lunes, 27 de diciembre de 2021

Un relato de viaje

 En el año 1912, el escritor, historiador y político peruano José de la Riva Agüero y Osma (1885-1944), decide emprender un viaje hacia la sierra del Perú, a contrapelo de muchos de sus contemporáneos que preferían por esos tiempos visitar las grandes ciudades europeas, especialmente París, Londres o Viena. Su instinto de historiador, de hombre preocupado por rastrear los orígenes de nuestra identidad, lo impulsan a sumergirse en el conocimiento de la cuna de nuestra cultura y civilización, para lo cual fija un itinerario que partiendo del Cuzco, la mítica ciudad imperial de los Incas, terminaría en Huancayo, la pujante urbe andina que desde el valle del Mantaro se perfilaba como un núcleo de crecimiento y desarrollo económico en la sierra central del Perú. El recorrido se prolonga hasta 1915, sorteando todo tipo de dificultades que imponía la naturaleza y la época, ante la ausencia de modernas vías y carreteras en un medio geográfico inhóspito y desafiante.

La expedición viajera parte, como ya dije, desde el Cuzco, a lomo de mulas y caballos, en dirección noroeste. Lo singular del relato de Riva Agüero es que está matizado de comentarios y recuerdos históricos, de referencias bibliográficas y hasta de alusiones míticas, merced a la gran cultura que poseía el autor. En un lenguaje de una riqueza sorprendente, con un estilo barroco pleno de figuras literarias, nos presenta los escenarios, los paisajes y los personajes con los cuales se va cruzando a lo largo de su travesía. En cada lugar en que se detiene, contempla el entorno con ojos renovados de sorpresa y curiosidad, como tratando de desentrañar los misterios que esconden las cordilleras y los valles, los ríos y las breñas, la vegetación y el clima. Su descripción de los pueblos y ciudades que atraviesa es descarnada y poco complaciente, por ejemplo cuando está frente a la vetusta iglesia de una placita pueblerina. En paralelo, cada parada le trae a la memoria algún episodio de nuestro pasado, ya sea de los tiempos prehispánicos, coloniales o republicanos, como cuando ante la pampa de Quinua, en Ayacucho, evoca la intensa jornada bélica que enfrentó a patriotas y realistas ese memorable 9 de diciembre de 1824.

El contraste de un viaje como el de Riva Agüero, cuyo testimonio son los manuscritos que recién se publicaron en 1955 con el título de Paisajes peruanos, con prólogo de Raúl Porras Barrenechea, no puede ser más evidente con el de tantos viajeros de estos tiempos que atiborran los aeropuertos y pululan por todos los rincones del planeta arrastrados por la vorágine de la industria del turismo. Las cifras son alarmantes, millones de vuelos anuales cruzan los aires transportando otros tantos visitantes fortuitos que ansían pisar con sus propios pies y mirar con sus propios ojos los espacios y los lugares que la historia y la cultura han dotado de algún significado trascendente, posando luego frente a ellos para registrar en las cámaras fotográficas de sus aparatos móviles el instante preciso en que fueron partícipes de ese momento único e intransferible de sus vidas. Por supuesto que tienen todo el derecho de hacerlo, no hay por qué poner en tela de juicio sus deseos personales, salvo el único reparo de orden medioambiental  y de salvaguarda del patrimonio histórico que se le pueda hacer.

Si bien es cierto que la ruta seguida por el  autor se cifra en el nombre de las principales ciudades de su recorrido, como Cuzco, Abancay, Ayacucho, Huancavelica, Huancayo y Lima, no se pueden olvidar los innumerables caseríos, villorrios y pequeños centros poblados incrustados en la trayectoria audaz y decisiva del autor, donde se detuvo muchas veces a comer lo que los campesinos de la zona ofrecían a los viajeros, o a dormir y pasar la noche en las punas desoladas y silenciosas de los Andes, porque la hora o las vicisitudes del clima ya no hacía posible seguir el camino. Recuerdo la magnífica pintura que logra Riva Agüero de un amanecer en las alturas de nuestro país, ribeteado de colores líricos y en una efusión de profunda y entrañable consustanciación con el medio; o la imagen poética de una noche serrana, tachonada de estrellas y presidida por un sosiego cósmico imposible de hallar en las urbes modernas donde nos hemos apiñado los hombres y las mujeres en busca de un supuesto porvenir de progreso y desarrollo. Creo que es hora de pensar en volver al campo, no en un manido regreso a la naturaleza, como decían los filósofos naturalistas y los poetas románticos, sino en un ascenso hacia ella, tal como la planteara en bellísimas páginas de honda meditación ese pensador extraordinario que fue Friedrich Nietzsche.

