sábado, 5 de octubre de 2019

Nosotros el soberano


    Con inmenso estupor ha seguido la población peruana los insólitos sucesos del lunes 30 de septiembre último, que ya está inscrito como uno de esos días históricos que luego recordaremos porque en él se marcó un hito trascendental en nuestro devenir como nación. Fue el día clave en que se llegó al clímax de la confrontación de poderes que ya venía de muy atrás, todo ello debido a la prepotencia y la necedad de una mayoría congresal que se empeñó, desde el mismo inicio del régimen, en sabotear toda cuanta iniciativa emprendiera el Ejecutivo en materia de lucha contra la corrupción.
    Las motivaciones de tal proceder no son desconocidas por la ciudadanía, pues es ampliamente conocido el accionar de un grupo político –lo más parecido a una banda de cuatreros– que nunca abandonó su genética propensión al abuso y al autoritarismo, todo con el fin de apañar y proteger a sus miembros y cómplices envueltos en serias acusaciones por diversos delitos actualmente procesados en el Poder Judicial. Además, se prestaron para escudar hasta la náusea a pandillas de delincuentes que pretendían copar las más altas instancias de la judicatura.
    Ante ello, el Presidente de la República, en ejercicio de sus atribuciones constitucionales, planteó a través de sendos proyectos de ley reformas importantes en materia política y judicial, propuestas que el fujiaprismo  desestimó sistemáticamente. Sólo al verse acorralados por la cuestión de confianza –mecanismo que le faculta la ley al primer mandatario–, otorgaban ésta, pero de manera tramposa e hipócrita, pues ante lo que formalmente decían que sí, en el fondo y en la práctica era no. Se hizo esto varias veces, tomándole el pelo groseramente al gobierno y al pueblo en general. En vista de esta real negativa, el Ejecutivo propuso un adelanto de elecciones generales, discusión que se dilató mañosamente con la fantochada aquella de la invitación a la Comisión de Venecia, sesión que fue otra puesta en escena de la desvergüenza mayúscula del fujimorismo ramplón y del aprismo, sus secuaces de ocasión, que sin esperar siquiera la opinión del cuerpo consultivo invitado, archivó el proyecto mencionado.
    Mientras tanto, y en paralelo, se cocinaba la toma del Tribunal Constitucional vía una elección apresurada y amañada. Es por eso que el presidente Vizcarra, en clara sintonía con el hartazgo popular, decidió disolver constitucionalmente el Congreso, en razón de que su propuesta de reconsideración de la elección de miembros del TC, para hacerla de manera transparente, fue desestimada al iniciarse el proceso de elección, votando en contra de la cuestión previa planteada por la congresista Huilca, y elegirse al primero de ellos cuando el Primer Ministro ya había planteado la cuestión de confianza sobre dicho proyecto. Demás está comentar el comportamiento bochornoso de los congresistas ese día, que pretendieron impedir el ingreso del presidente del Consejo de Ministros al hemiciclo, estando expedito su derecho para hacerlo en virtud del art. 129 de la Constitución Política del Estado.
    Se ha procedido entonces a una delicada pero necesaria operación quirúrgica sobre el cuerpo de la República, extirpando el tumor canceroso que amenazaba devorar la precaria vida de nuestra democracia. La medida, enmarcada en el art. 134 de la Carta Magna, ha sido interpretada en diversos sentidos por esos señores que fungen de exégetas sacrosantos de la ley llamados constitucionalistas. Para unos, la decisión presidencial es anticonstitucional y estaríamos ante un “golpe de Estado”; para otros, en cambio, es perfectamente constitucional y se ciñe al estricto cumplimiento de la norma mayor. Es decir que, finalmente, el asunto es debatible, que se presta a la discusión y a la interpretación, en razón pues de que un documento así no puede ser perfecto y exhibe algunos vacíos o grietas que lo hacen falible. Si fuera así, la salida a este laberinto no puede quedar estrictamente y a rajatabla en el terreno jurídico, sino que se trata de encontrarle una salida política, y en este sentido no podemos seguir actuando como los fariseos, pretendiendo una observancia rigurosa y ortodoxa de la ley hasta llegar a límites del ridículo, pues de lo que se trata es de salvar una realidad urgente que evidentemente ha desbordado el marco legal. Sin embargo, creo que la resolución adoptada por el Presidente se ajusta a la Constitución y es respetuosa del Estado de Derecho.
    La respuesta de la mayoría parlamentaria ha sido propia de un circo de baja estofa, suspendiendo al presidente en sus funciones, amparados en una interpretación errada de la Constitución y desde su condición de flamantes fantasmas, juramentando a la vicepresidenta para el supuesto cargo vacante en una ceremonia grotesca que pasará a formar parte de los anales de la irrisión y de la estulticia. La pandilla de bribones y facinerosos sabe que se le acaba la inmunidad, que para ella siempre fue impunidad, y por eso sus miembros se aferran con uñas y dientes a sus cargos en disfuerzos inauditos de resistencia, en un triste espectáculo que más parece pataleta de niñatos engreídos y malcriados.  
    En el escenario internacional, diversos organismos, como la OEA, e instituciones que resguardan la democracia y los derechos humanos, se han pronunciado en el sentido de que corresponde al TC dirimir esta contienda, aconsejando de paso que la solución más acertada es acudir en consulta al pueblo, para que sea el soberano el que finalmente decida a través de las urnas. Y he aquí el punto en que la responsabilidad recae nuevamente en nosotros, los ciudadanos de esta república que debemos elegir esta vez con mucho cuidado, desplegando sagacidad, discreción y conocimiento, informándonos del historial mínimo de quienes van a convertirse en los nuevos integrantes del futuro Congreso, con el fin de evitarnos sorpresas desagradables como lamentablemente nos ha brindado el extinto Parlamento.
    Es de destacar la multitudinaria participación del pueblo, volcado a las calles y plazas de las principales ciudades del país desde el mismo instante del anuncio presidencial, respaldando con entusiasmo una medida que era un clamor mayoritario desde hace varios meses, hecho que desbarata cualquier acusación de “golpe de Estado” que han deslizado los miembros de la mafia, en una actitud que busca desacreditar una medida de profilaxis cívica, tratando de confundir a una opinión pública que ya no puede seguir creyendo las sandeces y bobadas que han soltado a granel durante tanto tiempo.   

Lima, 4 de octubre de 2019.

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