Uno de los grandes libros clásicos de todos los tiempos es,
qué duda cabe, esa preciosa colección de cuentos persas, indios y árabes
reunidos bajo el poético título de Las mil y una noches, fontana
inagotable de un sinnúmero de episodios, aventuras y vicisitudes donde bulle la
fantasía y el ingenio, la originalidad y la sorpresa, y cuya lectura mantiene
en vilo al sagaz lector que tiene la dicha de internarse por sus meandros y
vericuetos, gozando como un bendito ante las maravillosas historias que no son
otra cosa, finalmente, que fieles retratos de nuestra real condición humana.
Es por eso gratificante que un escritor de nuestro tiempo
haya tenido la feliz idea de cristalizar esos relatos en una presencia concreta
a través de la escenificación teatral. No de todos, por supuesto, porque sería
casi imposible, pero sí de una muestra representativa del genio y la desmesura
que inspiraron a los contadores de historias del mundo antiguo. Así nace, pues,
el proyecto concebido por Mario Vargas Llosa y llevado a la práctica por
primera vez en el año 2008 en Madrid, con el concurso de un valioso contingente
de hombres y mujeres que fueron quienes hicieron posible su realización,
destacando sobre todo la figura de la actriz española Aitana Sánchez-Gijón, encarnando
a la legendaria Sherezada, así como la presencia escénica del propio novelista
en el papel principal del rey Sahrigar.
Dan cuenta de todo ello el libro que el autor publicó
inmediatamente, Las mil noches y una noche (Alfaguara, 2008), y que he
disfrutado en algunas noches y mañanas de este frío invierno limeño. El libro
se lee prácticamente de un tirón, pero he tratado de prolongar un poco su
lectura para retener en algo la sensación de donde parte toda la trama de la
ficción. Pues, como es bien sabido, este rey sasánida ha experimentado la
desventura de la traición, y no ha tenido mejor respuesta que saciar sus
instintos de venganza, sacrificando cada noche a una muchacha de su pueblo,
como pago por la afrenta recibida de su mujer y de sus servidores de palacio,
quienes mientras su amo se iba de cacería, se entregaban a escandalosas orgías
en los mismos aposentos de su señor.
Es así que decide desposar cada noche a una núbil súbdita
del reino, para mandarla decapitar a la mañana siguiente. Ante tan cruel designio,
los habitantes entran en pánico no sabiendo qué hacer para escamotear a sus
hijas del cruento destino que les espera. Pero he ahí que insurge la salvadora
figura de Sherezada, nada menos que la hija del visir, quien convence a su
padre, el primer ministro, de que ella debe convertirse en la esposa de
Sahrigar. El funcionario no puede negarse ante tan temeraria decisión, y se
celebran las bodas en una fastuosa ceremonia que permanecerá en la memoria de
las gentes por muchas generaciones. Lo insólito radica en que mientras las
demás muchachas del pueblo eran llevadas a la fuerza a las garras del sátrapa,
Sherezada lo haga por su propia voluntad, diferencia que al final notará el
propio rey.
Sin embargo, en la primera noche después del enlace, Sherezada
debe enfrentar su prueba de fuego. Para aplacar los deseos sanguinarios de su
flamante esposo, concibe la idea de contarle una historia cada noche, con la
audaz estratagema de dejar el final en suspenso por hallarse próximo el
amanecer. Y como el rey, movido de su natural curiosidad, desea conocer el
desenlace de la historia, va postergando la ejecución de la víctima manteniendo
cada vez en su sitio la cimitarra del verdugo. Sherezada tiene la precaución de
recordarle a Sahrigar de que la mañana ha llegado y debe marchar al sacrificio,
pero éste le recuerda que es él quien tomará la final resolución. De esta
manera, van pasando una, dos, tres… mil noches, y la ejecución se va aplazando.
Los cuentos de la bella han obrado el milagro de ir amansando el carácter
iracundo del monarca, devolviéndole su condición de hombre civil y sensible.
Es la literatura, a fin de cuentas, la que salva la vida de
Sherezada, pues el rey en esa hora crucial percibe la auténtica belleza de su
esposa y el poder seductor de sus historias. Se enamora de ella, reflexiona lo
injusto que había sido hasta entonces, y a partir de esa noche celebran por fin
su luna de miel y viven felices para siempre.
El cuento elegido por el autor para hacernos vivir todo el
hechizo de las palabras es la historia del príncipe Camar Asamán, hijo de
Sharimán, rey de Jalidán. Es una aventura prodigiosa, plagada de sucesos
inesperados e inverosímiles, narrados por la diestra mano de un contador
avezado, curtido en miles de páginas que ha dado a la imprenta para el solaz y
admiración de sus incontables y agradecidos lectores. No he visto,
desafortunadamente, la representación que se hizo en Lima en marzo del 2011 con la actuación de la hermosa y talentosa Vanessa Saba, pero ya puedo imaginarme en el teatro asistiendo a la puesta en escena de
una vieja historia, rejuvenecida por la magia extraordinaria del dramaturgo y
su exquisita parafernalia de parlamentos, actuación, vestuario y demás
elementos que dan vida al arte dramático.
Como conclusión, a mí me queda claro que la literatura es un
asunto de vida o muerte, que nos salva, como a Sherezada, de ser triturados por
la pedestre realidad y sus prosaicos designios. Siempre podemos tener la
esperanza de que antes de que llegue nuestro final, un caudal de fabulosas
historias matizarán nuestras vidas de ilusiones y sueños que enriquecerán lo
que de otra manera serían grises y aburridas existencias.
Lima, 2 de julio de
2022.
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