sábado, 27 de noviembre de 2010

El legado de la Revolución Mexicana

Se cumplen este 2010 los cien años de uno de los acontecimientos más trascendentales de la historia de Latinoamérica en general, y de México en particular. Se trata de aquel movimiento revolucionario que convulsionó la vida social y política del país de los aztecas a fines de 1910 y que significó un hito en el evolucionar de los pueblos del continente.

Los hombres y las mujeres humildes que se alzaron contra la longeva dictadura de Porfirio Díaz, demandando una vida más justa a partir de exigencias básicas como tierra y libertad, jamás se imaginaron que lo que comenzó como una revuelta social por mejores condiciones de existencia, crecería hasta convertirse en una hecatombe política que le cambiaría la faz de un modo definitivo a una sociedad que se hallaba anclada en formas semifeudales de organización económica y anacrónicos hábitos culturales.

Durante toda esa década de principios del siglo XX, la sociedad mexicana estuvo inmersa en una conflagración que revolucionó todos los órdenes de su existencia y que transformó profundamente sus raíces como nación y como país. En medio de acontecimientos abigarrados y confusos, al calor de esa azarosa trifulca en la que nombres como Pancho Villa y Emiliano Zapata -sin duda ya históricos-, más un grueso de militares y civiles que también fueron los protagonistas de la refriega, se destacó el empuje y la energía de un pueblo hastiado de la opresión y sediento de libertad.

Una vez expulsado el sátrapa del poder, los insurrectos se lanzaron a una fratricida carrera por la posesión plena de ese ansiado oropel, desbaratando los ideales y los principios que hicieron germinar una de las gestas más admirables de nuestros pueblos. Por varios años, el caos y la anarquía acechó la naciente república de los desheredados, para finalmente terminar confinados, ellos, los verdaderos agentes de la revolución, a un segundo plano por obra y gracia de una clase dirigente que se embriagó con sus triunfos y que hegemonizó los logros visibles de la epopeya.

Cuando al fin se logra institucionalizar la gesta revolucionaria, México ya comenzaba a ser otro país, otro rostro asomaba tras las máscaras que sucesivamente habían ido recubriendo la imagen real de esa vieja civilización. Pues si algo se debe agradecer al ventarrón transformador que asoló la tierra de Cuauhtémoc y de Benito Juárez, de Alfonso Reyes y de Sor Juana Inés de la Cruz, es la amalgama social que trajo consigo en el seno de la hasta entonces excluyente sociedad mexicana, heredera directa de la colonia y sus arrestos novohispanos.

Esa influencia también se dejó sentir en el terreno del arte, al cual fecundó ricamente en todas sus manifestaciones, especialmente en la literatura, la pintura, la música y el cine. Las vicisitudes y los avatares de las luchas populares fueron materia de inspiración de tantísimas obras que los artistas mexicanos produjeron, transmutando en magníficas creaciones estéticas todo el espíritu de ese fenómeno singular.

Destacan entre ellos los pintores agrupados en torno a lo que se denomina el muralismo, característica corriente de la plástica mexicana de la primera mitad del siglo XX que tuvo entre sus principales exponentes a Diego Rivera, José Clemente Orozco y David Alfaro Siqueiros. En el terreno literario, son visibles las huellas del tema histórico de la revolución en las obras de Juan Rulfo, Martín Luis Guzmán, Mariano Azuela y Carlos Fuentes. Pedro Páramo, El águila y la serpiente, Los de abajo y La muerte de Artemio Cruz, son las novelas que, respectivamente, escribieron los autores mencionados a propósito de ello.

En el llamado séptimo arte sobresale nítidamente la cinematografía de Luis Buñuel, un cineasta español afincado en México, pero que fue capaz de identificarse con el alma de la tierra que lo recibió hasta el punto de que su obra es el fiel reflejo de la sensibilidad y el espíritu de sus compatriotas adoptivos. Y en la música, aparte de la notable producción del gran compositor Silvestre Revueltas, México ha logrado lo que quizás ningún otro pueblo latinoamericano: integrar la música popular a la corriente sanguínea del sentir de los mexicanos, que ellos viven cada una de sus expresiones musicales con la intensidad y el frenesí de lo que es propio, de aquello que se ha sabido crear y elaborar con las fibras más íntimas del ser nacional.

