sábado, 26 de junio de 2010

Luchas interétnicas

Los enfrentamientos entre colectividades humanas por razones políticas, económicas, raciales o culturales han sido una constante a lo largo de la historia universal, es por ello que ya no llama la atención cuando un hecho de estas características se desata en alguna región del planeta, acarreando a su paso muerte y destrucción. Es lo que sucede en la actualidad en dos países radicalmente diferentes y situados en zonas geográficamente distantes: Bélgica y Kirguizistán.
En el caso de Bélgica, se ha puesto en el ojo de la tormenta el secular entredicho entre flamencos y valones, dos de las principales comunidades que conviven en este país europeo que nació a la vida independiente en 1830 a expensas de Holanda. La reciente victoria de la Nueva Alianza Flamenca (NVA) de Bart De Wever en Flandes, ha despertado las aspiraciones independentistas de esta comunidad que habla neerlandés, que constituye el 60% de la población y que vive mayoritariamente en el norte del país, caracterizada por ser rica y populosa.
Los valones, por su parte, ocupantes del empobrecido sur, hablan francés y representan el restante 40% de los habitantes belgas. Aspiran a mantener cohesionado un país que ha vivido en estos permanentes trasiegos pero que ha sabido siempre salir airoso de las ventoleras autonomistas de sus vecinos del norte. Pero ahora parece que se enfrentan a una encrucijada mayor, pues el nudo del conflicto --la situación del distrito electoral de Bruselas-Halle-Vilvoorde (BHV)-- se presenta como el escollo principal en esta larga querella que hace peligrar la misma existencia de Bélgica.
Así vistas las cosas, es curioso que este pequeño país europeo de 11 millones de habitantes, con un singular sistema de elecciones políticas y de representación parlamentaria, se encuentre tironeado entre neerlandófonos y francófonos, encarnando la cruel paradoja de que Bruselas, símbolo y sede de la Unión Europea, se enfrente al abismo de su propia escisión.
Un verdadero apartheid lingüístico que debe ser encarado con cautela e inteligencia por el rey Alberto II y por el próximo Primer Ministro, sucesor del renunciante Yves Leterme. Los partidos políticos de mayor arraigo --democristianos, liberales y socialistas-- también tienen la palabra.
El otro caso es el de la ex república soviética de Kirguizistán, escenario de los últimos episodios de violencia entre uzbekos y kirguizes, que ha cobrado el saldo trágico de más de un centenar de muertos y la desoladora realidad de alrededor de 80 mil desplazados.
Kirguizistán es un país de 5,5 millones de habitantes, repartidos étnicamente entre un 70% de kirguizes y un 15% de uzbekos, además de otras etnias menores, que nació a la vida independiente cuando la otrora poderosa URSS se disolvió en 1990. Pero ya desde la era soviética se había dividido artificialmente el ubérrimo valle de Ferganá entre Uzbekistán, Kirguizistán y Tayikistán, situación ahora agravada por el hecho de que constituyen países diferentes, cada quien con su gobierno respectivo.
Los kirguizes constituyen mayoritariamente la población rural, mientras que los uzbekos lo son de la urbana, localizada principalmente en las ciudades de Osh --la segunda del país después de Bishkek, la capital-- y de Jalalabad. La revuelta se desató en abril de este año con la caída del presidente Kurmambek Bakíev, en medio de acusaciones de corrupción, narcotráfico y crimen organizado. La presidenta interina, Rosa Otúmbayeva, llegó a pedir incluso la intervención de Rusia, pero el Kremlin se ha mantenido al margen, observando el curso de los acontecimientos con interés y esperando una situación límite que los obligue a ello.
Aun cuando ambas etnias hablen el mismo idioma, el turco, y tengan la misma religión, el islam, las luchas encarnizadas en el sur del país han provocado una feroz realidad de muertos, heridos y desplazados. Éstos últimos reflejan todo el drama de una población sometida a una especie de limpieza étnica, como la que se vivió en la ex Yugoslavia en la década pasada, con toda la espantosa secuela de niños, mujeres y ancianos aventados de sus hogares y deambulando en una frontera que se abrió para unos cuantos, pero que se ha cerrado para la gran mayoría.
Para nadie es un secreto que la región representa una zona estratégica para los Estados Unidos y para Rusia en su lucha en Afganistán. Los norteamericanos poseen una base militar en el aeropuerto de Manás, clave para sus operaciones contrainsurgentes en una de las zonas más explosivas del planeta, mientras que los rusos no olvidan sus viejos lazos con las repúblicas que en su momento formaron parte de la Unión Soviética.
Naciones Unidas, sumando los esfuerzos de los protagonistas implicados, debería asumir la tarea de pacificar esta región que vive en estas horas una auténtica tragedia humanitaria.
Ambos casos ponen sobre el tapete de la discusión política el problema de las fronteras, creaciones artificiales de los hombres para separar en Estados o unir en países lo que histórica y culturalmente posee otra naturaleza. Un inmenso desafío a nuestra capacidad de convivencia y a nuestro propósito de edificar una civilización.

