Jugaba al fútbol con su hijo menor en las
playas de Cancún, cuando el rayo premonitorio de las parcas lo sorprendió con
un dolor en el pecho, que en cuestión de minutos ha precipitado la partida de
quien fue, y seguirá siendo por muchísimo tiempo, uno de los más conspicuos
exponentes de la guitarra flamenca, ese género característico de la península
ibérica que adquirió resonancias universales gracias al arte inigualable y al
talento sin par de Francisco Sánchez Gómez, más conocido simplemente como Paco
de Lucía.
Desde muy pequeño dio a conocer sus dotes
excepcionales para la ejecución de este instrumento musical, comenzando sus
primeros tanteos de la mano de su padre, para luego emanciparse y adquirir
vuelo propio alternando con los más altos representantes de la guitarra y del
flamenco. Su contacto musical con Montoya y Sabicas, dos maestros del género
que conoció en su juventud, le abrieron las puertas para el propio despliegue
de su arte hasta niveles inconmensurables.
La
magia indescifrable de su ejecución hacía caer a cualquiera en estado de
trance, empezando por él mismo, que al sólo conjuro de las cuerdas y el pulso
del maestro recorriéndolas, avivaba las llamas de una comunión mística con
aquellas regiones misteriosas del ser de donde brotan todos los conceptos y
sensaciones que transmiten belleza, placidez y elevación espiritual.
Para espanto y escándalo de los puristas,
Paco de Lucía se atrevió a hacer lo que hacen todos los grandes transgresores
del arte universal: crecer creando; adoptando y adaptando ritmos propios y
extraños, en una fusión cósmica de sonidos y sentires para darle otra dimensión
a eso que llamamos música, que, como todo lo que está vivo, tiende a expandirse
y a desarrollarse cuando entran en contacto dos o más expresiones distintas y
distantes, géneros en feliz comunión debido al acierto y la gracia de un tocado
por los dioses. Cuando Paco experimenta con el jazz y la bossa nova, potencia a
niveles nunca vistos y oídos el flamenco de sus ancestros.
Lo mismo sucede cuando incursiona, aunque
brevemente, en la música clásica, al interpretar las melodías de Manuel de
Falla y de Joaquín Rodrigo, especialmente ese Concierto de Aranjuez magistral
que Paco ejecuta con una maestría y un virtuosismo insuperables. A pesar de no
saber leer música, o precisamente por ello, comunica a la pieza una
espontaneidad y un aire de improvisación que sin embargo todos sabemos proviene
de su prodigiosa memoria y de su genio sin igual.
Su insaciable curiosidad artística lo hizo
explorar otros géneros, ritmos y sonidos, trabándose en verdaderos duelos
musicales con otros monstruos de la guitarra, como el inglés John McLaughlin o
el norteamericano Al Di Meola, desafíos que el virtuoso gaditano arrostraba con
el temperamento y la convicción de quien asume que su destreza y dominio del
instrumento es tal que ya no puede temerle a medirse de igual a igual aun con
los más grandes.
Personalmente me encanta la producción Paco doble, que grabara con otro maestro
de la guitarra como es Paco Peña, interpretando hermosísimas versiones de lo
más destacado del cancionero latinoamericano, como “Pájaro chogüí”, un ritmo
del Paraguay; “Guadalajara” de México; “A media luz”, un tango argentino, y
tantas más de nuestro continente que, en el toque singular de este par de
polendas, alcanza cotas inauditas de belleza y virtuosismo.
Con la desaparición de Paco de Lucía,
exponente emblemático del tocaor, así
como sucediera hace unos años con Enrique Morente, la versión equiparable del cantaor, el mundo pierde una figura
señera de la música universal, la guitarra a uno de sus más connotados duendes
y Algeciras a su hijo predilecto. Músicos de la talla de Paco de Lucía sólo
aparecen sobre la faz de la tierra cada cien o doscientos años, es por ello un
privilegio para nosotros haberlo tenido los años que transitó por este mundo
regalándonos con lo mejor de su arte, mas su obra quedará inmarcesible para el
disfrute perpetuo de quienes quieran obsequiarse con el maravilloso legado del hijo
de Luzía la portuguesa.
No debemos olvidar, por último, la
deferencia de Paco de Lucía para con el cajón peruano, instrumento que
incorporó a su interpretación de la música flamenca, por ser el sonido preciso
que estaba necesitando para completar la performance en la que él ya era un
aventajado. Ahora el espíritu juguetón y grácil del guitarrista se desliza
entre las dos aguas que imaginó en un momento de sublime inspiración: las aguas
de esta vida que Paco vivió de la manera más intensa, y las de la muerte en las
que también vivirá, pues merced al soberbio embrujo de su guitarra ya ha
conquistado de pleno derecho la gloria de la inmortalidad.
Lima, 2 de marzo
de 2014.
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