domingo, 21 de abril de 2013

De indultos e insultos


     La escena política peruana se ha conmovido desagradablemente ante las recientes revelaciones de un verdadero carnaval de indultos, suministrados por el ex presidente Alan García durante su segundo gobierno. Se trata del más grande paquete de gracias presidenciales de que se tenga memoria y cuyos mayores beneficiarios han sido, sospechosamente, muchísimos internos que purgaban penas por delitos de narcotráfico.
     Ante las denuncias periodísticas que sacaron a luz las investigaciones que lleva a cabo la Megacomisión del Congreso de la República, líderes prominentes del partido, incluido el mismo involucrado, no han tenido mejor respuesta que descalificar a los miembros de dicho grupo de trabajo, o lanzarse directamente a la yugular del entorno más próximo de Palacio de Gobierno, como si ellos tuvieran algo que ver con los desaguisados perpetrados por la omnímoda arrogancia de un ex mandatario con ínfulas de emperador.
     En medio de otra discusión, planteada en torno a las indecorosas presiones –con Cardenal incluido- para que ese beneficio alcance al ex presidente Fujimori, resultan vergonzosamente coincidentes los destinos asimétricos de dos figuras políticas del país que alguna vez ejercieron el máximo cargo de la nación. Pero si en el caso del reo de la Diroes la situación es clamorosamente patética, pues legal y moralmente el indulto no le corresponde, en el caso de García es abiertamente descarado, pues administró esa potestad a diestra y siniestra en pro de militantes de su partido que una vez libres volvieron a delinquir.
     Pero lo realmente grotesco e inmundo es que la comisión respectiva que debía servir de filtro para la decisión presidencial, es decir que recomienda los casos que directamente ve el presidente, estaba presidida y conformada –al menos parcialmente- por miembros del partido aprista que habían sido ya juzgados y sentenciados por los mismos delitos. Una auténtica e infame paradoja de dimensiones universales.
     La interpretación, que han hecho los concernidos en el escándalo, es que se trataría de una persecución contra el líder aprista y eventual candidato para las presidenciales de 2016, lo cual es una manera, consabida entre los seguidores del partido de la estrella, de desviar la atención del problema central, además de constituir un ridículo intento de victimizarse frente a tan graves acusaciones que deben merecer una profunda investigación y, si se encuentran indicios de culpabilidad, una sanción ejemplar que lo inhabilite para ejercer cargos públicos por el tiempo que la ley prescriba.
     Es el triste colofón de un movimiento político que nació enarbolando las banderas de la justicia social y el cambio revolucionario, que fue perseguido durante décadas y que vivió en las catacumbas; pero que repentinamente se ha ido mimetizando a las viejas estructuras oligárquicas que han predominado secularmente en el Perú, pactando vergonzosamente con las fuerzas conservadoras y, ahora, prestándose al juego sucio de amparar desde el poder a cabecillas de bandas delincuenciales que medran con el tráfico ilícito de drogas. Esperpéntica metamorfosis del Sólido Norte a la banda de Los Norteños. Todo un símbolo de la siniestra delicuescencia moral de un sistema político en tiempos de la globalización y la era digital.
     Los indultos repartidos a manos llenas constituyen un mayúsculo insulto a la dignidad y la ética de toda una nación, hecho inicuo que no debe jamás pasarse por alto a la hora de considerar las futuras opciones para elegir a nuestros representantes democráticos. La justa y valedera memoria histórica debe erigirse en la certera brújula al momento de ponderar las capacidades y virtudes de quien ha de conducir la nave del Estado en el próximo periodo presidencial. Que nadie se llene la boca hablando de persecución donde simplemente existe una labor de limpieza moral y de aplicación prudente de la justicia, pues los que cometieron fechorías o avalaron la perpetración de latrocinios en nombre de la patria, no merecen tener una nueva oportunidad para ocupar un cargo para el que ética y moralmente están descalificados.

