Existen
diversas maneras de vivir la experiencia estética, ese goce sensorial y
espiritual que nos despierta el contacto con el arte, con las obras que han
creado para nuestro deleite privilegiados talentos y maravillosos seres a
quienes llamamos con el genérico nombre de artistas. Una de esas vías, para el
caso preciso de la música, es sin lugar a dudas el encuentro vivo, personal y
directo, con los cantantes, instrumentistas e intérpretes, que reviven cada vez
la magia indescriptible de su arte en un escenario, provistos solamente de sus
voces e instrumentos que ellos dominan como nadie.
A lo largo de mis casi cinco décadas de
vida he asistido, siempre emocionado y con gran expectación, a numerosos
conciertos de los géneros más diversos, donde sin duda han prevalecido los que
son de mi íntima preferencia: la música clásica, el jazz y el folclor
latinoamericano. Es en este último género el que mi perseverancia ha sido más
tenaz, habiendo presenciado los conciertos de los grupos y solistas más
emblemáticos de la música de nuestros pueblos, especialmente de aquellos que se
han dedicado a difundir los sones y los ritmos más tradicionales de la patria
grande.
Es así que puedo enumerar de memoria a los
grupos que han pasado por los escenarios de mi corazón y de mi memoria en un
arco de aproximadamente 30 años de incurable melomanía: Los Kjarkas, Savia
Andina, Proyección, Inti Illimani, Illapu, Tupay; y entre los solistas: Raúl
García Zárate, Manuelcha Prado, Manuel Silva “Pichincucha”, Soledad, Josefina
Ñahuis, Sylvia Falcón, entre los más significativos.
Pero había un grupo al que curiosamente no
había visto en todos estos años, al que he esperado pacientemente hasta que se
presente la ocasión propicia y acudir enseguida presuroso a esa cita especial:
Amaru, cuyo concierto del pasado jueves 20 de marzo en la Derrama Magisterial
de Lima ha sido el perfecto colofón de una larga búsqueda de expresiones
auténticas y de gran calidad en el espectro riquísimo de la música
latinoamericana.
Han
sido varios los días en que he esperado con resignada paciencia y contenida
emoción el encuentro con estos músicos fantásticos, a quienes conozco desde
hace más de veinte años a través de sus diversas producciones, ya sean casetes
o discos compactos, y a quienes he seguido en otros formatos que la tecnología
actual me ha facilitado; mas restaba la experiencia cumbre, esa vivencia única
e irrepetible de participar en una presentación en vivo de sus canciones y
melodías, una jornada memorable que he vivido con la intensidad y la pasión que
sólo nos puede prodigar el arte genuino.
Un conjunto de virtuosos en sus
respectivos instrumentos y voces, interpretando para el selecto público que
aprecia su performance, la variopinta gama de ritmos latinoamericanos,
especialmente altiplánicos, donde se lucen en todo su esplendor y belleza las
cuecas y los taquiraris, los chuntunquis y las sayas, las morenadas y los
huayños, los pasillos y las tonadas; una conjunción de géneros bellísimos que
hicieron esa noche el encanto de quienes tuvimos el privilegio y la buena
estrella de estar presentes para cantar y bailar las piezas más conocidas de
esta afiatada agrupación que está a punto de cumplir sus cuatro décadas
difundiendo lo mejor de la música del folclor latinoamericano.
Mientras miles de personas, entre jóvenes
y no tan jóvenes, se agolpaban al concierto de una banda norteamericana de
metal, en un escenario sin duda mucho más grande, yo asistía con mi mujer y mi
hijo a otro evento, mucho más minoritario, pero cuya calidad, estoy seguro,
superaba con creces al del otro espectáculo que, por muy mayoritario y
mediático que parezca, está hecho más para el consumo fácil del mercado de la
música y al servicio de un instinto comercial del arte. Los gustos son diferentes,
de eso no cabe duda, pero en el balance de las apuestas estéticas, hay valores
que definitivamente pesan más que otros y que son los que a la postre
determinan la consagración para la posteridad de un arte que no se somete a los
dictados de la masa ni del éxito, sino que transita austeramente por los
desconocidos caminos de la autenticidad artística.
Lima, 28 de
marzo de 2014.
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