Recientemente se ha presentado en Madrid, el último libro publicado por Mario Vargas Llosa, con el título de Sables y utopías. Visiones de América Latina (Aguilar, 2009). Se trata de una recopilación de artículos, ensayos, cartas y discursos que cubren un arco de tiempo de aproximadamente cuatro décadas, en los que puede apreciarse el evolucionar del pensamiento político del escritor así como su constante e infatigable vocación por la literatura.
El libro se divide en cinco capítulos, estructurados de acuerdo a una temática común. En el primero, titulado La peste del autoritarismo, pasa revista a uno de los males endémicos de nuestras repúblicas latinoamericanas, esa enfermedad crónica que cada tanto regresa para desmentir las ilusiones democráticas que nos hemos forjado con respecto al destino de nuestros pueblos. Destacan entre sus páginas las cartas abiertas dirigidas a dos jerarcas de las dictaduras más conspicuas de aquellos años: la del General Juan Velasco Alvarado en el Perú y la del General Jorge Rafael Videla en la Argentina. También desmenuza los regímenes dictatoriales de Anastasio Somoza en Nicaragua, el de Francois Duvalier en Haití, el de Fidel Castro en Cuba y el de Augusto Pinochet en Chile. Asimismo analiza el singular caso del gobierno mexicano del PRI, al que llamó sin tapujos “la dictadura perfecta”, motivo por el cual tuvo en esa ocasión un serio entredicho con el gran ensayista y poeta mexicano Octavio Paz.
En Auge y declive de las revoluciones, segundo capítulo del libro, Vargas Llosa insiste en una de sus tesis más recurrentes: la de que los movimientos revolucionarios en América Latina han sido poco menos que lastres que han entorpecido el desarrollo económico y político del continente, y que la revolución en estas tierras es una insensata utopía que solo ha traído atraso, subdesarrollo y pobreza a nuestros países. Si al comienzo mostró su entusiasmo por la revolución cubana, como casi toda la intelectualidad de la época, poco a poco se fue desencantando por ciertos sucesos que menciona en el libro, como por ejemplo el del emblemático caso del poeta Heberto Padilla.
En el tercer capítulo –Obstáculos al desarrollo: nacionalismo, populismo, indigenismo, corrupción--, desentraña lo que, desde su perspectiva, son los mayores factores que han impedido el crecimiento y el avance de América Latina. Es certero cuando describe al nacionalismo como una de las taras más visibles del espíritu provinciano y estrecho de muchos de los políticos y hombres públicos de la región; así como cuando achaca al populismo su demagógico afán de entroncarse con las masas a través de medidas efectistas y engañosas. En lo que se refiere a la corrupción, la realidad es evidente por sí sola. Pero cuando pone en el mismo saco al indigenismo, no hace una justa apreciación de sus aportes y sus logros, pues acentúa interesadamente lo que de exagerado y maniqueo tiene, en algunos de sus representantes, esa corriente ideológica.
Defensa de la democracia y del liberalismo es el cuarto capítulo, donde destacan nítidamente las conferencias “El liberalismo entre dos milenios” y “Confesiones de un liberal”, expresiones acabadas de lo que constituye el credo político del laureado novelista, a la par que magistrales piezas argumentativas sobre uno de los lados más polémicos de su figura intelectual. Es interesante también el deslinde que hace con relación a ciertas afirmaciones que hizo en alguna ocasión su famoso tocayo, recientemente fallecido: Mario Benedetti.
Sin embargo, el último capítulo –Los beneficios de la irrealidad: arte y literatura latinoamericana--, es el más sustancioso e indiscutible de todos. Desfilan por entre sus páginas queridos personajes de la cultura latinoamericana, como el barroquísimo poeta cubano José Lezama Lima; el Premio Nobel colombiano Gabriel García Márquez; el singular pintor y escultor, también colombiano, Fernando Botero; el infaltable maestro argentino Jorge Luis Borges; el entrañable cronopio bonaerense Julio Cortázar; el notable escritor chileno José Donoso; el memorable cinéfilo, cronista y fabulador de La Habana, Guillermo Cabrera Infante; nuestro querido y admirado Fernando de Szyszlo; la cada vez más valorada pintora mexicana Frida Khalo y, por último, el insuperable ensayista y poeta, también de las tierras aztecas, Octavio Paz. Todos ellos acompañados de espléndidas aproximaciones y lúcidos juicios sobre sus respectivas obras y sobre sus relevantes figuras en el mundo del arte y la cultura de esta parte del orbe que, gracias a ellos, ha podido situarse en un nivel de contemporaneidad con todos los hombres.
Lima, 24 de octubre de 2009.
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