sábado, 30 de diciembre de 2017

Infamia

    El indulto otorgado por el presidente Pedro Pablo Kuczynski al ex dictador Alberto Fujimori no pudo haber llegado en el peor momento. Cumpliendo su interesado trato bajo la mesa con un sector del fujimorismo, a apenas unos día de haberse salvado de la vacancia en el Congreso, por más que los voceros del gobierno se empeñen en negarlo, ha concedido en tiempo récord la gracia presidencial del perdón a quien estaba sentenciado a 25 años de prisión por diversos delitos, entre ellos uno que específicamente se refiere a los derechos humanos.
    La reacción de la ciudadanía no se ha hecho esperar; el repudio y la condena a esa decisión crecen a nivel nacional e internacional, mientras las calles se llenan de furia e indignación por esta sucesiva traición de un presidente que se burla una vez más de la credibilidad y la buena fe de un electorado que le dio el mandato expreso de gobernar contra la impunidad y la corrupción. Ha perpetrado una acción que va a marcar su paso por el gobierno, pero no para honrarlo como cree él o algunos de sus seguidores, sino para mancharlo; un acto que quedará para la historia universal de la infamia, como en uno de los libros del gran Jorge Luis Borges.
    Organismos mundiales que velan por los derechos humanos se han pronunciado de manera clarísima rechazando este indulto que es a todas luces –como dicen los lemas en las pancartas de los miles de manifestantes de estos días en distintas ciudades del Perú – un insulto. Un insulto a la esperanza de miles de familiares de las víctimas de los atropellos del régimen fujimorista durante la década del terror; un insulto al sentido de justicia de quienes lucharon muchísimos años para ver entre las rejas al culpable de la pérdida de sus seres queridos.
    El papel jugado por el hijo menor del ahora ex reo ha sido crucial. Cuando todo hacía presagiar la inminente vacancia presidencial el jueves 21 en el recinto legislativo, la votación al final de la jornada arrojó un resultado que sorprendió a tirios y troyanos. Los promotores de la remoción del mandatario no lograron alcanzar la cifra requerida para su propósito. Un puñado de parlamentarios de la bancada naranja, aleccionado o alineado a última hora por Kenji Fujimori, impidió que se consumara la orden de su lideresa. Es evidente que se trató de una transacción, un grosero trueque entre los corruptos de hoy y los corruptos de ayer.
    La marea de gente que se ha volcado a las calles el mismo día del anuncio y en los días siguientes nos enfrenta a un panorama de aguda crisis para la gobernabilidad en el país. En una fecha cargada de un simbolismo especial para la mayoría de la población, como es la Navidad, cuando todo el mundo se afanaba en los últimos preparativos para la Nochebuena, desplazándose por los centros comerciales y los puestos de venta callejeros ajenos a los avatares de la política, llega la mala noticia que contradice el significado religioso de la fiesta cristiana. Gran paradoja: nunca pudo ser tan mala esa Nochebuena para millones de peruanos que son conscientes de lo que entraña un hecho de esa magnitud. Es decir, nada justificaba el indulto para el mandamás de un régimen que emputeció el país.  
