sábado, 31 de diciembre de 2011

Más estudios, menos cultura

Desde que el hombre sintió la necesidad, por naturaleza o por azar, de separarse y hacerse diferente de los animales, se ha valorado el saber como uno de los rasgos distintivos de nuestra especie. La aparición gradual de los centros de enseñanza, primero las escuelas en los monasterios o conventos y posteriormente las universidades como entidades autónomas, no ha hecho sino asentar en la cultura occidental la aventura del conocimiento como una de las conquistas más preciosas del espíritu humano.
Durante muchos siglos, que en realidad son pocos si los comparamos con la existencia del hombre sobre el planeta, los estudios universitarios nunca descuidaron esa visión universal del saber que es la razón de ser de su esencia, teniendo en las llamadas humanidades una de las fuentes inagotables de enriquecimiento y elevación del estudiante, sea cual sea la profesión que haya elegido.
La gran paradoja de nuestro tiempo, sin embargo, es que cuantos más estudios de post-grado existen -maestrías, doctorados, etc.-, somos, curiosamente, más incultos e ignorantes. La superespecialización de las denominadas carreras profesionales se ha convertido en el signo -gloria y condena a la vez- de esta época, que ha hecho del desprecio por la filosofía y las humanidades en general su santo y seña, la manifestación más notoria de su estrechez y su indigencia.
Un saber divorciado de las urgencias más profundas del ser humano; un saber muy a tono con las exigencias utilitarias de un mundo cada vez más digitalizado y robotizado, pero ajeno a esa preocupación esencial por el ser, destino y trascendencia del hombre, no puede producir sino una legión de técnicos especializados en las numerosas parcelas en que se ha dividido el conocimiento con el argumento de que así era lo conveniente para su mejor abordaje intelectual.
Emerson dijo siempre que la profesión universal es la de ser humano. El trascendentalismo preconizado por el gran pensador norteamericano, donde se funden armoniosamente una discreta religiosidad puritana y un fervoroso idealismo romántico, le hacía ver que, cualquiera fuera la aspiración terrena del hombre, y sobre todo si esa búsqueda tenía como meta el ejercicio de una profesión, jamás debía descuidarse esa visión superior sobre nuestro destino como seres dotados de cualidades especiales que deberíamos cultivar para alcanzar precisamente esa trascendencia.
Las universidades, que en los últimos tiempos han proliferado asombrosamente en nuestro medio, han contribuido indudablemente a ello, a ese gradual proceso de precarización de los estudios, que las ha hecho descender vertiginosamente de los niveles académicos e intelectuales que poseían hasta hace apenas unas décadas. Unos sistemas de ingreso poco exigentes, donde se tiene en cuenta más las posibilidades económicas del postulante que sus reales capacidades personales -especialmente en muchas de las universidades privadas-, ha traído como nefasta consecuencia la existencia de una muchedumbre de jóvenes cursando “estudios universitarios” sin ostentar verdaderamente el rango de verdaderos estudiantes universitarios.
Y la tendencia es que esas características se van a acentuar en los próximos años, si no hacemos nada para detener este avance en cantidad de los centros de enseñanza superior, pero no en calidad. El maestro Luis Jaime Cisneros decía que en nuestro país eran apenas un puñado de universidades las que merecían llevar ese nombre. Comprobarlo es relativamente fácil. Por poner un ejemplo: conversaba hace unos días con un joven estudiante de ciencias de la comunicación -de una universidad particular, por supuesto- sobre el porvenir de sus estudios, y me decía que la mayoría de sus compañeros estaban interesados por los aspectos visuales -fotografía, publicidad- de la comunicación, y no tanto por el periodismo o prensa, pues ello exigía leer y esas cosas.
Ya podemos imaginar el futuro del periodismo serio y fidedigno en manos de estos futuros señores versados en las ciencias de la comunicación. No quiero ni pensar en los abismos de miseria informativa y carencia de rigor de los medios del futuro, dirigidos, editados y escritos por estos estudiantes que reniegan del acto de leer, por estos “universitarios” ajenos al libro y a los textos en general. Ya podemos vislumbrar algo de ello en las publicaciones de la prensa chatarra, situación que al parecer se agravaría con la presencia de una caterva de egresados de las facultades sin la mínima y decorosa preparación.
Y esto que sucede con el periodismo también pasa con otras profesiones, sobre todo con el Derecho, de lo cual puedo dar fe. Así pues, tengo casi por una certeza incontestable que, en materia de estudios y especializaciones, a los que se ha lanzado en forma desbocada nuestra época, ello sólo producirá seres deformes y contrahechos, mas no auténticos hombres de cultura.

Lima, 31 de diciembre de 2011.

sábado, 24 de diciembre de 2011

Los adioses

Cuatro personajes del siglo XX, fallecidos en la semana que pasó, han enlutado de alguna manera este mundo vertiginoso que se apresta a celebrar las fiestas de fin año. Algunos más conocidos que otros, todos han jugado un papel importante, ya sea en la cultura o en la política, desde el lugar que decidieron ocupar en sus vidas.
El primero de ellos es el periodista, escritor, politólogo y temible polemista inglés Christopher Hitchens, radicado en los Estados Unidos y nacionalizado estadounidense en el año 2007, donde ha desarrollado una brillante y exitosa carrera desde su posición de iconoclasta empecinado. Bebedor compulsivo, fumador sin tregua y ateo militante, situado por la crítica entre Voltaire y Orwell, Hitchens era la más agreste piedra en el zapato del sistema establecido, al cual provocaba cada tanto con sus desplantes críticos o con sus dardos emponzoñados de una sátira corrosiva.
Un puñado de libros irreverentes y contraculturales, donde la idea de dios era puesta continuamente en entredicho -Dios no existe, Dios no es bueno, etc.-, le han granjeado un puesto en la lista poco apetecible de los intelectuales sometidos a los acosos y los asedios del poder. Desmitificador de figuras consagradas del mundo contemporáneo -como la madre Teresa, por ejemplo-, asumió en los últimos años extrañas posiciones ante asuntos cruciales de la política mundial, como el haber manifestado su apoyo a la invasión norteamericana a Irak y a la guerra inglesa contra Argentina por las islas Malvinas.
Al día siguiente no más, el sábado 17, moría la más importante artista caboverdiana del siglo XX y comienzos del XXI: Cesária Évora. La llamada diva de los pies descalzos, o la diva descalza simplemente, se había catapultado a los primeros planos de la fama y el éxito cerca ya de los cincuenta años, merced a una voz impresionante de registros graves y tersos.
Alguna vez declaró que cantaba para alejar a la tristeza, sentimiento en el que nos ha sumido la noticia de su partida. Su afición por la bebida la tuvo secuestrada en la esterilidad y el anonimato casi una década, trance del que salió para emprender una evolución muy personal en el terreno del canto y convertirse en una de las máximas exponentes de la “morna” y la “coladera”, dos de los ritmos tradicionales de la isla donde nació, un archipiélago más bien, que alguna vez fue colonia portuguesa.
Y el día domingo se despedían al unísono Kim Jong-Il y Václav Havel, presidente del Corea del Norte el primero y ex presidente de Checoslovaquia y de la República Checa el segundo. La figura de Kim Jong-Il es indudablemente de primera magnitud para entender el proceso de uno de los escasos regímenes comunistas que subsisten en estos tiempos. Sucesor del gran Kim Il-Sung, su padre y fundador de la República de Corea del Norte, Jong consolidaría el poder en el país asiático desde su plataforma ideológica de estalinista convicto y confeso.
Adorado por su pueblo, y líder de un país que vive cerrado a los tráfagos y las corrientes de este mundo globalizado, Kim Jong-Il era uno de los últimos jerarcas de un sistema ideológico que se desplomó hace más de veinte años, pero que sobrevive en poquísimos países del planeta sometidos a la hostilidad y las embestidas de sus enemigos.
Václav Havel, poeta y dramaturgo checo, artífice de la “Revolución de Terciopelo” de 1989, que acabó con el comunismo en Europa del Este, y que estuvo asimismo implicado en la Primavera de Praga de 1968, ha escenificado su retirada de este mundo a los 75 años, luego de haber protagonizado jornadas históricas en la evolución de la política europea en las últimas décadas del siglo XX.
Václav Havel es el caso del intelectual y hombre de letras que intempestivamente es arrastrado a las arenas de la lucha política, donde se juega todo su prestigio y todo su talento por la defensa de los ideales de la libertad, la justicia y la democracia. Es elegido presidente de Checoslovaquia a la caída del régimen comunista, él, el disidente, el que estuvo preso por largas temporadas en las cárceles del gobierno satélite de Praga.
No negó jamás su concurso en esas horas aciagas para salvar a su pueblo, asumiendo el liderazgo político, con un breve interregno cuando la separación de Eslovaquia y Chequia en 1993, retomando enseguida el cargo, ahora como presidente de la flamante República Checa. Su alta investidura moral e intelectual le granjearon el respeto de la comunidad internacional, cargo que ejerció por 13 años con ecuanimidad y solvencia.
El viaje de este mundo al trasmundo siempre será un misterio para el ser humano, pero nos queda el pequeño consuelo de saber que algunas vidas seguirán alumbrando, como los astros que se extinguen en la inmensidad del cosmos, el espacio y el tiempo de los mortales que aguardamos, temerosos, tomarles la posta.

