El ataque terrorista
sufrido por el semanario francés Charlie
Hebdo ha conmocionado a la opinión pública mundial, tanto por las
dimensiones de la violencia con que han actuado los criminales, como por el
significado que en los tiempos actuales puede tener un acto de esta naturaleza
para la cultura de la libertad y para los valores de la democracia y la
civilización que Francia, especialmente, encarna en el mundo occidental.
El cruel asesinato a sangre fría de la
plana mayor de la publicación satírica, entre los que figuraban cuatro de los
mejores caricaturistas del periodismo gráfico francés, además de los otros
periodistas y el policía que custodiaba el local del medio de prensa, ha sido perpetrado
por tres integrantes, según todas las evidencias, de una agrupación yihadista
que tiene conexiones con la rama yemení de Al Qaeda y el movimiento integrista
islámico internacional. Un joven de 18 años y dos hermanos treintañeros han
sido esta vez los brazos armados que el fanatismo ha elegido para infligir un
golpe mortal a la libertad de expresión en el corazón mismo del país que fue la
cuna de los derechos del hombre y del ciudadano.
Los hechos tal vez se remontan a algunos
años atrás, cuando Charlie Hebdo
publicó caricaturas satíricas sobre Mahoma que hicieron delirar de rabia al
grupo de extremistas musulmanes que enseguida amenazó de muerte al director del
semanario. Desde entonces, Stéphane Charbonnier, más conocido como Charb, caminaba con vigilancia policial,
así como el resto de dibujantes que se caracterizaban por su humor corrosivo y
por su irreverencia.
Todas las formas del fundamentalismo y de
la intolerancia fueron objeto de su crítica mordaz, tanto las políticas como
las religiosas, de la que no se salvaron ni el catolicismo ni el judaísmo y,
por supuesto, el islamismo; todas las posturas extremas de los líderes
religiosos de las principales comunidades eclesiales fueron sometidas al fuego
ácido de la sátira y la burla a través de dibujos y caricaturas que exhibían
sin tapujos sus prejuicios y sus mentalidades estrechas dominadas por la
ortodoxia y el pensamiento único.
Las imágenes del ataque son espeluznantes,
lo que lleva a especular que fue cuidadosamente planificado por largo tiempo;
los expertos incluso llegan a afirmar que se trataría de una típica actividad
de comando. Los atacantes habrían sido entrenados en algún país donde los
grupos radicales actúan en estos momentos. Teniendo la nacionalidad francesa,
serían parte de los 1400 franceses, muchos de ellos de origen árabe, que combaten
en Siria e Irak, y ahora están de regreso en su país natal para cumplir ciertas
misiones que forman parte de la yihad
que han emprendido a nivel mundial.
La prensa europea ha respondido con un
editorial conjunto publicado por sus más importantes medios, como El País de España, Le Monde de Francia, The
Guardian del Reino Unido, Süddeutsche
Zeitung de Alemania, La Stampa de
Italia y Gazeta Wyborcza de Polonia,
donde reafirman los valores de la libertad que sirven de fundamento a las
sociedades democráticas, rechazando de la manera más enérgica las amenazas de
los fundamentalismos que se quieren imponer a través del terror y la muerte.
El difícil paseo por el desfiladero a que
nos conduce el arduo dilema de los límites entre el fanatismo y la tolerancia,
hace que muchos caigan en la trampa demagógica de la autocensura, haciéndoles
el juego a quienes buscan silenciar a las voces más lúcidas del arte y del
pensamiento. El supuesto respeto que deben inspirarnos las posiciones más
lamentables de los grupos integristas, no debe traducirse en temor de expresar
la crítica que ellas nos merecen, ni tampoco permitir que el miedo nos paralice
cuando se trata de denunciar y de poner en evidencia sus actitudes
intolerantes.
Las sociedades libres no deberían jamás
abdicar de su derecho a la crítica, conseguida en siglos de fatigosa lucha
social y política, prerrogativa de la que es parte esencial el derecho a la
irreverencia, puntal decisivo de la prensa de humor y de la libertad de
expresión en su mejor sentido.
La condena debería ser unánime; el mismo
Imán de París ha deslindado con los criminales, además ello no debe significar
la estigmatización de la comunidad musulmana de ningún país, por más que
nuestras creencias e ideas no coincidan en el ámbito de la convivencia
ciudadana. Asimismo, ya es tiempo de que el laicismo sirva de plataforma cívica
para la coexistencia pacífica de las sociedades democráticas, confinando a las
religiones al espacio privado e íntimo de la vida personal de los hombres y las
mujeres. Suena utópico quizás, pero ese es el camino que debe tomar occidente
como civilización para neutralizar el afán de las religiones de entrometerse en
la vida pública de las sociedades. De lo contrario, seguiremos lamentando
secuelas como la sufrida por Francia en esta semana del terror, que ha
concluido con el abatimiento de los terroristas, la dolorosa pérdida de rehenes
en un supermercado judío y el saldo trágico de 20 muertos en total. Debemos
estar alertas, esto no es, infelizmente, el punto final.
Lima,
9 de enero de 2015.
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