Lima, 20 de abril de 2013.   

martes, 16 de abril de 2013

Cuentos del llano


Todos sabemos que la gloria literaria de Juan Rulfo, ese extraordinario narrador mexicano, está cifrada en sus dos únicos libros: Pedro Páramo, novela fantasmagórica de gran originalidad; y El llano en llamas, colección de cuentos de magnífica factura estilística, que le fueron suficientes para ingresar como miembro de pleno derecho al Parnaso de los grandes creadores del idioma.
     Diecisiete relatos componen el volumen, todos ellos de un valor muy parejo, narrados en esa prosa coloquial en la que Rulfo es un consumado maestro. Teniendo como telón de fondo los azarosos años del México posrevolucionario, y en medio de esa atmósfera de convulsión y desesperanza que caracterizó los primeros tanteos de un movimiento que cuajaría más adelante como uno de los fenómenos más decisivos del país de Sor Juana Inés de la Cruz y Frida Khalo, de Octavio Paz y Carlos Fuentes, de Ramón Vargas y Rolando Villazón.
     “Macario” es el relato nostálgico de un hombre que sigue añorando la leche dulce, como las flores del obelisco, que bebía de niño de los pechos de Felipa. Hay algo de sentimientos edípicos no resueltos en este recuento de afectos y recuerdos de infancia. En “Nos han dado la tierra”, tres hombres llegan a un llano donde les han prometido extensas posesiones de tierras, pero yermas, minuciosamente estériles, como su esperanza.
     En “La Cuesta de las Comadres”, asistimos a la confesión de un crimen. El protagonista nos cuenta en primera persona, cómo mató a un tal Remigio Torricos, quien había ido a pedirle cuentas por la muerte de su hermano Odilón. “Es que somos muy pobres”, nos presenta el lamento de un hombre por la pérdida de una vaca que su padre había regalado a su hermana Tacha. La preocupación es porque este hecho determinará que ella corra la misma suerte de sus hermanas mayores, que se fueron de pirujas (prostitutas).
     “El hombre” es la historia de una persecución y varias muertes. El personaje principal huye porque ha cometido diversos crímenes, y es seguido de cerca por otro que le pisa los talones para hacerse justicia. Pero el hombre es hallado muerto por un campesino, borreguero para más señas, a quien involucran en el caso. “En la madrugada” presenta la historia del viejo Esteban, quien llega a San Gabriel arreando sus vacas. Luego sucede la muerte de don Justo, y Esteban va a parar a la cárcel, acusado de haberlo matado.
     “Talpa” es el relato sobrecogedor de la muerte de Tanilo, llevado por Natalia, su mujer, y por su hermano, quien narra la historia, a curarse de unas llagas ante la Virgen de Talpa. Realiza el peregrinaje hasta la extenuación, el suplicio y la muerte, cometida por el hermano y por Natalia, pues ambos querían librarse de Tanilo para juntarse. Pero la culpa y el remordimiento se los impide. En “El llano en llamas”, cuento que da título al conjunto, un bandolero apodado Pichón evoca los años de la revolución al lado de Pedro Zamora; pero es en “Diles que no me maten” que el curso de los hechos adopta un aspecto inusitado. Nos presenta la historia de Juvencio Nava, perseguido durante más de treinta años por haber asesinado al padre del comisario. Había vivido escondido en el monte y, cuando es capturado, pide a la autoridad piedad. Encarga a su hijo Justino que les diga que no lo maten, y cuando finalmente es ejecutado, él va a recoger sus restos.
