martes, 10 de marzo de 2020

Otra vez los toros


    Ha regresado otra vez a la palestra de la opinión pública el asunto polémico de las corridas de toros y las peleas de gallos, a raíz de un reciente fallo del Tribunal Constitucional (TC) desestimando una demanda de un colectivo animalista que buscaba prohibirlas. La discusión ha vuelto a azuzar un enconado enfrentamiento entre quienes defienden la permanencia de dicha tradición, por más que se amparen en razonamientos febles y hasta pueriles, y quienes están por que termine desterrándose de una vez por todas una práctica bestial y sangrienta que termina con el sacrificio de un ser vivo ante los ojos extasiados de placer de una masa tribal y bárbara.
    El hecho ha alcanzado ribetes de comedia bufa cuando una periodista muy conocida del medio fue fotografiada en las graderías del coso de Acho observando, con enormes demostraciones de contento, una de las jornadas taurinas de reciente data. La imagen fue subida a las redes sociales señalando la condición de taurina de aquélla, quien no tuvo empacho en responder que era su derecho, lo cual recibió una cantidad de comentarios negativos, prácticamente un cargamontón, todos ellos agraviantes y ofensivos hacia la susodicha, lo que me pareció realmente de mal gusto, puesto que a un debate como éste, por muy controversial que pueda ser, sólo se puede ingresar con respeto, altura y conocimiento, aportando razonamientos e ideas, y no insultos ni frases destempladas. Motivo por el que decidí terciar con algunos puntos de vista que tal vez no sean nuevos, pues ya antes tuve ocasión de escribir algo sobre el mismo tema. Y para atizar aún más el fuego de la contienda, nada menos que el novelista Mario Vargas Llosa, conocido y orgulloso taurófilo, publicó un artículo incendiario que me ha permitido desmenuzar los argumentos en que basan su defensa los amantes de ese despiadado anacronismo. Es increíble la cantidad de argumentos deleznables que esgrime el escritor para defender un espectáculo indefendible desde todo punto de vista: desde el arte, la cultura, los derechos humanos, el respeto a la vida, entre los principales.
    En primer lugar, ese supuesto derecho de disfrutar de los toros, se restringe grandemente, si no se anula en absoluto, cuando implica inferir un daño, muchas veces seguido de muerte, a un ser vivo inocente en medio de una algarabía, no exenta de sadismo, de una turba que ha racionalizado el sangriento espectáculo como si fuera una excepcional diversión de orden estético. Para el caso, es irrelevante que esa masa de perversos mirones sea mayoría o minoría en una colectividad, pues está de por medio el derecho de los animales, tan válido en una sociedad democrática como el derecho de las personas. Aducen en su defensa los taurinos que lo mismo sucede en un camal, y no nos quejamos. Sí, pero a nadie se le ocurre hacer escarnio de ese acto expeditivo, ni cobrar entradas para presenciar el horrendo hecho, ni vestir al carnicero de monigote, con un ridículo traje, dizque de luces, para que, a través de pantomimas amaneradas, perpetre el crimen ritual. ¿Acaso tiene el ser humano el derecho, amparado en la tradición, de ser bárbaro? ¿Puede exigir la prerrogativa de ejercer su salvajismo con la protección legal que le faculta la venia de los jueces? La ciencia del Derecho, elaborada prolija y sesudamente por los estudiosos y tratadistas a lo largo de los siglos, no puede condescender a legitimar el oprobio, la involución, la farsa de la muerte.
    A aquellos que invocan su libertad y su derecho para gozar de las corridas de toros, habría que responderles con las palabras del profesor Pierre Aronnax, personaje narrador de la formidable novela Veinte mil leguas de viaje submarino de Julio Verne. Ante el inicial recibimiento, poco respetuoso, del capitán del Nautilus, el médico replicó: “Sería tal vez el derecho de un salvaje, pero de ningún modo el de un hombre civilizado”. A menos que se crea que hacer alarde de cuán salvaje o bárbaro es uno se ha puesto repentinamente de moda. No hay necesidad de ser “animalista” para reprobar violentamente ese espectáculo sanguinolento. ¿Hay que haber descendido hasta el fondo más siniestro de la crueldad contra otro ser vivo para entender en toda su dimensión la condición humana, como sugiere el novelista? En el colmo del sofisma argumental, el autor se permite equiparar un coso con una sala de conciertos o un escenario de ballet. Toda una descabellada y forzada comparación.
    Es verdad que constituye una práctica extendida en la mayoría de pueblos y comunidades del interior del país, especialmente de la sierra, donde no hay fiesta patronal que no se salde con una tradicional corrida de toros. Pero el hecho de ser una costumbre arraigada en las colectividades del país, no la hace inmune a los avances civilizatorios de la humanidad, que tiende a desterrar aquellas prácticas que entrañen un daño irreversible al ser humano, a los animales y a la naturaleza en general. Nadie puede, sanamente, arrogarse el ejercicio de su libertad o de su derecho cuando estos vulneran flagrantemente los más elementales principios del derecho a la vida y a la paz, que son primeros. Por tanto, no hay motivo alguno para felicitar a los miembros del TC por tan errónea decisión, sino lamentar profundamente cómo el más alto tribunal del país avala de esta manera una costumbre que entraña violencia, atraso y muerte.

Lima, 04 de marzo de 2020.

1 comentario:

  1. Hacen uso de la falacia Ad Antiquitatem. una lástima por el TC, no es la primera vez que defraudan.
    Buen post tío, lo he leído tres veces.

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