A
Roberto y Sarita, in memoriam
En menos de dos meses, hemos tenido la
desgracia de perder en nuestro entorno familiar a dos personas, muy estimadas
por sus múltiples valores que como seres humanos demostraron en diferentes
facetas de la vida. Dos amigos que supieron ganarse nuestro cariño a fuerza de
su radiante simpatía, su afectuosa entrega y el paciente cuidado que
permanentemente ponían en el trato con cada uno de sus amigos, a quienes
envolvían con su tierna sonrisa en un abrazo de luz y de cálida alegría.
Hemos visto con pavor la progresión de sus
males que lentamente los iban minando, debiendo someterse a engorrosos
tratamientos médicos que al fin y al cabo poco o nada pudieron hacer para
detener siquiera el avance arrollador de ese mal tan temido en nuestros
tiempos: el cáncer. El temible cangrejo se ramificó a una velocidad espantosa,
atenazando con sus malignas extremidades diversos órganos vitales que
sucumbieron vertiginosamente ante su letal avance.
Cómo olvidar a Sarita, cariñosa y risueña
amiga que compartió con nosotros instantes de sana alegría y esparcimiento,
como invitada segura a cualesquiera reunión –ya sea cumpleaños, aniversarios o
fechas especiales– que celebrábamos en casa; así como cuando teníamos ocasión
de visitarla en su espaciosa y ecológica residencia en una zona de La Molina.
Cuántos años nuevos esperamos allí, o en su anterior vivienda en Surco,
atendidos diligentemente por su esposo Wilmer, siempre bonachón y dicharachero,
y sus bellas hijas Nátali, Gabi y Sandra
–joven mamá de un precioso e inteligente niño.
Supimos de su enfermedad hace poco más de
un año, cuando empezó su tratamiento de quimioterapia en el hospital de Neoplásicas,
dando positivos resultados, aparentemente, pues luego continuó con sus intensas
actividades sociales viajando e incursionando en algunos medios, promoviendo
siempre la superación individual y el desarrollo personal como herramientas
para alcanzar el bienestar y la calidad de vida. Cuando la enfermedad
recrudeció regresó a Lima, donde estuvo al cuidado de sus hijas hasta los
momentos finales, dejando con su partida un reguero de penas y recuerdos que
han marcado con dolor a todos quienes apreciamos y gozamos de su amistad.
Y cómo no recordar a Roberto, magnífico
amigo que nos brindó su cariño y su generosidad sin reservas. Cada vez que nos
lo encontrábamos en la calle, se acercaba con una gran sonrisa en los labios
pronunciando nuestros nombres adornados con graciosos adjetivos, comentando los
sucesos domésticos o sociales con su característico lenguaje coloquial y de
replana, recreando o inventando curiosos y divertidos términos para nombrar a
las cosas más comunes y corrientes. Su voz singular nos despedía con su sonora
resonancia alejándose entre bromas y risas.
Hincha acérrimo del Sporting Cristal, el
club de sus amores, que pintó de celeste no sólo los ámbitos caseros y los
objetos de su uso cotidiano, sino hasta su corazón y su destino. Acudía al
estadio todas las veces que el equipo rimense se enfrentaba al rival de
ocasión, y ganara o perdiera, volvía siempre con la pasión más celeste que
nunca. Tenía en la memoria las fechas y los nombres de partidos y jugadores de
diferentes épocas, jornadas gloriosas y campeonatos del tradicional equipo de
La Florida. Su esposa, la señora María, y sus hijos Consuelo y Tito compartían
esa pasión, así como Flavio y Fabián, sus nietos adorados.
Cuando sintió una pequeña molestia, hace
unos meses, fue a consulta, cuyos resultados arrojaron preocupantes desenlaces.
Desde ese momento, fueron ellos los que estuvieron más cerca de Roberto,
acompañándolo en sus pruebas y chequeos en el hospital de Policía, hasta que
los dolores se hicieron más intensos e insoportables. Como lo veíamos abatido,
tratando de darle ánimos, le decíamos que pronto estaría mejor para celebrar
los cumpleaños que venían –a los que él era infaltable con sus regalos y su
radiante alegría–, mas su respuesta invariable apuntaba tenebrosamente a que
pronto lo visitaríamos en el cementerio.
Un día de finales de julio recibimos la
súbita noticia que nos dejó paralizados. Cómo es que en tan poco tiempo haya
podido progresar el mal, desgarrando la jovial y jocunda vitalidad de un hombre
todavía fuerte y joven, tronchando sus sueños y esperanzas de ver a sus seres
queridos realizarse en este mundo. Qué injusticia, qué desazón, qué
desesperanza e impotencia sentimos ante el destino que se lleva antes de tiempo
a los seres más entrañables, dejándonos la sensación incontrovertible de estar
asistiendo a una cruel equivocación cósmica, a un error garrafal de los hados. Pero
qué más… dos jóvenes vidas segadas tan abruptamente.
Esta es mi despedida provisional, amigos inolvidables, en algún momento y en alguna instancia, más allá del tiempo y sus contingencias, volveremos a estar juntos para seguir celebrando el sencillo acontecimiento de la amistad y sus dulces frutos, volveré a verlos sonreír con su enorme y natural felicidad en homenaje perpetuo a la vida que ustedes prodigaron por los caminos y las sendas de este mundo.
Esta es mi despedida provisional, amigos inolvidables, en algún momento y en alguna instancia, más allá del tiempo y sus contingencias, volveremos a estar juntos para seguir celebrando el sencillo acontecimiento de la amistad y sus dulces frutos, volveré a verlos sonreír con su enorme y natural felicidad en homenaje perpetuo a la vida que ustedes prodigaron por los caminos y las sendas de este mundo.
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