La revelación de una impresionante cantidad de documentos que desnudan la actuación de las tropas de ocupación y sus aliados locales en el país de las mil y una noches, ha constituido una auténtica bomba informativa que ha hecho remecer los cimientos del mismísimo Pentágono en los Estados Unidos y ha levantado una ola de comentarios y declaraciones en sentidos contrarios en la prensa mundial.
El responsable de este remezón informativo es Julian Assange, un australiano de 39 años, de cabellera entrecana y escurridizo peregrinar, que dirige el portal Wikileaks, donde ha publicado, gracias a las filtraciones de que se ha valido, cerca de 400 000 documentos secretos de archivos clasificados sobre la guerra de Irak, que luego han rebotado en los más importantes diarios del mundo, como The New York Times, The Guardian, Der Spiegel, Al Jazeera, Le Monde y otros.
Se trata de vídeos, partes de guerra, informes de rutina y otros papeles que testimonian el accionar de los soldados enviados al país asiático por Bush y sus aliados a partir de 2003, y que ha dejado el saldo nefasto de 109 000 muertos, el 63% de los cuales son civiles, en una invasión cruenta e injustificable que ha complicado el panorama político de una zona del mundo ya de por sí caótica y aparentemente sin salida.
En ellos se pueden conocer los abusos, torturas, violaciones, asesinatos y otros atentados contra los derechos humados perpetrados tanto por las tropas estadounidenses como por soldados del ejército iraquí, en acciones muchas de ellas conjuntas en diversas regiones del país. Se pueden ver, por ejemplo, prisioneros con los ojos vendados, maniatados y recibiendo golpes, latigazos y descargas eléctricas. O los casos concretos, difundidos anteriormente por la prensa mundial, del fotógrafo de la agencia inglesa Reuters, fulminado por un disparo de mortero desde un helicóptero invasor al ser dizque confundido con un militante enemigo que blandía su arma -su cámara- para atacarlos; o el de Nabiha, la mujer embarazada que acudía de emergencia a un centro de salud, también acribillada por estos soldaditos de plomo que pareciera que jugaran inocentemente a la guerra. O los casos de la niña que jugaba en Basora y el de los discapacitados en un control de carretera, tiroteados inmisericordemente y a mansalva por estos agentes alados que desde el aire pueden cometer todo tipo de tropelías parapetados en la inmunidad y la impunidad que provee el anonimato. Esto es lo que ellos llaman, en el eufemismo más canalla, “daños colaterales”, como si la vida humana debiera estar supeditada a sus diabólicos objetivos bélicos.
En julio de este año Wikileaks había dado a conocer los llamados papeles de Afganistán, un volumen de 77 000 documentos que describían la invasión estadounidense a dicho país y que ocasionaron alrededor de 20 000 muertos. En 2004 también se conocieron los abusos que se cometían contra presos iraquíes en la cárcel de Abu Ghraib, en vídeos e imágenes inéditas que dieron la vuelta al mundo. Y en 1971 Daniel Ellsberg desveló los papeles del Pentágono sobre la guerra de Vietnam. Estos últimos son los antecedentes más sorprendentes de la labor que ahora emprende Assange y su portal incómodo, dolor de cabeza para el Departamento de Defensa yanqui, que ya ha puesto a 120 especialistas para que se ocupen de menguar los efectos de este material explosivo.
Después de haberme zambullido en sólo una parte de la información que al respecto ha publicado la prensa del mundo, he salido asqueado y sacudido por las espeluznantes revelaciones que contienen los documentos filtrados. Y aunque muchos acusen hipócritamente a Julian Assange de haber utilizado medios ilegales para conseguir el material en mención, condenando dicha actividad en nombre de principios que aluden a la privacidad y secretismo de los archivos citados, no puedo menos que celebrar el hecho de habernos entregado las pruebas contundentes de lo que legítimamente puede calificarse como crímenes de guerra, éstos sí condenables desde la perspectiva de los valores que consagran los organismos internacionales y que encarnan la democracia y la civilización occidentales.
La gente que vive en los Estados Unidos, pero que tiene otro origen, y que en muchos casos le está agradecida al país que le dio la oportunidad de alcanzar el éxito y la prosperidad material, no puede ignorar lo que significa la actuación del gran imperio gringo en el mundo. Pues el sueño americano alcanzado por algunos -ese privilegio minoritario y excepcional-, no puede avalar la pesadilla que sus fuerzas armadas imponen a los pueblos en muchas regiones del globo, y menos hacerlos juzgar la realidad mundial desde la óptica acomodaticia y muelle de su propio bienestar doméstico.
Lima, 29 de octubre de 2010.
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