Desde que el hombre sintió la necesidad, por naturaleza o por azar, de separarse y hacerse diferente de los animales, se ha valorado el saber como uno de los rasgos distintivos de nuestra especie. La aparición gradual de los centros de enseñanza, primero las escuelas en los monasterios o conventos y posteriormente las universidades como entidades autónomas, no ha hecho sino asentar en la cultura occidental la aventura del conocimiento como una de las conquistas más preciosas del espíritu humano.
Durante muchos siglos, que en realidad son pocos si los comparamos con la existencia del hombre sobre el planeta, los estudios universitarios nunca descuidaron esa visión universal del saber que es la razón de ser de su esencia, teniendo en las llamadas humanidades una de las fuentes inagotables de enriquecimiento y elevación del estudiante, sea cual sea la profesión que haya elegido.
La gran paradoja de nuestro tiempo, sin embargo, es que cuantos más estudios de post-grado existen -maestrías, doctorados, etc.-, somos, curiosamente, más incultos e ignorantes. La superespecialización de las denominadas carreras profesionales se ha convertido en el signo -gloria y condena a la vez- de esta época, que ha hecho del desprecio por la filosofía y las humanidades en general su santo y seña, la manifestación más notoria de su estrechez y su indigencia.
Un saber divorciado de las urgencias más profundas del ser humano; un saber muy a tono con las exigencias utilitarias de un mundo cada vez más digitalizado y robotizado, pero ajeno a esa preocupación esencial por el ser, destino y trascendencia del hombre, no puede producir sino una legión de técnicos especializados en las numerosas parcelas en que se ha dividido el conocimiento con el argumento de que así era lo conveniente para su mejor abordaje intelectual.
Emerson dijo siempre que la profesión universal es la de ser humano. El trascendentalismo preconizado por el gran pensador norteamericano, donde se funden armoniosamente una discreta religiosidad puritana y un fervoroso idealismo romántico, le hacía ver que, cualquiera fuera la aspiración terrena del hombre, y sobre todo si esa búsqueda tenía como meta el ejercicio de una profesión, jamás debía descuidarse esa visión superior sobre nuestro destino como seres dotados de cualidades especiales que deberíamos cultivar para alcanzar precisamente esa trascendencia.
Las universidades, que en los últimos tiempos han proliferado asombrosamente en nuestro medio, han contribuido indudablemente a ello, a ese gradual proceso de precarización de los estudios, que las ha hecho descender vertiginosamente de los niveles académicos e intelectuales que poseían hasta hace apenas unas décadas. Unos sistemas de ingreso poco exigentes, donde se tiene en cuenta más las posibilidades económicas del postulante que sus reales capacidades personales -especialmente en muchas de las universidades privadas-, ha traído como nefasta consecuencia la existencia de una muchedumbre de jóvenes cursando “estudios universitarios” sin ostentar verdaderamente el rango de verdaderos estudiantes universitarios.
Y la tendencia es que esas características se van a acentuar en los próximos años, si no hacemos nada para detener este avance en cantidad de los centros de enseñanza superior, pero no en calidad. El maestro Luis Jaime Cisneros decía que en nuestro país eran apenas un puñado de universidades las que merecían llevar ese nombre. Comprobarlo es relativamente fácil. Por poner un ejemplo: conversaba hace unos días con un joven estudiante de ciencias de la comunicación -de una universidad particular, por supuesto- sobre el porvenir de sus estudios, y me decía que la mayoría de sus compañeros estaban interesados por los aspectos visuales -fotografía, publicidad- de la comunicación, y no tanto por el periodismo o prensa, pues ello exigía leer y esas cosas.
Ya podemos imaginar el futuro del periodismo serio y fidedigno en manos de estos futuros señores versados en las ciencias de la comunicación. No quiero ni pensar en los abismos de miseria informativa y carencia de rigor de los medios del futuro, dirigidos, editados y escritos por estos estudiantes que reniegan del acto de leer, por estos “universitarios” ajenos al libro y a los textos en general. Ya podemos vislumbrar algo de ello en las publicaciones de la prensa chatarra, situación que al parecer se agravaría con la presencia de una caterva de egresados de las facultades sin la mínima y decorosa preparación.
Y esto que sucede con el periodismo también pasa con otras profesiones, sobre todo con el Derecho, de lo cual puedo dar fe. Así pues, tengo casi por una certeza incontestable que, en materia de estudios y especializaciones, a los que se ha lanzado en forma desbocada nuestra época, ello sólo producirá seres deformes y contrahechos, mas no auténticos hombres de cultura.
Lima, 31 de diciembre de 2011.
Estoy completamente de acuerdo con lo expresado en el artículo.
ResponderEliminarAdemás, imagino que dada la complejidad operativa de los procedimientos que se aplican en las empresas de hoy en día, los administrativos y obreros de antaño han sido reemplazados por los licenciados o ingenieros actuales. Y otro tanto podría ocurrir en las diferentes áreas de las ciencias, el comercio y la producción.