     “Luvina”, décimo cuento del libro, es la descripción del purgatorio. Bebiendo unas cervezas, el lugareño le informa a un forastero que va para allá, cómo es Luvina, su gente y su forma de vida. Al final se queda dormido. El siguiente, “La noche que lo dejaron solo”, narra la huida de un muchacho junto a dos hombres más viejos. Éstos son capturados y colgados por los soldados, mientras Feliciano Ruelas observa desde su escondite y vuelve a escapar hacia la llanura.
     “Acuérdate” es la semblanza de un ahorcado, Urbano Gómez, a quien el narrador nos presenta en segunda persona como alguien conocido por todos, y cuya muerte es el colofón de una vida signada por la violencia y el crimen. En “No oyes ladrar los perros”, un hombre lleva sobre sus hombros a su hijo herido. Van a Tonaya; han cruzado el monte y no oyen nada que les haga sospechar que están cerca. Es de noche, y el viejo le recrimina al hijo sobre sus malas andanzas, la vergüenza que siente por él y la maldición que ha lanzado a la sangre que lleva. Al fin llegan al pueblo y suelta al hijo, que cae como descoyuntado, y en ese preciso momento ladran los perros.
     “Paso del Norte”: un hombre decide irse del pueblo porque su situación es dramática. Tiene mujer y cinco hijos. Va donde su padre para encargárselos; éste se niega, pero al final acepta a regañadientes. Una balacera en el trayecto impide que el hombre cumpla su objetivo, y cuando vuelve, el padre le da la mala noticia de que su mujer se ha ido con un arriero y que se ha quedado sin casa, pues la ha vendido para cobrarse los gastos.
     “Anacleto Morones” es una historia sorprendente, como muchas otras del libro. Un grupo de diez viejas llegan en comisión para llevarse a Lucas Lucatero con destino a Amula, para que testimonie sobre los milagros del Niño Anacleto, de quien por cierto es su yerno. Pretenden convencerlo, pero una a una va desistiendo y retirándose ante la resistencia de Lucas a acompañarlas. Al último solo queda la Pancha, quien le ayuda a amontonar las piedras de la sepultura de Anacleto Morones, cosa que ella y todos desconocían. Pasan ambos la noche y, al despedirse, la Pancha le deja la estocada letal de un comentario irónico y descalificador para las habilidades viriles de Lucas.
     “El día del derrumbe” rememora el terremoto ocurrido en Tuxcacuexco, la llegada del gobernador y su barroco discurso cantinflesco. Termina la ceremonia a balazos, que un borrachito dispara a mansalva. El narrador recuerda el día exacto del fenómeno porque su mujer había dado a luz en ese día.
     Cierra la colección “La herencia de Matilde Arcángel”, que cuenta lo ocurrido a Euremio Cedillo y su hijo del mismo nombre, a quien odiaba, tal vez por atribuirle la culpa de la muerte de la madre, Matilde Arcángel. Un día pasan unos bandidos por el pueblo. Luego de unos días, pasan tropas del gobierno persiguiéndolos. Euremio grande se alista en la tropa porque tiene una cuenta pendiente con uno de los bandidos. Una noche se siente que regresan galopando; al poco rato se presenta Euremio el hijo tocando su flauta, montando el caballo de su padre que yacía muerto en la silla.
     Espléndido puñado de cuentos que consagraron a su autor como uno de los más eximios exponentes de la narrativa contemporánea, tanto por la riqueza expresiva de su prosa, como por el diestro juego con la intriga y la expectativa que logra crear en el lector, convirtiéndolo en su perfecto cómplice en el desarrollo de las tramas y su sorprendente desenlace.
                                                     
