El acontecimiento literario del año que
acaba de terminar ha sido, sin duda, la publicación de la novela Contarlo todo (Mondadori, 2013), ópera
prima del joven escritor peruano Jeremías Gamboa, precedida de una expectante
espera tanto en el mundo editorial como entre los lectores de muchos países de
habla hispana. Durante meses se especuló, se habló, se debatió intensamente en
los medios lo que habría de entregarnos finalmente como producto, luego de una
larga inmersión en el proceso creativo de esta fascinante historia.
En todo caso, ha sido espléndido el debut
como novelista de este ya cuajado narrador, que ha recibido elogiosos
comentarios de nada menos que del Nobel peruano Mario Vargas Llosa, quien
propiamente se ha erigido en una suerte de valedor literario de las cualidades
y las bondades de esta su primera obra de envergadura. Hecho que se pudo
constatar en la Feria del Libro de Guadalajara, adonde ha acudido Jeremías
Gamboa para la presentación de su novela en medio del fasto previsible de las
palabras laudatorias de los libreros, los editores, los críticos, los
comentaristas de toda laya que tuvieron ocasión de reunirse en esa ocasión.
La novela cuenta las peripecias vitales de
Gabriel Lisboa, un joven provinciano que se establece en la capital para
forjarse un porvenir en el mundo del periodismo y de la literatura. Sus inicios
son prometedores como estudiante de historia en la Universidad de San Marcos,
carrera de la que tiene que desistir por el ambiente caldeado que se vivía en
la cuatricentenaria en esos años violentos, en medio de la guerra subversiva
que padeció el Perú. Pero sobre todo porque su tío Emilio, en cuya casa estaba
alojado, le consigue la posibilidad de obtener una beca para estudiar en la más
cara de las universidades privadas del país.
Al conseguir la beca se produce un cambio
fundamental en la vida de Gabriel, pues a la par que inicia sus estudios de
Comunicaciones en la Universidad de Lima, también empiezan sus primeros tanteos
en la creación literaria, escribiendo versos y relatos que luego comparte con
sus amigos. Y en los periodos vacacionales Gabriel debe trabajar para conseguir
algunos ingresos que le permitan subsistir en un medio difícil para todo
estudiante de su condición. Pero el episodio decisivo vendría cuando el tío
Emilio, que trabajaba en una pizzería de Miraflores, llega un buen día
anunciando con gran algazara que tiene una buena noticia para Gabriel: le había
conseguido un trabajo a través de un cliente muy conocido del restaurante donde
trabajaba, a quien se había atrevido a acercarse venciendo grandes dudas y
aprensiones.
Se trataba de Francisco de Rivera,
subdirector de la revista Proceso, un
semanario de prestigio y de gran influencia en el panorama político del país. Pero
como pasaban por un periodo de crisis, y por lo tanto todavía no requerían
colaboradores, Gabriel fue admitido como un simple practicante sin sueldo. Los
pasajes y los almuerzos le fueron sufragados por su tío. La experiencia fue
fructífera para Gabriel, pues además de ir conociendo los entretelones del
mundo periodístico, pudo conocer a personalidades de gran recorrido y nombradía
en ese medio, así como a jóvenes entusiastas que comenzaban a hacer sus pininos
en prensa escrita.
No es difícil reconocer a conocidos
periodistas de nuestro medio, enmascarados tras nombres ficticios en la novela,
siendo protagonistas de los primeros pasos del personaje principal en su
búsqueda existencial y en la definición de una vocación. Por ejemplo, y por
poner solo dos casos, cualquiera puede identificar a Fernando Ampuero en la
figura de Francisco de Rivera, y a Raúl Vargas en la de Saúl Vegas, el robusto
y bronco jefe de la oficina donde practicaba Gabriel.
Toda la primera parte de la novela es la
descripción del intenso recorrido que hace el protagonista por los escalones
más importantes de la prensa limeña, hasta coronarlo con el exitoso
nombramiento como redactor de la revista Semana,
una de las publicaciones más exitosas del diario La Industria. Todos podemos identificar a la revista Somos y al diario El Comercio en su versión ficticia, medios en los que el autor,
Jeremías Gamboa, ejerció magníficamente el periodismo en los años noventa del
siglo pasado.
En la segunda, el giro que toma hacia la
vida sentimental del protagonista, las escapadas nocturnas con sus tres
inseparables amigos, jóvenes letraheridos como él, sus aventuras y pasiones,
los primeros escarceos del amor y el sexo, hacen que la novela adopte una
intensidad a ritmo de vértigo, especialmente cuando se siguen las tribulaciones
de Gabriel con sus primeras experiencias al lado de Cecilia, Claudia y, sobre
todo, Fernanda. Es también el instante en que el joven héroe cuestiona todo ese
aparente éxito, se cuestiona desde las supremas exigencias de su vocación de
escritor, abandona todo con el fin de asumir y seguir, desde la más desnuda
condición humana, el grito, más que llamada, que brota desde sus profundidades.
Novela bien contada, historia de una
educación sentimental y un aprendizaje de vida, además de esa afanosa búsqueda
de sí mismo, en la mejor tradición de lo que el propio autor ha señalado como
sus tres influencias decisivas para escribir este libro: El pez en el agua, La vida
exagerada de Martín Romaña y País de
Jauja; cumple a cabalidad aquello que uno de los personajes había señalado
como la tarea por excelencia del novelista, la cual no sería otra que “detener
la corriente de la vida real o congelarla para generar otra corriente, suya,
hecha con palabras”.
Algo ha quedado sin decir, indudablemente,
en esta primera entrega del novel novelista, desafío que él ha prometido
acometer próximamente, exigencia personal que a veces puede perfectamente
coincidir con lo que esperan sus lectores, pero que brotan, finalmente, de sus
pulsiones más hondas.
Lima 14 de enero
de 2014.
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