martes, 18 de febrero de 2014

Contarlo casi todo



     El acontecimiento literario del año que acaba de terminar ha sido, sin duda, la publicación de la novela Contarlo todo (Mondadori, 2013), ópera prima del joven escritor peruano Jeremías Gamboa, precedida de una expectante espera tanto en el mundo editorial como entre los lectores de muchos países de habla hispana. Durante meses se especuló, se habló, se debatió intensamente en los medios lo que habría de entregarnos finalmente como producto, luego de una larga inmersión en el proceso creativo de esta fascinante historia.
     En todo caso, ha sido espléndido el debut como novelista de este ya cuajado narrador, que ha recibido elogiosos comentarios de nada menos que del Nobel peruano Mario Vargas Llosa, quien propiamente se ha erigido en una suerte de valedor literario de las cualidades y las bondades de esta su primera obra de envergadura. Hecho que se pudo constatar en la Feria del Libro de Guadalajara, adonde ha acudido Jeremías Gamboa para la presentación de su novela en medio del fasto previsible de las palabras laudatorias de los libreros, los editores, los críticos, los comentaristas de toda laya que tuvieron ocasión de reunirse en esa ocasión.
     La novela cuenta las peripecias vitales de Gabriel Lisboa, un joven provinciano que se establece en la capital para forjarse un porvenir en el mundo del periodismo y de la literatura. Sus inicios son prometedores como estudiante de historia en la Universidad de San Marcos, carrera de la que tiene que desistir por el ambiente caldeado que se vivía en la cuatricentenaria en esos años violentos, en medio de la guerra subversiva que padeció el Perú. Pero sobre todo porque su tío Emilio, en cuya casa estaba alojado, le consigue la posibilidad de obtener una beca para estudiar en la más cara de las universidades privadas del país.
     Al conseguir la beca se produce un cambio fundamental en la vida de Gabriel, pues a la par que inicia sus estudios de Comunicaciones en la Universidad de Lima, también empiezan sus primeros tanteos en la creación literaria, escribiendo versos y relatos que luego comparte con sus amigos. Y en los periodos vacacionales Gabriel debe trabajar para conseguir algunos ingresos que le permitan subsistir en un medio difícil para todo estudiante de su condición. Pero el episodio decisivo vendría cuando el tío Emilio, que trabajaba en una pizzería de Miraflores, llega un buen día anunciando con gran algazara que tiene una buena noticia para Gabriel: le había conseguido un trabajo a través de un cliente muy conocido del restaurante donde trabajaba, a quien se había atrevido a acercarse venciendo grandes dudas y aprensiones.
     Se trataba de Francisco de Rivera, subdirector de la revista Proceso, un semanario de prestigio y de gran influencia en el panorama político del país. Pero como pasaban por un periodo de crisis, y por lo tanto todavía no requerían colaboradores, Gabriel fue admitido como un simple practicante sin sueldo. Los pasajes y los almuerzos le fueron sufragados por su tío. La experiencia fue fructífera para Gabriel, pues además de ir conociendo los entretelones del mundo periodístico, pudo conocer a personalidades de gran recorrido y nombradía en ese medio, así como a jóvenes entusiastas que comenzaban a hacer sus pininos en prensa escrita.
     No es difícil reconocer a conocidos periodistas de nuestro medio, enmascarados tras nombres ficticios en la novela, siendo protagonistas de los primeros pasos del personaje principal en su búsqueda existencial y en la definición de una vocación. Por ejemplo, y por poner solo dos casos, cualquiera puede identificar a Fernando Ampuero en la figura de Francisco de Rivera, y a Raúl Vargas en la de Saúl Vegas, el robusto y bronco jefe de la oficina donde practicaba Gabriel.
     Toda la primera parte de la novela es la descripción del intenso recorrido que hace el protagonista por los escalones más importantes de la prensa limeña, hasta coronarlo con el exitoso nombramiento como redactor de la revista Semana, una de las publicaciones más exitosas del diario La Industria. Todos podemos identificar a la revista Somos y al diario El Comercio en su versión ficticia, medios en los que el autor, Jeremías Gamboa, ejerció magníficamente el periodismo en los años noventa del siglo pasado.
     En la segunda, el giro que toma hacia la vida sentimental del protagonista, las escapadas nocturnas con sus tres inseparables amigos, jóvenes letraheridos como él, sus aventuras y pasiones, los primeros escarceos del amor y el sexo, hacen que la novela adopte una intensidad a ritmo de vértigo, especialmente cuando se siguen las tribulaciones de Gabriel con sus primeras experiencias al lado de Cecilia, Claudia y, sobre todo, Fernanda. Es también el instante en que el joven héroe cuestiona todo ese aparente éxito, se cuestiona desde las supremas exigencias de su vocación de escritor, abandona todo con el fin de asumir y seguir, desde la más desnuda condición humana, el grito, más que llamada, que brota desde sus profundidades.
     Novela bien contada, historia de una educación sentimental y un aprendizaje de vida, además de esa afanosa búsqueda de sí mismo, en la mejor tradición de lo que el propio autor ha señalado como sus tres influencias decisivas para escribir este libro: El pez en el agua, La vida exagerada de Martín Romaña y País de Jauja; cumple a cabalidad aquello que uno de los personajes había señalado como la tarea por excelencia del novelista, la cual no sería otra que “detener la corriente de la vida real o congelarla para generar otra corriente, suya, hecha con palabras”.
     Algo ha quedado sin decir, indudablemente, en esta primera entrega del novel novelista, desafío que él ha prometido acometer próximamente, exigencia personal que a veces puede perfectamente coincidir con lo que esperan sus lectores, pero que brotan, finalmente, de sus pulsiones más hondas.

Lima 14 de enero de 2014.
      

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