Lima, 24 de diciembre de 2011.

sábado, 17 de diciembre de 2011

Danzas y andanzas de Zorros

Quizás la novela más ligada a la vida y a la muerte de José María Arguedas, la que testimonia de un modo dramático y certero la lucha que el escritor libraba en su interior, fue aquella que escribió en su último año de vida, y que se publicaría póstumamente con el título de El zorro de arriba y el zorro de abajo (1971).
Aconsejado por su psiquiatra, la chilena Lola Hoffman, José María acometió la ardua tarea de su propia cura, a través de la escritura de esta su última obra, donde se combinan fragmentos de diarios y el relato de la historia y la vida del puerto de Chimbote, durante los años de bonanza que le produjo el boom de la pesca.
Como en una terapia o sesión psicoanalítica, José María enfrenta a sus demonios, aun cuando sabe, o por lo menos intuye, que ya no podrá ser capaz de exorcizarlos. Entonces se aferra a la ficción -“no es una desgracia luchar contra la muerte, escribiendo”, dice-; siente por momentos que las fuerzas se le agotan, que su ánimo languidece y que cae bruscamente a un pozo profundo, al pozo de la más negra desesperanza.
En este año en el que se ha celebrado el centenario del nacimiento de nuestro insigne compatriota, una forma de rendirle tributo era leyéndolo, es decir, entrando en contacto con su palabra y su alma, a través de la obra dejada por el gran novelista. Es así que, después de muchos años de una curiosa confabulación del azar, que me impidió acceder a su última novela, por fin he tenido el gozo y el privilegio de participar de ese diálogo de zorros que en un sentido simbólico representa la ficción.
Cuánto habrá tenido que batallar en su corazón y en su alma un ser tan sensible y tan tierno como el de José María, arrastrando en sus hombros mustios la carga pesada de todas sus derrotas y todos sus fracasos, reales o imaginarios. Cómo se habrá visto confrontado a ese momento supremo en que decidió dejar este mundo, prefiriendo la muerte a la soledad del vacío existencial, según confiesa en su última carta.
Y que al preparar ese hecho atroz, tuviera sin embargo la misma delicadeza y la misma consideración que siempre tuvo para con los demás, pensando hasta en los detalles más precisos para que su muerte no tuviera que perjudicar a nadie, sobre todo a la universidad en la que era docente. Uno no logra imaginar siquiera ese trance insólito de un hombre debatiéndose entre el mundo de aquí y el de más allá.
Y su novela, pues, es el reflejo onírico y misterioso de esos demonios que ya lo acogotaban. La historia de los pescadores y los habitantes de esa ciudad que, en los años de la pesca boyante y de la creciente industria de la harina de pescado, se vio convertida en la tierra de promesas y esperanzas para miles de inmigrantes que bajaron de las serranías para encontrar un futuro mejor en las orillas del mar, podría verse como el último filón de una esperanza que cada vez para el novelista era nula.
Una vida llena de miserias y tanteos, de casas precarias en el arenal de un típico pueblo bullente de actividad febril por la actividad económica, con sus obreros y sus patrones, sus mendigos, locos y prostitutas; sus luchas sindicales y sus enfrentamientos sectarios, además de los infaltables curas. En una prosa bellísima, amasada en la ternura infinita de su raigambre quechua, cuando describe las cosas y los hombres, y otra más descriptiva y realista cuando recoge el habla de esos migrantes del ande en suelo costeño, la novela discurre mostrándonos el auge y la pujanza de una comunidad que se va haciendo a golpes de tenacidad y voluntad inquebrantables.
Tal vez lo que le faltó al mismo Arguedas, quien en la vida real ya había asumido su propio fin como la única forma de arreglar cuentas consigo mismo. Hay razones que nunca podremos aceptar, pero que respetamos con la misma pasión y el mismo convencimiento que tuvo aquel que decidió ejercerlas para llevar a cabo su fatal voluntad.
Son profundamente estremecedoras, al respecto, las dos cartas con que se cierra el libro, la que dirige al editor argentino Gonzalo Losada, y la que escribe al rector de la Universidad Agraria. Ambas son, en muchos sentidos, como el canto de cisne de un creador que ha llegado conscientemente al límite de sus fuerzas, pero que sin patetismo explica su decisión que ya está tomada, y que se permite solicitar ciertos detalles para cuando su cuerpo sea solamente un despojo.
Pues su espíritu sigue y seguirá vivo, mientras exista alguien que tome uno de sus libros y entable ese diálogo con el maestro, al modo de los zorros míticos de su novela, fungiendo esta vez él como el zorro de arriba, en el hanan pacha, y nosotros los zorros de abajo, aquí en el kay pacha, según la cosmovisión del mundo andino.

Lima, 17 de diciembre de 2011.

sábado, 10 de diciembre de 2011

Ensayo sobre la estupidez

Desde que Albert Einstein afirmara alguna vez que había dos infinitos -el universo y la estupidez humana-, mucho se ha escrito y se ha discutido sobre este rasgo característico de una especie que pareciera ser la depositaria a exclusividad de un modo de ser y de un modo de actuar. Sólo que habría que hacerle una precisión a lo dicho por el científico alemán; y es que la estupidez sólo puede ser humana, pues otros seres están felizmente exentos de ella.
Curiosamente, los animales están exonerados de cometer estupideces, así como los vegetales y las piedras viven absolutamente ajenos a esta marca privativa de los seres humanos. Es por ello que hablar de la estupidez humana ya constituye una redundancia, por lo que debemos, al hablar de ella, decir sólo la estupidez, dejando sobreentendido que tras ella siempre anda agazapado un espécimen de nuestra raza.
Debemos hablar sobre la estupidez instalada, con derecho a perpetuidad, en los colegios, las universidades y los medios de comunicación; la estupidez que brilla, a pantalla completa, en los comentarios de las páginas virtuales que promueven las redes sociales.
La estupidez superlativa de los programas de televisión, de los locutores radiales -sobre todo los que transmiten partidos de fútbol-, con honrosísimas excepciones.
La estupidez se acumula en los anaqueles de esas reuniones familiares donde, después de la parte protocolar y convencional de los primeros momentos, se termina, azuzados a su vez por las bebidas desinhibitorias y la confianza adquirida, realizando vulgares chistes de doble sentido que no hacen más que repetir trillados tópicos de esa visión común y prejuiciosa sobre la sexualidad humana.
La estupidez de las ceremonias de toda clase, con sus respectivas cursilerías, su retórica inflamada y su previsible provisión de lugares comunes. Nadie resiste ese cargamontón de sandeces y bobadas que se profieren desde las formas más serias y graves, cuando en una ocasión determinada todos se someten a ella.
La estupidez, a escala juvenil, que se practica cotidianamente en las aulas de clase de todos los colegios del país; esa misma estupidez que alguna se ensañara con el poeta César Moro, según cuenta Mario Vargas Llosa en su libro de memorias. Esa atrevida estupidez, porque no sabe que lo es, que se pavonea y vanagloria de su supuesta hazaña de pacotilla.
La estupidez que se exhibe impúdicamente en los quioscos de periódicos y que emana a raudales de la prensa popular capturada por ese olfato para los negocios burdos y plebeyos. La estupidez que se lee interminablemente en esos pasquines inmundos por una masa de semianalfabetos embrutecidos por la basura periodística.
La estupidez que destella a borbotones en páginas famosas del mundo virtual, donde cualquier usuario se atreve, envalentonado por la posibilidad de ser alguien en el ciberespacio, a dejar su comentario en un enlace, en una foto, al pie de otro comentario, llevando ad infinitum esa retahíla de torpezas ortográficas y gruñidos gramaticales que caracterizan el lenguaje de las mayorías.
La estupidez cósmica que significa la coexistencia, en un mismo planeta, de un hombre que llega a ser endiosado hasta la náusea por el mercado que maneja el negocio del fútbol, llegando a ganar cifras astronómicas en corto tiempo, con otro que apenas sobrelleva su existencia material, acuciado por mil y un necesidades y obligaciones, así sea un hombre de talento y de genio.
Es estúpidamente obsceno que se pague cantidades bestiales por un hombre, que puede tener todas las condiciones y habilidades con la pelota, y que no se pueda reconocer a otro con una mínima cantidad, así posea las mismas o mejores capacidades en áreas más trascendentales de la vida humana. Que un futbolista obtenga esos hiperbólicos ingresos y que un artista muera en la indigencia, es una prueba fehaciente de la infinita estupidez de esta especie inverosímil.
En fin, como el problema excede ampliamente los limitados márgenes de esta columna, dejaré para otras veces el seguir sondeando este misterio central de la condición humana.

Lima, 10 de diciembre de 2011.