Lima, 10 de abril de 2013.

martes, 2 de abril de 2013

Ensayo sobre la lucidez


     Aliviados por los resultados del domingo 17 de marzo pasado, en que estuvo a punto de triunfar la opción más regresiva y nefasta, que le hubiera inferido a la democracia y a la civilidad un daño quizá irreparable, podemos reflexionar con mayor tranquilidad sobre el destino inmediato de nuestra ciudad, ese espacio común de los nueve millones de habitantes que vivimos en ella.
     A pesar del apretado margen de diferencia que proyectan los resultados oficiales, lo cierto es que se ha impuesto la cordura y la sensatez, que en los últimos días de la campaña, cuando ya no era posible publicar los sondeos de las encuestas, ha inclinado finalmente el fiel de la balanza ciudadana hacia el lado de la decencia y la honestidad, dejando con los crespos hechos a tantas figuras y figurones del espectro político, que ahora sólo les queda lamerse las heridas en el rincón de su propia ambición derrotada.
     Quieren contentarse los perdedores haciendo interpretaciones antojadizas y amañadas, como decir por ejemplo que el triunfo de Susana Villarán es pírrico, que lo ha hecho a costa del sacrificio de todos sus regidores, y que el gran vencedor de la jornada ha sido en verdad la derecha representada por el PPC de Lourdes Flores. Se engañan de manera ingenua, como esos niños que jamás aceptan perder y tratan de devaluar a como dé lugar el triunfo de su contrincante.
     Si el objetivo central de los revocadores era lograr la vacancia de la alcaldía, defenestrando del cargo a Susana Villarán, para adelantar las elecciones que ellos veían con angurria y desesperación, y ello no ha sucedido, entonces, cómo llamar a eso: lisa y llanamente, una derrota en toda ley. Ahora, es cierto que se puede discutir las consecuencias de la consulta, la nueva composición de la comuna a raíz de algunos cambios que tendrían que hacerse; pero ello no quita un ápice que los grandes derrotados han sido los promotores en la sombra como García y Castañeda, y todas aquellas cabezas visibles, como el inefable Marco Tulio Gutiérrez, que apostaron por un objetivo a todas luces absurdo, inútil e injusto.
     Aun los que éramos pesimistas y escépticos por los resultados de la consulta, hemos recibido con gran alivio y esperanza esta respuesta ciudadana llena de lucidez y tino justiciero. La campaña por el No había logrado calar en la conciencia de miles de personas que fueron bombardeadas día y noche por las mentiras y las infamias de los voceros del Sí.
     Resta en adelante trabajar mancomunadamente, labor de todos quienes realmente aspiran a mejorar las condiciones de vida en la capital, atacando los múltiples problemas que la aquejan. La solución del problema del transporte está encaminado, solo espera de nosotros la paciencia y la colaboración para que el rumbo no se detenga; las obras emprendidas en diferentes puntos de la ciudad seguirán su curso normal, y la sensación de transparencia y honradez nos dará la suficiente confianza para aguardar un gobierno edil sin sobresaltos hasta el fin de su mandato.
     Si quisiéramos obtener lecciones positivas de la jornada popular de aquel domingo, podrían surgir interesantes conclusiones con respecto a la imagen restaurada de una autoridad municipal muy magullada en los últimos tiempos, como por ejemplo reimpulsar los proyectos que venían llevándose a cabo, pero con el agregado de difundirlos mucho más eficazmente; aceptar la lección de que un gran sector de la población no percibe la realización de dicha obra por la carencia de un adecuado canal que comunique los logros e informe continuamente sobre la marcha de los trabajos.
     En relación a los grupos de izquierda que se han visto cuestionados, tanto por la iniciativa en sí, como por unos resultados evidentemente aleccionadores, ha llegado la hora, creo, de replantear los términos de sus alianzas, o dar un giro significativo a su débil entronque con aquellos sectores populares que lógicamente deberían haber constituido sus cimientos sociales e ideológicos en una justa electoral como la vivida.
      Queda, en fin, entender que los cambios emprendidos tienen como único objetivo el ordenamiento de una urbe caótica y que amenaza salirse de sus cauces ciudadanos de convivencia, tarea que sólo podrá llevarse a buen puerto con el concurso decidido y comprometido de cada uno de nosotros, pues a fin de cuentas es a nosotros a quien incumbe directamente el destino de este espacio de confluencia en el que cotidianamente trazamos el inverosímil destino de nuestras existencias.

Lima, 2 de abril de 2013.