Algo de esto y mucho más explora el eximio poeta y ensayista mexicano Octavio Paz en su imprescindible El laberinto de la soledad, descollante ensayo de mediados de siglo que sintetiza la esencia de ese ser mexicano proyectado a una dimensión latinoamericana. Cómo habría reaccionado el poeta al observar lo que hoy sucede en su país, atenazado ferozmente por la violencia delictiva del narcotráfico, en medio del fuego cruzado de esas hordas bestiales que se disputan los espacios para el negocio inmundo de la droga.

Pero esto ya es motivo para otro artículo; quedémonos por lo pronto con lo mejor del legado de aquellos heroicos luchadores, que regaron su sangre para edificar una patria más justa y más igualitaria, más grande y más humana.

Lima, 27 de noviembre de 2010.

El legado de la Revolución Mexicana

Se cumplen este 2010 los cien años de uno de los acontecimientos más trascendentales de la historia de Latinoamérica en general, y de México en particular. Se trata de aquel movimiento revolucionario que convulsionó la vida social y política del país de los aztecas a fines de 1910 y que significó un hito en el evolucionar de los pueblos del continente.

Los hombres y las mujeres humildes que se alzaron contra la longeva dictadura de Porfirio Díaz, demandando una vida más justa a partir de exigencias básicas como tierra y libertad, jamás se imaginaron que lo que comenzó como una revuelta social por mejores condiciones de existencia, crecería hasta convertirse en una hecatombe política que le cambiaría la faz de un modo definitivo a una sociedad que se hallaba anclada en formas semifeudales de organización económica y anacrónicos hábitos culturales.

Durante toda esa década de principios del siglo XX, la sociedad mexicana estuvo inmersa en una conflagración que revolucionó todos los órdenes de su existencia y que transformó profundamente sus raíces como nación y como país. En medio de acontecimientos abigarrados y confusos, al calor de esa azarosa trifulca en la que nombres como Pancho Villa y Emiliano Zapata -sin duda ya históricos-, más un grueso de militares y civiles que también fueron los protagonistas de la refriega, se destacó el empuje y la energía de un pueblo hastiado de la opresión y sediento de libertad.

Una vez expulsado el sátrapa del poder, los insurrectos se lanzaron a una fratricida carrera por la posesión plena de ese ansiado oropel, desbaratando los ideales y los principios que hicieron germinar una de las gestas más admirables de nuestros pueblos. Por varios años, el caos y la anarquía acechó la naciente república de los desheredados, para finalmente terminar confinados, ellos, los verdaderos agentes de la revolución, a un segundo plano por obra y gracia de una clase dirigente que se embriagó con sus triunfos y que hegemonizó los logros visibles de la epopeya.

Cuando al fin se logra institucionalizar la gesta revolucionaria, México ya comenzaba a ser otro país, otro rostro asomaba tras las máscaras que sucesivamente habían ido recubriendo la imagen real de esa vieja civilización. Pues si algo se debe agradecer al ventarrón transformador que asoló la tierra de Cuauhtémoc y de Benito Juárez, de Alfonso Reyes y de Sor Juana Inés de la Cruz, es la amalgama social que trajo consigo en el seno de la hasta entonces excluyente sociedad mexicana, heredera directa de la colonia y sus arrestos novohispanos.

Esa influencia también se dejó sentir en el terreno del arte, al cual fecundó ricamente en todas sus manifestaciones, especialmente en la literatura, la pintura, la música y el cine. Las vicisitudes y los avatares de las luchas populares fueron materia de inspiración de tantísimas obras que los artistas mexicanos produjeron, transmutando en magníficas creaciones estéticas todo el espíritu de ese fenómeno singular.