sábado, 3 de diciembre de 2011

Nicanor Parra: el gato que dijo guau

La concesión del Premio Cervantes 2011 al heterodoxo poeta chileno Nicanor Parra, ha suscitado toda una serie de reacciones en el mundo de la cultura latinoamericana. Desde el alborozo de la delegación chilena en la Feria del Libro de Guadalajara -que se lleva a cabo por estos días-, hasta la satisfacción secreta y silenciosa de miles de seguidores de este singular representante de una forma única de abordar la poesía, desde su contracara, desde su revés, algo que él bautizara precisamente como la “antipoesía”.
Se ha reconocido la labor de un poeta que a lo largo de sus 97 años de vida, ha expandido de una manera excepcional los límites del idioma, al que ha dotado de un poder de comunicación pocas veces visto en nuestro idioma, y que solo se puede rastrear a partir de la inmensa presencia de un poeta francés como Baudelaire. Hay ciertos ecos y correspondencias entre la obra del chileno y la de autor de Las flores del mal; así como también una notoria influencia del tono coloquial de la poesía anglosajona.
Frente a la desmesura del canto épico y del lirismo superlativo de un Pablo Neruda, que en su país fue un auténtico desafío para cualquiera, se yergue el ritmo conversacional y el habla simple de la calle de un poeta -o antipoeta más bien-, que antepuso su propia voz para desmitificar un oficio que siempre corre el peligro de enredarse en sus propios pies, como muy bien lo expresa en su poema titulado “Manifiesto”: “Nosotros repudiamos / La poesía de gafas obscuras / La poesía de capa y espada. / La poesía de sombrero alón. / Propiciamos en cambio / La poesía a ojo desnudo / La poesía a pecho descubierto / La poesía a cabeza desnuda”.
En otro poema alude también su rechazo a “la poesía del pequeño dios” (Huidobro), a “la poesía de la vaca sagrada” (Neruda), y a la “poesía del toro furioso” (De Rocka). En un país de eximios poetas, con dos Premios Nobel y dos Cervantes -aparte de él, ahora-, su figura es aún más significativa porque implicaba justamente levantarse por sus propios medios ante las imponentes montañas literarias que tenía al lado. Y lo hizo de una forma que terminó torciéndole el pescuezo a esa retórica convencional que casi siempre ha dominado en el arte de escribir poesía, para entregarnos una poética sin duda original y totalmente a contracorriente de aquella formalmente establecida.
Las voces de poetas como Nicanor Parra son imprescindibles para tonificar la poesía, que a veces puede enfrentarse a las fronteras de su propio decir. De esa gozosa disidencia, hecha de humor e ironía, extraigo estos versos: “Cordero de dios que lavas los pecados del mundo / dame tu lana para hacer un sweater” (Agnus dei); “Al propio dios hay que cambiarle nombre / que cada cual lo llame como quiera: / Es un problema personal” (Cambios de nombre); “Fui lo que fui: una mezcla / De vinagre y aceite de comer / ¡Un embutido de ángel y bestia!” (Epitafio).
Hay una anécdota que la cuenta el mismo poeta de uno de sus nietos -pues últimamente se ha dedicado a recopilar frases de niños-, en que aquel le dice a Nicanor que si él fuera gato diría guau, y que si fuera perro diría miau. Ahí está la clave para entender, creo yo, la actitud vital y estética del autor de Poemas y antipoemas. El pequeño había resumido desde su inocencia, y desde esa inteligencia prístina que caracteriza a algunos niños, toda la filosofía esencial de la aventura poética de un hombre que quiso ponerse en las antípodas de lo correctamente establecido y crear otros cánones, erigir otros parámetros, desde los que aprehender el hecho poético.
Nicanor Parra es, pues, en el mundo de la poesía, aquel gato que en vez de miau, dijo guau, ese animal literario que a fuerza de nadar contra la corriente, emite una voz que suena extraña al principio, pero que luego es aceptada porque surge desde la más honda autenticidad, desde esa fuente inasible y misteriosa que hace que un hombre, elegido entre miles, diga, con las palabras más comunes y corrientes, lo no dicho, exprese lo inexpresable, hable por la especie y deje, de este modo, el testimonio más hermoso de la condición humana.

Lima, 3 de diciembre de 2011.

sábado, 26 de noviembre de 2011

París era una fiesta

Luego de algunos meses de su estreno, he visto recién la semana pasada Midnight in Paris -traducida al castellano, Medianoche en París-, la última película escrita y dirigida por el excéntrico y genial cineasta neoyorquino Woody Allen, que me ha confirmado en la antigua certidumbre de que este ilustre hijo de Manhattan encabeza la lista de mis autores favoritos en el rutilante y exigente mundo del cine.
Recuerdo que la primera vez que tuve la oportunidad de ver una película de Woody Allen en el cine, fue allá por los años 80 del siglo pasado, ocasión para la que invité a un amigo de la universidad, quien entusiasmado se sumó a la propuesta, sin saber el muy ladino que habría de ser su experiencia más decepcionante en materia cinematográfica.
El film era Hannah y sus hermanas, una de las más hermosas obras de arte que yo haya visto en el cine durante toda mi vida. Sucede que casi al comenzar no más la película, mi amigo -que ahora debe ser un competente juez o fiscal en el engolado mundo de la judicatura- empezó a roncar, adormecido de modo fulminante por el movimiento lento de las escenas, los diálogos chispeantes de referencias literarias y filosóficas y el argumento lleno de saltos temporales y espaciales, rasgos absolutamente ajenos al gusto masivo que siempre ha imperado en nuestro medio.
Cuando finalizó la función y al salir de la sala, mi buen amigo me encaró muy enfadado haberlo llevado a presenciar ese mamotreto. A partir de ese episodio, nunca más cometí la torpeza de invitarlo a mis incursiones en el séptimo arte, en esos años gloriosos de aprendizaje de un lenguaje radicalmente distinto del que hasta entonces había conocido. Y ya desde esa ocasión, Woody Allen se instaló definitivamente en mi discreto y silencioso corazón de cinéfilo.
He tratado de ver, desde entonces, todas las películas que se han estrenado en nuestro país del maestro de las gruesas gafas y el porte desaliñado y espontáneo; pues está lejos de su talante y personalidad adoptar esas poses manieristas y cursis de estrellas o divas en la que fácilmente recalan muchísimas personalidades del cine, especialmente si han sido tocadas por Hollywood, esa Meca del cine como negocio, mas no como arte.
Pero volviendo a Medianoche en París, la reciente muestra del talento y la maestría de este judío de Manhattan, se trata de una extraordinaria visión del París de los años 20, esa época dorada, en muchos sentidos y aspectos, del siglo que se fue. Se inicia con una secuencia de imágenes de postal de los lugares más emblemáticos de esa mítica ciudad, acompañada por esa suave música de jazz que ha caracterizado a casi toda la filmografía del maestro neoyorquino.
Una típica pareja estadounidense realiza un viaje a la capital francesa por razones de negocios, acompañada por la hija y su prometido, un joven guionista de Hollywood que busca emanciparse de la grisura de su atmósfera escribiendo una novela. Una vez en la Ciudad Luz, alternan con personas amigas en el hotel y en el restaurante, de donde una noche salen en busca de diversión, pero a la que el joven guionista desiste de ir. Arguye que prefiere quedarse a descansar o escribir, pero empieza a vagar por la ciudad sin rumbo.
Se detiene en las escalinatas al pie de una iglesia, donde justo a la medianoche, las doce campanadas anuncian que la magia ha comenzado. Un auto de la época llega rugiendo con jóvenes en plan de juerga, se detiene ante nuestro héroe de ocasión, lo invitan a subir, él se niega; finalmente lo convencen. El viaje al pasado, a esos añorados años veinte, se consuma en medio de la complicidad parisina de esos jóvenes despreocupados y libérrimos que llegan para materializar uno de sus máximos sueños.
Se dirigen a un salón exclusivo donde los espera una fiesta, a la que él ingresa entre asombrado e incrédulo. Perdido en medio de la sala, mira a todos lados, hasta que una mano femenina se posa en su hombro invitándolo a acompañarla. En ese instante se acerca una figura masculina, a quien la dama presenta al intruso; es nada menos que Scott Fitzgerald, el legendario escritor norteamericano autor de esa novela insuperable: El gran Gatsby. El estupor de Gil no tiene límites.
En otras noches sucesivas, y siempre tras el santo y seña de las doce campanadas, recorrerá los lugares, los bares y los salones, ahora históricos, de ese París de entreguerras, en tanto su novia y los padres de ella se preguntan a dónde puede ir Gil en esas escapadas nocturnas. Conocerá, en esas incursiones al pasado, a escritores, pintores, cineastas e intelectuales famosos como Ernest Hemingway, T. S. Elliot, Pablo Picasso, Salvador Dalí, Luis Buñuel, Gertrude Stein, entre otros, que poblaron con sus figuras, sus nombres y sus leyendas, toda una época que en el país de la Revolución se denominó Belle Èpoque.
Una maravillosa cinta que reafirma mi devoción y admiración por Woody Allen, ese inmenso creador que le ha dado al cine la altura y la categoría que tienen la gran literatura, la mejor pintura y la divina música. Imprescindible.

Lima, 26 de noviembre de 2011.

sábado, 19 de noviembre de 2011

El oro o la vida

A raíz de las discusiones sobre la viabilidad del proyecto de explotación minera Conga, en el departamento de Cajamarca, se ha puesto sobre el tapete del interés nacional el problema de las inversiones que en ese rubro tienen numerosas empresas en diversas regiones del Perú, cotejadas con el legítimo derecho de las poblaciones originarias para defender sus tierras ante la codicia desmedida del gran capital.
Las compañías mineras pretender alterar la geografía, erigirse en dioses todopoderosos que pueden modificar a su antojo la tierra que no han creado, y todo con el único propósito de saciar su pantagruélica voracidad usurera. Van a cambiar el curso de los ríos, trasladar las lagunas a reservorios, desplazar poblados enteros; un poco más y nos mueven también las montañas, sin necesidad de fe alguna.
Nos dicen para convencernos, los muy cínicos, que de esa manera van a beneficiar a una población que de otra manera siempre vivirá en la pobreza y el abandono. Y esperan contar con la anuencia y el visto bueno del nuevo gobierno, a pesar de que el presidente expresó durante su campaña que estaría siempre del lado de los más débiles, es decir, de los pueblos que ahora sufren la embestida de las empresas transnacionales en sus propios suelos.
Hay una corriente mundial, alentada por el capitalismo rapaz y salvaje, que busca convertir todo lo que toca en oro, cual versión procaz y degradada del rey Midas, sin importar para ello si con eso se llevan por delante el cuidado y la preservación del medio ambiente, o si se tiene que expulsar de sus tierras a los pobladores ancestrales, o si la propia naturaleza tiene que ser modificada para que se acomode mejor al dictado de sus intereses.
Mientras tanto, el lobby minero está haciendo su trabajo tras bambalinas, agilizando las gestiones en el Congreso para que los empresarios nacionales, aliados con los extranjeros, puedan libremente proceder al saqueo indiscriminado de las riquezas nacionales pasando sobre los derechos inalienables de miles de compatriotas. Parece no importar que haya sido aprobada la Ley de Consulta Previa -que está en proceso de reglamentación-, pues quienes estuvieron en primera fila saboteando su nacimiento, ahora son los secretos asesores de los peones que el capital minero posee en el parlamento.
La madre del cordero es que se quiere ver el crecimiento de un país sólo y exclusivamente en términos económicos. Se sobreestima hasta el límite la importancia del PBI, de la balanza comercial, de las exportaciones. Pero jamás se piensa en la agricultura y la ganadería que se verán afectadas por su ambición, en la vida natural de cientos de miles de peruanos que desean vivir ajenos al tráfago infernal de la contaminación y la depredación de su hábitat.
Se dice que el consumo ha crecido y seguirá creciendo; pero no se ha preguntado a quién beneficia y qué entraña esa atractiva trampa embustera. Creen, los muy filisteos, que los índices de compra y venta son los señuelos perfectos de la calidad de vida y del progreso de los pueblos, aun si ello significa arrasar con la pacífica y metódica existencia de quienes ahora son tratados peor que animales.
No nos engañemos, lo que persiguen es lucrar y sólo lucrar, pues esa es su filosofía rastrera y mezquina. Allá los gonfaloneros de la prensa nacional que etiquetan de “antimineros” a quienes se oponen al abuso y a la amenaza latente, como si ellos también no protestarían si estuvieran en el pellejo de aquestos. No se trata, tampoco, de oponerse porque sí a la minería, sino de hacerlo cuando su práctica implica un grave peligro para el sustento y la vida de personas como nosotros. La aparente disyuntiva del oro o la vida no parece ofrecer un complejo desafío a la cabeza menos racional.
Sucede, sin embargo, que el poder de estas corporaciones, ante el cual este gobierno parece también rendirse, a pesar de las promesas y el compromiso explícito del primer mandatario al asumir el gobierno, terminará imponiéndose, como lo ha venido haciendo desde la colonia, pues en muchos aspectos prevalece en nuestro país una mentalidad colonial, que se doblega con gran facilidad ante los poderes que sostienen el sistema.

