ha
muerto Jorge Rafael Videla, el que fuera cabecilla del golpe de estado del 24
de marzo de 1976 y figura notoria del régimen del terror implantado por los
militares en el país de Astor Piazzola y Atahualpa Yupanqui, de Ernesto Sábato
y el Che Guevara.
Con el pretexto de la amenaza terrorista,
y valiéndose del temor inculcado a la población por los enemigos del pueblo,
defenestró a María Isabel Martínez de Perón y asumió el mando de lo que pretenciosamente
llamaron el Gobierno de Reconstrucción Nacional, al frente de un triunvirato
que lo integraban, además, el siniestro jefe de la armada Eduardo Massera
–también recientemente fallecido- y el brigadier Orlando Agosti.
Fueron siete años de auténtica pesadilla
para la nación del plata, viviendo bajo el reinado absoluto de la persecución y
la tortura, el crimen y la desaparición. Se calcula que aproximadamente 30 mil
personadas fueron desaparecidas a través de métodos vesánicos e infernales,
además de crudelísimas ejecuciones extrajudiciales, como la perpetrada contra
el periodista y escritor Rodolfo Walsh.
Secuestros sistemáticos de opositores;
robos oprobiosos de bebés, que eran entregados en adopción a personas amigas
del régimen; lanzamientos espeluznantes de víctimas desde el aire al río de La
Plata, al Océano Atlántico o al delta del Paraná, en lo que se conoce con el
espantoso nombre de los vuelos de la muerte; asesinatos selectivos de gente de
izquierda, activistas, militantes y periodistas; imposición de una férrea
dictadura, que llevó al descalabro económico y social al país más culto de
Sudamérica, es el saldo nefasto de los cinco años que estuvo en la Casa Rosada
el sátrapa que acaba de expirar.
Los crímenes y atrocidades del gobierno
militar fueron investigados por la Comisión Nacional de Desaparición de Personas
(CONADEP) que presidió el insigne escritor Ernesto Sábato, y que emitió al
final de sus investigaciones un estremecedor informe –Nunca más, conocido como Informe Sábato-, donde se hace un
minucioso recuento de toda la acción asesina de la dictadura militar, así como
del testimonio de cientos de personas que sufrieron en carne propia las
arremetidas sanguinarias de un grupo de psicópatas aupados al poder con el
único fin de exterminar a quienes creían los enemigos de la patria.
Juzgado y condenado durante los juicios
por delitos de lesa humanidad durante el gobierno democrático de Raúl Alfonsín,
salió libre cuando el siguiente presidente argentino, Carlos Saúl Menem,
decretó una amnistía para los militares que purgaban prisión por los delitos
cometidos. Pero fue cuando asumió la conducción del gobierno el presidente
Néstor Kirchner, que se dejó sin efecto esa injusta amnistía, y Videla fue a
dar nuevamente a la cárcel, como debía. En un nuevo juicio fue sentenciado a
cadena perpetua, pena que cumplía desde hace más de una década, cuando la
muerte lo ha sorprendido en medio de su reclusión final.
No quedó totalmente impune, como el otro
genocida Augusto Pinochet; pagó lo que los tribunales dictaron en sus
veredictos, pero quizá ello no fue suficiente para aliviar el inmenso dolor de
miles de argentinos que esperan hasta ahora el actuar balsámico de la justicia.
Con su partida de este mundo se lleva también la verdad del paradero de tantos
desaparecidos en los años aciagos de su régimen, realidad que el dictador nunca
aceptó, así como tampoco tuvo la entereza de por los menos reconocer sus
errores y pedir disculpas a los dolidos familiares. Era pedir mucho, ya lo sé,
pero era lo que mínimamente necesitaban esos seres acogotados por el
inabarcable dolor de la pérdida del ser querido.
Lima, 20 de mayo de 2013.
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