Destacan entre ellos los pintores agrupados en torno a lo que se denomina el muralismo, característica corriente de la plástica mexicana de la primera mitad del siglo XX que tuvo entre sus principales exponentes a Diego Rivera, José Clemente Orozco y David Alfaro Siqueiros. En el terreno literario, son visibles las huellas del tema histórico de la revolución en las obras de Juan Rulfo, Martín Luis Guzmán, Mariano Azuela y Carlos Fuentes. Pedro Páramo, El águila y la serpiente, Los de abajo y La muerte de Artemio Cruz, son las novelas que, respectivamente, escribieron los autores mencionados a propósito de ello.

En el llamado séptimo arte sobresale nítidamente la cinematografía de Luis Buñuel, un cineasta español afincado en México, pero que fue capaz de identificarse con el alma de la tierra que lo recibió hasta el punto de que su obra es el fiel reflejo de la sensibilidad y el espíritu de sus compatriotas adoptivos. Y en la música, aparte de la notable producción del gran compositor Silvestre Revueltas, México ha logrado lo que quizás ningún otro pueblo latinoamericano: integrar la música popular a la corriente sanguínea del sentir de los mexicanos, que ellos viven cada una de sus expresiones musicales con la intensidad y el frenesí de lo que es propio, de aquello que se ha sabido crear y elaborar con las fibras más íntimas del ser nacional.

Algo de esto y mucho más explora el eximio poeta y ensayista mexicano Octavio Paz en su imprescindible El laberinto de la soledad, descollante ensayo de mediados de siglo que sintetiza la esencia de ese ser mexicano proyectado a una dimensión latinoamericana. Cómo habría reaccionado el poeta al observar lo que hoy sucede en su país, atenazado ferozmente por la violencia delictiva del narcotráfico, en medio del fuego cruzado de esas hordas bestiales que se disputan los espacios para el negocio inmundo de la droga.

Pero esto ya es motivo para otro artículo; quedémonos por lo pronto con lo mejor del legado de aquellos heroicos luchadores, que regaron su sangre para edificar una patria más justa y más igualitaria, más grande y más humana.

Lima, 27 de noviembre de 2010.

sábado, 20 de noviembre de 2010

La revuelta saharaui

El asalto al campamento saharaui de Agdaym Izik, en las afueras de El Aaiún, por parte de las fuerzas del orden marroquíes, el pasado 8 de noviembre, no ha hecho sino enconar un viejo conflicto en el Sáhara Occidental que ya lleva alrededor de 35 años. Lo que parecía una simple protesta por mejores condiciones sociales, como viviendas y puestos de trabajo, se ha trocado en reivindicaciones de carácter independentista por el desatino de Rabat de enfrentar violentamente las exigencias de esta población tradicional de la región.

Los hechos coincidían con la ronda de negociaciones que se iniciaba en Nueva York entre representantes del gobierno de Marruecos y los del Frente Polisario, bajo el auspicio de las Naciones Unidas, con el fin de encontrar una salida a un litigio de rezagos coloniales que involucra a países como Marruecos, Mauritania, Argelia y España, principalmente.

El desmantelamiento, bajo el accionar de fuerzas auxiliares combinadas con militares, ha arrasado el Campamento de la Dignidad, según ha relatado en una entrevista digital Isabel Terraza, una activista española del Grupo de Resistencia Saharaui. Entraron por la madrugada de ese lunes, desatando el pánico y la angustia en cientos de pobladores que veían como sus jaimas eran incendiadas por las fuerzas represivas.

La acción ha sido justificada por las autoridades en razón de que en el campamento se encontraban elementos perseguidos por la justicia, acusados de ser los promotores de otros levantamientos y protestas de esta etnia que sufre los embates de una situación a todas luces injusta. La impunidad con que actúa el régimen de Mohamed VI, ante la mirada atónita y complaciente de la comunidad internacional, se debe a que los países europeos concernidos, España sobre todo, tienen poderosos intereses que defender en una zona con ingentes recursos económicos.

El gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero, así como el de sus colegas de la Unión Europea, ha demostrado una actitud tibia y hasta cierto punto cómplice con los desmanes y tropelías de las fuerzas de seguridad marroquíes, en una región donde viven un promedio de medio millón de habitantes, siendo aproximadamente un tercio de ellos de procedencia saharaui. Esto demuestra el doble rasero con el que se conducen las civilizadas naciones europeas y occidentales, pues mientras proclaman en cualquier foro internacional su respeto por los derechos humanos, la democracia y el estado de derecho, en la práctica guardan oprobioso silencio cuando se trata de condenar actos brutales como los perpetrados por el gobierno de Rabat en contra de los saharauis.

Cientos de detenidos, decenas de muertos y una población temerosa e inquieta que ha sufrido el asalto de sus propiedades por parte de marroquíes azuzados por las fuerzas del orden, es el saldo doloroso de una jornada más de enfrentamientos entre el gobierno monárquico de Marruecos y un pueblo que lucha por su independencia. A pesar de que el régimen marroquí ha dicho de que está dispuesto a concederle la autonomía, en territorio de la ex colonia española, al pueblo saharaui, el Frente Polisario -el brazo político armado de las reivindicaciones de aquél-, aboga por su total independencia, pasando por el ejercicio del derecho a la autodeterminación, con vistas a la creación de la República Árabe Saharahui Democrática (RASD).

Las informaciones sobre los reales incidentes ocurridos en la región han sido bloqueadas por la férrea censura impuesta por Rabat a los medios de prensa europeos, impidiendo que la opinión pública mundial tenga un conocimiento certero de los sucesos y que por lo tanto se conozca en toda su magnitud la tragedia saharaui. Sin embargo, son los detalles en relación a datos los que se desconocen por el momento, pues en cuanto al proceder de las fuerzas represivas no hay ninguna duda, motivo por el que el gobierno español no puede escudarse en la falta de información para eludir una condena sin atenuantes al gobierno de Mohamed VI, como lo ha dicho ingenuamente la ministra de Asuntos Exteriores Trinidad Jiménez.

Lima, 20 de noviembre de 2010.

sábado, 13 de noviembre de 2010

Promiscua amistad

Escuchamos decir que nuestros tiempos están signados por una verdadera revolución en el campo de las comunicaciones, que ahora la humanidad asiste a la apoteosis de los medios y mecanismos más diversos y sorprendentes de establecer relaciones entre los seres humanos. Pero esto, que puede sonar en principio maravilloso, tiene no obstante un lado oculto que puede acarrear, como todo, una no menos sorprendente cantidad de problemas para la vida de los individuos concretos que somos.

El vertiginoso desarrollo de la cibernética y la informática, esas tecnologías propias del siglo XX que han entrado con mejor pie en el XXI, no puede menos que dejar extasiado a todo aquel que contemple el devenir de la cultura humana y haga una simple comparación con lo que el hombre contaba hace apenas cincuenta años en el terreno de la información y la comunicación.

Los inventos que la ciencia ha puesto al servicio del hombre han terminado avasallándolo y, en muchos sentidos, sometiéndolo a sus fríos dictados cuando éste no ha sabido deslindar claramente entre los medios y los fines de aquellos. Muchas veces, se han visto como fines en sí mismos lo que naturalmente no eran sino medios, es decir, caminos, vías para alcanzar otros estadios de la evolución humana.

Esto es lo que pasa, por ejemplo, con Internet, esa prodigiosa telaraña mundial de las comunicaciones, que ha entronizado sus reales en el mundo contemporáneo de tal manera, que no hay prácticamente actividad humana que pueda sustraerse a sus redes, o que no tenga su correlato virtual en eso que ha sido bautizado como el ciberespacio, un universo fantasmagórico de espectros potenciales y de presencias posibles.

Nadie ignora los inmensos beneficios que puede aportarnos este medio, siendo lo más importante de ello, sin embargo, el no olvidarse de usarlos. Pues como todo medio, cada quien hace uso de ellos de acuerdo a sus necesidades y de acuerdo también a su altura. Porque el medio en sí mismo no es bueno ni malo, es amoral, está -como dice Nietzsche- más allá del bien y del mal. Son los individuos los que le dan la estatura y el nivel que puede cobijar.

