miércoles, 25 de enero de 2017

Fariseos

    En tanto la justicia peruana archiva un sonado caso de abusos sexuales al interior de una comunidad cristiana, un sector ultramontano de conservadores levanta, entre alharacas y aspavientos, su protesta por algo inexistente, una entelequia conceptual que ellos denominan “ideología de género”. Llama la atención la increíble ceguera de este grupo de fundamentalistas sobre el real contenido del currículo escolar que empezará a implementarse el presente año.
    Pasa lo que con todo fanático: solo ve lo que él cree ver; de nada le sirven las ideas ni los razonamientos, pues se deja arrastrar por los prejuicios, estereotipos y clisés que un sistema tradicional de pensamiento ha instalado en su cerebro. Es ejemplarizador al respecto lo mostrado a través de una grabación de vídeo: el periodista interroga a uno de estos activistas “preocupados por la educación de los niños” para que le señale en qué parte del citado documento se dice, como ellos suelen repetir, que se va a promover la homosexualidad en las aulas y otras tonterías más. El individuo busca en las páginas lo que piensa encontrar, hojea nervioso hacia adelante y hacia atrás, y nada; coge su teléfono móvil y realiza una llamada, según él a la persona que le indicará el lugar exacto de la cita o las citas que avalen su punto de vista, y tampoco hay resultados.
    El padre Gastón Garatea, figura relevante de la Iglesia Católica, ha declarado que no todos en ella piensan como el cardenal Cipriani, principal instigador de esta absurda campaña, pues en verdad se está fabricando un miedo sin base, un espantajo sin pies ni cabeza. La periodista Rosa María Palacios, católica practicante,  se ha tomado la molestia de leer el texto en cuestión para analizarlo exhaustivamente, sin encontrar nada, absolutamente nada, que justifique este rasgarse las vestiduras propio de auténticos fariseos. El pedagogo Idel Vexler, exviceministro de Gestión Pedagógica ha señalado con meridiana serenidad: “No veo nada que tenga que preocupar a los padres de familia.” Y el psicoanalista Jorge Bruce, en un rotundo artículo de opinión, nos ha recordado una luminosa intervención de Christiane Taubira, exministra de Justicia francesa, instándonos a no olvidar la existencia de la maldad como componente inherente de muchas conductas humanas, difíciles de controlar por obedecer a pulsiones primitivas propias del cerebro reptiliano.   
    Me parece que el asunto se enmarca en el tema central de los derechos humanos, en el reconocimiento de la igualdad intrínseca de todas las personas ante la ley, lo cual busca evitar discriminaciones odiosas y estigmatizaciones aberrantes. Igualdad de oportunidades para hombres y mujeres, respeto y tolerancia con total independencia de los géneros, pues ello atañe a la identidad que cada ser construye a partir de su especificidad biológica, psicológica y cultural.
    Elaborado por un conjunto significativo de expertos, en consulta permanente con organizaciones que representan a la sociedad civil y a los padres de familia, el currículo, y el enfoque de género que propone, está avalado por importantes organismos internacionales como la ONU y la OMS. Pensar que tantas personas, premunidas de las herramientas que les brindan la ciencia y el simple sentido común, se puedan equivocar en tan delicado tema, solo cabe en mentalidades obtusas y sesgadas, ganadas por la superchería y la ignorancia.
    Este caso juega en pared con el del economista Oscar Ugarteche, cuyo matrimonio con un ciudadano mexicano, celebrado el año 2010, un juez peruano ha ordenado inscribir en el Reniec. Como siempre, los sectores más retrógrados y reaccionarios han puesto el grito en el cielo, exhibiendo sin impudicia cuánto dominan aún en la sociedad peruana esos nocivos prejuicios medievales de la intolerancia, la discriminación y la homofobia. Tal pareciera que todavía no se han dado cuenta que vivimos en el siglo XXI, lejos ya de aquellas épocas en que se condenaba sin remilgos a quien se saliera de la decretada “normalidad”.
    Pero lo que más asombro y estupor me causa es ver a personas con formación académica, con educación universitaria, profesionales muchos de ellos en el ámbito de la educación, repetir sin un ápice de duda, las sandeces y desatinos que propalan a diestra y siniestra los representantes del oscurantismo y la caverna en los medios de comunicación. Es decepcionante observar que cuantos mayores logros vamos obteniendo en materia de derechos fundamentales, existan todavía quienes se aferran a criterios trasnochados e ideas descabelladas para cerrarle el paso a la civilización.