Lima, 19 de noviembre de 2011.

domingo, 13 de noviembre de 2011

Prisma internacional (II)

Decía la semana pasada que algunos asuntos de la realidad mundial merecían un análisis y comentario, pues describían de forma fehaciente la marcha tortuosa del mundo contemporáneo. Aquí van los tres restantes:

SIRIA. El régimen de Bachar El Assad se tambalea desde hace varios meses pero no da visos todavía de llegar a su fin, a pesar de la fuerte presión que ejercen los gobiernos europeos y el norteamericano. El presidente sirio ha llegado incluso a amenazar a los que piden su cabeza, que si ello sucediera, y su país cayera en manos de alguna fuerza invasora que apoyara a los opositores, el asunto se convertiría en un nuevo Irak o Afganistán; es decir, que a las claras se expresa la vocación suicida o la voluntad por el martirologio de un gobernante que pretende entornillarse para siempre en el poder. Ni las decenas de muertes habidas en los últimos meses en las revueltas callejeras en Damasco y otras ciudades, hace retroceder al empecinado mandatario, que no escarmienta o no quiere escarmentar lo sucedido en otros países de la región y con otros personajes que resistieron hasta el límite de sus fuerzas sólo por el prurito del falso orgullo o la vanagloria ultrajada. No querían darse por enterados de los profundos cambios que comenzaba a experimentar una sociedad tradicionalmente letárgica, pero que salía de su marasmo por impulso de los movimientos de liberación que ha corrido como reguero de pólvora por todo el Medio Oriente.

GRECIA. La dimisión del Primer Ministro Yorgos Papandreu, cierra sólo un capítulo de esa saga siniestra en que se está tornando la crisis financiera del país de Homero y Platón, de la Nana Moskouri y de Mikis Theodorakis. Miles de griegos han salido a las calles para manifestar su indignación y malestar por una situación que los coloca en el nada cómodo papel de tener que encarnar el sacrificio más agudo para enfrentar el problema. La crisis de deuda en la zona del euro ha llevado al borde del colapso a Grecia, país que al no poder asumir sus pagos de deuda corriente ha amenazado a su vez en desatar una catástrofe financiera de escalas continentales. A pesar de haber recibido sucesivas tablas de salvación a través de los llamados rescates financieros, aprobados por los principales países de la Unión Europea, el gobierno de Papandreu no ha podido sujetarse a los planes severísimos de restricción y ajustes económicos que eran las condiciones que debía asumir, razón por la que en la última semana había ensayado una jugada estratégica que ha terminado reventándole en las manos. La pretendida consulta ciudadana vía referéndum que ha querido implementar su gobierno, ha ocasionado una reacción de rechazo entre los poderosos socios europeos, lo que finalmente ha desencadenado su renuncia. Una coalición de partidos, encabezada por el economista Lucas Papademos -entre los que se encuentra el propio PASOK de Papandreu-, asumirá las riendas de la nación helena hasta la convocatoria de nuevas elecciones, presumiblemente para febrero de 2012.

ISRAEL-IRÁN. Las tensas relaciones políticas entre el régimen fascista de Benjamín Netanyahu y el fundamentalista de Mahmoud Ahmadinejad, amenazan nuevamente con hacer estallar el polvorín en que se ha convertido el Oriente Medio desde hace unas décadas. Ambos gobiernos sostienen posiciones inflexibles e intransigentes con todo lo que se refiera al otro, llegando incluso a poner en peligro la misma existencia de sus pueblos a través del probable uso del arma nuclear, que desarrollan preventivamente ambos regímenes. El gobierno de Teherán ha sido más explícito en su disposición al uso de las armas para eliminar a su archienemigo, pero Tel Aviv no se ha quedado corto al momento de responder a esas directas amenazas a su soberanía que ha proferido la teocracia iraní. Se trata, sin duda, de un peligroso atolladero por la que tendrá que pasar la comunidad internacional para allanar el camino de unas relaciones pacíficas y civilizadas entre ambos países. Mientras tanto, el estallido inminente de una conflagración nuclear en esa región del mundo se cierne como una tromba apocalíptica sobre la humanidad.

Lima, 13 de noviembre de 2011.

sábado, 5 de noviembre de 2011

Prisma internacional

Son muchos los sucesos que han remecido el panorama político mundial en las últimas semanas para que podamos tenderles una atenta mirada con el fin de comprender la cada vez más caótica y enrevesada marcha de este planeta:

LIBIA. El fin de la larga lucha de los rebeldes en contra de la dictadura del expresidente Muamar Khadafi se ha saldado de una manera brutal. Luego de una intensa búsqueda que ha durado varias semanas, ha sido hallado el coronel en su ciudad natal, Sirte, adonde han llegado los opositores para acabar con la vida de quien los gobernara por más de cuarenta años. Pero lo han hecho empleando los métodos que tanto recusaban y de los que abominaban en el régimen caído: la violencia más cruda y ruda en plena calle, donde un Khadafi derrotado e indefenso fue sometido a la vindicta pública, al escarnecimiento de la venganza y el odio irracionales. No contentos con haberlo capturado, para someterlo -como se debía- a un juicio civilizado que estableciera sus culpas y crímenes desde el poder, lo han arrastrado por esas calles, vejándolo inútilmente sólo para la saciedad demencial de una horda descontrolada de individuos que no creo que representen a las figuras que asumirán el gobierno de Trípoli. Las Naciones Unidas ya han pedido una investigación al respecto, pues de lo que se trata es de establecer la naturaleza de ese crimen, que a todas luces revela su triste condición de una ejecución extrajudicial. El Consejo Nacional de Transición (CNT), que ahora dará paso a las nuevas autoridades del país, debería asumir como una de sus tareas primeras, la de esclarecer este hecho que ha echado sombras a la nueva era que se inicia en Libia. Una era que no debería servir para que nuevamente los grandes intereses mundiales se enquisten tras bambalinas para medrar con la ingente riqueza de esa región del Medio Oriente.

ARGENTINA. El triunfo categórico de Cristina Fernández de Kirchner, con más del cincuenta por ciento de los votos -y con una distancia de más de 35 puntos con respecto a su más cercano contendor-, en las elecciones del pasado domingo 20 de octubre en la nación platense, le ha dado un rotundo mentís a los pájaros de mal agüero del neoliberalismo ramplón, que cada vez que puede anuncia el final apocalíptico de todo país que se aparta de las sacrosantas recetas que nacen de las cocinas malolientes del capitalismo decrépito. Con un crecimiento promedio anual del 9%, muy próxima a las de las economías más vigorosas del Asia, especialmente de China, el régimen iniciado por el difunto Néstor Kirchner, y continuado después por el de su esposa, la actual presidenta, ha demostrado que no existe incompatibilidad alguna entre el crecimiento económico y una política de fuerte contenido social, que tiene en la llamada inclusión y la preocupación principal por los más pobres a sus pilares más importantes. De otro modo no se puede explicar la aplastante mayoría de votos que le han dado a Cristina Fernández la oportunidad de afianzar dichas políticas en los próximos cuatro años.

EE.UU. La ola de indignación universal ha llegado hasta los propios muros del centro neurálgico del poder económico mundial: Wall Street, ese templo fenicio de las finanzas internacionales, ese cuartel privilegiado donde los poderosos del dinero hacen y deshacen el mundo a su antojo. Pues la conciencia de la crisis también ha tocado sus puertas, gracias a la sangre joven y vehemente de una masa de hombres y mujeres que han marchado por las calles de Nueva York, han bloqueado el puente de Manhattan y han elevado sus gritos de protesta e ira frente a los eternos culpables de todas las tragedias habidas y por haber. El movimiento que se inició en una plaza de Madrid se ha replicado en cientos de ciudades de decenas de países a lo largo y ancho del orbe, culminando simbólicamente en el corazón mismo de ese viejo sistema que se cae a pedazos, de ese orden mundial que ya no ordena nada, de esa bolsa de los valores más sucios y mezquinos de los tiempos presentes.
Otros temas acuciantes de la política internacional se quedan en el tintero para la próxima semana, como el caso de la convulsa Siria; la tragedia griega que tiene en vilo a Europa y el quemante entredicho entre el empecinamiento de Israel y el fundamentalismo amenazante de Irán.

