La novela histórica se ha convertido en los últimos tiempos
para mí en una veta literaria de gran interés, que me gusta explorar como lo
haría un arqueólogo entre los restos de una civilización del pasado, porque le
deja a la vez objetos valiosos para reconstruirlo como elementos suculentos
para la libre especulación intelectual. Es por eso que hará dos años, caminando
por entre los pabellones de una feria del libro de reciente data, me hallé
entre los estantes de una editorial con un título que en mi mente había
acariciado por algunos años. Estaba allí, entre otros volúmenes de literatura
mexicana, la novela Noticias del Imperio
(FCE, 2012) del escritor mexicano Fernando del Paso. Desde entonces ha
descansado apaciblemente entre los anaqueles de mi surtida biblioteca, hasta
ahora que he tenido la grata ocurrencia de acercarme a ella para gozar, durante
unas cuantas semanas, de una febril y emocionante lectura.
Sus veintitrés capítulos están organizados alternando el
relato desaforado del monólogo de la emperatriz Carlota, desde su reclusión en
el Castillo de Bouchout en Bélgica en 1927, para los capítulos impares; y la
narración de los sucesos que rodearon al establecimiento del Segundo Imperio en
México entre los años 1864 y 1867, con el archiduque Maximiliano de Austria a
la cabeza, para los capítulos pares. La emperatriz, esposa de Fernando Maximiliano
de Habsburgo, nos da su visión de los hechos, ese fulgurante experimento
promovido por un grupo de políticos y militares mexicanos a raíz de la invasión
francesa decretada por Napoleón III al haber desconocido el gobierno de Benito
Juárez la deuda que el país tenía con los franceses. La difícil situación
económica llevó al líder mexicano a tomar una decisión que despertó las ansias
imperialistas del sobrino de Napoleón Bonaparte.
El monólogo interior de Carlota, hija del rey Leopoldo de
Bélgica, es vertiginoso, fluido, incesante, de un lirismo arrebatado, que no se
detiene ante nada, pues aunque ella va perdiendo la memoria, su imaginación va
inventando el pasado. Ha regresado a Europa para solicitar ayuda ante la
retirada de las fuerzas francesas que sostenían el Imperio. En simultáneo, se
reconstruye la historia del Imperio, mejor sería decir que se recrea, a través
del cotejo que hace el autor entre Napoleón III, llamado el Pequeño, rey de
Francia, y Benito Juárez, el indio cetrino de Oaxaca, que hablaba zapoteca y
gobernaba México en 1861. Hay otros elementos en juego del contexto histórico,
como la reciente cesión de un importante territorio mexicano a los Estados Unidos,
empezando por la pérdida de Texas. Así como la presencia de Antonio López de
Santa Anna, presidente del país en varios períodos, personaje controversial,
héroe y traidor a la vez, y que jugó un papel clave en todo este proceso.
El 30 de octubre de 1861, las tres potencias marítimas del
mundo –Inglaterra, España y Francia– suscribieron la Convención Tripartita en
Londres, en la que decidieron su intervención militar en México con el objetivo
de exigir que cumpliera sus obligaciones financieras. Por su parte, Juárez
firmaría con los ingleses y españoles el Tratado de la Soledad, acuerdo que
desconoció el enviado francés, disponiéndose a ocupar el país y establecer el
Imperio. Hay episodios que matizan el relato de los acontecimientos, como el
baile de máscaras en el Palacio de las Tullerías en París, velada que sirve
como escenario para el diálogo entre Napoleón III y Metternich, el embajador de
Austria. Es importante agregar que Maximiliano era hermano de Francisco José,
el emperador austríaco. Es la manera en que se va tejiendo la trama de la
elección del archiduque como futuro monarca del país americano. Otro podría ser
la descripción precisa de la batalla de Puebla, primer enfrentamiento entre las
fuerzas invasoras y las nacionales, que el novelista presenta con lujo de
detalles, tal como acostumbraban hacer Víctor Hugo y Tolstoi en sus novelas.
También hay una embajada de diputados mexicanos, encabezados por José María
Hidalgo, que se dirige hasta Europa para solicitar que Maximiliano asuma el
trono de México.
