martes, 16 de abril de 2013

Cuentos del llano


Todos sabemos que la gloria literaria de Juan Rulfo, ese extraordinario narrador mexicano, está cifrada en sus dos únicos libros: Pedro Páramo, novela fantasmagórica de gran originalidad; y El llano en llamas, colección de cuentos de magnífica factura estilística, que le fueron suficientes para ingresar como miembro de pleno derecho al Parnaso de los grandes creadores del idioma.
     Diecisiete relatos componen el volumen, todos ellos de un valor muy parejo, narrados en esa prosa coloquial en la que Rulfo es un consumado maestro. Teniendo como telón de fondo los azarosos años del México posrevolucionario, y en medio de esa atmósfera de convulsión y desesperanza que caracterizó los primeros tanteos de un movimiento que cuajaría más adelante como uno de los fenómenos más decisivos del país de Sor Juana Inés de la Cruz y Frida Khalo, de Octavio Paz y Carlos Fuentes, de Ramón Vargas y Rolando Villazón.
     “Macario” es el relato nostálgico de un hombre que sigue añorando la leche dulce, como las flores del obelisco, que bebía de niño de los pechos de Felipa. Hay algo de sentimientos edípicos no resueltos en este recuento de afectos y recuerdos de infancia. En “Nos han dado la tierra”, tres hombres llegan a un llano donde les han prometido extensas posesiones de tierras, pero yermas, minuciosamente estériles, como su esperanza.
     En “La Cuesta de las Comadres”, asistimos a la confesión de un crimen. El protagonista nos cuenta en primera persona, cómo mató a un tal Remigio Torricos, quien había ido a pedirle cuentas por la muerte de su hermano Odilón. “Es que somos muy pobres”, nos presenta el lamento de un hombre por la pérdida de una vaca que su padre había regalado a su hermana Tacha. La preocupación es porque este hecho determinará que ella corra la misma suerte de sus hermanas mayores, que se fueron de pirujas (prostitutas).
     “El hombre” es la historia de una persecución y varias muertes. El personaje principal huye porque ha cometido diversos crímenes, y es seguido de cerca por otro que le pisa los talones para hacerse justicia. Pero el hombre es hallado muerto por un campesino, borreguero para más señas, a quien involucran en el caso. “En la madrugada” presenta la historia del viejo Esteban, quien llega a San Gabriel arreando sus vacas. Luego sucede la muerte de don Justo, y Esteban va a parar a la cárcel, acusado de haberlo matado.
     “Talpa” es el relato sobrecogedor de la muerte de Tanilo, llevado por Natalia, su mujer, y por su hermano, quien narra la historia, a curarse de unas llagas ante la Virgen de Talpa. Realiza el peregrinaje hasta la extenuación, el suplicio y la muerte, cometida por el hermano y por Natalia, pues ambos querían librarse de Tanilo para juntarse. Pero la culpa y el remordimiento se los impide. En “El llano en llamas”, cuento que da título al conjunto, un bandolero apodado Pichón evoca los años de la revolución al lado de Pedro Zamora; pero es en “Diles que no me maten” que el curso de los hechos adopta un aspecto inusitado. Nos presenta la historia de Juvencio Nava, perseguido durante más de treinta años por haber asesinado al padre del comisario. Había vivido escondido en el monte y, cuando es capturado, pide a la autoridad piedad. Encarga a su hijo Justino que les diga que no lo maten, y cuando finalmente es ejecutado, él va a recoger sus restos.
     “Luvina”, décimo cuento del libro, es la descripción del purgatorio. Bebiendo unas cervezas, el lugareño le informa a un forastero que va para allá, cómo es Luvina, su gente y su forma de vida. Al final se queda dormido. El siguiente, “La noche que lo dejaron solo”, narra la huida de un muchacho junto a dos hombres más viejos. Éstos son capturados y colgados por los soldados, mientras Feliciano Ruelas observa desde su escondite y vuelve a escapar hacia la llanura.
     “Acuérdate” es la semblanza de un ahorcado, Urbano Gómez, a quien el narrador nos presenta en segunda persona como alguien conocido por todos, y cuya muerte es el colofón de una vida signada por la violencia y el crimen. En “No oyes ladrar los perros”, un hombre lleva sobre sus hombros a su hijo herido. Van a Tonaya; han cruzado el monte y no oyen nada que les haga sospechar que están cerca. Es de noche, y el viejo le recrimina al hijo sobre sus malas andanzas, la vergüenza que siente por él y la maldición que ha lanzado a la sangre que lleva. Al fin llegan al pueblo y suelta al hijo, que cae como descoyuntado, y en ese preciso momento ladran los perros.
     “Paso del Norte”: un hombre decide irse del pueblo porque su situación es dramática. Tiene mujer y cinco hijos. Va donde su padre para encargárselos; éste se niega, pero al final acepta a regañadientes. Una balacera en el trayecto impide que el hombre cumpla su objetivo, y cuando vuelve, el padre le da la mala noticia de que su mujer se ha ido con un arriero y que se ha quedado sin casa, pues la ha vendido para cobrarse los gastos.
     “Anacleto Morones” es una historia sorprendente, como muchas otras del libro. Un grupo de diez viejas llegan en comisión para llevarse a Lucas Lucatero con destino a Amula, para que testimonie sobre los milagros del Niño Anacleto, de quien por cierto es su yerno. Pretenden convencerlo, pero una a una va desistiendo y retirándose ante la resistencia de Lucas a acompañarlas. Al último solo queda la Pancha, quien le ayuda a amontonar las piedras de la sepultura de Anacleto Morones, cosa que ella y todos desconocían. Pasan ambos la noche y, al despedirse, la Pancha le deja la estocada letal de un comentario irónico y descalificador para las habilidades viriles de Lucas.
     “El día del derrumbe” rememora el terremoto ocurrido en Tuxcacuexco, la llegada del gobernador y su barroco discurso cantinflesco. Termina la ceremonia a balazos, que un borrachito dispara a mansalva. El narrador recuerda el día exacto del fenómeno porque su mujer había dado a luz en ese día.
     Cierra la colección “La herencia de Matilde Arcángel”, que cuenta lo ocurrido a Euremio Cedillo y su hijo del mismo nombre, a quien odiaba, tal vez por atribuirle la culpa de la muerte de la madre, Matilde Arcángel. Un día pasan unos bandidos por el pueblo. Luego de unos días, pasan tropas del gobierno persiguiéndolos. Euremio grande se alista en la tropa porque tiene una cuenta pendiente con uno de los bandidos. Una noche se siente que regresan galopando; al poco rato se presenta Euremio el hijo tocando su flauta, montando el caballo de su padre que yacía muerto en la silla.
     Espléndido puñado de cuentos que consagraron a su autor como uno de los más eximios exponentes de la narrativa contemporánea, tanto por la riqueza expresiva de su prosa, como por el diestro juego con la intriga y la expectativa que logra crear en el lector, convirtiéndolo en su perfecto cómplice en el desarrollo de las tramas y su sorprendente desenlace.
                                                     
Lima, 10 de abril de 2013.

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