miércoles, 2 de abril de 2014

Cien años de Octavio Paz



Es difícil hallar, en el panorama de la cultura contemporánea, una figura similar, o parecida siquiera, a la de Octavio Paz, cuyo centenario de su nacimiento recordamos este 31 de marzo. Tal vez el único parangón que podría establecerse con el escritor mexicano, sea el del filósofo y escritor francés Jean Paul Sartre, verdadero mandarín literario de mediados del siglo XX.
     Octavio Paz despliega sus saberes en un abanico amplio de disciplinas que se conjugan armónicamente: la literatura, la historia, la antropología, la filosofía, el arte; meros pretextos gnoseológicos e instrumentos de una reflexión crítica que abarca extensos espectros de la realidad, presentados con una prosa exquisita, elegante, insólita, inaudita, poseedora de una inigualable belleza.
     Sus brillantes ensayos seducen por el manejo equilibrado del pensamiento y la palabra bien dicha, y su poesía sencillamente desborda y conmueve, maravilla y encanta, sacude y sorprende. La obra de Octavio Paz es la pera increíble de este olmo inverosímil que es el hombre. El arco tensado de su decir poético, los dardos afilados de su pensamiento, entran en perfecta comunión con la lira maestra, cáustica y delirante de su poesía, alimentada por los riquísimos afluentes de una vasta cultura y una prodigiosa sensibilidad.
     Utilizando la metáfora más recurrente de su obra: el árbol, según lo ha demostrado Elena Poniatowska, podríamos decir que Octavio es un frondoso ejemplar cargado de magníficos frutos, que se nos ha ofrecido a lo largo de una vida signada por la más insaciable curiosidad, que se ha prodigado en títulos imprescindibles para el devenir de la cultura de nuestros tiempos, y que ha dejado una impronta indeleble en el ejercicio y la práctica de las siguientes generaciones.
     Hace como treinta años que el nombre de Octavio Paz resuena en el repertorio favorito de mis autores predilectos, cuando tuve la suerte de toparme con uno de sus libros más emblemáticos: El laberinto de la soledad, luminoso texto que sondea los estratos más profundos del ser mexicano y latinoamericano, parábola filosófica que explora nuestros tejidos más íntimos como sociedad y como hombres pertenecientes a una civilización trastocada por los vaivenes incesantes de una historia singular.
     Ese primer contacto me abriría el abanico riquísimo de su producción ensayística, género en que el Nobel nacido en Mixcoac es un auténtico e insuperable maestro. Octavio ha llevado el formato inventado por Montaigne hasta límites increíbles, dotándolo de una versatilidad y plasticidad donde la palabra destella no solo por su sonoridad poética, sino también por la riqueza de sus ideas y la altura de su pensamiento. En esa estela, seguirían títulos como El arco y la lira, Las peras del olmo, Los hijos del limo, Sor Juana Inés de la Cruz o las trampas de la fe, La llama doble, Vislumbres de la India y tantísimos más.
     Cada uno de ellos los leí con la pasión y el deleite que solo la obra de Octavio exige y prodiga a sus rendidos lectores. Los misterios de la creación poética son abordados con profundidad e ingenio en El arco y la lira, un prolijo estudio sobre el poema, la revelación poética, la poesía y la historia, lectura que me dejó la más bella definición que jamás he encontrado sobre el poema, cuando el poeta dice que el poema es el encuentro entre el hombre y la poesía.
     Los textos reunidos en Las peras del olmo y en Los hijos del limo, abordan temas permanentes en la preocupación intelectual de Octavio Paz: la poesía y los poetas, el arte y la revelación, las culturas de oriente y occidente, las vanguardias y su huella alucinada en la poesía del siglo XX. El haiku dentro de la tradición de la poesía japonesa es otro de los aportes que habría que destacar entre los asuntos tratados por nuestro autor, quien sería el que mejor aclimatara ese pequeño artefacto literario en occidente. Sin olvidar los aportes de Juan José Tablada, que fue el primero en difundirlos en Latinoamérica, o los perpetrados por Jorge Luis Borges, son sin embargo los creados por Octavio los que conservan ese sabor y ese relente que le da el haberse zambullido en el conocimiento de la literatura japonesa.
     Pero fue la lectura de Sor Juana Inés de la Cruz o las trampas de la fe la que terminó por confirmar, a pesar de que nunca tuve duda de que estaba frente a un grande, el inmenso talento del ensayista, capaz de internarse en los vericuetos del pasado para rastrear la vida y la obra, y la sociedad que fue su contexto, de la monja mexicana que es la poeta más representativa del siglo XVII novohispano y sin duda una de las más significativas de la lengua española. Monumental ensayo que se yergue en el más completo, y el mejor escrito, que se haya publicado sobre la autora del Divino Narciso, demostración a la vez de las extraordinarias dotes que como ensayista han hecho de Octavio una figura capital en la historia de la literatura universal y en el paisaje de la cultura del siglo XX.
     Otro ensayo del cual guardo especial recuerdo es La llama doble, formidable abordaje de los apasionantes temas referidos al amor y al erotismo, desde una perspectiva histórica, antropológica, estética y poética. Un libro memorable, que quedará en el corazón de la memoria del lector, grabado con ese fuego repetido que el tema le imprime. El mismo sentimiento concita, aunque por otros motivos, Vislumbres de la India, maravillosa aproximación, internamiento y experiencia íntima de una de las culturas milenarias de la humanidad, que Octavio conoció de primera mano desde su cargo de embajador en ese país por ocho años.
    Qué decir de su poesía, fantástico surtidor de imaginación, experimentación verbal, impacto visual y una fina sensibilidad para capturar los instantes poéticos con las precisas palabras en el poema, descollando ese portento de belleza que es Piedra de sol, probablemente el más grande poema de amor escrito en el idioma, según el parecer de Julio Cortázar, que yo comparto plenamente.
     La vigencia de este gigante de la cultura en el continente está asegurada para los siglos venideros, pues una obra labrada con el genio y la lucidez que caracterizan a Octavio Paz tiene garantizada la inmortalidad.

Lima, 31 de marzo de 2014.

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