No voy a abundar además en sus ventajas, que son evidentes. Quiero detenerme, más bien, en algunos aspectos que ya los expertos están haciendo notar como amenazas o peligros para la sana convivencia humana. Cuántos, de los millones de usuarios que a diario acceden a esta verdadera galaxia de Gutenberg, hacen uso, verbi gratia, de manera que esta exposición universal del conocimiento redunde en su propio enriquecimiento personal. Y cuántos, por lo contrario, no hacen sino prolongar sus mediocres y grises existencias a esa esfera cósmica, potenciándolas y desnudándolas.

¿Para cuántas personas internet no es sinónimo sino de correo electrónico -messenger- y de Facebook? Ignoran, o pretenden ignorar, que a través de esta conexión se puede acceder a medios de comunicación del mundo, a bibliotecas virtuales, a museos, a una ingente información en todas las ramas del saber humano que, si la aprovecháramos de verdad, sería como la universidad de nuestros días.

Existen a este respecto las llamadas redes sociales, auténticas pasarelas -mayoritariamente hablando-, de la superficialidad y la frivolidad más rampantes, cuando no simplemente del mal gusto. Sus usuarios, que se cuentan por millones, exhiben sin la menor impudicia, sus menudencias cotidianas y sus hazañas de papel. O se dedican a comentar, en el lenguaje más desaliñado y oprobioso, las imágenes y enlaces de los numerosos amigos que han logrado reunir en esa esquina invisible, fantasmal pero real, de la comunidad virtual.

Y aquí llego al meollo del asunto. ¿Cómo es posible que se pueda tener tantos amigos sin denigrar realmente a la palabra? Esa graciosa utopía del millón de amigos, que era cantada hace un tiempo por un intérprete de la música contemporánea, muchos creen haberla realizado a través del Hi5, del Facebook, del My Speace, y de otros tantos clubes del ciberespacio que les venden la piadosa mentira de estar relacionados con seres a los que no ven, a los que no tocan, y con quienes apenas se puede establecer un quimérico puente de contactos episódicos y de mensajes fugaces. Eso por un lado, pues por el otro, esas mismas personas, obsesionadas ya por visitar esas páginas electrónicas, se alejan cada vez de los seres de su entorno, se desentienden de personas a quienes pueden ver y tocar, postergan hasta el olvido esa relación entrañable que deberían tener con los suyos.

Y es en este sentido que, muchas veces, dichas redes sociales pueden fungir el nada halagüeño papel de celestinas virtuales, de burdas y groseras alcahuetas que se prestan a los tráficos más innobles y a las deslealtades más vergonzosas. Hechos que, como se comprenderá, pueden terminar arruinando sólidas relaciones construidas pacientemente a lo largo de los años. Las tentaciones abundan en un medio como este, y el escudo de la privacidad o el anonimato azuzan conductas que normalmente no se darían en la realidad.

He ahí pues la trampa que acecha en este modernísimo espacio de encuentros cibernéticos, la potencial bomba de tiempo que podríamos estar incubando en cada hogar, en cada familia, cuando los que la usan no tienen bien definidos los límites que la ética y el respeto por el otro imponen a toda relación. Cuando el abuso de una libertad mal concebida domina los comportamientos humanos, puede convertirse en la perfecta coartada para el engaño artero y para la traición alevosa.

Lima 13 de noviembre de 2010.

sábado, 6 de noviembre de 2010

Dilma, Cristina, Latinoamérica

La escena política latinoamericana ha experimentado en las últimas semanas vuelcos importantes a partir, primero, del lamentable fallecimiento del ex presidente argentino Néstor Kirchner, y, luego, del triunfo en Brasil de Dilma Rousseff, la primera mujer que accede a la presidencia de la mano del ya legendario Luiz Inácio Lula da Silva.

Descripción: Murió el ex presidente Néstor Kirchner La muerte de quien fuera el presidente de la República Argentina entre los años 2003 y 2007, líder indiscutible del movimiento peronista y figura notoria tras el poder que ejerce su esposa Cristina Fernández de Kirchner en la nación del plata, ha generado reacciones diversas en el mundo político latinoamericano; pero el común denominador ha sido el reconocimiento de sus innegables dotes de líder y político de raza.