Lima 24 de enero de 2017. 

Renacuajo y Leoncita

    Durante cuatro años durmió esta novela en el rincón de la espera, hasta que por fin he decidido saldar cuentas con ella, y por supuesto también con Mo Yan, Premio Nobel de Literatura 2012, haciendo lo único placenteramente posible: leer con fruición Rana (Editorial Kailas, 2011), la historia de un dramaturgo y sus vicisitudes literarias durante la época más cruda de la implementación de la política del hijo único en la China comunista, dentro del gran marco de la planificación familiar que se impuso el gobierno para paliar la inminente explosión demográfica que la convirtió en el país más poblado del planeta.
    Wan Zu, más conocido como Xiao Pao –cuya traducción es Renacuajo– narra la historia de su tía Wan Xin, médico obstetra y funcionaria del régimen en una de las circunscripciones del inmenso territorio del país amarillo, encargada de ejecutar las severas políticas de control de natalidad. Comprometida con un piloto de la Fuerza Aérea que huye a Taiwán; casada posteriormente con el artesano Hao Dashou, dirigirá con mano firme las instrucciones del gobierno comunista en materia poblacional. La doctora Wan tuvo muchos incidentes en su carrera para cumplir su sometido,  granjeándose no pocas veces la animadversión de la gente que sufre la persecución de los inspectores a su cargo.
    Xiao Pao se casa con Wang Renmei y tienen una hija, no pudiendo por tanto tener otro hijo al ser él funcionario del Estado como militar del Ejército. Pero su esposa queda embarazada, según ella por haberse hecho sacar el anillo anticonceptivo con Yuan Sai. Xiao Pao lo encara, éste lo niega, aconsejándole que deje a su mujer tener a su segundo hijo, a pesar de que eso significaría para él perder su cargo en el Ejército. La persecución de la doctora Wan es implacable, pues no se detiene en consideraciones personales ni familiares. Al practicársele el aborto, Wang Renmei fallece.
    Lo mismo le sucede a Wang Dan, la esposa de un amigo de Renacuajo, quien también muere huyendo de la doctora Wan, encargada de la oficina de planificación del gobierno en la región de Dongbeixiang de Gaomi. El relato se vuelve truculento cuando esta pareja emprende la fuga a sabiendas de que los censores removerán tierra y cielo con el fin de dar con ellos, y así cumplir cabalmente los preceptos sacrosantos de una de las políticas más polémicas del gobierno de Pekín.
    Hasta la cuarta parte está narrado a través de las cartas que el dramaturgo Wan Zu –o Wan Xiao Pao– le dirige a su maestro Sugitani Gijin, donde da cuenta del nacimiento de su hijo, pues se ha vuelto a casar, esta vez con una de las ayudantes más leales de su tía, a quien todos conocen como Leoncita. Este niño nace de un vientre de alquiler, al no poder Leoncita tener ya hijos debido a su edad. A lo largo de la correspondencia, el futuro escritor va mostrando sus dudas y aprensiones por el proyecto que tiene en mente: la obra de teatro contando la historia de la doctora Wan, su tía.
    La quinta parte lo constituye la obra dramática prometida,  en 9 actos y con la indicación de no estar escrita para la representación. Narra, previsiblemente, la azarosa vida de la tía de Renacuajo, con la escena del juicio que se libra ante el tribunal por la tenencia del hijo de Chen Mei y de Renacuajo como el más intenso. El juez dictamina que el niño debe quedar en custodia de Renacuajo y de Leoncita, quienes preparan una recepción para anunciar la bienvenida al hijo esperado.
    La novela despliega de una manera transparente y sólida la maestría y destreza narrativa del escritor chino, reconocido con el Premio Nobel por saber conjugar “con realismo alucinatorio, leyendas, historias y elementos contemporáneos”, según la justificación del jurado. Hay muchos pasajes en la novela que confirman el aserto, revelándonos a un creador de tal dimensión que ya el gran Kenzaburo Oé había alertado de su talento y merecimientos para el tan preciado galardón.

