domingo, 3 de julio de 2022

La última noche es la primera noche

 

Uno de los grandes libros clásicos de todos los tiempos es, qué duda cabe, esa preciosa colección de cuentos persas, indios y árabes reunidos bajo el poético título de Las mil y una noches, fontana inagotable de un sinnúmero de episodios, aventuras y vicisitudes donde bulle la fantasía y el ingenio, la originalidad y la sorpresa, y cuya lectura mantiene en vilo al sagaz lector que tiene la dicha de internarse por sus meandros y vericuetos, gozando como un bendito ante las maravillosas historias que no son otra cosa, finalmente, que fieles retratos de nuestra real condición humana.

Es por eso gratificante que un escritor de nuestro tiempo haya tenido la feliz idea de cristalizar esos relatos en una presencia concreta a través de la escenificación teatral. No de todos, por supuesto, porque sería casi imposible, pero sí de una muestra representativa del genio y la desmesura que inspiraron a los contadores de historias del mundo antiguo. Así nace, pues, el proyecto concebido por Mario Vargas Llosa y llevado a la práctica por primera vez en el año 2008 en Madrid, con el concurso de un valioso contingente de hombres y mujeres que fueron quienes hicieron posible su realización, destacando sobre todo la figura de la actriz española Aitana Sánchez-Gijón, encarnando a la legendaria Sherezada, así como la presencia escénica del propio novelista en el papel principal del rey Sahrigar.

Dan cuenta de todo ello el libro que el autor publicó inmediatamente, Las mil noches y una noche (Alfaguara, 2008), y que he disfrutado en algunas noches y mañanas de este frío invierno limeño. El libro se lee prácticamente de un tirón, pero he tratado de prolongar un poco su lectura para retener en algo la sensación de donde parte toda la trama de la ficción. Pues, como es bien sabido, este rey sasánida ha experimentado la desventura de la traición, y no ha tenido mejor respuesta que saciar sus instintos de venganza, sacrificando cada noche a una muchacha de su pueblo, como pago por la afrenta recibida de su mujer y de sus servidores de palacio, quienes mientras su amo se iba de cacería, se entregaban a escandalosas orgías en los mismos aposentos de su señor.

Es así que decide desposar cada noche a una núbil súbdita del reino, para mandarla decapitar a la mañana siguiente. Ante tan cruel designio, los habitantes entran en pánico no sabiendo qué hacer para escamotear a sus hijas del cruento destino que les espera. Pero he ahí que insurge la salvadora figura de Sherezada, nada menos que la hija del visir, quien convence a su padre, el primer ministro, de que ella debe convertirse en la esposa de Sahrigar. El funcionario no puede negarse ante tan temeraria decisión, y se celebran las bodas en una fastuosa ceremonia que permanecerá en la memoria de las gentes por muchas generaciones. Lo insólito radica en que mientras las demás muchachas del pueblo eran llevadas a la fuerza a las garras del sátrapa, Sherezada lo haga por su propia voluntad, diferencia que al final notará el propio rey.

Sin embargo, en la primera noche después del enlace, Sherezada debe enfrentar su prueba de fuego. Para aplacar los deseos sanguinarios de su flamante esposo, concibe la idea de contarle una historia cada noche, con la audaz estratagema de dejar el final en suspenso por hallarse próximo el amanecer. Y como el rey, movido de su natural curiosidad, desea conocer el desenlace de la historia, va postergando la ejecución de la víctima manteniendo cada vez en su sitio la cimitarra del verdugo. Sherezada tiene la precaución de recordarle a Sahrigar de que la mañana ha llegado y debe marchar al sacrificio, pero éste le recuerda que es él quien tomará la final resolución. De esta manera, van pasando una, dos, tres… mil noches, y la ejecución se va aplazando. Los cuentos de la bella han obrado el milagro de ir amansando el carácter iracundo del monarca, devolviéndole su condición de hombre civil y sensible.

Es la literatura, a fin de cuentas, la que salva la vida de Sherezada, pues el rey en esa hora crucial percibe la auténtica belleza de su esposa y el poder seductor de sus historias. Se enamora de ella, reflexiona lo injusto que había sido hasta entonces, y a partir de esa noche celebran por fin su luna de miel y viven felices para siempre.

El cuento elegido por el autor para hacernos vivir todo el hechizo de las palabras es la historia del príncipe Camar Asamán, hijo de Sharimán, rey de Jalidán. Es una aventura prodigiosa, plagada de sucesos inesperados e inverosímiles, narrados por la diestra mano de un contador avezado, curtido en miles de páginas que ha dado a la imprenta para el solaz y admiración de sus incontables y agradecidos lectores. No he visto, desafortunadamente, la representación que se hizo en Lima en marzo del 2011 con la actuación de la hermosa y talentosa Vanessa Saba, pero ya puedo imaginarme en el teatro asistiendo a la puesta en escena de una vieja historia, rejuvenecida por la magia extraordinaria del dramaturgo y su exquisita parafernalia de parlamentos, actuación, vestuario y demás elementos que dan vida al arte dramático.

Como conclusión, a mí me queda claro que la literatura es un asunto de vida o muerte, que nos salva, como a Sherezada, de ser triturados por la pedestre realidad y sus prosaicos designios. Siempre podemos tener la esperanza de que antes de que llegue nuestro final, un caudal de fabulosas historias matizarán nuestras vidas de ilusiones y sueños que enriquecerán lo que de otra manera serían grises y aburridas existencias.

 

Lima, 2 de julio de 2022.




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