La concesión del Premio Cervantes 2011 al heterodoxo poeta chileno Nicanor Parra, ha suscitado toda una serie de reacciones en el mundo de la cultura latinoamericana. Desde el alborozo de la delegación chilena en la Feria del Libro de Guadalajara -que se lleva a cabo por estos días-, hasta la satisfacción secreta y silenciosa de miles de seguidores de este singular representante de una forma única de abordar la poesía, desde su contracara, desde su revés, algo que él bautizara precisamente como la “antipoesía”.
Se ha reconocido la labor de un poeta que a lo largo de sus 97 años de vida, ha expandido de una manera excepcional los límites del idioma, al que ha dotado de un poder de comunicación pocas veces visto en nuestro idioma, y que solo se puede rastrear a partir de la inmensa presencia de un poeta francés como Baudelaire. Hay ciertos ecos y correspondencias entre la obra del chileno y la de autor de Las flores del mal; así como también una notoria influencia del tono coloquial de la poesía anglosajona.
Frente a la desmesura del canto épico y del lirismo superlativo de un Pablo Neruda, que en su país fue un auténtico desafío para cualquiera, se yergue el ritmo conversacional y el habla simple de la calle de un poeta -o antipoeta más bien-, que antepuso su propia voz para desmitificar un oficio que siempre corre el peligro de enredarse en sus propios pies, como muy bien lo expresa en su poema titulado “Manifiesto”: “Nosotros repudiamos / La poesía de gafas obscuras / La poesía de capa y espada. / La poesía de sombrero alón. / Propiciamos en cambio / La poesía a ojo desnudo / La poesía a pecho descubierto / La poesía a cabeza desnuda”.
En otro poema alude también su rechazo a “la poesía del pequeño dios” (Huidobro), a “la poesía de la vaca sagrada” (Neruda), y a la “poesía del toro furioso” (De Rocka). En un país de eximios poetas, con dos Premios Nobel y dos Cervantes -aparte de él, ahora-, su figura es aún más significativa porque implicaba justamente levantarse por sus propios medios ante las imponentes montañas literarias que tenía al lado. Y lo hizo de una forma que terminó torciéndole el pescuezo a esa retórica convencional que casi siempre ha dominado en el arte de escribir poesía, para entregarnos una poética sin duda original y totalmente a contracorriente de aquella formalmente establecida.
Las voces de poetas como Nicanor Parra son imprescindibles para tonificar la poesía, que a veces puede enfrentarse a las fronteras de su propio decir. De esa gozosa disidencia, hecha de humor e ironía, extraigo estos versos: “Cordero de dios que lavas los pecados del mundo / dame tu lana para hacer un sweater” (Agnus dei); “Al propio dios hay que cambiarle nombre / que cada cual lo llame como quiera: / Es un problema personal” (Cambios de nombre); “Fui lo que fui: una mezcla / De vinagre y aceite de comer / ¡Un embutido de ángel y bestia!” (Epitafio).
Hay una anécdota que la cuenta el mismo poeta de uno de sus nietos -pues últimamente se ha dedicado a recopilar frases de niños-, en que aquel le dice a Nicanor que si él fuera gato diría guau, y que si fuera perro diría miau. Ahí está la clave para entender, creo yo, la actitud vital y estética del autor de Poemas y antipoemas. El pequeño había resumido desde su inocencia, y desde esa inteligencia prístina que caracteriza a algunos niños, toda la filosofía esencial de la aventura poética de un hombre que quiso ponerse en las antípodas de lo correctamente establecido y crear otros cánones, erigir otros parámetros, desde los que aprehender el hecho poético.
Nicanor Parra es, pues, en el mundo de la poesía, aquel gato que en vez de miau, dijo guau, ese animal literario que a fuerza de nadar contra la corriente, emite una voz que suena extraña al principio, pero que luego es aceptada porque surge desde la más honda autenticidad, desde esa fuente inasible y misteriosa que hace que un hombre, elegido entre miles, diga, con las palabras más comunes y corrientes, lo no dicho, exprese lo inexpresable, hable por la especie y deje, de este modo, el testimonio más hermoso de la condición humana.
Lima, 3 de diciembre de 2011.
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