Lima, 5 de noviembre de 2011.

domingo, 30 de octubre de 2011

Hildebrandt, columnista

Acaba de salir Una piedra en el zapato (Tierra Nueva, 2011), libro del brillante periodista César Hildebrandt, que reúne una selección de sus columnas de opinión publicadas en los últimos cinco años en el diario La Primera y en el semanario Hildebrandt en sus Trece. Se trata de un volumen de más de un centenar de artículos periodísticos que abordan los más variados temas del interés del autor, unidos por el común denominador de estar escritos desde la lucidez más penetrante y desde la agudeza más inalcanzable.
El ensayo periodístico, a través de la columna de opinión, es la forma más eficaz con que cuenta la prensa de hoy para transmitir aquello que otros medios ya han perdido irremisiblemente: el análisis y la crítica de la información, las ideas y los pensamientos de importantes firmas nacionales y extranjeras, cuya visión personalísima de las cosas y los hechos nos dan una mirada distinta de este mundo tan heterogéneo y volátil.
En un estilo originalísimo, en una prosa bizarra y combativa, con un manejo de la pluma que cabalga entre el radicalismo furibundo de un González Prada y el látigo estridente de un Alberto Hidalgo, el periodista desgrana todas nuestra lacras nacionales y todos nuestros vicios públicos y privados; pone el dedo en la llaga de esas heridas morales de un país que sigue supurando el líquido purulento de la podre y la corrupción crónicas.
Textos heterodoxos, disidentes, excéntricos, sublevados, corrosivos, lapidarios; escritos a contracorriente de las versiones oficiales, a contrapelo del peor de los sentidos comunes; textos que le escupen a la cara del lugar común, que le sacan la lengua a las frases hechas, que le dan una patada en el culo a la formalidad adocenada. En una palabra, textos que abominan de lo políticamente correcto tanto como del periodismo peinado y con corbata.
César Hildebrandt es, probablemente, y duela a quien le duela, el mejor periodista de estos pagos, no quizás el más influyente, como gusta repetir cierta publicidad engañosa, pues sino no se entendería tanta bobería instalada en el inconsciente colectivo ni tanto cretinismo galopante en las masas estupidizadas por la televisión nacional y sus bufones, pero sí el mejor informado -un “sabueso tenaz” lo ha llamado Vargas llosa-, el más valiente, el más leído, el más culto, vamos.
Quienes más sufren el escarnio demoledor de su látigo verbal son nuestros políticos, esos zafios hombres públicos que se encaraman a los lomos del poder para mejor exhibir sus saberes de poca monta, sus ridiculeces invencibles y sus nimiedades de callejón. Pero también están los empresarios televisivos, con quienes ha librado ardorosas batallas en defensa de su independencia y de la libertad de expresión, razón por la que no tiene en la actualidad ningún programa en el aire, siendo como es, una presencia imprescindible para formar la opinión pública a través de la televisión.
Enemistado con medio mundo, sólo por el prurito de tener la dignidad y el honor donde otros sólo tienen el bolsillo y la chequera; enfrentado a los poderes de turno que no comprenden el verdadero valor de la prensa independiente; crítico a perpetuidad de los grandes santones de la prensa nacional, Hildebrandt ha sido todo este tiempo una verdadera piedra en el zapato para todos quienes han querido medrar desde el abuso y la prepotencia, desde la indecencia y la felonía.
La lectura de este libro es obligatoria para quienes no quieren convertirse en el coro ovejuno del establishment, para despercudirnos de tanta costra fermentada por una mala educación y una peor cultura propaladas desde los centros burocráticos del poder. Leerlo ha sido para mí una agradable confirmación, un deleite renovado con el lenguaje, una forma de acceder a la felicidad, un secreto gozo frente a ciertos cuadros y escenas que el autor ha pintado con gracia y mejor humor, momentos en que me he sorprendido con la mueca malévola de Zaratustra en la mirada y con la risa disolvente de Shiva en el rostro.

Lima, 29 de octubre de 2011.

domingo, 23 de octubre de 2011

ETA: el fin de la lucha armada

El anuncio del cese definitivo de la actividad armada hecha por la banda terrorista ETA, no sólo constituye una declaración de gran relevancia histórica para España, sino que abre igualmente un abanico de perspectivas sobre el porvenir inmediato y el de largo plazo en la península.


Luego de más de cuatro décadas entregada a la violencia como método de lucha política, con un saldo de 829 muertos, miles de afectados directa o indirectamente y un clima permanente de zozobra y miedo institucionalizados -sobre todo en el País Vasco-, la organización radical más longeva de la Europa contemporánea, ha decidido de motu proprio poner punto final a su accionar delictivo, no sin la presión decisiva que en los últimos tiempos han obrado diversas fuerzas tanto nacionales como internacionales.


El inicio de sus actividades armadas se remonta al año 1968, cuando ETA perpetró su primer atentado terrorista, el cual seguiría su curso macabro de muerte y destrucción por los siguientes años, intercalados con breves periodos de tregua que enseguida eran violentamente levantados para sumir al país en una nueva oleada de incertidumbre y terror. Eran los años de la férrea dictadura franquista, cuando España vivía sus años más sombríos y aún no se vislumbraba el final de esa larga noche que unos años más tarde llegaría con la promesa del retorno de la monarquía y de la democracia.


Durante todo este tiempo, desde que se fundara ETA en 1959, una consigna autonomista espoleó el alma nacionalista de una facción extremista de los vascos en pos de la ansiada independencia de lo que ellos llaman Euskal Herria. Pero escogieron el camino más pedregoso, la vía truculenta de la violencia ciega y el golpe demencial. Eligieron equivocadamente el método más sangriento y homicida, aquel que los llevaría a un enfrentamiento absurdo e inútil con el gobierno y la sociedad españoles, obteniendo únicamente como seguro resultado el haberles salido el tiro por la culata de la desesperación.


Una trayectoria zigzagueante ha seguido la organización, con algunas escisiones en medio de la lucha, detenciones claves de varios de sus dirigentes principales y un objetivo que se escabullía a través de la ilusa pretensión de imponer sus objetivos por la sola razón de la fuerza. El rechazo de un amplio porcentaje de la sociedad española y vasca, no fue ningún impedimento para alargar por tanto tiempo una batalla absolutamente condenada a la esterilidad y al vacío.


Numerosos intentos de acabar con el terror se estrellaron tantas veces con un empecinamiento revestido de una coraza de soberbia y estupidez, como aquella del año 1988 cuando se firmó el Pacto de Ajuria Enea, que casi inmediatamente fue dinamitado por la furia irracional de un grupo cuya filosofía se entronca con la peor tradición del anarquismo cerril de la Europa decimonónica.


Hasta que en las últimas semanas se ha reunido la Conferencia de San Sebastián, con la participación de notables personalidades de la política europea y de la izquierda abertzale, aquella ligada ideológicamente a la banda en cuestión, pero que asume posiciones más racionales y reclama a su vez el cese definitivo del camino de las armas y la asunción de la lucha política a través de los medios democráticos.


Un punto que no puede ser soslayado en las semanas y meses siguientes, cuando se establezcan los canales adecuados para encuadrar el rumbo de los hechos, es el que se refiere a las víctimas de 43 años de imperio del miedo, para quienes es lícito reclamar una mínima exigencia de verdad y justicia, de memoria y reparación como condiciones ineludibles para una paz auténtica y una reconciliación nacional.


Hubiera sido deseable que en su declaración final, los miembros de ETA hubiesen también anunciado la disolución de la organización y la entrega simultánea de las armas, como medidas efectivas que garanticen su real propósito de asumir de manera concreta el camino de la negociación y el diálogo, reconociéndolos implícitamente como únicos medios de zanjar sus reclamos políticos de manera democrática y civilizada.




Lima, 23 de octubre de 2011.

sábado, 15 de octubre de 2011

Vargas Llosa y el teatro

Acabo de leer dos entretenidas piezas de teatro publicadas allá por los años ochenta por nuestro insigne Premio Nobel Mario Vargas Llosa: La señorita de Tacna (1981) y Kathie y el hipopótamo (1983). Ambas sondean problemas similares de la relación entre el escritor y la ficción, y en ambas se puede vislumbrar esa obsesión central que para el novelista peruano ha tenido siempre el asunto aquel de las mentiras y las verdades en el mundo de la literatura.


La historia de una distinguida dama del sur del Perú, que rememora sus años juveniles ante la mente aviesa y curiosa de su sobrino nieto, se erige en el asunto medular de una trama que se equilibra entre la sátira y el sainete. Cuando la Mamaé, una longeva mujer que espera sus últimos años en medio de recuerdos nebulosos y miserias del cuerpo, evoca sus esplendores y glorias pasadas, Belisario -el aspirante a escritor de la familia-, está ahí presto para canibalizar una biografía que puede ser fascinante para su exploración y explotación literaria.


De forma análoga, el deseo de una mujer de querer encarnar sus sueños y anhelos más desaforados en una buhardilla de París, teniendo como cómplice y amanuense a un escritor frustrado que se presta a auxiliarla en el arduo oficio de poner en palabras el relato de sus quimeras, se convierte en una bella estratagema para desarrollar el viejo entredicho que se suscita entre el mundo de la fantasía y el mundo real, entre la realidad de la ficción y la realidad real -según la famosa disyuntiva vasgasllosiana.


El propio autor ha confesado su perplejidad para entender, luego de tantos años dedicados al oficio, el misterioso proceso del surgimiento de las historias, ese dudoso camino que una vez empezado no se sabe muy bien a dónde nos conducirá. Pues si está más o menos claro para un autor de ficciones el tema que termina apoderándose de su obra, no lo está definitivamente el desenvolvimiento que tendrá, ni mucho menos quizá el fin con el que será rematado.


El teatro representa, en los casos comentados, el medio más apropiado para encarnar ese enigma singular que constituye la vivencia de una mentira, pero que sin embargo puede albergar verdades tan profundas como la que podemos extraer de una vida verdadera si sabemos observarla. Porque en el teatro, ese caos azaroso y oscuro de la vida adquiere un orden que nos permite entenderla, o por lo menos seguirla con más cuidado de que lo habitualmente hacemos con ella.


Tanto Belisario en la primera pieza, como Santiago en la segunda, nos ponen en el papel de protagonistas testigos del proceso de gestación y alumbramiento de una obra de ficción. Asistiendo al entramado mismo de donde brotan las historias, describiéndola con precisión de relojero y dejándonos el testimonio de su nacimiento, nos están revelando también el secreto mejor guardado del rol que juegan estos divertimentos que el hombre se ha inventado para salvarse de una vida que se niega rebeldemente a ser única y exclusiva.


