miércoles, 25 de enero de 2017

Profesor de sueños

    De todos los poetas españoles cuyas vidas quedaron signadas trágicamente por la guerra civil que devastó su país en los aciagos años de la tercera década del siglo XX, quizá el más conmovedor, por los detalles y duración de su vía crucis, fue el de Marcos Ana, recientemente fallecido a los 96 años de edad, pero a los 73 de vida, como a él le habría gustado repetirlo.
    Nacido el 20 de enero de 1920 en un pueblito de Salamanca, con el nombre oficial de Fernando Macarro Castillo, pronto su vida se vio envuelta en medio de los turbulentos años que marcaron el devenir de la historia del país ibérico a raíz del levantamiento de las fuerzas fascistas encabezadas por el General Francisco Franco. Perdió a su padre en los inicios de la refriega, y casi enseguida a su madre, quedando huérfano muy joven. Es entonces que decide llevarlos consigo en su propio nombre, juntándolos para siempre en el pseudónimo que utilizó a partir de ese momento.
    Recluido en las cárceles franquistas durante 22 años y 7 meses –desde 1938 hasta 1961–, Marcos Ana es mencionado por todos los estudiosos de la Guerra Civil española como el preso que pasó más años encerrado por su militancia en el Partido Comunista Español (PCE), por sus ideas y sueños, sufriendo toda la ignominia que sus verdugos fueron capaces de infligirle, poniendo a prueba su inmensa humanidad jamás abatida, parapetado en su libérrima aspiración por la poesía, desde donde pudo decir: “He golpeado los muros hasta dejar enrojecida mi palabra.”
    Confinado en las infectas mazmorras de la barbarie que impusieron sus captores, Marcos Ana no se quebró en todos los años que tuvo que vivir en las sombras; su imbatible voluntad de hierro se impuso al deseo de sus verdugos, que lo condenaron dos veces a muerte. Sus mejores años arrebatados a la vida los expresó en versos de hondo calado: “La Tierra no es redonda: / es un patio cuadrado / donde los hombres giran / bajo un cielo de estaño.” Los largos años de cautiverio dejaban su huella, irremisibles: “Decidme cómo es un árbol, / decidme el canto de un río, / cuando se cubre de pájaros.”
    Cuando salió libre, gracias a la labor que ejercieron organizaciones de derechos humanos, no le quedaba ni un ápice de rencor o sentimiento de venganza; emergió más limpio y purificado después de haber experimentado los horrores del infierno carcelero, con la promesa invicta en favor de la vida y sus bondades: “Si salgo un día a la vida / mi casa no tendrá llaves: / abierta siempre a los hombres, / al sol y al aire.”
    Tantos años privado de la libertad, ello no depositó en su alma la venenosa simiente del odio ni la del resentimiento. La suya fue una respuesta más bien inteligente y que trasciende a la más pura serenidad; todo lo que su dolido espíritu quiso expresar por el tiempo vivido en el mayor desamparo, en el mismísimo infierno, se canalizó a través de unos versos intensos que trasuntan una magnánima y escanciada humanidad.
    La poesía de Marcos Ana está escrita desde la experiencia más terrible que ser humano pueda vivir, pero transmite ese temple de sensibilidad y solidaridad que la hacen profundamente entrañables; la riqueza de ese singular espíritu no se apagó en las horas de más negra pesadumbre, sino que renació vivificada por la lumbre de la belleza encarnada en las precisas y preciosas palabras que le dan forma.

Lima, 6 de enero de 2017.

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