Hay una gran tradición de libros de viajes, desde los textos canónicos de Marco Polo, Colón o Cortés, pasando por los que escribieran los grandes cronistas de la colonia o los viajeros europeos de los siglos XVII, XVIII y XIX, hasta los contemporáneos del siglo XX que han continuado esa huella. El de Riva Agüero es tal vez uno de los más representativos del género, pues además de la riqueza de las fuentes que emplea para profundizar su visión, está el enorme talento narrativo que lo hace posible, en un lenguaje enjoyado que entrega al lector el regalo maravilloso de una contemplación única de una parte del Perú que muchas veces se ha ignorado, otras se ha ninguneado y no pocas se ha despreciado. No son ajenas a Riva Agüero  las reflexiones sociales sobre el destino de los seres que habitan esas regiones, preferentemente hombres y mujeres de ascendencia indígena, los pobladores originarios de esas tierras. Afirma tajantemente que «la suerte del Perú es inseparable de la del indio, pues se hunde o se redime con él, pero no le es dado abandonarlo sin suicidarse».


Lima, 26 de diciembre de 2021.  


viernes, 10 de diciembre de 2021

Música en la azotea

 

Se ha estrenado la última semana de noviembre, en la plataforma de streaming Disney+, el esperado documental Get back, que recoge la grabación del álbum Let it be de la legendaria banda de rock británica The Beatles. Dirigida por Peter Jackson, afamado y reconocido por su similar trabajo en la saga de El señor de los anillos, está dividida en tres partes, haciendo un promedio de siete horas en total, que es la versión condensada de más de 60 horas de un material visual y de audio que estuvo en posesión de la productora Apple Corps. Las sesiones abarcan los días de enero de 1969, cuando los cuatro de Liverpool ya eran conocidos en el mundo entero y se acercaban a las postrimerías de la existencia del que es tal vez el grupo musical más importante del siglo XX. Con variadas influencias del rock and roll, del pop, del blues y del jazz, así como de la música country y, en su último periodo, hasta de los ragas de la India, The Beatles es considerado ya, por propios y extraños, como una banda de culto.

En tres días sucesivos he podido ver, con gran interés y asombro, un material prácticamente inédito y que nos ha develado aspectos poco conocidos de la gesta de sus canciones, del trabajo musical en sus orígenes, de sus tanteos y ensayos en un estudio de Londres, de las notas, los acordes y los tonos de los que iban brotando, como una exótica flor de sonidos,  esa extraordinaria producción discográfica, mientras preparaban un proyectado concierto que debían realizar a fines de ese mes, que fue cambiando de fecha y de locación según como avanzaran los ánimos y los acuerdos entre ellos, desde el inicial propósito de utilizar un escenario en las costas del Mediterráneo, hasta su concreción final en la azotea del mismo edificio de grabación en el centro de la capital inglesa.

John Lennon, Paul McCartney, George Harrison y Ringo Starr son los protagonistas de este espléndido documental, en un ambiente de calidez y camaradería, pero también de tensiones y alejamientos que nos muestran el aspecto humano, demasiado humano, de cuatro músicos que han revolucionado definitivamente la música popular de la segunda mitad del siglo XX, y que a pesar de los años su influencia y presencia todavía es notable en el siglo XXI, efecto por supuesto de la grandeza, el talento y muchas veces la genialidad de quienes ya han inscrito sus nombres en el álbum privilegiado de la historia de la música universal. Lo singular de este cuarteto es que sus canciones poseen una factura y una calidad indiscutibles, unas tan buenas como las otras, pero todas en general imbuidas de ese sentido del gusto, de esa exquisitez, de esa maravillosa desmesura que es propia de aquellos que han sido tocados por los dioses para alcanzarnos piezas perfectas en el terreno del arte.