Dice Vargas Llosa que así como los animales viven su vida de comienzo a fin, el ser humano no; que su inconformidad con la vida que le ha tocado vivir, que es fuente de infelicidades, insatisfacciones y rebeldías, lo empuja asimismo a la creación de un lujoso juego que se vuelve en la portentosa vía que le permite escapar a ese determinismo unívoco y gris, aunque sea a través de las elucubraciones afiebradas de la imaginación y la fantasía.


Es a ese juego de fingir las mentiras, que la vida no tiene para sentirse completa, que se entregan los personajes en estas dos ficciones fraguadas por nuestro mayor escritor. No olvidemos que el primer amor literario de Vargas Llosa fue el teatro, que su vida como escribidor se estrenó en plena adolescencia con La huída del Inca, una obra de teatro con la que obtuvo su primer premio en su ya dilatada carrera de creador. Y que si las condiciones hubiesen sido las propicias cuando se iniciaba en la literatura, probablemente su actividad principal sería la de dramaturgo. Mas aquí se reivindica, de forma espléndida con el género, con estas magníficas piezas teatrales que nos hacen sentir de la manera más viva que “nuestros apetitos y nuestras fantasías siempre desbordan los límites dentro de los que se mueve ese cuerpo mortal al que le ha sido concedida la perversa prerrogativa de imaginar las mil y una aventuras y protagonizar apenas diez.”


Ya quisiera ver representadas en escena los diálogos y las situaciones que dan vida a los personajes que encarnan en las obras, para confirmar una vez más que “la ficción es el hombre ‘completo’, en su verdad y en su mentira confundidas.”



Lima, 16 de octubre de 2011.

domingo, 9 de octubre de 2011

Un Nobel sueco

Aun cuando siempre sean discutibles las decisiones que cada año toma la Academia Sueca al otorgar los Premios Nobel, especialmente el de literatura, no se puede dejar de reconocer las acertadas veces en que su criterio ha dado en el clavo. En el caso del Premio Nobel de este año, entregado al poeta sueco Thomas Tranströmer, parece que ha sucedido esto último. Más allá de que el galardonado pertenezca precisamente al país que es la sede oficial de la Fundación Nobel, lo cual muchas veces ha avivado las suspicacias, tanto su trayectoria literaria como la calidad de su obra lo hacen legítimo merecedor al reconocimiento internacional que dicho premio significa.


Es muy poco lo que se conoce de la obra de Tranströmer en Latinoamérica -es la primera vez, por ejemplo, que oigo hablar de este poeta-, e incluso en Europa, donde al parecer disfruta de un justo prestigio entre el selecto público que lo sigue. Y a pesar de haber sido traducido a medio centenar de lenguas en el mundo, su poesía ha estado encerrada en un círculo elitista de profesores y académicos, además de poetas y escritores, que no ha tenido una difusión como quizás se merecía.


Estoy usando los condicionales porque no conozco la obra del poeta sueco, de quien recién he empezado a leer la poca poesía que se encuentra disponible por el internet. De la docena de libros publicados a lo largo de medio siglo, apenas un puñado de ellos leídos a vuelo de pájaro, no pueden dar una visión cabal de la totalidad de su obra. Lo que sí he apreciado de inmediato, tal vez por ser un tipo de poesía que valoro sobremanera, han sido los haikus, que este poeta de occidente también cultiva, al igual que otros tantos de este lado del mundo.


En el largo recorrido de sus ochenta años de existencia, numerosas han sido las vicisitudes del laureado vate, pero una de ellas ha sido la que ha alimentado con una tenacidad y una energía invencibles: su amor sin límites por la poesía, ese secreto y misterioso gozo por la palabra, ese combate sutil y amoroso con el lenguaje. Dicen que comenzó a escribir poesía a los trece años, y que a los diecisiete ya tenía su primer volumen, que publicaría algunos años después.


Entre los candidatos de este año al preciado galardón, figuraban igualmente notables exponentes de las letras contemporáneas, como el poeta, compositor y cantante estadounidense Bob Dylan, o el escritor japonés Haruki Murakami. Se afirmaba también en los pasillos secretos de los apostadores, que el poeta peruano Carlos Germán Belli habría figurado entre los posibles voceados al ansiado laurel. No hay duda de que Belli es actualmente el poeta peruano vivo más importante, y que su obra reúne de sobra los requisitos mínimos para alcanzar dicho reconocimiento mundial. Desde que lo supe, Belli se convirtió en mi candidato favorito, en la figura que mejor encarnaba la estatura del decir poético aunada a la calidad y maravilla del ser humano.


Sea como sea, lo cierto es que después de muchos años en que los consagrados eran mayoritariamente narradores o novelistas, este año es el turno de la poesía, probablemente el género que más cabalmente expresa tanto la profundidad como la belleza de una lengua. Y ello ya es motivo suficiente para sentirnos satisfechos cuando el nombre de un poeta es catapultado al primer plano de la admiración universal.


Qué mejor pretexto que una noticia así para acceder al ámbito más íntimo de un auténtico creador, al sereno hogar del alma de un ser en que se cuecen lentamente las palabras para luego brotar en chorros de espléndida sublimidad. Es lo que sucederá a partir de ahora con Thomas Tranströmer, el aeda nórdico que a los sesenta años sufrió un derrame cerebral que lo dejó hemipléjico, pero que en ningún momento se convirtió en un impedimento para su vocación poética.


Sabremos que además de psicólogo y profesor, labores que ejerció durante años, existe un reducto especial en su inquieto espíritu que lo impulsó a dedicarse a esta extrañísima e ingrata labor de juntar palabras, para decir lo que todos y cada uno de los hombres siente, piensa y quisiera decir. En una palabra, una forma de acercarnos a nosotros mismos, para sondear nuestros abismos y superficies de la mano de un ser investido por los dioses con un don inefable y místico.



Lima, 9 de octubre de 2011.

sábado, 1 de octubre de 2011

Ditirambos a la literatura

La pasión por las letras, así como las que se suelen experimentar por otras artes, especialmente por la música y la pintura, constituye un manantial indetenible de efervescencias personales y de goces espirituales, que quien lo vive, quisiera trasmitir a los demás como si fuera la confesión más exaltada de un placer inaudito y único. El joven, o no tan joven, letraherido, siente que ha descubierto una cantera secreta de mágicos conjuros y hechizos deslumbrantes, que lo inmunizan de los trasiegos cotidianos que la vida le infiere de modo implacable.


Eso es lo que significa, en su sentido más profundo, el motivo y el tema de Cartas a un joven novelista, un libro epistolar que Mario Vargas Llosa publicó en 1997 y que, cualquiera sea la época en que se lea, sirve como un magnífico compendio de consejos, testimonios, guías y orientaciones para quien quiera asumir la literatura como la actividad central de su vida, además de altamente gratificante. Tiene el mismo sabor y objetivo que otro espléndido libro del siglo XIX, escrito por el delicado poeta alemán Reiner María Rilke, y que titula justamente Cartas a un joven poeta.


En doce cartas se dirige invariablemente a ese “querido amigo” que puede ser cualquiera de nosotros, cualquiera que ante la desmesura de su incipiente vocación, quisiera recibir la palabra sabia y precisa de alguien que no sólo admira, sino que puede erigirse en la persona clave para el destino y la asunción de la vocación de este novato escritor.


Todos los secretos y entresijos del arte de contar le son revelados al ficticio joven, ávido de conocer las mañas y artimañas de un milenario arte que, nacido en la oscuridad más remota de los tiempos, ha evolucionado de tal manera que ha llegado a los nuestros revestido de ciertas exquisiteces y sofisticamientos, de la mano tanto de la escritura como de la aparición de esto que ahora conocemos como literatura, pero que en aquellas época estaba sin duda ataviada sólo de oralidad.


Cada carta es el magnífico pretexto para desarrollar un aspecto de los muchos que integran el maravilloso arte novelesco, empezando por el principal de ellos, que es el de saber cómo se vive la vocación por la literatura, y que Vargas Llosa explica valiéndose de la conocido metáfora de la solitaria, ese bicho que se enquista en nuestro organismo para colonizarlo por completo y convertirnos en sus siervos y esclavos a perpetuidad.


Luego pasa, en la segunda carta, a detallar el proceso de la creación, explicándole a su joven destinatario de dónde se extraen las historias, para lo cual se sirve de la imagen del catoblepas, ese animal fantástico, ya cifrado por Borges, que se alimenta de sí mismo. El novelista sería, según Vargas Llosa, un ser autofagocitario, que se devora a sí mismo para extraer la materia de su creación.


Las siguientes cartas están dedicadas a exponer la manera cómo se logra adquirir el poder de persuasión en las ficciones; a dilucidar el asunto del estilo para que la escritura posea esa marca personal que es muy importante en un novelista; a esclarecer el problema del narrador tanto desde el punto de vista espacial como desde el punto de vista temporal; a diferenciar el nivel de realidad en que están escritas las historias, echando mano para ello a los ejemplos de escritores como Flaubert, Faulkner o Cortázar.


Asimismo le describe, con profusas explicaciones, el uso de las mudas y el salto cualitativo, la caja china, el dato escondido y los vasos comunicantes. En todas ellas, el emisor hace gala, merced a su experiencia, de un gran conocimiento en la materia que trata, sugiriéndole de paso, a su curioso receptor, las lecturas más diversas a través de sutiles menciones a obras consagradas de la literatura universal.


En la última carta, titulada “A manera de posdata”, le advierte que cada uno de los aspectos que contienen el tenor de las misivas, conforman en verdad un todo armónico e irrompible, pero que por asuntos estrictamente técnicos, los pedantes han inventado esas denominaciones. Y a continuación, despidiéndose, le pide irónicamente que olvide todo lo que le ha dicho en sus cartas y que se ponga a escribir novelas.


