sábado, 12 de marzo de 2022

Imagen de Jauja (II)

Como se quedaron varios sucesos en el tintero de aquello que relaté en la primera parte, pretendo completar con esta segunda entrega algunos apuntes que no podían quedar relegados en el olvido. El primero de ellos se refiere a la visita que hicimos a los murales tunanteros de Yauyos. Fuimos dos veces. La primera fue una noche en que tomamos el rumbo del puente para ingresar por la Av. Primero de Mayo, la principal que da acceso a la plaza principal del distrito. Cerca ya a la plaza se podía divisar en las fachadas de las casas que bordean el recinto imágenes alusivas a la fiesta más importante del pueblo, pinturas de chutos, huatrilas, príncipes, tucumanos y otros en una seguidilla que se prolongaba por el Jr. Cuzco, cuyas calles empedradas y en cuesta me hicieron recordar inmediatamente al famoso barrio de San Blas en el Cuzco. Sin embargo, como ya había oscurecido, no pudimos apreciar en todo su esplendor estos murales temáticos. Así que el regreso se produjo unos días después, pero muy temprano por la tarde. Lo que no contamos es que una vez hecho el recorrido, con mejores vistas que la anterior, se precipitara en la ciudad una torrencial lluvia que nos obligó a guarecernos en una tiendecita que casi daba frente a la plaza. Una señora de trato amable nos albergó en su local y nos sirvió humeantes cafés con empanadas y arepas venezolanas. Nos contó que hace como tres años llegó al Perú, huyendo de las condiciones difíciles de su país, al que añora volver alguna vez porque allá quedaron sus padres, hermanos y otros familiares. La plática fue amena, mientras afuera resonaban los truenos y los relámpagos azotaban el cielo con sus látigos de luz, y una lluvia tenaz convertía las calles en riachuelos torrentosos que discurrían ciudad abajo.

Otro día tocó la visita a la feria. En realidad, fueron varias las veces que paseamos por sus instalaciones, pues es bien sabido que en Jauja éstas se realizan los días miércoles y domingos. Recuerdo a esta ocasión, que cuando era colegial hacía el recorrido todos los días por las calles céntricas de la ciudad, y los miércoles, días de feria –pues en aquella época ésta se ubicaba en la plaza principal y jirones aledaños– tenía la suerte de pasar por donde se ponían las vendedoras de pescado frito, cuyo olor a esas horas que volvía del colegio me hacían agua la boca, un aroma único que siempre he asociado a lo delicioso de esos platillos de nuestra culinaria nacional. Lo curioso es que nunca pude probar lo que aquellas señoras vendían, conformándome con ese aliento que halagaba mi olfato, pues sabía que en mi casa me esperaba el almuerzo puntual  que esa mujer maravillosa que era mi abuelita preparaba con la sazón insuperable de su generoso corazón. Así que siempre me quedó pendiente esa incursión en la comida callejera que jamás había realizado. Por lo que esta vez, caminando por la feria, que ahora se ubica en el barrio El Porvenir, entre las avenidas Bruno Terreros, Mariscal Cáceres y calles transversales, y siendo la hora del mediodía, estuve dispuesto a cumplir ese antiguo deseo. Pues la verdad que no me arrepiento, valió la pena esperar cuarenta años para este cometido. Nos ubicamos en un toldito donde dos fornidas señoras tenían lista la sartén con el aceite hirviente para cocinar el pescado elegido. El festín fue increíble, un plato de arroz, yucas, y cubriéndolo todo un generoso trozo de pescado frito despidiendo el mismo olor de antaño. Todo ello acompañado con un platillo de salsa criolla más ají al gusto. Terminado el banquete, me fue dado saborear el dulce de caya más increíble en muchos siglos de sibarita contumaz. Una vendedora de dulces, a unos pasos de la pescadera, ofrecía estas delicias de la repostería jaujina, y como hacía un montón de años que no saboreaba de las que hacía en casa la abuelita bendita, pues no lo pensé dos veces y me llevé una buena porción para degustarla con mayor fruición una vez pasado el almuerzo.

La feria de Jauja es todo un caleidoscopio de productos de la más diversa naturaleza, uno encuentra ropa, calzados, sombreros, abarrotes, frutas, verduras, artefactos eléctricos y digitales, etc. Al pasar por uno de estos puestos, me encantó un aparato de radio modelo antiguo, pero con todos los aditamentos de los que fabrican hoy en día, incluido conexión a Bluetooth, que permite escuchar música o lo que uno quiera utilizando un celular con internet. El precio era módico, así que me hice con él y ahora disfruto toda la riqueza del YouTube a través del sonido especial de esta radio que me hace recordar al que había en mi casa cuando era niño, y donde estoy seguro oí por primera vez una emisión radial. Reminiscencias personales, o fijaciones infantiles, dirían los psicoanalistas, mas una buena forma de integrar el pasado con el presente a través de un símbolo con todas las connotaciones de calor familiar, recuerdos de niñez, nostalgia y recuperación de la memoria ancestral.

Y algo más, que tal vez debí contar al inicio: el aeropuerto Francisco Carlé, el único de la región, envidia tal vez de otras provincias o motivo de fricciones con la provincia de Huancayo, cuyas autoridades se empeñan en construir uno en Orcotuna, sabiendo que es imposible por los múltiples estudios que han demostrado hasta la saciedad su inviabilidad. Además, es absurdo duplicar esfuerzos tratando por capricho de tener uno propio, cuando perfectamente el de Jauja puede mejorarse e implementarlo para convertirlo en uno de rango internacional, que permita el servicio de aviones de mayor calado y por supuesto con mayor tráfico que beneficiaría a toda la región. Huancayo está a sólo treinta minutos en automóvil, por lo tanto para qué buscarle tres pies al gato empecinándose en otro teniendo uno prácticamente a la mano. Cuando uno llega al aeropuerto de Lima, el trayecto hasta nuestro domicilio varía en ese rango de media hora a una hora, o quizás más, lo cual demuestra la necedad de quienes tercamente se encastillan en su inútil proyecto. En fin, por lo visto los objetivos políticos de algunos personajes están totalmente divorciados de la realidad, no tienen la suficiente perspectiva de miras para detectar cómo alcanzar el desarrollo con un mínimo de esfuerzo y una dosis más de cooperación.      

No podía faltar, el último día de estadía, una breve visita a la laguna de Paca, para saborear una suculenta pachamanca y sentir de paso la brisa encantada de la mítica deidad provincial. Observar la superficie de las aguas, rielando a esa hora de la tarde, teniendo como fondo las onduladas colinas de los cerros contiguos, nos devuelve una imagen perenne en los ojos de todos los hijos de estas tierras, para quienes este paisaje adquiere el símbolo por excelencia de su identidad jaujina, la referencia indubitable de su ser y su sentir, el escenario más entrañable de su espíritu hecho naturaleza.

Al caer la tarde, vísperas ya del viaje de retorno, sufrí el asalto de las musas, quienes me dictaron los siguientes versos:

ÚLTIMO ATARDECER EN JAUJA

El sol poniente

ilumina nostálgico

tras de un rebaño

de nubes violetas.

El horizonte que corona

la cima de la montaña

deja adivinar en la lejanía

la luz agonizante del día.

Las torres de la iglesia

y los ocres tejados se parapetan

tras un bosque de eucaliptos

que mudos contemplan

las sombras que crecen

en la tarde estival.

Como un ojo de amarillo

antiguo, guiña desde su

veladura gaseosa

el astro que desciende.

 

Lima, 28 de febrero de 2022.



 

No hay comentarios:

Publicar un comentario