La mañana del 14 de abril de 1864, los archiduques parten en
la fragata Novara rumbo a México
desde el embarcadero de Miramar, acompañados por un numeroso séquito que los
escolta. Antes de ello se produjo un altercado entre Maximiliano y su hermano
Francisco José por los derechos sucesorios consignados en el Pacto de Familia,
documento que elimina cualquier pretensión del archiduque para poder reclamar
algún derecho en la monarquía austríaca. Llegan al puerto de Veracruz la tarde
del 28 de mayo del mismo año. En su recorrido entre este puerto y la ciudad de
México tienen ocasión de probar algunos platillos de la tradicional cocina
mexicana, como el mole por ejemplo, y también de contemplar su magnífica flora:
cafetos, bananeros, agaves, jacarandas, buganvillas.
En algunos fragmentos el presidente Juárez dialoga son su secretario
sobre temas diversos de la realidad y los personajes del momento. En paralelo,
Maximiliano hace lo mismo con el Comodoro Matthew Fontaine Maury, oceanógrafo y
meteorólogo oficial del Imperio. Por lo demás, hay una polifonía de voces que
enriquecen la narración, entre ellos la del jardinero de la Quinta Borda, la
residencia de campo del emperador en Cuernavaca, cuya mujer, Concepción Sedano,
afirman las malas lenguas era la amante del archiduque. Es sabroso, para ser un
poco más prolijos, la plática entre el emperador Luis Napoleón, su esposa
Eugenia y la madre de ésta, la condesa de Montijo, mientras juegan a la lotería
con animales de todo el mundo. Hablan de la locura de Carlota, de su viaje a
París para pedir apoyo y de otros chismes palaciegos.
Entre las causas de la locura de la emperatriz se han urdido
numerosas hipótesis. Una de ellas habla del vudú, lo que es bastante
improbable, pues esta práctica religiosa no llegó a México; otra menciona al toloache o estramonio, una yerba que
ocasiona insania si se la ingiere regularmente; una tercera, alude al ololiuque, otra yerba que produce
“visiones y cosas espantables”; por último, se culpa al teoxihuitl o “carne de los dioses”, cuyos efectos son “la
enajenación mental definitiva, sin causar la muerte”. También se ha especulado
con un posible embarazo, a pesar de su conocida imposibilidad para concebir y
de que, según fuertes rumores, ya no mantenía relaciones maritales con
Maximiliano. Algo que tampoco está probado fehacientemente es el nacimiento de
su hijo en Bélgica, cuyo padre sería el general von Smissen. Vivía, por otro
lado, obsesionada por un posible envenenamiento, razón por la que una noche
tuvo que pernoctar en el Vaticano, autorizada por el Papa, sólo por única vez y
de modo excepcional.
Ante el retiro de las fuerzas francesas, Maximiliano fue
sitiado en Querétaro por los republicanos, ante quienes se rendiría en mayo de 1867, después de más de dos meses de
un asedio despiadado. Un tribunal militar condenó al emperador a la pena
capital, y al amanecer del 19 de junio de ese año –después de haberse pospuesto
la ejecución prevista para el día 16– Maximiliano y los generales Mejía y
Miramón fueron escoltados desde el Convento de las Teresitas, donde se hallaban
recluidos, hasta el Cerro de las Campanas para el acto final. Los restos del
archiduque fueron enterrados en la capital, y más adelante fueron trasladados a
su patria natal para que descanse en la cripta de su familia.
Fernando del Paso recrea, pues, en clave de ficción, el
corto período en que México fue gobernado por un Emperador, un reinado donde el
protagonismo de Carlota posee un atractivo singular, pues no sólo era la esposa
del monarca, sino que cuando él se ausentaba de la capital para sus viajes de
cacería, ella se encargaba del gobierno, y según dicen lo hacía con gran solvencia
y conocimiento. Su tipo de locura fue diagnosticada por un psiquiatra como una
psicosis maniaco-depresiva en la que se alternan momentos de euforia y
melancolía.
La novela es una narración autónoma por supuesto, pero es
posible leerla también como un intento, igualmente válido desde luego, de
entender el devenir histórico del país que albergó una poderosa civilización
precolombina, atravesó un proceso independentista especialmente cruento, perdió
buena parte de su territorio en una injusta guerra con su vecino del norte y
tuvo una revolución nacionalista a comienzos del siglo XX. Todo ello narrado
con una prosa ágil y amena, con buenos momentos de efusión lírica, sobre todo
en los largos soliloquios exultantes de la emperatriz, cuya muerte se produjo
en 1927, con 86 años de edad, en el Castillo de Bouchout, donde dio rienda
suelta a su desaforada locura escribiendo cartas estrambóticas y dedicando
todas sus horas libres a labores manuales.
Lima, 18 de septiembre de 2021.
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