martes, 1 de marzo de 2022

Ucrania en la picota

 

Un conflicto largamente anunciado ha estallado en el este de Europa, el jueves a la medianoche tropas rusas han emprendido un ataque en toda regla en territorio ucraniano, contraviniendo todas las advertencias de las potencias occidentales y los llamados a la cordura de los organismos internacionales. Desde el mes de noviembre del año pasado el gobierno de Vladimir Putin ya tenía apostados en la frontera con Ucrania un importante contingente de soldados preparándose para una incursión inminente. El conflicto tiene larga data, es un asunto complejo que involucra a diversos actores, pero la invasión de ahora ha acaparado todas las portadas de los medios de prensa del mundo.

El presidente de la Federación Rusa, en el poder hace ya varias décadas, es un promotor declarado de una especie de nacionalismo paneslavo, con ansias de revivir no tanto lo que fue la Unión Soviética, sino el Imperio Ruso, el de los zares, vigente hasta hace poco más de cien años, cuando una revolución socialista precisamente terminó con uno de los imperios más importantes de Europa. Su ambición política es notoriamente imperialista, que esta vez se ha estrellado con otro imperialismo vigente, el de los Estados Unidos, que evidentemente no quiere perder sus zonas de influencia en el mundo, contando para ello con sus aliados del bloque occidental y que tiene en la OTAN un instrumento perfecto para sus fines. Dicha alianza militar tuvo razón de existir mientras el mundo era bipolar, cuando en el bloque del este el Pacto de Varsovia hacía la contraparte en medio de una Guerra Fría que se extinguió a la par que la disolución de la URSS en 1991.

Cuando la superpotencia comunista implosionó, los estados que la conformaban declararon su independencia, entre ellos Ucrania, ligado a Rusia desde los orígenes de la nación rusa, pues históricamente sabemos que el país tiene su cuna en el llamado Rus de Kiev. Sin embargo, cuando se produjo la desaparición de la república de los Soviets, Ucrania aún poseía armas nucleares, que por un pacto político pasó a manos de Rusia, con el acuerdo de que dicho país garantizaría la integridad territorial de su vecino. Mientras tanto, una población importante de ciudadanos prorusos fueron alentados por Moscú para reivindicar los territorios del este, en la región del Donbás, donde en el año 2014 se autoproclamaron repúblicas independientes Donetsk y Lugansk, no siendo reconocidas oficialmente por la comunidad internacional. Ese mismo año se produjeron las famosas revueltas que tuvieron su foco en la Plaza de la Independencia de Kiev, que la prensa internacional bautizó como  Euromaidan, donde se logró la expulsión del poder del presidente proruso Víktor Yanokóvich. Según testimonios y evidencias se conoce que detrás de dicho movimiento estuvieron fuerzas ultraderechistas y neonazis que habrían actuado directamente en la matanza del 20 de febrero de dicho año, desatando un baño de sangre con el objetivo preciso de crear las condiciones para la salida del gobernante. Estas fuerzas exigían la incorporación de Ucrania a la OTAN y a la Unión Europea (UE), algo que hasta ahora no se ha producido. Y ese es el peligro que justamente señala Putin como una amenaza para la nación eslava, pues significaría tener al enemigo a las puertas de su casa. En paralelo, Rusia se anexó la península de Crimea, zona clave por el puerto de Sebastopol en el Mar Negro.

Se trata, pues, del choque de dos poderes imperiales en pos de sus áreas de influencia, modificados radicalmente en los años 90 del siglo XX cuando el mundo pasó a ser unipolar. Putin no es precisamente un personaje admirable, es un tirano que aspira a eternizarse en el poder y cuyo objetivo más acariciado es, como ya dijimos, revivir un imperio fenecido hace más de un siglo. Y las potencias occidentales tampoco son un dechado de virtudes, pues tienen a sus espaldas un largo historial de invasiones, agresiones, ocupaciones y demás desafueros que no los califica para convertirse ahora en los abanderados de la buena conciencia del mundo. Pero más de ello, las únicas víctimas de esta guerra, como de cualquier otra, son los inocentes: niños, mujeres y ancianos que van a sufrir en carne propia toda la barbarie y la bestialidad de este juego macabro que los hombres se empeñan en librar cada vez que sus egos o sus intereses están en peligro.

Más de medio millón de ucranianos han tenido que salir de su territorio buscando refugio en algún país vecino, como Polonia y Rumania; otros miles duermen en los sótanos o en las estaciones de metro de las principales ciudades, mientras el ejército invasor arrasa todo a su paso, a pesar de su proclamada decisión de sólo destruir objetivos militares. La OTAN está atada de manos, pues al no pertenecer Ucrania a la alianza no puede intervenir enviando tropas; a lo más, Estados Unidos y sus socios han endurecido sus sanciones económicas a Rusia y están entregando ayuda militar al gobierno de Volodímir Zelenski. Una resolución en el Consejo de Seguridad de la ONU condenando la agresión rusa se ha caído la noche del viernes, por el veto de Rusia principalmente y con las abstención de China, el otro actor en la sombra, que mira de reojo los sucesos, pues sabe que en algún momento su injerencia será protagónica en una realidad política internacional con características multipolares. Las fuerzas de Putin han ingresado por el este, por el norte y por el sur, en una perfecta operación tenaza que pretende obligar a los militares ucranianos a deponer al presidente, pues considera que con ellos será más fácil entenderse. Esto constituye un abierto llamamiento a un golpe de Estado, que los países de occidente no se sabe hasta qué punto están dispuestos a tolerar.

No puede pronosticarse si esto es el comienzo de una nueva conflagración mundial, pero está claro que es la crisis más grave que enfrenta la humanidad desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, un estado que pone al mundo entero al borde del abismo, a cuyas simas podríamos precipitar siglos de civilización si los líderes de las grandes potencias no anteponen a sus ciegas ansias de poder un poco de lucidez que les permita entender que el camino que emprenderán bien podría ser el de la extinción absoluta de todo vestigio de vida en la faz de este planeta.

 

Lima, 26 de febrero de 2022.



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