Tras dos semanas de protestas, donde el
pueblo puertorriqueño se volcó masivamente a las calles, ha caído finalmente el
gobernador Ricardo Roselló, en medio de un escándalo que ha colmado la
paciencia de los sufridos y pacíficos habitantes de la isla, a raíz de la
revelación hecha por un grupo de investigación periodística, de cerca de
novecientas páginas de conversaciones de chat
de la red social Instagram, que han
sostenido el propio gobernador y miembros cercanos de su círculo de poder.
Cuando el pasado 13 de julio, gracias al
Centro Periodístico de Investigación (CPI), se dieron a conocer los diálogos
virtuales de un grupo de mensajería virtual, todo Puerto Rico reaccionó
indignado y ofendido porque en ellos el gobernador y sus más próximos
colaboradores, se expresaban en términos vulgares, groseros e insultantes de
diversas personalidades del mundo político, social y artístico del país, incluso
de Estados Unidos, a través de comentarios machistas, misóginos y homofóbicos. Todo
lo habían soportado casi en silencio, los casos de corrupción destapados hace
algunos años, la ineficiente gestión del desastre que dejó el huracán María
hace dos años –de cuyas víctimas también hacían mofa, los muy zafios–, la
corrupción gubernamental endémica, etc. Pero cuando hace unas semanas se detuvo
a dos funcionarias de la administración, acusadas de graves manejos e
irregularidades, y luego se conocieron los improperios que proferían los hombres
ligados al régimen, la población literalmente tomó la calle, y todos los días
desde entonces no han cesado las manifestaciones de rechazo y repudio ante la
residencia oficial de La Fortaleza, exigiendo la renuncia de Roselló a un cargo
para el que evidentemente no estaba calificado.
En los días siguientes se fueron apartando
del poder los directamente concernidos en las conversaciones, dejando solo en
el mismo al gobernador, que se aferró hasta el último a su cargo. Salió a
disculparse en un mensaje transmitido por televisión, anunciando que no
postularía para su reelección el próximo año y que dejaba la presidencia del
Partido Nuevo Progresista (PNP). Sin embargo, el pueblo no podía contentarse
con tan poco, pues interpretaba que la única solución digna era su salida. Ante
la presión popular, más el liderazgo de conocidas figuras del mundo de la
música, que llegaron a San Juan para encabezar las protestas –tres de ellas,
exponentes de géneros en boga, compusieron en un día la canción Afilando los cuchillos, que dio marco musical
a la lucha–, y los preparativos en el parlamento para el inicio de un juicio
político que podría acabar en su destitución, no le quedó más remedio que
dimitir el miércoles último. Prefirió irse antes que enfrentar el bochornoso
proceso del impeachment que hubiese
sido verdaderamente humillante. Aunque esto último ya no se sabe, con lo que ha
crecido el cinismo y la desvergüenza en esta época.
Pero aparte del hecho visible que estalló
en una crisis de ribetes históricos, hay un asunto de fondo que merece un
análisis más detenido. Se trata del comportamiento del ser humano ante el mundo
de las comunicaciones de la que es parte, pues antes de la eclosión de estas
llamadas redes sociales, una persona podía más o menos exhibir una buena
educación, modales adecuados, control y mesura en sus expresiones públicas, aun
cuando en su ámbito privado diera rienda suelta a otro tipo de actitudes y de vocabulario;
mas ahora, ayudado por la inmediatez y la facilidad que le proveen los modernos
medios tecnológicos, no es capaz de refrenarse y pensarlo dos veces antes de
soltar alguna barbaridad que, deben saberlo igualmente ellos, en algún momento
saldrá a la luz. Ya lo hemos visto en el Perú con el tristemente célebre chat La Botica del partido Fuerza
Popular, compendio de expresiones soeces, vulgaridades, injurias y frases
cacofónicas vertidos por miembros de dicha agrupación, dirigidos a las
autoridades del gobierno y a líderes políticos de otras formaciones. Es como si
cada quien tuviera un pozo de inmundicia que cultivara diligentemente en su
alma, y que ante la menor provocación, o a veces sin ella, se derramara
impúdicamente sin el menor empacho de su dueño. Ya no podemos asombrarnos de
que aquellos personajes que ocupan puestos expectantes en la sociedad,
especialmente políticos, revelen cada vez más esa entraña perversa y
maloliente, producto de una educación de decorado, superficial, falsa, pues lo
que en verdad son está expuesto sin tapujos en ese léxico indigente, chapucero,
guarro, insulso y de sentina, vehículo esclarecedor de su primitivismo y
barbarie esencial.
Lima,
25 de julio de 2019.
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