    El objetivo aparente de la medida con la que se pretende racionalizar el desatino lo han repetido, curiosamente, los dos personajes principales de este sainete con sabor a comedia bufa: la reconciliación. Pero para que exista tal, debe darse todo un proceso que pasa necesariamente por la memoria, el perdón y la reparación. Y nada de eso existe, más allá de una tímida declaración, genérica y ambigua, del dictador liberado desde su lecho de enfermo. Además, cómo se trastoca el sentido de esa palabra en boca de quienes jamás entendieron su real significado; cómo se pervierte la semántica del término cuando estos reyes Midas al revés posan sus manos en él. Porque esto es lo que ha llegado a significar ese llamado partido mayoritario hoy en el Congreso, que abusa de su poder pretendiendo  avasallar a cuanta institución encuentre en su camino. Ya no importa dónde nazca la iniciativa para tal o cual objetivo, ellos lo asumen como propio actuando como lo sugiere su nombre, con la fuerza bruta de lo popular entendido como manada.
    Ya el Instituto de Defensa Legal (IDL) está estudiando los mecanismos que se deben articular para revertir el indulto en las instancias supranacionales, como la Corte Interamericana de Derechos Humanos (CIDH). Y aunque algunos defensores de la medida digan que la prerrogativa presidencial obedece simple y llanamente a la voluntad del jefe de Estado, y que lo hace porque le da la gana sin tener que consultarle a nadie, ni darle cuenta a nadie, lo cierto también es que tras esa decisión pesa un asunto donde está en juego, ya no sólo el sentido ético de una autoridad política, sino también el dolor de las víctimas y su aspiración de justicia que ha sido pisoteada. Y a pesar de que las encuestas digan que la mayoría de la población aprueba el beneficio concedido al autócrata, este no es un asunto de votación, como lo demostró históricamente el episodio bíblico de Barrabás en la crucifixión de Cristo. Paralelamente, más de doscientos escritores han publicado una carta abierta condenando la actitud ilegal e irresponsable del presidente con una medida espuria que obedece, no a la compasión o a la conducta humanitaria que la busca justificar, sino al puro cálculo político.
    La verdad es que el escenario político actual es desolador, todo y todos han sido infectados por esa podre letal de la corrupción, la gangrena está llegando al mismo cerebro del organismo nacional; este es un país que desde el punto de vista moral se acerca cada vez más al precipicio de su fase terminal. ¿Qué hacer?, la famosa pregunta leninista quizás tenga una sola respuesta: refundar la República. Así como una casa que ha sido invadida por una plaga de alimañas y sabandijas debe ser derruida para levantar otra desde sus cimientos, un país en el mismo trance necesita refundarse, reconstruirse desde su raíz con el concurso de la sociedad civil y de la clase política sana que aún, es nuestra última esperanza, debe quedar.
    Mientras tanto, a seguir luchando en las calles con esa juventud vigorosa y consciente que no se deja arredrar por los comentarios mezquinos y deslegitimadores de ciertos periodistas que fungen de líderes de opinión, cuando son en verdad sirvientes de turno de la cleptocracia reinante, furgones de cola de la caverna, mayordomos del statu quo, jornaleros adocenados de este sistema que se cae a pedazos corroído por la sífilis de la putrefacción.


