Como se quedaron varios sucesos en el tintero de aquello que
relaté en la primera parte, pretendo completar con esta segunda entrega algunos
apuntes que no podían quedar relegados en el olvido. El primero de ellos se
refiere a la visita que hicimos a los murales tunanteros de Yauyos. Fuimos dos
veces. La primera fue una noche en que tomamos el rumbo del puente para
ingresar por la Av. Primero de Mayo, la principal que da acceso a la plaza principal
del distrito. Cerca ya a la plaza se podía divisar en las fachadas de las casas
que bordean el recinto imágenes alusivas a la fiesta más importante del pueblo,
pinturas de chutos, huatrilas, príncipes, tucumanos y otros en una seguidilla
que se prolongaba por el Jr. Cuzco, cuyas calles empedradas y en cuesta me
hicieron recordar inmediatamente al famoso barrio de San Blas en el Cuzco. Sin
embargo, como ya había oscurecido, no pudimos apreciar en todo su esplendor
estos murales temáticos. Así que el regreso se produjo unos días después, pero
muy temprano por la tarde. Lo que no contamos es que una vez hecho el
recorrido, con mejores vistas que la anterior, se precipitara en la ciudad una
torrencial lluvia que nos obligó a guarecernos en una tiendecita que casi daba
frente a la plaza. Una señora de trato amable nos albergó en su local y nos
sirvió humeantes cafés con empanadas y arepas venezolanas. Nos contó que hace
como tres años llegó al Perú, huyendo de las condiciones difíciles de su país,
al que añora volver alguna vez porque allá quedaron sus padres, hermanos y
otros familiares. La plática fue amena, mientras afuera resonaban los truenos y
los relámpagos azotaban el cielo con sus látigos de luz, y una lluvia tenaz
convertía las calles en riachuelos torrentosos que discurrían ciudad abajo.
Otro día tocó la visita a la feria. En realidad, fueron
varias las veces que paseamos por sus instalaciones, pues es bien sabido que en
Jauja éstas se realizan los días miércoles y domingos. Recuerdo a esta ocasión,
que cuando era colegial hacía el recorrido todos los días por las calles
céntricas de la ciudad, y los miércoles, días de feria –pues en aquella época
ésta se ubicaba en la plaza principal y jirones aledaños– tenía la suerte de
pasar por donde se ponían las vendedoras de pescado frito, cuyo olor a esas
horas que volvía del colegio me hacían agua la boca, un aroma único que siempre
he asociado a lo delicioso de esos platillos de nuestra culinaria nacional. Lo
curioso es que nunca pude probar lo que aquellas señoras vendían, conformándome
con ese aliento que halagaba mi olfato, pues sabía que en mi casa me esperaba
el almuerzo puntual que esa mujer
maravillosa que era mi abuelita preparaba con la sazón insuperable de su generoso
corazón. Así que siempre me quedó pendiente esa incursión en la comida
callejera que jamás había realizado. Por lo que esta vez, caminando por la
feria, que ahora se ubica en el barrio El Porvenir, entre las avenidas Bruno
Terreros, Mariscal Cáceres y calles transversales, y siendo la hora del
mediodía, estuve dispuesto a cumplir ese antiguo deseo. Pues la verdad que no
me arrepiento, valió la pena esperar cuarenta años para este cometido. Nos
ubicamos en un toldito donde dos fornidas señoras tenían lista la sartén con el
aceite hirviente para cocinar el pescado elegido. El festín fue increíble, un
plato de arroz, yucas, y cubriéndolo todo un generoso trozo de pescado frito
despidiendo el mismo olor de antaño. Todo ello acompañado con un platillo de
salsa criolla más ají al gusto. Terminado el banquete, me fue dado saborear el
dulce de caya más increíble en muchos siglos de sibarita contumaz. Una vendedora
de dulces, a unos pasos de la pescadera, ofrecía estas delicias de la
repostería jaujina, y como hacía un montón de años que no saboreaba de las que
hacía en casa la abuelita bendita, pues no lo pensé dos veces y me llevé una
buena porción para degustarla con mayor fruición una vez pasado el almuerzo.
