Me
zambullí en la lectura de Millennium,
la oceánica novela del escritor sueco Stieg Larsson, precedido por el elogioso
comentario que hizo de ella el Premio Nobel Mario Vargas Llosa, en un artículo
aparecido en el año 2009. El resultado no pudo haber sido más gratificante; he
vivido los últimos meses en estado de expectación permanente, suspendido de la
fascinante historia que el autor ha separado en tres volúmenes: Los hombres que no amaban a las mujeres,
La chica que soñaba con una cerilla y un
bidón de gasolina y La reina en el
palacio de las corrientes de aire. Yo sabía que en cuanto cogiera el libro,
éste me iría a atrapar irremisiblemente, por ello no me sorprendió que
fácilmente cayera rendido ante sus hechizos verbales.
El primero de ellos está centrado en la
desaparición de Harriet Vanger, la sobrina del industrial y ex directivo Henrik
Vanger. Este hombre, cuyo sentido de vida está depositado en el hecho de hallar
la verdad al largo misterio que rodea la desaparición de su sobrina favorita,
promete al periodista Mikael Blomkvist un delicioso bocado, para convencerlo de
hacer el último intento por saber lo que realmente pasó: entregarle en cabeza
de plata la cabeza de Hans-Erik Wenneström, némesis absoluta del hombre de
prensa, a quien a llevado a juicio por un caso de difamación y culpable de su
próxima carcelería decretada en la sentencia.
El segundo volumen de la trilogía gira en
torno a los asesinatos del periodista Dag Svensson y de la investigadora Mía
Bergman, achacados en un primer momento a Lisbeth Salander pero, luego de una
tortuosa y burocrática marcha de esclarecimiento, atribuido a un tal Ronald
Niedermann, mano ejecutora de un grupo de mafiosos, miembros de una secta al
interior del propio Servicio General de Inteligencia, que actuaban al margen de
la ley para proteger a un tal Alexander Zalachenko, espía y desertor ruso que trabaja
para ellos y padre a su vez de Lisbeth Salander.
En la tercera parte asistimos al
desvelamiento de los entretelones de la actuación de la Säpo, como es
denominado el SGI/seg., concretamente al grupo que se hacía conocer como la Sección, autor de una serie de
asesinatos, secuestros y otros crímenes que tenían como razón de fondo la
presencia de ese siniestro personaje que alguna vez engendró a nuestra heroína,
que maltrató a su madre hasta dejarla inválida y que en venganza recibió su
merecido cuando la niña, de 12 años aún, le roció de gasolina y le prendió una
cerilla, dejándole secuelas imborrables en el cuerpo, pero unas ganas perversas
de cobrarse la revancha con su propia hija.
Lisbeth es una chica especial, poco
comunicativa e insociable, que gusta de vestir provocativamente, usa piercings
y lleva tatuajes, y se dedica al hacking, con el fin de coger con las manos en
la masa a cuanto pillo, bribón o canalla ande suelto. Dotada de cualidades
excepcionales para la investigación, posee una memoria fotográfica y una
insuperable agilidad de reptil. Cualidades todas forjadas en medio de la lucha
por la sobrevivencia que ha sido toda su vida, desde que nació y presenció los
abusos de su padre, hasta que fue víctima de inescrupulosos jueces, policías y
médicos que la internaron en un psiquiátrico calificándola de enferma mental.
Se enfrentó a un grupo de matones y los
venció increíblemente, pese a su condición menuda y endeble. Salió airosa de
cuanto enfrentamiento tuvo con quienes la señalaban, sindicaban y denunciaban
por diversos motivos, desplegando sus singulares habilidades para escurrirse
como una serpiente, o apelando a su feroz instinto de conservación para
encontrar la salida cuando aparentemente ya todo estaba perdido.
Mikael, el otro protagonista, es un
periodista incisivo y obsesivo con las materias de su investigación, que se
embarca en aventuras fantásticas de búsqueda de la verdad, sumido hasta la
médula en los casos más impresionantes, y que matiza su vida con una copiosa
actividad sexual con las ocasionales acompañantes que se le cruzan por el
camino. Erika Berger, Cecilia Vanger, Monica Figuerola y hasta la misma Lisbeth
Salander, han pasado por los brazos, curtidos de lances amorosos, del perspicaz
y proteico cronista de la revista Millennium.
Abundan los personajes simpáticos y amigos
de la justicia, como también los despreciables y ruines. Ejemplo de los
primeros es Dragan Armanskij, director ejecutivo de Milton Security, la empresa
para la que trabajó Lisbeth en sus primeros años. Y modelo paradigmático de los
segundos es el abogado Nils Bjurman, nombrado administrador de los bienes de
Lisbeth Salander ante la incapacidad física de Holger Palmgran, su primer tutor
y amigo. Bjurman es un sujeto sin escrúpulos que se aprovecha de su condición
para ultrajar a su protegida, quien en venganza le tatúa en el vientre una
frase descriptiva y bastante certera.
Desfilan por la novela una serie de otros
personajes que completan el panorama total de la realidad de la ficción, seres
que encarnan los más diversos valores y características de la humanidad, y que
a veces nos llevan a pensar que por más desarrollada que sea una sociedad,
también alberga en su seno a un sinfín de sujetos de baja estofa que actúan al
margen de la ley y de la moral, atravesando por este mundo con el único objeto
de satisfacer sus pérfidos deseos y sus inconfesables fines.
Pero
igualmente están para detenerlos, entorpeciendo sus jugarretas y marcándoles
los límites, aquellos a quienes llamamos héroes, que revestidos de cualidades
especiales salen a enfrentar las injusticias de este mundo como lo hicieron
todos los héroes que han sido en la historia de la literatura. Reparar daños y
desfacer entuertos es su oficio, y a ello se abocan con la energía que les
provee la fuerza de su espíritu. De esta madera están hechos un Mikael
Blomkvist y una Lisbeth Salander, quienes ya forman coro en el panteón de los justicieros
juntos al Titant lo Blanc, al Quijote de la Mancha y al Amadís de Gaula.
Lima, 31 de
julio de 2013.
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