Lima, 30 de diciembre de 2017.

sábado, 23 de diciembre de 2017

Abimael: habitante de las tinieblas

    En todos los peruanos está marcado con fuego en la memoria los años del terror que vivimos cuando una banda de fanáticos extremistas decidió asaltar el poder a través de la revolución, pero utilizando los métodos más violentos y sanguinarios, como nunca antes se había visto en nuestra historia. El nombre que resume esa pretensión utópica, el sonido que evoca lo peor de aquella época está cifrado en el nombre de su líder: Abimael, patronímico de claras resonancias bíblicas, trufado de cierto misticismo heterodoxo y justicieras aspiraciones terrenas.
    La historia de ese hombre singular que se preparó desde muy joven para su propio designio épico está contada con lujo de detalles en el libro Abimael: el sendero del terror (Planeta, 2017), escrita por el periodista de investigación Umberto Jara, quien ha desplegado para la tarea sus mejores armas de cronista y reportero para entregarnos un texto que hurga en los meandros biográficos e ideológicos de una figura siniestra de las últimas décadas del siglo XX.
    Una trayectoria errática en su infancia y niñez marcaría el sentimiento de desamparo de Abimael. Esta experiencia del desarraigo, los continuos trasiegos de ciudad en ciudad y los cambios constantes de ambiente, le dejaron una tendencia a la preocupación por el mundo y sus problemas, y a no expurgar mucho en sus laberintos interiores. El libro de Jara desvela aspectos desconocidos de la vida de quien luego se convertiría en el cabecilla de la facción armada más violenta de este país. Como que fue abandonado por su madre a los 8 años en Chimbote, pues ella había contraído otro compromiso con un comerciante de origen árabe que no simpatizaba con el niño. Luego pasaría al Callao, donde al amparo de un tío materno vivió sometido, sin embargo, al servicio doméstico de éste. Enseguida, y a raíz de una apendicitis que casi le cuesta la vida, termina de vuelta en Arequipa, en la casa paterna donde es recibido por su madrastra, la chilena Laura Jorquera, quien le brinda el afecto y el cuidado del que había carecido durante todos esos años. Los siguientes serían sus años universitarios y de formación ideológica.
    En 1962 pasaría a instalarse en Huamanga, como docente de la Universidad Nacional de San Cristóbal, verdadero caldero de ideas comunistas que él ayudó a fomentar y organizar. Allí conoce a una estudiante procedente de Huanta, hija de un hacendado que llegaba a Huamanga para establecerse con su familia: Augusta La Torre Carrasco. Luego de un breve noviazgo se casaron en febrero de 1964. Como ella no podía tener hijos, se entregaron a la construcción del Partido, el proyecto político de toda su vida. Ese mismo año se produce la escisión del Partido Comunista, surgiendo el PCP-Bandera Roja de tendencia maoísta, de donde a su vez se desprende en 1970 el PCP-Sendero Luminoso de Abimael Guzmán Reinoso.
    Es fundamental señalar en su evolución doctrinaria su viaje a China a comienzos de 1965 para su preparación ideológica y táctica en la escuela política de Pekín y en la militar de Nankín. Su admiración por el líder de la Revolución China Mao Tse-Tung es incondicional, propia de un fanático, pues trata de emularlo como conductor de un proyecto político a todas luces demencial. Se dice que el jerarca chino es el mayor genocida del siglo XX, con un saldo de 70 millones de víctimas, dejando muy atrás a los tristemente célebres Adolph Hitler y Josep Stalin.
    El papel protagónico de Augusta La Torre, la camarada Norah, como impulsora de la agrupación senderista, sería vital, así como en la creación de “organizaciones generadas” –Movimiento Femenino Popular, Socorro Popular– fundamentales para los objetivos políticos de Guzmán, a quien igualmente llegó a endiosar, perpetuando en sus huestes ese culto a la personalidad característico de los movimientos mesiánicos.
    A contracorriente de los hechos mundiales, muerto Mao en 1976 e iniciándose en 1977 una serie de cambios que desmontaban la llamada Revolución Cultural llevada a cabo en China durante los diez años precedentes; en plena época de declive del comunismo soviético, que en la década siguiente llegaría a su fin, Abimael justificaba el inicio de la lucha armada como parte del avance estratégico de la revolución en el mundo. Absurdo y locura totales: los signos de su perdición.
    Sería Norah la que comandó en 1980 los ataques de Chuschi, de la hacienda Ayrabamba y del fundo de San Agustín de Ayzarca, dando inicio al baño de sangre que espantó al Perú y al mundo en los siguientes doce años. Lo que sigue ya es historia conocida, el terrorismo campeando a sus anchas desde el movimiento subversivo y la respuesta igualmente terrorífica de las Fuerzas Armadas en una estrategia equivocada que no hizo otra cosa que incrementar la espiral de violencia. Luego vendría la captura del denominado “Presidente Gonzalo”, a manos de un grupo especial de la policía, comandado por el General Antonio Ketín Vidal, quienes a través de un paciente trabajo de inteligencia lograron desbaratar a la cúpula de la organización rebelde dando con su cabecilla, luego de un juicio impecable, con sus huesos en prisión condenado a cadena perpetua.
    Es uno de los mejores libros de no ficción que he leído este año, constituyéndose en un valioso testimonio para entender una parte dolorosa de nuestra historia reciente, sobre todo el de su principal protagonista, artífice de un periodo que no debemos olvidar para no volver a repetirlo nunca más.

Lima, 20 de diciembre de 2017.  