Una nota simpática fue conocer a Billy Preston, un joven músico estadounidense de soul, llamado el “quinto beatle”, quien colaboró al piano en muchos pasajes de la grabación. Con apenas 22 años de edad, se incorporó con gran entusiasmo al proyecto, y lo hizo con el beneplácito de todos que muchos quizás hubieran visto con buenos ojos que se incorporara oficialmente al elenco, cosa que no sucedió, pero cuya participación fue fundamental en esos históricos momentos en que la banda dejaba registrada para la posteridad el sello de su apabullante originalidad y creatividad. Su sonrisa contagiosa y su carácter ameno y distendido le permitieron limar los previsibles encontronazos de los miembros del grupo, que ocasionaron antes el temporal abandono de Harrison, quien regresó a la semana con la condición de llevar a este amigo que ellos ya habían conocido unos años antes en sus primeras giras por Hamburgo.

Uno de los mitos que se quiebra con este documental, o por lo menos se logra diluir hasta la insignificancia, es aquel de la ruptura debido a la presencia de Yoko Ono, la pareja de Lennon. Si bien es cierto que ella acude a todos los ensayos y no se separa para nada de John, no se percibe ninguna incomodidad o molestia en los demás integrantes, amén de algún comentario en broma cuando aquellos no están en el estudio. Algunas veces acudía Linda, la esposa de Paul, acompañada de la hijita que tuvo en su primer matrimonio. Probablemente un superfan de la banda y enemigo furioso de Yoko no lo vea así, sin embargo siendo objetivos las imágenes no transmiten esa sensación que años de rumores y malos entendidos se encargaron de diseminar entre los fanáticos seguidores de los pelucones de Liverpool la insidia en contra de la artista japonesa. Lo que sí se percibe es el liderazgo de Paul, quien toma la batuta del proyecto y le imprime su fuerza para salir adelante, ante un John algo difuso, un George apacible y un Ringo parco y actuando siempre de bisagra entre ellos.

El momento culminante y estelar de la cinta es el último concierto en vivo que grabaron los Beatles, en la azotea de los estudios donde quedó plasmado su penúltimo álbum. Son 42 minutos de una memorable performance donde los músicos exhiben la gran versatilidad y frescura de la que estaban dotados, interpretando medio docena de canciones ante un público que desde la calle oía sorprendido esos acordes y esas voces que literalmente venían de los cielos. La mayoría estaba gratamente sorprendida, unos cuantos que mostraban su desaprobación y la policía haciendo su papel de aguafiestas de siempre. Se presentaron algunos bobbys pidiendo explicaciones, porque según ellos habían recibido llamadas quejándose del ruido. Ingresaron al edificio y conversaron con el productor, a quien le dijeron que debían bajar el sonido, pues de lo contrario arrestarían a todos. Pidieron luego ser llevados a la azotea, donde se quedaron hasta el final presionando para que cesara la presentación. Tal vez no lo sabían, pero era la grisácea cotidianidad de la burocracia policial pretendiendo interrumpir uno de los instantes mágicos de mayor trascendencia de la música del siglo XX. De estas y otras curiosidades está poblada la historia del arte.  

Puede discutirse la extensión de la cinta, o la inclusión de ciertos pasajes muy poco relevantes, pero tratándose de los Beatles creo que todo es material de gran interés, razón por la que es altamente recomendable este documental de Peter Jackson; vale la pena sentarse por siete horas y ser testigo de los entretelones del nacimiento de un puñado de canciones que ya figuran en la antología musical de la humanidad.

 

Lima, 8 de diciembre de 2021.




domingo, 5 de diciembre de 2021

Balance y perspectivas

 

Han transcurrido ya más de cien días desde que el nuevo gobierno asumió sus funciones el 28 de julio pasado. Los analistas suelen realizar en este plazo de tiempo un balance de los aspectos más significativos de la función gubernamental con el fin de apuntar algunas perspectivas en el corto y mediano plazo. No pretendo ser muy exhaustivo ni prolijo en mi propia visión de la realidad de todo este tiempo que ha pasado. Lo primero que habría que decir es que la cifra no deja de ser arbitraria, por qué cien y no doscientos, o ciento cincuenta, en fin, lo cierto es que ello se toma de ser una referencia histórica muy conocida que sirve de marco para el enfoque de un acontecimiento político.