Lima, 21 de enero de 2017.

     

Profesor de sueños

    De todos los poetas españoles cuyas vidas quedaron signadas trágicamente por la guerra civil que devastó su país en los aciagos años de la tercera década del siglo XX, quizá el más conmovedor, por los detalles y duración de su vía crucis, fue el de Marcos Ana, recientemente fallecido a los 96 años de edad, pero a los 73 de vida, como a él le habría gustado repetirlo.
    Nacido el 20 de enero de 1920 en un pueblito de Salamanca, con el nombre oficial de Fernando Macarro Castillo, pronto su vida se vio envuelta en medio de los turbulentos años que marcaron el devenir de la historia del país ibérico a raíz del levantamiento de las fuerzas fascistas encabezadas por el General Francisco Franco. Perdió a su padre en los inicios de la refriega, y casi enseguida a su madre, quedando huérfano muy joven. Es entonces que decide llevarlos consigo en su propio nombre, juntándolos para siempre en el pseudónimo que utilizó a partir de ese momento.
    Recluido en las cárceles franquistas durante 22 años y 7 meses –desde 1938 hasta 1961–, Marcos Ana es mencionado por todos los estudiosos de la Guerra Civil española como el preso que pasó más años encerrado por su militancia en el Partido Comunista Español (PCE), por sus ideas y sueños, sufriendo toda la ignominia que sus verdugos fueron capaces de infligirle, poniendo a prueba su inmensa humanidad jamás abatida, parapetado en su libérrima aspiración por la poesía, desde donde pudo decir: “He golpeado los muros hasta dejar enrojecida mi palabra.”
    Confinado en las infectas mazmorras de la barbarie que impusieron sus captores, Marcos Ana no se quebró en todos los años que tuvo que vivir en las sombras; su imbatible voluntad de hierro se impuso al deseo de sus verdugos, que lo condenaron dos veces a muerte. Sus mejores años arrebatados a la vida los expresó en versos de hondo calado: “La Tierra no es redonda: / es un patio cuadrado / donde los hombres giran / bajo un cielo de estaño.” Los largos años de cautiverio dejaban su huella, irremisibles: “Decidme cómo es un árbol, / decidme el canto de un río, / cuando se cubre de pájaros.”
    Cuando salió libre, gracias a la labor que ejercieron organizaciones de derechos humanos, no le quedaba ni un ápice de rencor o sentimiento de venganza; emergió más limpio y purificado después de haber experimentado los horrores del infierno carcelero, con la promesa invicta en favor de la vida y sus bondades: “Si salgo un día a la vida / mi casa no tendrá llaves: / abierta siempre a los hombres, / al sol y al aire.”
    Tantos años privado de la libertad, ello no depositó en su alma la venenosa simiente del odio ni la del resentimiento. La suya fue una respuesta más bien inteligente y que trasciende a la más pura serenidad; todo lo que su dolido espíritu quiso expresar por el tiempo vivido en el mayor desamparo, en el mismísimo infierno, se canalizó a través de unos versos intensos que trasuntan una magnánima y escanciada humanidad.
    La poesía de Marcos Ana está escrita desde la experiencia más terrible que ser humano pueda vivir, pero transmite ese temple de sensibilidad y solidaridad que la hacen profundamente entrañables; la riqueza de ese singular espíritu no se apagó en las horas de más negra pesadumbre, sino que renació vivificada por la lumbre de la belleza encarnada en las precisas y preciosas palabras que le dan forma.

Lima, 6 de enero de 2017.