Cuatro personajes del siglo XX, fallecidos en la semana que pasó, han enlutado de alguna manera este mundo vertiginoso que se apresta a celebrar las fiestas de fin año. Algunos más conocidos que otros, todos han jugado un papel importante, ya sea en la cultura o en la política, desde el lugar que decidieron ocupar en sus vidas.
El primero de ellos es el periodista, escritor, politólogo y temible polemista inglés Christopher Hitchens, radicado en los Estados Unidos y nacionalizado estadounidense en el año 2007, donde ha desarrollado una brillante y exitosa carrera desde su posición de iconoclasta empecinado. Bebedor compulsivo, fumador sin tregua y ateo militante, situado por la crítica entre Voltaire y Orwell, Hitchens era la más agreste piedra en el zapato del sistema establecido, al cual provocaba cada tanto con sus desplantes críticos o con sus dardos emponzoñados de una sátira corrosiva.
Un puñado de libros irreverentes y contraculturales, donde la idea de dios era puesta continuamente en entredicho -Dios no existe, Dios no es bueno, etc.-, le han granjeado un puesto en la lista poco apetecible de los intelectuales sometidos a los acosos y los asedios del poder. Desmitificador de figuras consagradas del mundo contemporáneo -como la madre Teresa, por ejemplo-, asumió en los últimos años extrañas posiciones ante asuntos cruciales de la política mundial, como el haber manifestado su apoyo a la invasión norteamericana a Irak y a la guerra inglesa contra Argentina por las islas Malvinas.
Al día siguiente no más, el sábado 17, moría la más importante artista caboverdiana del siglo XX y comienzos del XXI: Cesária Évora. La llamada diva de los pies descalzos, o la diva descalza simplemente, se había catapultado a los primeros planos de la fama y el éxito cerca ya de los cincuenta años, merced a una voz impresionante de registros graves y tersos.
Alguna vez declaró que cantaba para alejar a la tristeza, sentimiento en el que nos ha sumido la noticia de su partida. Su afición por la bebida la tuvo secuestrada en la esterilidad y el anonimato casi una década, trance del que salió para emprender una evolución muy personal en el terreno del canto y convertirse en una de las máximas exponentes de la “morna” y la “coladera”, dos de los ritmos tradicionales de la isla donde nació, un archipiélago más bien, que alguna vez fue colonia portuguesa.
Y el día domingo se despedían al unísono Kim Jong-Il y Václav Havel, presidente del Corea del Norte el primero y ex presidente de Checoslovaquia y de la República Checa el segundo. La figura de Kim Jong-Il es indudablemente de primera magnitud para entender el proceso de uno de los escasos regímenes comunistas que subsisten en estos tiempos. Sucesor del gran Kim Il-Sung, su padre y fundador de la República de Corea del Norte, Jong consolidaría el poder en el país asiático desde su plataforma ideológica de estalinista convicto y confeso.
Adorado por su pueblo, y líder de un país que vive cerrado a los tráfagos y las corrientes de este mundo globalizado, Kim Jong-Il era uno de los últimos jerarcas de un sistema ideológico que se desplomó hace más de veinte años, pero que sobrevive en poquísimos países del planeta sometidos a la hostilidad y las embestidas de sus enemigos.
Václav Havel, poeta y dramaturgo checo, artífice de la “Revolución de Terciopelo” de 1989, que acabó con el comunismo en Europa del Este, y que estuvo asimismo implicado en la Primavera de Praga de 1968, ha escenificado su retirada de este mundo a los 75 años, luego de haber protagonizado jornadas históricas en la evolución de la política europea en las últimas décadas del siglo XX.
Václav Havel es el caso del intelectual y hombre de letras que intempestivamente es arrastrado a las arenas de la lucha política, donde se juega todo su prestigio y todo su talento por la defensa de los ideales de la libertad, la justicia y la democracia. Es elegido presidente de Checoslovaquia a la caída del régimen comunista, él, el disidente, el que estuvo preso por largas temporadas en las cárceles del gobierno satélite de Praga.
No negó jamás su concurso en esas horas aciagas para salvar a su pueblo, asumiendo el liderazgo político, con un breve interregno cuando la separación de Eslovaquia y Chequia en 1993, retomando enseguida el cargo, ahora como presidente de la flamante República Checa. Su alta investidura moral e intelectual le granjearon el respeto de la comunidad internacional, cargo que ejerció por 13 años con ecuanimidad y solvencia.
El viaje de este mundo al trasmundo siempre será un misterio para el ser humano, pero nos queda el pequeño consuelo de saber que algunas vidas seguirán alumbrando, como los astros que se extinguen en la inmensidad del cosmos, el espacio y el tiempo de los mortales que aguardamos, temerosos, tomarles la posta.
Lima, 24 de diciembre de 2011.
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