La feria de Jauja es todo un caleidoscopio de productos de
la más diversa naturaleza, uno encuentra ropa, calzados, sombreros, abarrotes,
frutas, verduras, artefactos eléctricos y digitales, etc. Al pasar por uno de
estos puestos, me encantó un aparato de radio modelo antiguo, pero con todos los
aditamentos de los que fabrican hoy en día, incluido conexión a Bluetooth, que
permite escuchar música o lo que uno quiera utilizando un celular con internet.
El precio era módico, así que me hice con él y ahora disfruto toda la riqueza
del YouTube a través del sonido especial de esta radio que me hace recordar al
que había en mi casa cuando era niño, y donde estoy seguro oí por primera vez
una emisión radial. Reminiscencias personales, o fijaciones infantiles, dirían
los psicoanalistas, mas una buena forma de integrar el pasado con el presente a
través de un símbolo con todas las connotaciones de calor familiar, recuerdos
de niñez, nostalgia y recuperación de la memoria ancestral.
Y algo más, que tal vez debí contar al inicio: el aeropuerto
Francisco Carlé, el único de la región, envidia tal vez de otras provincias o
motivo de fricciones con la provincia de Huancayo, cuyas autoridades se empeñan
en construir uno en Orcotuna, sabiendo que es imposible por los múltiples
estudios que han demostrado hasta la saciedad su inviabilidad. Además, es
absurdo duplicar esfuerzos tratando por capricho de tener uno propio, cuando
perfectamente el de Jauja puede mejorarse e implementarlo para convertirlo en
uno de rango internacional, que permita el servicio de aviones de mayor calado
y por supuesto con mayor tráfico que beneficiaría a toda la región. Huancayo
está a sólo treinta minutos en automóvil, por lo tanto para qué buscarle tres
pies al gato empecinándose en otro teniendo uno prácticamente a la mano. Cuando
uno llega al aeropuerto de Lima, el trayecto hasta nuestro domicilio varía en
ese rango de media hora a una hora, o quizás más, lo cual demuestra la necedad
de quienes tercamente se encastillan en su inútil proyecto. En fin, por lo
visto los objetivos políticos de algunos personajes están totalmente
divorciados de la realidad, no tienen la suficiente perspectiva de miras para
detectar cómo alcanzar el desarrollo con un mínimo de esfuerzo y una dosis más
de cooperación.
No podía faltar, el último día de estadía, una breve visita
a la laguna de Paca, para saborear una suculenta pachamanca y sentir de paso la
brisa encantada de la mítica deidad provincial. Observar la superficie de las
aguas, rielando a esa hora de la tarde, teniendo como fondo las onduladas colinas
de los cerros contiguos, nos devuelve una imagen perenne en los ojos de todos
los hijos de estas tierras, para quienes este paisaje adquiere el símbolo por
excelencia de su identidad jaujina, la referencia indubitable de su ser y su
sentir, el escenario más entrañable de su espíritu hecho naturaleza.
Al caer la tarde, vísperas ya del viaje de retorno, sufrí el
asalto de las musas, quienes me dictaron los siguientes versos:
ÚLTIMO ATARDECER EN JAUJA
El sol poniente
ilumina nostálgico
tras de un rebaño
de nubes violetas.
El horizonte que corona
la cima de la montaña
deja adivinar en la lejanía
la luz agonizante del día.
Las torres de la iglesia
y los ocres tejados se parapetan
tras un bosque de eucaliptos
que mudos contemplan
las sombras que crecen
en la tarde estival.
Como un ojo de amarillo
antiguo, guiña desde su
veladura gaseosa
el astro que desciende.
Lima, 28 de febrero de 2022.
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