Ya no soy un joven, pero no he renunciado aún a ser un novelista, es por ello que he leído con suma delectación este hermoso libro que me viene a confirmar en esa fe literaria, de cuya verdad es culpable el propio Vargas Llosa, de que “la literatura es lo mejor que se ha inventado para defenderme contra el infortunio.”



Lima, 1 de octubre de 2011.



sábado, 24 de septiembre de 2011

Un santo del infierno

Una de las novelas fundamentales de la narrativa latinoamericana del siglo XX es, qué duda cabe, Sobre héroes y tumbas (1961), del escritor argentino Ernesto Sábato, recientemente fallecido, cerca de los cien años de edad. Ha sido considerada incluso, por muchos críticos, como la novela más importante del país del Plata en la pasada centuria. La he releído por segunda vez y me ha seguido pareciendo cautivante en varios sentidos.


Hace como 25 años, mientras atravesaba uno de esos momentos decisivos en la existencia de todo ser humano, el azar puso en mis manos, utilizando como intermediario a un amigo, esta inmensa y perturbadora obra maestra de uno de los creadores más auténticos y grandes que ha dado el idioma. Algunos años más tarde, ya sosegado de esa primera conmoción que sacudió mi vida la vez anterior, releí un ejemplar que pude adquirir para mi biblioteca personal. Y ahora, con los años y el recorrido que el tiempo acumula en nuestros espíritus, he transitado nuevamente por sus páginas, encontrándome con parajes conocidos, pero también con rincones olvidados, que han obrado en mi memoria con reverberaciones inéditas.


La estremecedora historia de Alejandra y su familia, con Fernando Vidal Olmos, su padre, como figura axial, nos toca de una manera singular; contada desde la perspectiva impávida y azorada de Martín, un muchacho bonaerense que tiene la dicha, y la desdicha, de acercarse al círculo enigmático que traza la peripecia existencial de uno de los seres más extraños e imprevisibles que haya dado la literatura hispanoamericana: la misteriosa, reticente y evasiva Alejandra. Poseedora de esa inocente crueldad que es la máquina de tortura implacable que los hechos infligen al joven personaje. ¿Cuántas mujeres no tienen algo de Alejandra? ¿Quién no ha experimentado, alguna o muchas veces, esa sensación de estremecimiento y desazón, de incertidumbre y desconcierto ante un ser vitriólico y proteico que actúa obedeciendo a su naturaleza más salvaje frente a un ser indefenso y minuciosamente inocente?


Las tribulaciones de Martín, cotejadas e interpoladas con las sabias reflexiones de Bruno, su mentor y padre simbólico, se intercalan en la historia con un esperpéntico informe escrito por Fernando, desde el delirio más desaforado y la paranoia más extrema. Se puede decir que los comentarios que realiza Bruno, alter ego del Sábato pensador, constituyen un verdadero repertorio de consideraciones filosóficas que bañan a lo narrado de un aura de metafísica existencialista, razón por la que los críticos han adscrito a esta novela en la corriente cultural que dominó el panorama de la filosofía occidental a mediados del siglo XX.


El trágico fin de los protagonistas en el Mirador de Barracas, consumidos por el fuego en una especie de expiación colectiva, es contrastado con la serie de pensamientos y atisbos existenciales que el narrador ha regado por toda la novela, a partir de las agudas observaciones de un personaje situado en una posición de testigo observador de los sucesos. Cuando juzga, por ejemplo, el tipo de relación que establecen Martín y Alejandra, dice: “la calidad del amor que hay entre dos seres que se quieren cambia de un instante a otro, haciéndose de pronto sublime, bajando luego hasta la trivialidad, convirtiéndose más tarde en algo afectuoso y cómodo, para repentinamente convertirse en un odio trágico o destructivo.”


O cuando filosofa sobre la verdad, llega a conclusiones sorprendentes: “la verdad no se puede decir casi nunca cuando se trata de seres humanos, puesto que sólo sirve para producir dolor, tristeza y destrucción”; “creo que la verdad está bien en las matemáticas, en la química, en la filosofía. No en la vida. En la vida es más importante la ilusión, la imaginación, el deseo, la esperanza.”


Sobre el sentido de la vida, ese peliagudo problema de la filosofía, afirma: “Y si la angustia es la experiencia de la Nada, algo así como la prueba ontológica de la Nada, ¿no sería la esperanza la prueba de un Sentido Oculto de la Existencia, algo por lo cual vale la pena luchar? Y siendo la esperanza más poderosa que la angustia (ya que siempre triunfa sobre ella, porque sino todos nos suicidaríamos), ¿no sería que ese Sentido Oculto es más verdadero, por decirlo así, que la famosa Nada?”


Pero es el perturbador Informe sobre ciegos, tercer capítulo de la novela, el que suscita un interés particular en el lector más desavisado. Narrado por Fernando, como ya dije, -a quien Bruno califica como “una especie de santo del infierno”- se erige en un auténtico descenso al inframundo, utilizando la convenida metáfora de los ciegos, seres que representarían el mundo de las tinieblas, de lo oscuro e invisible, de lo subterráneo y oculto, en una palabra: del Mal. A través de un relato pesadillesco y espeluznante, Fernando ausculta ese submundo real de la consciencia humana, los estratos más profundos de la especie, sus pliegues y recodos más tenebrosos.


Los avatares espirituales de Martín cobran sentido para ese observador prolijo de los hechos como es Bruno, quien llega a la melancólica comprobación de que “nunca se sabe hasta el final, si lo que un día cualquiera nos sucede es historia o simple contingencia, si es todo (por trivial que parezca) o es nada (por doloroso que sea).” Pues el ser humano está sometido a la dura prueba de un aprendizaje vital a costa de portentosas vivencias que graban su alma con el fuego de la experiencia, dejándonos sólo la triste conclusión de que “siempre entendemos demasiado tarde a los seres que más cerca están de nosotros, y cuando empezamos a aprender este difícil oficio de vivir ya tenemos que morirnos, y sobre todo ya han muerto aquellos en quienes más habría importado aplicar nuestra sabiduría.”


La novela termina con la trágica huida del general Lavalle y sus hombres en un salto temporal a los aciagos momentos que gestaron la patria, y cuyos protagonistas son los gloriosos antepasados de estos personajes que terminan sus días en un sangriento crepúsculo, mientras Martín emprende ese viaje al sur del país, como huyendo de los pavorosos acontecimientos que han hecho de él un alma desolada y un ser devastado, que sólo tiene fuerzas para vagar en esa afanosa e instintiva búsqueda de una purificación y una redención que quizás sabe utópicas.



Lima, 24 de septiembre de 2011.


sábado, 17 de septiembre de 2011

Por un Estado Palestino

La existencia de un Estado Palestino ha arribado a su hora clave. Después de más de 60 años de una lucha incesante y cruenta, ha llegado el momento en que la comunidad internacional se vea confrontada de una manera oficial con uno de los conflictos más laberínticos del Medio Oriente.


El viernes 23 se reunirá la Asamblea General de las Naciones Unidas, adonde el presidente de la Autoridad Palestina, Mahmud Abbas, llevará la decisión tomada por su pueblo de solicitar su reconocimiento como el estado número 194 de la ONU. Pero antes lo hará ante el Consejo de Seguridad, donde es cantado el veto que impondrá los Estados Unidos, aliado natural de Israel. Lo ha anunciado en Ramallah, la sede del gobierno, este viernes 16, en medio de un clima internacional lleno de tensiones y suspicacias.


Cuando en 1948 se puso fin al mandato británico sobre los territorios de la Palestina, aprobándose la partición de los mismos para la creación de dos estados, uno judío y otro árabe, nadie o muy pocos se hubieran imaginado que su concreción habría de atravesar mil y un peripecias hasta el presente. Sólo ese mismo año nacería el estado judío, Israel, con el aval tácito de gran parte de los países occidentales y la tenaz resistencia de los árabes.


Merced a los acuerdos tomados en el seno del organismo internacional, no debería haber pasado tanto tiempo para que igualmente se estableciera el estado palestino, pero ello hasta ahora no ha ocurrido, empantanada la decisión en una serie de diálogos, encuentros, papeles firmados y documentos formales, que lo único que han hecho ha sido dilatar la solución del problema, la única solución justa: la creación del Estado Palestino en los territorios previos a la guerra rapaz de 1967, donde Israel, asistido por su socio infaltable Estados Unidos, ocupó diversos territorios tradicionalmente árabes.


Israel no quiere ni oír las reclamaciones palestinas, muy por el contrario se ha embarcado en una política genocida de exterminio, como en Gaza en el 2008, y de colonizaciones sistemáticas y abusivas, como en Cisjordania hasta hoy en día. Menos aún quiere oír mencionar la aspiración palestina de establecer su capital en Jerusalén Este, ciudad que el estado hebreo considera sagrada. Pero es que no solamente es sagrada o santa para los judíos, sino también para los musulmanes y los cristianos.


A pesar de no contar con el consentimiento de la facción extremista de Hamás, que gobierna Gaza, Mahmud Abbas ha lanzado todo un desafío al mundo occidental, donde lo mínimo que quizá pueda conseguir para su país será ser reconocido como observador sin derecho a voto, el mismo estatus de que goza también el Vaticano. Alrededor de 130 estados se han mostrado a favor del reconocimiento, lo que garantiza un importante triunfo estratégico de los palestinos en el foro mundial de Nueva York.


Ni la reticencia de algunas naciones europeas, como el Reino Unido y Alemania, ni el veto seguro que opondrá Washington, podrá deslucir la justa aspiración de un pueblo milenario que lucha por un derecho inalienable: la posesión de un territorio. Si oscuros y mercenarios intereses lo han impedido hasta ahora, ya es tiempo de que el mundo civilizado corrija, a estas alturas de los tiempos, tamaño desafuero.


Ya no es tan incomprensible que el presidente Obama, que en su discurso de El Cairo trazara el plan para una justa reivindicación del pueblo palestino, se vea ahora en la situación de proseguir la vieja tradición de la potencia yanqui, la de prestarse a consagrar toda tropelía que perpetre Tel Aviv en la convulsa región del Oriente Medio.


