De todos los poetas españoles cuyas vidas
quedaron signadas trágicamente por la guerra civil que devastó su país en los
aciagos años de la tercera década del siglo XX, quizá el más conmovedor, por
los detalles y duración de su vía crucis, fue el de Marcos Ana, recientemente
fallecido a los 96 años de edad, pero a los 73 de vida, como a él le habría
gustado repetirlo.
Nacido el 20 de enero de 1920 en un
pueblito de Salamanca, con el nombre oficial de Fernando Macarro Castillo,
pronto su vida se vio envuelta en medio de los turbulentos años que marcaron el
devenir de la historia del país ibérico a raíz del levantamiento de las fuerzas
fascistas encabezadas por el General Francisco Franco. Perdió a su padre en los
inicios de la refriega, y casi enseguida a su madre, quedando huérfano muy
joven. Es entonces que decide llevarlos consigo en su propio nombre,
juntándolos para siempre en el pseudónimo que utilizó a partir de ese momento.
Recluido en las cárceles franquistas
durante 22 años y 7 meses –desde 1938 hasta 1961–, Marcos Ana es mencionado por
todos los estudiosos de la Guerra Civil española como el preso que pasó más
años encerrado por su militancia en el Partido Comunista Español (PCE), por sus
ideas y sueños, sufriendo toda la ignominia que sus verdugos fueron capaces de
infligirle, poniendo a prueba su inmensa humanidad jamás abatida, parapetado en
su libérrima aspiración por la poesía, desde donde pudo decir: “He golpeado los
muros hasta dejar enrojecida mi palabra.”
Confinado en las infectas mazmorras de la
barbarie que impusieron sus captores, Marcos Ana no se quebró en todos los años
que tuvo que vivir en las sombras; su imbatible voluntad de hierro se impuso al
deseo de sus verdugos, que lo condenaron dos veces a muerte. Sus mejores años
arrebatados a la vida los expresó en versos de hondo calado: “La Tierra no es
redonda: / es un patio cuadrado / donde los hombres giran / bajo un cielo de
estaño.” Los largos años de cautiverio dejaban su huella, irremisibles:
“Decidme cómo es un árbol, / decidme el canto de un río, / cuando se cubre de
pájaros.”
Cuando salió libre, gracias a la labor que
ejercieron organizaciones de derechos humanos, no le quedaba ni un ápice de
rencor o sentimiento de venganza; emergió más limpio y purificado después de
haber experimentado los horrores del infierno carcelero, con la promesa invicta
en favor de la vida y sus bondades: “Si salgo un día a la vida / mi casa no
tendrá llaves: / abierta siempre a los hombres, / al sol y al aire.”
Tantos años privado de la libertad, ello no
depositó en su alma la venenosa simiente del odio ni la del resentimiento. La
suya fue una respuesta más bien inteligente y que trasciende a la más pura serenidad;
todo lo que su dolido espíritu quiso expresar por el tiempo vivido en el mayor
desamparo, en el mismísimo infierno, se canalizó a través de unos versos
intensos que trasuntan una magnánima y escanciada humanidad.
La poesía de Marcos Ana está escrita desde
la experiencia más terrible que ser humano pueda vivir, pero transmite ese
temple de sensibilidad y solidaridad que la hacen profundamente entrañables; la
riqueza de ese singular espíritu no se apagó en las horas de más negra
pesadumbre, sino que renació vivificada por la lumbre de la belleza encarnada
en las precisas y preciosas palabras que le dan forma.
Lima,
6 de enero de 2017.
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