Un conflicto largamente anunciado ha estallado en el este de
Europa, el jueves a la medianoche tropas rusas han emprendido un ataque en toda
regla en territorio ucraniano, contraviniendo todas las advertencias de las
potencias occidentales y los llamados a la cordura de los organismos
internacionales. Desde el mes de noviembre del año pasado el gobierno de
Vladimir Putin ya tenía apostados en la frontera con Ucrania un importante
contingente de soldados preparándose para una incursión inminente. El conflicto
tiene larga data, es un asunto complejo que involucra a diversos actores, pero
la invasión de ahora ha acaparado todas las portadas de los medios de prensa
del mundo.
El presidente de la Federación Rusa, en el poder hace ya varias
décadas, es un promotor declarado de una especie de nacionalismo paneslavo, con
ansias de revivir no tanto lo que fue la Unión Soviética, sino el Imperio Ruso,
el de los zares, vigente hasta hace poco más de cien años, cuando una
revolución socialista precisamente terminó con uno de los imperios más
importantes de Europa. Su ambición política es notoriamente imperialista, que
esta vez se ha estrellado con otro imperialismo vigente, el de los Estados
Unidos, que evidentemente no quiere perder sus zonas de influencia en el mundo,
contando para ello con sus aliados del bloque occidental y que tiene en la OTAN
un instrumento perfecto para sus fines. Dicha alianza militar tuvo razón de
existir mientras el mundo era bipolar, cuando en el bloque del este el Pacto de
Varsovia hacía la contraparte en medio de una Guerra Fría que se extinguió a la
par que la disolución de la URSS en 1991.
Cuando la superpotencia comunista implosionó, los estados
que la conformaban declararon su independencia, entre ellos Ucrania, ligado a
Rusia desde los orígenes de la nación rusa, pues históricamente sabemos que el
país tiene su cuna en el llamado Rus de Kiev. Sin embargo, cuando se produjo la
desaparición de la república de los Soviets, Ucrania aún poseía armas
nucleares, que por un pacto político pasó a manos de Rusia, con el acuerdo de
que dicho país garantizaría la integridad territorial de su vecino. Mientras
tanto, una población importante de ciudadanos prorusos fueron alentados por
Moscú para reivindicar los territorios del este, en la región del Donbás, donde
en el año 2014 se autoproclamaron repúblicas independientes Donetsk y Lugansk,
no siendo reconocidas oficialmente por la comunidad internacional. Ese mismo
año se produjeron las famosas revueltas que tuvieron su foco en la Plaza de la
Independencia de Kiev, que la prensa internacional bautizó como Euromaidan, donde se logró la expulsión del
poder del presidente proruso Víktor Yanokóvich. Según testimonios y evidencias
se conoce que detrás de dicho movimiento estuvieron fuerzas ultraderechistas y
neonazis que habrían actuado directamente en la matanza del 20 de febrero de
dicho año, desatando un baño de sangre con el objetivo preciso de crear las
condiciones para la salida del gobernante. Estas fuerzas exigían la incorporación
de Ucrania a la OTAN y a la Unión Europea (UE), algo que hasta ahora no se ha
producido. Y ese es el peligro que justamente señala Putin como una amenaza
para la nación eslava, pues significaría tener al enemigo a las puertas de su
casa. En paralelo, Rusia se anexó la península de Crimea, zona clave por el
puerto de Sebastopol en el Mar Negro.
Se trata, pues, del choque de dos poderes imperiales en pos
de sus áreas de influencia, modificados radicalmente en los años 90 del siglo
XX cuando el mundo pasó a ser unipolar. Putin no es precisamente un personaje
admirable, es un tirano que aspira a eternizarse en el poder y cuyo objetivo
más acariciado es, como ya dijimos, revivir un imperio fenecido hace más de un
siglo. Y las potencias occidentales tampoco son un dechado de virtudes, pues
tienen a sus espaldas un largo historial de invasiones, agresiones, ocupaciones
y demás desafueros que no los califica para convertirse ahora en los
abanderados de la buena conciencia del mundo. Pero más de ello, las únicas
víctimas de esta guerra, como de cualquier otra, son los inocentes: niños,
mujeres y ancianos que van a sufrir en carne propia toda la barbarie y la
bestialidad de este juego macabro que los hombres se empeñan en librar cada vez
que sus egos o sus intereses están en peligro.
Más de medio millón de ucranianos han tenido que salir de su
territorio buscando refugio en algún país vecino, como Polonia y Rumania; otros
miles duermen en los sótanos o en las estaciones de metro de las principales
ciudades, mientras el ejército invasor arrasa todo a su paso, a pesar de su
proclamada decisión de sólo destruir objetivos militares. La OTAN está atada de
manos, pues al no pertenecer Ucrania a la alianza no puede intervenir enviando
tropas; a lo más, Estados Unidos y sus socios han endurecido sus sanciones
económicas a Rusia y están entregando ayuda militar al gobierno de Volodímir
Zelenski. Una resolución en el Consejo de Seguridad de la ONU condenando la
agresión rusa se ha caído la noche del viernes, por el veto de Rusia principalmente
y con las abstención de China, el otro actor en la sombra, que mira de reojo
los sucesos, pues sabe que en algún momento su injerencia será protagónica en
una realidad política internacional con características multipolares. Las
fuerzas de Putin han ingresado por el este, por el norte y por el sur, en una
perfecta operación tenaza que pretende obligar a los militares ucranianos a
deponer al presidente, pues considera que con ellos será más fácil entenderse.
Esto constituye un abierto llamamiento a un golpe de Estado, que los países de
occidente no se sabe hasta qué punto están dispuestos a tolerar.
No puede pronosticarse si esto es el comienzo de una nueva
conflagración mundial, pero está claro que es la crisis más grave que enfrenta
la humanidad desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, un estado que pone al
mundo entero al borde del abismo, a cuyas simas podríamos precipitar siglos de
civilización si los líderes de las grandes potencias no anteponen a sus ciegas
ansias de poder un poco de lucidez que les permita entender que el camino que
emprenderán bien podría ser el de la extinción absoluta de todo vestigio de
vida en la faz de este planeta.
Lima,
26 de febrero de 2022.
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