Lima, 26 de junio de 2010.

sábado, 19 de junio de 2010

José Saramago: el aprendiz y el maestro

Una mala costumbre instaurada en el mundo de los hombres ha hecho que sólo nos ocupemos al unísono de la figura de un muerto. En esta penosa ocasión, la fuerza de los hechos nos obliga a no contradecir ese fenómeno. La inesperada llegada de algo que sin embargo es lo más esperado de la certidumbre humana, ha causado un dolor singular en el mundo de la cultura: el adiós de José Saramago, el primer Premio Nobel portugués de Literatura, a la expectante edad de 87 años, cuando apenas amanecía en Lanzarote, esa isla del Atlántico que era su residencia desde 1993.
La entrañable imagen del gran escritor lusitano viene entonces a nuestra memoria, a través del recorrido maravilloso de esa obra brillante que supo engastar en los últimos treinta años de su vida. Hijo y nieto de campesinos, no tuvo empacho al iniciar su discurso de recepción del Premio Nobel 1998 diciendo que el hombre más sabio que había conocido era un analfabeto. Ese hombre era su abuelo Jerónimo, quien con la abuela criaron al pequeño José en la aldea de Azinhaga, cerca de Lisboa, cuando el futuro creador ni siquiera pensaba en dedicarse a la literatura.
Pero viene también a nuestra querencia más profunda, la imagen del hombre comprometido con las causas sociales más acuciantes de nuestro tiempo, la del ser humano noble y generoso que dispensó su tiempo y sus mejores energías a la defensa de la causa de los desposeídos, a favor de los excluidos del festín de la historia, prestándoles su voz a los que carecen injustamente de ella, para gritar a los cuatro vientos esas verdades incómodas que hacen estremecer la precaria quietud de los poderosos.
Considerado el mayor novelista que ha dado al mundo la lengua de Camoens, el escritor portugués más importante del siglo XX deja tras su partida una estela luminosa de entrega y sabiduría, de pasión y compromiso, de paciencia y valentía. Autor de una decena de novelas espléndidas, así como de crónicas y artículos periodísticos --verdaderos ensayos de lucidez--, José Saramago se ha instalado de pleno derecho en el corazón de una legión de lectores que se entregaban con fervor cada vez que se anunciaba una nueva publicación suya.
Desde posiciones heterodoxas en materia religiosa y política, siempre estuvo inmerso en el candelero de cuantas discusiones teológicas o ideológicas se suscitaban a raíz de sus obras controversiales, que tocaban fibras muy sensibles de la clerecía establecida. Nunca se mostró complaciente con ningún tipo de poder, pues ejerció el oficio de escribir con la más libérrima de las posturas.
Militó desde muy joven en el Partido Comunista, lo cual le valió la sospecha y la inquina de cierto sector de la sociedad portuguesa y de la europea en general. Ironizando sobre la evolución de su vida en la perspectiva de la gente, decía que si al comienzo afirmaban: “es bueno, pero es comunista”, después el comentario era: “es comunista, pero es bueno”. Pero esa adherencia partidaria tampoco fue incondicional, pues Saramago demostró su independencia de criterio y su libertad de juicio cada vez que descubría flagrantes contradicciones entre quienes defendían posiciones de izquierda.
Propulsor entusiasta de un iberismo integrador y fraterno, fue criticado por quienes se atrincheran en mentalidades estrechas y en miradores de corto alcance, seres que abundan en todos lados. Sus ficciones literarias, especies de parábolas modernas, han sondeado este y otros temas contemporáneos, dejando en todos ellos la marca inconfundible de su talento y de su talante, valores incomparables que han hecho de este aprendiz --como dijo modestamente en su discurso ante los académicos suecos-- un auténtico maestro de las letras y las artes, pero sobre todo de humanismo y de humanidad.
Saramago entrega la posta, más allá de su pesimismo --porque el mundo es pésimo, decía-- a quienes deben asumir ese legado de combate y de quijotismo, que en su caso lo hizo sin mengua alguna en la calidad de su obra, una prosa novedosa y original que llevaba al lector por los vericuetos más sorprendentes de la condición humana.