España y Francia encabezan en Europa la lista de países que ven con simpatía el reconocimiento de Palestina, mas no basta tal vez el entusiasmo y el apoyo de una considerable mayoría de países en el mundo entero, sino la decisión, injustamente sobrevalorada, de una nación que ejerce un derecho medieval en plena era de la globalización, de un país cuyos sacrosantos intereses son más fuertes y poderosos que la mera razón, que la simple comprensión de lo que significa la justicia internacional.


El primer gran paso a adoptarse este 23 debe continuar con la presión a nivel de los foros más importantes del planeta, para que al fin se avizore una salida digna y decorosa a una situación de flagrante violación del derecho internacional y de los valores democráticos y éticos que sostienen al mundo civilizado.



Lima, 17 de septiembre de 2011.


sábado, 10 de septiembre de 2011

Diez años de soledad

Al conmemorarse los diez años de los espantosos atentados del 11 de septiembre de 2001, que derribaron las otrora simbólicas Torres Gemelas del World Trade Center de Nueva York, con miles de muertos en su haber, mucha agua ha corrido bajo el puente de la realidad internacional para que podamos juzgar ahora los hechos con mayor ecuanimidad y solvencia.


El suceso que, según muchos analistas, historiadores y expertos políticos, marca el inicio propiamente del siglo XXI, ha dado mucho que hablar en todos estos años en que se han visto las consecuencias políticas del mismo y sopesado sus implicancias en los niveles sociales y económicos de una humanidad que ha entrado a una fase crítica de su devenir.


No hay duda de que se trata del acontecimiento más importante de los últimos tiempos, al mismo nivel quizás de lo que en su momento significó la caída del Muro de Berlín o el desplome de la Unión Soviética. Es el ataque más desastroso que ha sufrido la superpotencia norteamericana desde los luctuosos bombardeos que sufriera su base naval en Pearl Harbor, en los aciagos años de la segunda guerra mundial.


Tal vez no haya país en todo el planeta que concentre hacia sí la mayor carga de animadversión e inquina internacionales que los Estados Unidos. Y ello, paradójicamente, debido a su doble papel de guardián diligente en asuntos que conciernen a la libertad y a la paz mundial, como a su desatinada política de injerencia pertinaz, que lo hace inmiscuirse de un modo por demás descarado en los asuntos internos de numerosos países en diversas regiones del orbe.


Ello explica, en parte, el odio sagrado que ha convocado, sobre todo en el mundo islámico, en razón de su sistemática política intervencionista en cuanto conflicto armado o diplomático se suscite en la zona; además de su abierta toma de posición en favor de los intereses de la nación hebrea, firme enemiga de los países árabes que predominan en el explosivo y convulsionado Medio Oriente.


De ahí a la consideración, de las redes internacionales del terror -tipo Al Qaeda-, como objetivo privilegiado de su accionar político armado, hay sólo un mínimo paso, que en múltiples ocasiones se ha traspuesto con su secuela de víctimas y daños en diversos lugares del mundo, y que ha llevado a que la nación más poderosa de la Tierra refuerce sus sistemas de seguridad hasta límites paranoides.


La respuesta falaz e insensata emprendida por el entonces presidente Bush, no deja la menor duda de los propósitos verdaderos de un país gobernado por los mercaderes de la muerte, los dueños de las fábricas de armamentos más sofisticados de nuestros tiempos, que a la vez eran funcionarios del régimen republicano que fraguó la invasión a Irak arguyendo una mentira monumental: que aquél poseía armas de destrucción masiva.


Miles de soldados estadounidenses, reclutados especialmente entre la población migrante de la gran nación del norte, enviados como carne de cañón a las áridas mesetas de la histórica Mesopotamia, para derribar a un tiranuelo desafecto a los intereses de los invasores, permaneciendo varios años en una suerte de ocupación militarizada y colonial, hasta que otra zona del planeta reclamara una nueva atención preferente. Abusos y crímenes perpetrados por estos inconscientes ejemplares de la barbarie más sofisticada, se han sucedido desde entonces sembrando de sangre, terror y muerte los poblados más recónditos de esos olvidados rincones del globo.


Cuando se demostró hasta la saciedad la pantomima de Irak, el frente fue trasladado más allá, hacia las inhóspitas fronteras de Pakistán y Afganistán, donde actúa y gravita el movimiento talibán, otro grupo integrista que se opone férreamente a los planes tuitivos de los norteamericanos en esa zona del mundo. Una guerra que ya lleva varios años, con el único resultado efectista de la muerte de Osama Bin Laden, el líder de Al Qaeda, pero que en términos reales no se puede decir que haya sido un triunfo de las fuerzas occidentales. Si bien tampoco han ganado los grupos radicales, no puede afirmarse, repito, que el justiciero estadounidense haya resultado vencedor. El asunto es más complejo de lo que se imaginan los estrategas del Pentágono o los jerarcas de la Casa Blanca. Aun cuando el actual ocupante de ésta demuestre mayor sagacidad para entenderlo, es poco lo que puede hacer en la práctica, secuestrado como está, por los tenebrosos halcones de las fuerzas armadas, que determinan la política exterior y de defensa del país de las barras y las estrellas.


Se ha acentuado, pues, el aislacionismo de la gran nación sin nombre, avizorándose tras su derrumbe económico, la hecatombe política que terminará con su reinado secular en un final macondiano, en que las estirpes guerreristas condenadas a estos diez rotundos años de soledad, no tendrán una segunda oportunidad sobre la faz de la tierra, suelo ideal del hombre libre y soberano.



Lima, 10 de septiembre de 2011.



sábado, 3 de septiembre de 2011

La PUCP en la picota

Vientos inquisitoriales amenazan abatirse sobre la sociedad peruana. El conflicto que enfrenta a las autoridades de la Pontificia Universidad Católica del Perú (PUCP) con el Arzobispado de Lima, y cuyas implicancias han llegado hasta el mismo Vaticano, es un escenario más de la lucha que se libra en el país entre las fuerzas democráticas de la sociedad y aquellas otras, oscurantistas y retrógradas, que se empecinan en recuperar sus privilegios a toda costa. Los detalles legales y jurídicos del caso ya han sido expuestos hasta el hartazgo por los medios de prensa, a pesar de que la controversia continúa en una especie de compás de espera que nos permite augurar momentos sombríos para el porvenir inmediato de esa prestigiosa universidad.


Me preocupa el rumbo que tomarán los acontecimientos si se concreta el omnímodo deseo de la jerarquía católica peruana, a cuya cabeza figura el inefable cardenal Juan Luis Cipriani, proteico personaje de nuestra fauna criolla. No sólo porque providencialmente pude ser un alumno de dicha universidad, cuando apenas terminado el colegio secundario tenté el inmenso desafío de postular a sus aulas con las armas aún novatas del bisoño estudiante que evidentemente requería algo más que el simple coraje. De lo cual no me quejo, pues a los pocos meses ya estaría apto para que otra casa superior -la Universidad Nacional Mayor de San Marcos- me acogiera en su regazo cual sabia madre nutricia.


Me preocupa sobre todo por lo que ello puede significar para el panorama universitario de nuestro país, cuando una de sus más importantes instituciones es el blanco de los apetitos medievales y autocráticos del lado más cavernoso de la Iglesia Católica. Pues nadie ignora que el fementido cardenal es conspicuo miembro del Opus Dei, una de las congregaciones más reaccionarias y verticales que conviven al interior de la clerecía vaticana.


Ya nos podemos imaginar lo que sería una universidad dirigida por los secuaces del Opus Dei, integrantes de una comunidad religiosa que preconiza el pensamiento único, que se arroga ser el único depositario de la verdad y que por lo tanto actúa con suprema intolerancia frente a aquello que considera sencillamente ajeno al saber revelado y divino que ellos creen representar. Nada más alejado, pues, del auténtico espíritu universitario que esa ambición dogmática y ortodoxa de quienes en pleno siglo XXI siguen siendo accionados por los resortes intelectuales y espirituales del siglo XVI o XVII.


El concepto mismo de universidad dejaría de tener sustento, convirtiéndose la PUCP en un mero apéndice del Arzobispado o del Vaticano, abandonando su sentido más profundo de entidad hecha para la búsqueda afanosa de la verdad, para la confrontación elevada de las ideas, para el diálogo enriquecedor de las ideologías y las filosofías, para la investigación incesante y mística del conocimiento. Es decir, el uno dentro de lo diverso, que es la esencia del espíritu universitario, se perdería irremisiblemente.


No comprendo, por ello, que algunos ex alumnos de la PUCP -que creo son felizmente pocos-, avalen el zarpazo que se prestan a cometer el cardenal y compañía en contra de la autonomía y la independencia de esa casa de estudios. Amparados en argucias legales, esgrimiendo toda clase de razones y sinrazones, pretenden tomar el control académico y económico de la universidad para apuntalar sus nada santos objetivos personales.


O tal vez porque coinciden con sus objetivos políticos, así como el de cierto sector de la prensa, hay quienes secundan esta embestida eclesial contra el verdadero templo del saber que es la universidad. Y no es extraño que ello suceda, porque desde la campaña por la presidencia, y aun antes, esos sectores alentaron una cruzada para desprestigiar a figuras señeras de la PUCP, aludiendo a su militancia de izquierda -a la que estos cojinovas tildan de caviar-, figuras que prestigian a cualquier sociedad civilizada, como por ejemplo el actual rector Marcial Rubio Correa, o Salomón Lerner Febres, quien también fuera rector y además presidente de la CVR.


En fin, se trata por lo tanto de salir a defender los fueros amenazados de la universidad peruana, personificados esta vez en la PUCP, quizás el baluarte más apetitoso de la educación peruana para quienes intentan dirigir sus destinos. No debemos permitir que asuman su gobierno quienes desprecian los derechos humanos, quienes se zurran en la libertad de culto, quienes son -ellos sí- el símbolo de la intolerancia y el odio, quienes miran el mundo y las cosas desde el sesgado pedestal de su miopía histórica.



Lima, 3 de septiembre de 2011.