viernes, 30 de agosto de 2013

La rebelión de las masas

Desde hace un tiempo se vienen presentando, en diversas regiones del planeta, movilizaciones o manifestaciones de descontento, en que de una forma más espontánea que organizada, generalmente convocada a través de las redes sociales, los ciudadanos de países como Turquía, Brasil, España, Egipto o Perú, expresan su malestar y su rabia lanzándose a las calles, tomando las principales plazas públicas de sus ciudades y realizando las extendidas acampadas para resistir las embestidas de las fuerzas del orden.
     Sucedió en España cuando la crisis golpeó duramente los niveles de vida de una población que había vivido el crecimiento sostenido de las últimas décadas, así como por los casos de corrupción destapados al interior tanto de la mismísima monarquía como del Partido Popular (PP), agrupación política del presidente del gobierno Mariano Rajoy, uno de cuyos servidores está preso precisamente por estar involucrado en manejos sucios desde el poder.
     La ola rebelde también se paseó por Brasil, el coloso sudamericano que experimentaba su primer revés durante los sucesivos gobiernos del Partido de los Trabajadores (PT), cuya actual presidenta Dilma Roussef afrontó masivas marchas y protestas en diferentes ciudades del país a raíz de haberse elevado el precio de los pasajes en los medios de transporte, lo cual parece ser sólo un mero pretexto de una rabia largamente incubada a partir de otras tantas muestras de corruptela y actos indebidos de miembros del gobierno, felizmente ya separados de cargos públicos y juzgados como corresponde.
     También en Turquía se desataron las protestas cuando el gobierno de Ankara decidió construir un moderno centro comercial en el lugar que ocupaba una plaza pública. Fue el detonante de un malestar que igualmente hunde sus raíces en las expresiones de la crisis que afecta al viejo país del Bósforo desde que cundiera el pánico que recorre Europa, especialmente la zona meridional, arrastrando las economías más vulnerables del Viejo Continente.
     En el Perú también se vivieron intensas jornadas de marchas callejeras cuando el Congreso de la República eligió a los miembros de tres instituciones del Estado en medio de una nauseabunda componenda entre las principales agrupaciones políticas. Las masivas muestras de rechazo e indignación lograron hacer retroceder a las autoridades en su polémico designio.
     En todas estas expresiones contestatarias, el común denominador es una masa insatisfecha y molesta que se vuelca a los espacios públicos para proclamar a los cuatro vientos su cólera desbordada, en principio de forma pacífica, pero que al calor de los gritos y la rabia y, sobre todo, al empuje de las fuerzas de represión, se convierten muchas veces en violentos disturbios que son sofocados brutalmente por las fuerzas del orden.
     Se ha dicho que dichos movimientos de masas son inarticulados e inconexos, que no se prolongan en el tiempo constituyendo propuestas organizadas de ciudadanos que no buscan solo alborotar las calles y proferir sus gritos de desesperación e impotencia ante una autoridad cada vez más sorda y soberbia. Y que por esa razón las revueltas que promueven no pasan de ser episódicos sucesos de enfrentamientos entre manifestantes y fuerzas del orden, con su secuela lamentable de muertos y heridos.
     Por lo mismo, se trataría de lo que alguna vez el filósofo español José Ortega y Gasset retratara con tanta fidelidad y precisión en uno de sus libros más difundidos y leídos del siglo pasado. Tal vez estemos viviendo una subida del nivel histórico, y el hecho de las aglomeraciones lo que quiera expresar sea el crecimiento de la vida en esta nueva altura de los tiempos. La violencia en la que deriva casi todo acto de masas, pone de manifiesto en primer lugar ese primitivismo y barbarie que caracteriza al comportamiento del hombre-masa, mas también revela esa faz peligrosa de un Estado convertido en gendarme de un orden de cosas que ya no se sostiene.
     En medio de esta especie de metafísica de la historia, tienen su puesta en escena las multitudes como actores protagónicos de este presente que ansía precipitarse en un futuro menos sombrío, pero al que le falta definirse a partir de una orientación más precisa, orgánicamente menos caótica, si quiere tener asegurado los cambios necesarios que deberá dar el mundo para ser ese lugar más justo, más libre y más igualitario que todos soñamos que sea.


Lima, 30 de agosto de 2013.

