Ahora que ya tenemos casi completas las
planchas electorales que aspiran a convertirse en alternativas de gobierno para
las elecciones del 10 de abril, no podemos sorprendernos ante la conformación
de las mismas, si tenemos en cuenta la enrevesada mescolanza que vemos en las
llamadas alianzas o coaliciones, que se han formado con el único fin de salvar
sus membretes políticos o de auparse al próximo gobierno desde las tablas de
salvación de una asociación de conveniencia.
Así
nos vengan con el viejo cuento de la gobernabilidad, el bien del país y otras
paporretas aprendidas en la interesada escuela del más burdo pragmatismo, no
debemos perder de vista los reales intereses en juego, los verdaderos planes y
objetivos que poseen los distintos grupos inscritos en el Jurado Nacional de
Elecciones. Sobre todo de aquellos que, según las benditas encuestas, encabezan
las preferencias políticas de los electores peruanos.
Tal pareciera que a la gran mayoría les
gusta oír la voz monocorde de cinco ventrílocuos que repiten, con algunas
diferencias de tono y tesitura, el mismo discurso del rollo neoliberal que nos
rige desde hace más de dos décadas, con los resultados que saltan a la vista.
Por un lado, tenemos como candidata favorita a la hija de un expresidente preso
por delitos graves contra el Estado y los derechos humanos. Su meta es
clarísima, por más que por razones de estrategia realice algunos movimientos
con el fin de impactar en sectores con escasa perspicacia política, como por
ejemplo desbancar de la lista de candidatos al Congreso a tres figuras notorias
del más rancio fujimorato.
Por otro lado, un lobista profesional que
trata de encandilar al ciudadano común, con sus poses efectistas de político
cuajado y gran conocedor de las finanzas internacionales, que vende su imagen
de relacionista público global como si fuera el perfecto aval de nuestro
desarrollo y crecimiento. Nadie debe ignorar la trayectoria sinuosa de este
personaje, desde aquella bochornosa actuación de los años sesenta, cuando
siendo ya funcionario del primer gobierno del presidente Belaúnde, estuvo
envuelto en sucios negociados que lesionaron la economía nacional, hasta su última
participación como ministro de las grandes corporaciones enquistado en el
gabinete del régimen de Alejandro Toledo.
Luego viene un señor que ha surgido del
dinero a raudales, que cree que un país se puede gobernar desde la petulancia
de la riqueza material, desde el exhibicionismo ostentoso de los bienes
fungibles que posee. Dueño de una cadena de universidades repartidas a nivel
nacional, especialmente en la costa norte y Lima, ha ocupado cargos políticos
de cierta relevancia, como la alcaldía de Trujillo y el gobierno regional de La
Libertad. Gusta vanagloriarse de sus títulos y diplomas, pero cuando le toca
pronunciar un discurso o una simple declaración periodística, desnuda toda su
indigencia intelectual y su pretendida apuesta por la educación se viene por
los suelos.
Después tenemos a un expresidente que se
libró de la justicia tan sólo por el vicioso expediente del tiempo
transcurrido, es decir la famosa prescripción. Se ha aliado a un añoso partido
conservador, de quien denostó en el pasado, con el único fin de salvarse ambos
de la temida valla electoral. No es para nada nuevo este tipo de alianzas en un
partido que a lo largo de su historia se ha caracterizado por los más
promiscuos amarres con sus otrora enemigos o perseguidores. Aunque las
ideología que representan, por lo menos formalmente, han actuado de manera
similar en otros países del mundo, lo que aquí se observa es puro oportunismo y
mero afán de sobrevivencia.
Creo que hay poco que decir del quinto en
cuestión, también expresidente, acusado seriamente por un caso de lavado de
activos, y que hasta el presente sigue siendo ventilado su situación por la
justicia nacional. Sin opción alguna, se ha dedicado a petardear a diestra y
siniestra a sus adversarios de turno. Contrariamente, hay un joven contendiente,
presentado por la prensa como el outsider
de la presente campaña, con una buena formación académica y cierta experiencia
en la administración pública, pero cuyas ideas navegan muy cercanas a lo que
establece el orden imperante, y que más parece un tecnócrata, de aquellos que
hemos tenido en las últimas décadas a montones, que un verdadero líder político
que busca romper con lo tradicional y ofrecer alternativas interesantes de
cambio, al estilo de un Pablo Iglesias en España, por ejemplo.
Me apena profundamente lo que ocurre con
la izquierda, pues a pesar de los serios esfuerzos de un grupo de militantes de
diferentes partidos o agrupaciones para armar una candidatura de consenso, no
ha logrado sus propósitos que hubiesen podido servir para conseguir un
resultado más o menos alentador. Aun así, me sigue pareciendo que la única manera
decente de votar este 10 de abril es haciéndolo por Verónika Mendoza, la
candidata del Frente Amplio, honesta representante de un sector político que
merece tener una oportunidad para ejercer el poder. Podría serlo también en el
caso de Alfredo Barnechea, quizá el mejor candidato de todos, mas el partido
por el que va, Acción Popular, no es precisamente la mejor carta de
presentación ni el más adecuado aparato partidario para una personalidad de su
nivel.
Lima,
6 de enero de 2016.
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