La instalación del nuevo gobierno en julio venía precedida de una inaudita reclamación del partido perdedor, que aducía, sin ningún fundamento, la existencia de un fraude, señal de su descontento y de su incapacidad para aceptar la derrota como parte del juego democrático. En la mentalidad de sus representantes estuvo la figura de la vacancia presidencial desde el primer momento en que se supo el resultado de la segunda vuelta, reacción poco novedosa, sin embargo, en una agrupación que había tenido la misma conducta en elecciones pasadas, si bien ahora lo hacía de una forma más alevosa y malsana. Como en el imaginario de la señora K. perder no es una opción válida, pues se embarcó en una campaña nauseabunda que buscó desprestigiar a toda institución que osara desmentir su falaz discurso del fraude.   

Los primeros pasos del nuevo gobierno fueron erráticos y cuestionables, sobre todo en la designación de algunos ministros y funcionarios que no reunían las condiciones de idoneidad y mérito suficientes para hacerse cargo de las misiones encomendadas. Eran tanteos de aprendiz, pues la verdad es que el candidato Castillo no tuvo nunca la certeza de pasar a segunda vuelta y vencer finalmente en los comicios que lo llevaron a la presidencia de la República. Sus discursos de curtido sindicalista lo fueron lentamente encumbrando a la preferencia del electorado, que finalmente decidió su triunfo por un estrecho margen de 44 mil votos. Esa imprevisión, sumada a su carencia de vínculos con los círculos de poder tradicionales, así como su formación elemental en materia política, explican tal vez los tanteos equívocos de sus primeras medidas.

Otra carga pesada que ha debido sobrellevar en estos meses es el partido que lo ha llevado al poder, una agrupación de extrema izquierda, pero conservadora y dogmática, congelada en los postulados del comunismo internacional de los años 60 del siglo pasado. Su líder es un sentenciado por la justicia por casos de corrupción, delitos que cometió siendo gobernador de la región Junín. Como parte de las cuotas de poder que le correspondía, Perú Libre (PL) colocó algunos ministros que enseguida fueron puestos en el foco de la atención pública, descubriéndose en la mayoría de ellos aspectos personales desagradables de su pasado, así como insuficientes condiciones profesionales. Más de 10 ministros han sido removidos en tres meses de gobierno, entre ellos Guido Bellido, primer presidente del Consejo de Ministros del flamante régimen. En paralelo, desde el Congreso el líder del partido de extrema derecha Renovación Popular (RP) amenazó tumbarse uno por uno a los ministros apenas designados.

De esta manera, semana tras semana de revelaciones que la prensa presentaba como motivos de escándalo, la inestabilidad se instaló como característica esencial de la vida política. Parecido escenario se observaba en el Congreso, que sin embargo no trascendía a la opinión pública de la forma como se trataba al Ejecutivo. Las mismas jugarretas, las mismas contrataciones de asesores y técnicos que realizaban los congresistas, no eran visibilizadas por los grandes medios y sus periodistas de ocasión. La crisis se hace crónica, es como si hubiésemos ingresado en un largo túnel oscuro de incertidumbre y desesperanza, en medio de una coyuntura internacional que también se yergue como factor que determina en parte la situación económica que vivimos.

Para colmo de males, con la pandemia que acogota todavía al mundo entero, una congresista con vínculos delincuenciales en el Callao, tiene la desfachatez de proponer nuevamente la vacancia a un pleno que la escucha estupefacto primero, para luego convertirse en el plan de los partidos que siempre alentaron esa medida extrema cada vez que su capricho se los dictaba. La primera en adherirse a la insensata propuesta, como no podía ser de otra manera, ha sido la excandidata de Fuerza Popular (FP), culpable de blandir esa arma como una chaveta  del lumpenaje político a un ritmo de una vez cada año. Es decir, las tres fuerzas parlamentarias que son en verdad variantes del fujimorismo de siempre, se presentan otra vez en escena para exhibir su opereta golpista, vuelven a mostrar con total impudicia sus propósitos irresponsables, antidemocráticos y demenciales.