Lima, 18 de junio de 2010.

viernes, 11 de junio de 2010

La dialéctica del diablo

Durante casi tres semanas --veinte días, para ser exactos--, enfrascado en la delirante historia de la dictadura de Rafael Leonidas Trujillo en la República Dominicana, he disfrutado otra vez de una envolvente y cautivadora novela de Mario Vargas Llosa: La fiesta del chivo (Alfaguara, 2000).
El destripamiento físico y moral que hace el novelista de uno de los regímenes más truculentos y despiadados de la historia política de Latinoamérica, me ha dejado muchas veces con los pelos de punta, y en otras con el alma escarapelada de horror, cuando no con las entrañas revueltas y el ánimo crispado de espanto, al recorrer sus páginas que describen con crudeza los acontecimientos y hechos, en clave de ficción, que cifraron la vida, pasión y muerte de ese país del Caribe que soportó por 31 años el oprobio férreo y sangriento de la tiranía bestial de quien era llamado pomposamente el Gran Benefactor, el Padre de la Patria Nueva, el Jefe, y otros sobrenombres igualmente ridículos.
La narración discurre en tres momentos históricos bien marcados, el primero durante el apogeo del gobierno del sátrapa, algo que la historia conoce también como la Era Trujillo; el segundo, en los momentos finales del mismo, cuando una bien concertada conjura logra acabar con la vida del tirano; y el tercero, cuando Urania Cabral, protagonista axial de la ficción, está de regreso en el país después de 35 años de ausencia, años en los que quiso abolir todo aquello que se refiriera a los años que tuvo que vivir en la República Dominicana. Hija de Agustín Cabral --un político muy influyente del cogollo trujillista, que finalmente cae en desgracia, y que como último recurso se juega una de las cartas más repelentes que persona alguna pueda utilizar--, Urania sintetiza, porque encarna sus efectos más nocivos, todo el lastre moral y humano que puede dejar un sistema organizado para la perpetuación del poder, valiéndose para ello, y sin escrúpulos, del crimen, la delación, la venganza, la tortura y otras formas de la insania proto humana.
El relato es subyugante, pues de algún modo es la historia de todos los países de América Latina, que casi ha sido la misma: un desfile de déspotas sanguinarios y crueles que han detentado el poder para halagar su megalomanía rastrera y vil. Esta novela desnuda los perversos entresijos del alma retorcida de siniestros personajes allegados al régimen. Meticulosa descripción de las tiranías criollas que han imperado en nuestras tierras, amparados en la impunidad y, muchas veces, con la secreta o abierta complicidad de los poderes de afuera.
El ya mencionado senador Agustín Cabral, Cerebrito; Henry Chirinos, el Constitucionalista Beodo o la Inmundicia Viviente --personaje que evoca en los lectores peruanos una figura connotada de su historia política reciente, hoy eclipsado y sumido en un ostracismo voluntario invulnerable--; Ramfis y Radhamés, los disolutos hijos del Dictador; el siniestro Johnny Abbes, el “malvado inteligente”, jefe del temido Servicio de Inteligencia Militar (SIM); son sólo algunos nombres de esa vasta fauna teratológica que pulula por la novela, demostrándonos a cada paso, los niveles espeluznantes a que puede descender el espécimen llamado hombre, cuando es poseído por ese fluido demoniaco de la venganza al servicio de una aviesa lealtad perruna.
Cuando Urania destapa, ante los oídos absortos e incrédulos de su tía Adelina, de sus primas Lucindita y Manolita, y de su sobrina Marianita, el peor secreto guardado de su existencia, el que la impulsó a abandonar el país por todos estos años, y que vivió en el último tramo de la Era Trujillo, se abre también el cráter más hediondo de la novela, aquella que nos revela la estirpe espiritual --si es que la tenían-- y moral de los hombres (mejor sería decir homínidos) que hicieron de la dictadura de Rafael Leonidas Trujillo Molina una de las más horrendas del siglo XX.
El grupo de los justicieros, ese puñado de hombres civiles y militares que formaron parte de la conspiración para acabar con el chivo, tendría un final trágico, perseguidos con saña y sometidos a torturas inimaginables, con la excepción de dos de ellos, que pudieron atravesar sanos y salvos ese proceso de conversión que los hizo mudar de asesinos a ajusticiadores, y luego a héroes, siendo reconocidos y cubiertos de gloria por el siguiente gobierno de Joaquín Balaguer, un personaje también del entorno de Trujillo, pero que siempre trató de guardar las maneras democráticas, aun dentro de la entraña autoritaria del régimen.
En suma, una de las obras totalizadoras del gran novelista peruano, que se sitúa sin lugar a dudas entre las más logradas de su tipo, así como entre las más acabadas de su ya copiosa bibliografía.