Contra quienes se figuraban que su presencia se alejaba cada vez más de las masas populares que lo encumbraron en su momento al poder, su desaparición súbita del firmamento político argentino ha servido para demostrar que el ascendiente social y humano que se había granjeado entre la gente común y corriente se mantenía al tope. No es fácil olvidar, pues, el papel que le cupo asumir cuando la honda crisis de 2001 casi precipita al país de Borges y Gardel a los abismos de la ingobernabilidad.

El país que veía cómo su destino colectivo se hundía en la debacle económica y social, fruto de los desaciertos de políticas equivocadas que se implementaron en la última década del siglo XX -al calor de los efluvios hechiceros de la corriente neoliberal-, y que tuvo en el inefable Carlos Saúl Menem a su símbolo perfecto, lentamente emergió de la crisis merced a la firme muñeca de un gobernante que le supo imprimir a sus actos políticos una orientación que armonizaba el pragmatismo y la responsabilidad, el compromiso con el pueblo y la mesura del estadista.

Descripción: http://upload.wikimedia.org/wikipedia/commons/0/05/Cristina_Fern%C3%A1ndez_de_Kirchner_-_Foto_Oficial_2.jpg Contra el tropel de los verdaderos idiotas latinoamericanos, que lo encasillaron en la vertiente del populismo y de lo que Hugo Chávez llama el socialismo del siglo XXI, conjuntamente con otros mandatarios sudamericanos como Evo Morales, Rafael Correa y el mismo Chávez, la imagen de Néstor Kirchner se destacó nítida por negarse a ser estereotipado por una prensa adicta a los mandatos de los grandes centros de poder.

Es difícil, no cabe duda, el panorama que deja su ausencia en el entorno de la Casa Rosada. Pero es seguro que Cristina, más allá del dolor y la desolación por la pérdida de su inseparable compañero, sabrá sortear este remezón imprevisto en su camino personal, con la lucidez e inteligencia que ha demostrado para conducir la nave del Estado por el rumbo correcto.

El triunfo en segunda vuelta de la candidata del Partido de los Trabajadores (PT), la ex guerrillera Dilma Rosseff, frente al candidato del Partido de la Social Democracia Brasileña (PSDB), José Serra, ha significado la confirmación de la magnífica gestión de su mentor y amigo, el actual presidente Lula, quien se retira del cargo con una histórica aprobación que bordea el 85%.

Descripción: Dilma Rousseff, nueva presidenta de Brasil En muchos sentidos es singular la elección de esta economista de 62 años que fuera Ministra de Energía, Jefe de la Casa Civil y Jefe de Gabinete durante el gobierno del actual mandatario. El hecho de ser la primera mujer que accede a un cargo de esta naturaleza, ya puede considerarse un logro significativo; pero también el gesto sin precedentes en el género -pues existe el caso de José Mujica en Uruguay-, de haber el pueblo brasileño elegido a quien fuera en su juventud militante de un movimiento guerrillero que en los años ’60 se enfrentó a la dictadura de su país, siendo detenida y torturada como cualquiera, encarcelada y posteriormente indemnizada por la Comisión de Reparación de Derechos Humanos.

Esta trayectoria de lucha y compromiso permanente con las causas populares se ve coronada ahora con el puesto más alto de la nación, pero también el que exige mayores responsabilidades a todo político, que debe enfrentar en lo concreto y cotidiano, el desafío descomunal de los decisiones diarias en el manejo del poder, y que en el caso específico de Dilma, será nada menos que el coloso sudamericano, la octava mayor economía del mundo, considerado en el contexto internacional como una de las potencias emergentes del planeta.

Menuda tarea la que le espera a la sucesora de uno de los presidentes más exitosos que ha tenido el país de Pelé y de Garrincha, de José Guimaraes Rosa y de Jorge Amado, de Caetano Veloso y de Joao Gilberto; éxito que ha estado cifrado fundamentalmente en la reducción importante de los índices de pobreza, en el crecimiento sostenido de su economía y en la incorporación de los desheredados y olvidados de siempre a los beneficios de un desarrollo impresionante.

Lima, 6 de noviembre de 2010.