Cuándo se ha visto que un partido político tenga como principios y convicciones la vacancia, como se colige del mensaje que ha publicado la señora K. en las redes sociales. Gente sin moral ni principios se permite pontificar delante de todo el mundo sin que se le mueva un músculo. Una persona con prontuario, a punto de volver a la cárcel por los numerosos delitos de los que se la acusa, tiene la indecencia de dictar cátedra de ética desde su cuenta en Twitter, como si el haber orquestado su actividad criminal bajo la fachada de una agrupación política le franqueara la oportunidad de convertirse en referente moral del país. No se puede estar jugando con fuego por quítame estas pajas, llevando a toda la población de zozobra en zozobra y amenazando no sólo la estabilidad política sino también la lenta recuperación económica que viene experimentando el país luego de tantos meses de paralización debido a la emergencia sanitaria.

La llegada de Mirtha Vásquez a la presidencia del Consejo de Ministros le ha aportado una pátina de sensatez y confianza a la conducción gubernamental, a pesar de que algunos voceros de la bancada cerronista y los ministros que lo representan en el gabinete hacen todo lo posible por boicotear el trabajo lleno de cordura que le ha impreso la expresidenta del Congreso de la República. De la oposición ni qué decir, la llenan de adjetivos agraviantes y misóginos sólo por pertenecer a un sector de la izquierda que quiere llevar razón y rectitud a la tambaleante gestión de Pedro Castillo. Un exministro de gobiernos pasados, haciendo gala de su clasismo y racismo más descarados, la ofende constantemente a través de tuits inmundos y rastreros donde destila esas taras coloniales de las cuales al parecer no lograremos curarnos ni en doscientos años más. Por llevar un apellido conocido en las argollas políticas de nuestro país, este señor cree que puede disparar impunemente sus dardos envenenados de odio y desprecio hacia quien representa ahora un gobierno que no es el que él hubiera deseado.

En cien días es muy poco lo que puede hacer un gobierno, si pensamos en varias décadas de inacción y salvaje imposición de un modelo económico que ha ahondado las desigualdades económicas, sumiendo en el abandono a una importante masa de ciudadanos que desde las regiones observaban con impotencia y casi desesperanza cómo los políticos desde la capital se llenaban la boca hablando del crecimiento económico y el desarrollo que estaban a punto de colocarnos a las puertas del primer mundo. La pandemia llegó para desbaratar sus sueños de opio y revelarles las desastrosas consecuencias de un neoliberalismo cruel que, sin embargo, pretenden seguir defendiendo a pesar de todo lo que hemos visto en los dos últimos años en materia de salud, educación y empleo, por nombrar sólo algunos rubros en que la desatención y la desidia del Estado ha sido alarmante y criminal.

Lo que importa vislumbrar es el rumbo, que no puede ser el mejor si todos no colaboramos para impulsar un gobierno con muchas falencias. No podemos pasarnos conspirando y poniendo cabes solamente porque no ganó el partido por el que votamos. Nuestro aporte democrático consiste en apuntalar una administración que el pueblo eligió por mayoría en comicios limpios, no en lanzar como arma arrojadiza la palabra “vacancia” para esconder la mano de nuestra propia incapacidad. La labor del Congreso tampoco ha sido hasta ahora convincente, allí están las cifras de la opinión pública para corroborarlo. Aparte del trabajo silencioso y de perfil bajo de algunas congresistas, los demás están allí simplemente de comparsa de facciones golpistas cuyo único objetivo es tirarse abajo al gobierno.

Si hay errores, delitos o decisiones dudosas, nuestro deber es señalarlos para que la justicia haga su labor, y no poner zancadillas al Perú promoviendo marchas para pedir la salida del presidente, siguiendo como carneros a pandillas de gamberros o a cabecillas de bandas delincuenciales que fungen de partidos políticos. Eso no es hacer política, eso se llama pataleta crónica de perdedores que no aceptan su condición y no saben asumir con hidalguía el papel que el pueblo les ha asignado.

 

Lima, 21 de noviembre de 2021.