Lima, 11 de junio de 2010.

sábado, 5 de junio de 2010

Impunidad israelí

De París a Estambul, de Atenas a Rabat, de Amsterdam a Barcelona, una ola de indignación recorre el mundo por el asalto de las fuerzas militares israelíes a una flotilla de ayuda humanitaria que se desplazaba a la franja de Gaza. La acción ha rebasado los límites de consideración y paciencia hacia un gobierno que comete despropósito tras despropósito, con el tácito consentimiento de su aliado mayor, los EE.UU., que nada puede ya hacer para frenar este desbocado afán de actuar en la más absoluta impunidad.
La llamada Flotilla de la Libertad, compuesto por seis embarcaciones en las que viajaban alrededor de 750 personas, se dirigía por aguas internacionales con un valioso cargamento con destino al territorio palestino de Gaza, sometido a un férreo bloqueo económico por parte de Israel. Las fuerzas navales hebreas, en una inusual demostración de piratería internacional, han asaltado el principal barco, el Mavi Mármara, de bandera turca, y, luego de un combate desigual en cubierta con parte de la tripulación, han matado a 9 de ellos. Enseguida toda la flota ha sido conducida al puerto de Ashdod, al sur de Israel, donde han quedado detenidos todos los activistas. Gradualmente han sido deportados, gracias a la presión internacional, no sin antes haberlos acusado de “inmigrantes ilegales”, situación totalmente absurda, pues fueron llevados allí a punta de pistola.
Es injustificable este proceder que ha violentado las normas mínimas del derecho internacional, aun cuando se puede explicar desde la comprensión del nerviosismo del gobierno de Tel Aviv ante las crecientes manifestaciones contrarias a su existencia como Estado, por parte de algunos líderes connotados del mundo árabe, así como desde la desesperación de verse acorralado en medio de vecinos hostiles a los que en algún momento agredió, y la obsesión defensiva ante lo que ellos llaman el movimiento terrorista islámico que pretende acabar con su existencia como país y nación.
Se han resentido particularmente sus relaciones con Turquía, país con el que, luego de mucho tiempo, volvía a tender puentes de cooperación en varios terrenos. Los nueve ciudadanos turcos asesinados en esta nueva tropelía del gobierno de Netanyahu, pueden significar un grave retroceso en esa vía, que comprende desde el suministro de petróleo, construcción de un gasoducto desde Anatolia, hasta la asistencia en materia de agua.
Inmediatamente se han reunido los principales líderes políticos mundiales, en instancias como la ONU, la OTAN, la UE y la propia Liga Árabe. El Secretario General de la organización mundial, Ban Kee Moon, ha condenado abiertamente este asalto armado en aguas internacionales a embarcaciones pacíficas, reclamando una prolija e imparcial investigación para deslindar los hechos e imponer las sanciones correspondientes. Todos los gobiernos democráticos de occidente han repudiado a su turno este exabrupto de una nación cuyos líderes más connotados parecen no haber aprendido de las terribles lecciones de su historia.
Pero lo que causa irritación en todo este asunto es la tibieza de la reacción estadounidense, los miramientos del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, y los silencios individuales de otros tantos jerarcas de la política mundial. No sorprende la conducta de la Casa Blanca, a pesar de la presencia en ella de un presidente como Barack Obama, pues es archisabido el papel de socio y protector que cumple el gran imperio del norte con respecto al país hebreo. De allí a explicar el comunicado elíptico del Consejo no hay más que un breve paso.
Se pone en entredicho además el inicuo bloqueo impuesto por Israel a la franja de Gaza, cuyo fin reclama al unísono la comunidad internacional, pues como ha dicho Navi Pillay, la Alta Comisionada para los Derechos Humanos de Naciones Unidas, “la ley humanitaria internacional prohíbe hacer pasar hambre a los civiles como método de guerra y también está prohibidos los castigos colectivos”.
¿Hasta cuándo el mundo civilizado tolerará este ilegal e inhumano trato al que es sometido el pueblo de Gaza? ¿Hasta cuándo Israel se conducirá en el Medio Oriente como si gozara de un derecho especial, una especie de carta blanca, para perpetrar todo tipo de agresiones en medio de la mayor impunidad? ¿O será que ellos creen que los sufrimientos del pasado les franquean una suerte de inmunidad sui generis?

Lima, 05 de junio de 2010.