La figura controvertida de Malinalli, la india mexica que fuera la traductora y amante de Hernán Cortés, mejor conocida como la Malinche, y bautizada cristianamente como Marina, es el personaje central de la novela de la escritora mexicana Laura Esquivel publicada en el año 2006 y que lleva como título simplemente Malinche.
Una especie de leyenda negra ha cubierto durante todas estas centurias la imagen de ese polémico personaje que simboliza muchas cosas, a veces contrapuestas. Su solo nombre evoca entre los actuales mexicanos sentimientos encontrados, cuando no un franco rechazo instigado por siglos de una visión impuesta por el prejuicio y la propaganda.
Criada por su abuela, al calor de los cuentos y relatos de la prodigiosa mitología azteca, fue entregada muy niña en calidad de esclava a un cacique maya, donde aprendería la lengua de ese pueblo y la convertiría con los años, a ella, en “la lengua”, como gustaba nombrarla el conquistador de la civilización mesoamericana.
La novela nos presenta el gradual proceso de aculturación de una de las sociedades más desarrolladas de la América precolombina. Llevados por la leyenda, los antiguos pobladores de Mesoamérica, se entregaron voluntaria y pacíficamente a las huestes guerreras de Cortés, que venía a conquistarlos y someterlos. Era el mítico dios Quetzalcóatl, según creían, el que regresaba, como lo había prometido al irse. Ante ello, Malinalli se aprestó para servirle de intérprete, labor que cumpliría con vocación y diligencia.
La visión del mundo que poseía esa avanzada civilización, heredera de otras tantas culturas que la precedieron, como los olmecas y los toltecas, se trasluce en cada episodio de la historia narrada, desde el fantástico instante de su origen, cuando el águila se posa sobre el cuerpo de la serpiente encima del árbol del nopal y se funda la fastuosa ciudad de Tenochtitlan en el valle de Anáhuac, hasta los luctuosos sacrificios humanos que realizaban los sacerdotes aztecas como un ritual de tributo necesario a sus dioses. Todo ello para desembocar en la matanza perpetrada por los conquistadores, con la oportuna ayuda de los tlaxcaltecas, un pueblo enemigo de los mexicas.
Hay un pasaje revelador de lo dicho líneas arriba, para tratar de entender la actitud de ambos pueblos en el momento de la guerra: “Los guerreros creían que el cuerpo es lo que mantiene prisionera el alma. El que controla su cuerpo, se adueña del espíritu que lo alberga. Ésa fue una de las creencias que habían actuado en contra de los mexicas. En sus primeros enfrentamientos con los españoles, se sorprendieron al ver que la intención era la aniquilación del enemigo y no su captura. Su enorme aparato de guerra funcionaba de manera completamente opuesta. Los mexicas creían que un buen guerrero debía aprisionar a su enemigo. Si lo conseguía, se convertía en una especie de dios, pues el control del cuerpo le daba acceso al control del espíritu. Por eso no mataban en el campo de batalla sino que tomaban prisioneros. Si mataban a su enemigo, liberaban automáticamente su espíritu y eso constituía una derrota, no un triunfo. Capturarlos para luego sacrificarlos ante sus dioses le daba sentido a la muerte”. Cita clave igualmente para explicarnos la caída del poderoso gobierno de Moctezuma.
Malintzin, devenida Malinche, simboliza también el proceso del mestizaje en el Nuevo Mundo, pues tuvo un hijo con Hernán Cortés, llamado Martín, y luego una hija con Jaramillo --un hombre de confianza de Cortés--, llamada María. Aquello la haría madre de todo lo que puede significar y ser la nueva civilización, nacida de ese encuentro brutal de dos modos de ver y concebir el mundo: la Eva del paraíso novohispano, mas un paraíso infernal, si cabe el oxímoron.
La otra versión de la Malinche, la que quiere presentarnos como la traidora de su raza, aquella que se entregó o vendió al extranjero por su propio interés, es la que ha calado más hondo en las conciencias y en el inconsciente colectivo de generaciones enteras de mexicanos, y de latinoamericanos en general. Hasta existe una canción popular, interpretada bellamente por Amparo Ochoa, titulada precisamente así: “Maldición de Malinche”. Sugiere que si nuestros pueblos están como están es porque una de sus hijas se comportó deslealmente con los suyos.
Si en el relato nos enteramos que Malinche era más bien un sobrenombre del propio Cortés, también podemos saber que Malinalli se opuso siempre a la ferocidad y ambición de los españoles, enfrentándose al mismísimo conquistador por su frío cálculo de hombre sediento de poder.
Más allá de todo, Malinalli o Marina, fue una mujer bravía y leal --además de bella e inteligente--, malentendida o malinterpretada por una historia que la ha condenado al ostracismo moral, haciendo de su nombre un sonoro sinónimo de la peor felonía. Creo que ha llegado la hora de reivindicar su figura y su gesto.
Lima, 21 de mayo de 2010.
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