Uno de los géneros periodísticos más
populares debe ser, indudablemente, la entrevista. Se hacen a diario en las
diversas plataformas de los medios de comunicación, a los personajes más
disímiles del momento, ya sean del mundo político, deportivo, cultural,
religioso, etc. El intercambio de puntos de vista a que somete un periodista a
su invitado, pautado por una serie de preguntas y repreguntas, suele ser las
más de las veces entretenido, pues el diálogo vivo mantiene en vilo el interés
de quien se preste a verlo, oírlo o leerlo.
Según las preferencias de cada quien, las
entrevistas atraen por ser ágiles, amenas –esto según la versatilidad del
entrevistador– y muy informativas. Uno sale de ellas conociendo más al
entrevistado, sabiendo mejor sobre sus opiniones e ideas, y haciéndose un
esquemático perfil sobre su personalidad. Quizás sea, por eso mismo, el formato
de más fácil seguimiento para quien se disponga a ser su gozoso seguidor.
Eso sucedió con el que esto escribe, y
estoy seguro que con muchas personas más, el pasado miércoles 16 de diciembre,
cuando el canal del Estado presentó en el programa La función de la palabra, la entrevista realizada por el conductor
del mismo, Marco Aurelio Denegri, al conocido periodista César Hildebrandt. Se
venía anunciando en días anteriores el esperado encuentro, motivo por el que me
dispuse a organizar de tal modo mis actividades para estar libre aquel día a la
hora señalada.
Aguardé con gran expectación el programa
referido, así como, presumiblemente, aguardan los fanáticos del fútbol un
encuentro entre el Real Madrid y el Barcelona, o alguna final de cualquiera de
los campeonatos que existen en el mundo de ese deporte. Dicho y hecho; minutos
antes de las diez de la noche ingresaba a mi casa con las ansias al tope, esperando
el momento exacto para ser partícipe privilegiado de ese diálogo que prometía
ser excepcional.
La conversación se extendió por diversos
temas, entre ellos la degradación de los programas de televisión, el deterioro
de la prensa, la campaña política y los candidatos, el significado de un
programa como ese en la perspectiva marrullera del rating y sus exigencias de
mercado, que han terminado por presentarnos un panorama absolutamente indigente
en cuanto a producción nacional, entre otros tópicos. En medio de citas de
Cioran, Sartoris, Camus y otros, los interlocutores han discurrido largamente
sobre el pesimismo y su dimensión filosófica, sostenidos por la famosa frase
del pensador francés, autor de El mito de
Sísifo, sobre la primerísima importancia del suicidio para la filosofía
universal.
El nivel alcanzado por ambos personajes
difícilmente puede ser replicado en la televisión nacional, y a pesar de no
gozar precisamente del favor de las benditas mediciones de sintonía, se pudo
constatar que los índices de audiencia alcanzados ese día, superaron largamente
a sus propios estándares, e incluso al de otros programas de las demás
televisoras. Eso demostraría que cuando al pueblo se le da cultura, o se le
ofrece algo con lo que no sólo pueda entretenerse sino también enriquecerse, la
respuesta es positiva; pero como los mercachifles de la pantalla chica creen
que sólo la basura vende, han acostumbrado, desgraciadamente, a la gente a
consumir esos productos impasables y nauseabundos que se promocionan como los
que gozan del favor mayoritario del público.
El formato del mencionado programa es
absolutamente inusual para estos tiempos, pues como reza su propio nombre, el
protagonismo pleno lo tiene la palabra, en desmedro del gran fetiche de un
medio como ese, que es la imagen; la palabra como vehículo de comunicación,
como depositaria del conocimiento y como arcilla maravillosa para el
engrandecimiento y solaz estético de los hombres.
Lima,
15 de enero de 2016.
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