miércoles, 21 de agosto de 2013

Un distinguido irlandés

Richard Rowan es un escritor que vuelve a vivir en un suburbio de Dublín con su esposa Bertha y su hijo Archie, luego de haber estado un tiempo en Italia. Robert es su mejor amigo, quien ha hecho posible el retorno porque siempre estuvo interesado en la esposa del amigo, una relación que éste no ignora, pero ante el que se comporta del modo más impasible.
     Este es el tema central del drama Exiliados, que James Joyce publicó en 1918 y que de alguna manera prefigura la gran novela que estaba en gestación y que vería la luz cuatro años después, el Ulises, cumbre de la narrativa inglesa y mundial del siglo XX. La complejidad de los caracteres humanos, la profundidad psicológica de los personajes, la serena ambigüedad de los diálogos, los sorpresivos desplantes argumentales, ya están presentes en esta obra del gran novelista irlandés.
     La trama completa de la obra se sostiene en la relación cuadrangular de los personajes masculinos cuyos nombres empiezan coincidentemente con R: Richard y Robert, y los femeninos que lo hacen con B: Bertha y Beatrice. A través del juego de símbolos, se mueven las historias paralelas de la pareja formada por Richard y Bertha, de la relación adulterina entre Bertha y Robert, y de la furtiva y elusiva pasión que envuelve a Richard y Beatrice.
     Richard además mantiene un conflicto irresuelto con su madre, quien acaba de morir y es la culpable, al parecer, del breve exilio de la pareja y su hijo en el extranjero. En un pasaje de los diálogos, Bertha acusa a Richard de hacer desgraciadas a las mujeres: a Beatrice, a su madre y a ella misma. Él es consciente de su situación pero no se inmuta, sino que persevera en la consecución de su objetivo. Es un artista, un creador, y se debe sobre todo a su obra. En el reproche que recibe de Bertha se condensa la vieja acusación de egoísmo que ha recaído sobre este tipo de seres.
     Richard no es un celoso a la manera de Otelo, el prototipo de la especie, sino que lo disimula de un modo poco convencional, permitiendo que su mujer se arroje a los brazos del amigo, casi empujándola sin remordimientos, con el fin de sentirse libre para perpetrar sin remilgos su pasión no muy bien correspondida por la profesora de piano de su hijo, quien por lo demás es la prima de Robert.
     La pasión, dicho sea de paso, es ensalzada por los personajes, como cuando Robert le dice a Richard: “El enceguecedor instante de la pasión -esa pasión libre, sin vergüenza, irresistible- es la única fuerza por la que podemos huir de esa miseria que los esclavos llaman vida.” Y es precisamente esa abrasadora sensación del espíritu la que termina precipitando los acontecimientos de un modo inesperado.
     Tras la insospechada generosidad del amigo, que le consigue una cita con una importante autoridad universitaria para tentar una posibilidad en el mundo académico, se esconde una estratagema cuidadosamente planificada para encontrarse con la mujer que ambos ansían, trama que es descubierta por el aparente engañado y quien acude al encuentro para sostener una reveladora charla sobre los límites de esa otra pasión que amenaza arruinarlo todo.
     Bertha y Robert se sienten como las piezas de un complicado juego de ajedrez que el demiurgo, en este caso Richard,  mueve a su antojo, llevando las cosas hasta el borde mismo de la desesperación, cuando estando a un paso del abismo, aquel huye abandonando sus pretensiones, mientras ella retrocede apesadumbrada y regresa arrepentida al regazo del afecto seguro que el padre de su hijo le promete.
     Todo parece volver a la normalidad, pero hay un cambio sustancial que se ha producido en el alma del protagonista, pues nunca las cosas pueden ser como fueron, nadie se baña dos veces en el mismo río, como diría el viejo filósofo, todo fluye, y lo que creíamos restañado es un mero remedo del pasado, una tentativa de reconciliación dañada para siempre por el error primero.
     Esto es lo que expresa Richard en el momento final del tercer acto, cuando pronuncia la siguiente reflexión, llena de profundo dramatismo, ante los oídos desconcertados de Bertha: “Herí mi alma por ti. La herí con una herida profundísima que nunca podrá cicatrizar. Jamás podré saber. ¡Nunca! No quiero saber ni creer nada, no me importa. No es en la oscuridad de la fe como yo te quiero, sino en la viviente, incansable, hiriente duda. Para retenerte no quise utilizar lazos, ni siquiera los del amor. Luchaba sólo para quedar unido a ti en cuerpo y alma, en absoluta desnudez… Sin embargo, ahora me siento fatigado. Me cansan mis heridas.”
     Es inquietante adentrarse en el mundo de Joyce, donde siempre nos aguardan sorprendentes descubrimientos que iluminan facetas desconocidas de la condición humana, y esta pequeña pieza teatral no hace sino demostrarlo.


Lima, 9 de agosto de 2013.     

viernes, 9 de agosto de 2013

Los ángeles del infierno

Me zambullí en la lectura de Millennium, la oceánica novela del escritor sueco Stieg Larsson, precedido por el elogioso comentario que hizo de ella el Premio Nobel Mario Vargas Llosa, en un artículo aparecido en el año 2009. El resultado no pudo haber sido más gratificante; he vivido los últimos meses en estado de expectación permanente, suspendido de la fascinante historia que el autor ha separado en tres volúmenes: Los hombres que no amaban a las mujeres, La chica que soñaba con una cerilla y un bidón de gasolina y La reina en el palacio de las corrientes de aire. Yo sabía que en cuanto cogiera el libro, éste me iría a atrapar irremisiblemente, por ello no me sorprendió que fácilmente cayera rendido ante sus hechizos verbales.
     El primero de ellos está centrado en la desaparición de Harriet Vanger, la sobrina del industrial y ex directivo Henrik Vanger. Este hombre, cuyo sentido de vida está depositado en el hecho de hallar la verdad al largo misterio que rodea la desaparición de su sobrina favorita, promete al periodista Mikael Blomkvist un delicioso bocado, para convencerlo de hacer el último intento por saber lo que realmente pasó: entregarle en cabeza de plata la cabeza de Hans-Erik Wenneström, némesis absoluta del hombre de prensa, a quien a llevado a juicio por un caso de difamación y culpable de su próxima carcelería decretada en la sentencia.
     El segundo volumen de la trilogía gira en torno a los asesinatos del periodista Dag Svensson y de la investigadora Mía Bergman, achacados en un primer momento a Lisbeth Salander pero, luego de una tortuosa y burocrática marcha de esclarecimiento, atribuido a un tal Ronald Niedermann, mano ejecutora de un grupo de mafiosos, miembros de una secta al interior del propio Servicio General de Inteligencia, que actuaban al margen de la ley para proteger a un tal Alexander Zalachenko, espía y desertor ruso que trabaja para ellos y padre a su vez de Lisbeth Salander.
     En la tercera parte asistimos al desvelamiento de los entretelones de la actuación de la Säpo, como es denominado el SGI/seg., concretamente al grupo que se hacía conocer como la Sección, autor de una serie de asesinatos, secuestros y otros crímenes que tenían como razón de fondo la presencia de ese siniestro personaje que alguna vez engendró a nuestra heroína, que maltrató a su madre hasta dejarla inválida y que en venganza recibió su merecido cuando la niña, de 12 años aún, le roció de gasolina y le prendió una cerilla, dejándole secuelas imborrables en el cuerpo, pero unas ganas perversas de cobrarse la revancha con su propia hija.
     Lisbeth es una chica especial, poco comunicativa e insociable, que gusta de vestir provocativamente, usa piercings y lleva tatuajes, y se dedica al hacking, con el fin de coger con las manos en la masa a cuanto pillo, bribón o canalla ande suelto. Dotada de cualidades excepcionales para la investigación, posee una memoria fotográfica y una insuperable agilidad de reptil. Cualidades todas forjadas en medio de la lucha por la sobrevivencia que ha sido toda su vida, desde que nació y presenció los abusos de su padre, hasta que fue víctima de inescrupulosos jueces, policías y médicos que la internaron en un psiquiátrico calificándola de enferma mental.
     Se enfrentó a un grupo de matones y los venció increíblemente, pese a su condición menuda y endeble. Salió airosa de cuanto enfrentamiento tuvo con quienes la señalaban, sindicaban y denunciaban por diversos motivos, desplegando sus singulares habilidades para escurrirse como una serpiente, o apelando a su feroz instinto de conservación para encontrar la salida cuando aparentemente ya todo estaba perdido.
     Mikael, el otro protagonista, es un periodista incisivo y obsesivo con las materias de su investigación, que se embarca en aventuras fantásticas de búsqueda de la verdad, sumido hasta la médula en los casos más impresionantes, y que matiza su vida con una copiosa actividad sexual con las ocasionales acompañantes que se le cruzan por el camino. Erika Berger, Cecilia Vanger, Monica Figuerola y hasta la misma Lisbeth Salander, han pasado por los brazos, curtidos de lances amorosos, del perspicaz y proteico cronista de la revista Millennium.
     Abundan los personajes simpáticos y amigos de la justicia, como también los despreciables y ruines. Ejemplo de los primeros es Dragan Armanskij, director ejecutivo de Milton Security, la empresa para la que trabajó Lisbeth en sus primeros años. Y modelo paradigmático de los segundos es el abogado Nils Bjurman, nombrado administrador de los bienes de Lisbeth Salander ante la incapacidad física de Holger Palmgran, su primer tutor y amigo. Bjurman es un sujeto sin escrúpulos que se aprovecha de su condición para ultrajar a su protegida, quien en venganza le tatúa en el vientre una frase descriptiva y bastante certera.
     Desfilan por la novela una serie de otros personajes que completan el panorama total de la realidad de la ficción, seres que encarnan los más diversos valores y características de la humanidad, y que a veces nos llevan a pensar que por más desarrollada que sea una sociedad, también alberga en su seno a un sinfín de sujetos de baja estofa que actúan al margen de la ley y de la moral, atravesando por este mundo con el único objeto de satisfacer sus pérfidos deseos y sus inconfesables fines.
     Pero igualmente están para detenerlos, entorpeciendo sus jugarretas y marcándoles los límites, aquellos a quienes llamamos héroes, que revestidos de cualidades especiales salen a enfrentar las injusticias de este mundo como lo hicieron todos los héroes que han sido en la historia de la literatura. Reparar daños y desfacer entuertos es su oficio, y a ello se abocan con la energía que les provee la fuerza de su espíritu. De esta madera están hechos un Mikael Blomkvist y una Lisbeth Salander, quienes ya forman coro en el panteón de los justicieros juntos al Titant lo Blanc, al Quijote de la Mancha y al Amadís de Gaula.


Lima, 31 de julio de 2013.