viernes, 8 de diciembre de 2017

2666

    No soy precisamente un fanático del fútbol, lo que se llama un hincha, razón por la que he seguido la campaña eliminatoria de la selección de mi país al Campeonato del Mundo en Rusia en 2018 con mucho de escepticismo y algo de distancia, como viene sucediendo además desde hace buenos años, casi todos los que llevaba el Perú sin acudir a la cita mundialista.
    Solía bromear con mis hijos, en un cruel y descarnado ejercicio de humor negro, que un equipo peruano de fútbol recién podría acceder a un campeonato mundial de esa disciplina en el remoto y cabalístico año de 2666, cifra teñida de cierto prestigio literario desde que el escritor chileno Roberto Bolaño bautizó así a una de sus más celebradas novelas. Sin duda que lo hacía en un afán provocador, regodeándome con la ironía, anteponiendo el sentido lúdico ante la adversidad y exhibiendo sin pudor mi inveterado papel de viejo aguafiestas.
    Sin embargo, cuando el equipo empezó a escalar en la tabla de posiciones, tanto por méritos propios como por esos golpes de la fortuna que otros involuntariamente propician, mis apocalípticas y lapidaria previsiones empezaron a tambalear; las calles se poblaron de cientos de hombres y mujeres, niños, jóvenes y viejos ataviados con la camiseta nacional, como nunca antes había sucedido. Las ventas en el centro comercial Gamarra se dispararon de un modo inusual, convirtiendo el éxito de la selección en el motor de un suculento negocio.
    Sé perfectamente que el fenómeno no es nuevo; es evidente para todos que el fútbol ha pasado a constituir, en las sociedades occidentales principalmente y con poquísimas excepciones, en el deporte masivo por excelencia, tanto que los antropólogos y sociólogos hablaban desde hace unos lustros de la insurgencia de una nueva religión de nuestros tiempos, con sus propios rituales, ceremonias litúrgicas, sacerdotes y feligreses. Un reconocido etólogo inglés no titubeó en llamar así uno a de sus libros más emblemáticos: El deporte rey, y numerosos poetas y narradores incursionaron en sus fueros para cantar sus endechas a esta curiosa práctica de la pelota de origen inglés.
    Debo reconocer que razón no les falta, porque si no cómo explicar estas multitudinarias manifestaciones de un fervor que sólo la religión es capaz de convocar, ajustándose a lo que el eminente religiólogo rumano Mircea Eliade llamaba con precisión de cirujano “técnicas arcaicas del éxtasis”, expresiones de una devoción única que transportaba al creyente a una vivencia casi mística. Para los que no compartimos dicho fervor, su existencia no puede llenarnos sino de interrogantes sobre la misteriosa naturaleza del ser humano.
    Y ahora que finalmente ha clasificado el equipo peruano, paradójicamente de la mano de quien fue su verdugo en 1985, todo un país celebra el retorno de su seleccionado a la cita mundialista. Tal vez sea justo que se brinde esta alegría a un pueblo que ha vivido esperando durante más de tres décadas para vivir este momento. Pero he ahí también que se hace más patente la clamorosa inequidad frente a otros deportes que silenciosamente, alejados de todo foco mediático, nos otorgan lauros contundentes y concretos. Es así que mientras millones de fanáticos todavía festejaban el logro futbolístico –que no olvidemos es sólo el pase a la siguiente etapa de la competición–, la atleta Gladys Tejeda obtenía la medalla de oro en la media maratón de los Juegos Bolivarianos realizada en Colombia, y en Italia el Gran Maestro Internacional Julio Ernesto Granda se coronaba en el primer puesto del Campeonato Mundial de Ajedrez sénior.
    Ellos no tuvieron vítores ni muchedumbres clamando sus triunfos, ni probablemente reciben ni la milésima parte del apoyo del que sí gozan los futbolistas, pero sus victorias son tan meritorias, o más aun, que las de cualquiera, pues son redondas y realizadas en la modestia y el silencio que caracteriza a los grandes.

Lima, 8 de diciembre de 2017. 

sábado, 2 de diciembre de 2017

La mujer rota

    Una verdadera ola de acusaciones y denuncias se ha desatado en las últimas semanas en contra de figuras conocidas del mundo del cine, el teatro, el deporte y la política. La razón es una: el acoso y maltrato sufridos por decenas de mujeres a manos de un número significativo de hombres. Son muchas las mujeres que han salido a la luz de la opinión pública para contar sus dolorosas experiencias en las que fueron víctimas de agresiones, insultos, tocamientos, violaciones y otras formas de comportamiento delictivo y bestial que un grupo de energúmenos, que deshonran a la especie, les han infligido.
    El afamado y reconocido productor de Hollywood Harvey Weinstein, los actores Bill Cosby y Kevin Spacey, el humorista Louis C.K., y en nuestro medio el director de teatro Guillermo Castrillón, y muchos más han sido señalados como culpables de haber perpetrado actos abusivos y nefandos en contra de una cantidad cada vez más alarmante de mujeres en nuestro país y en el mundo. Cómo no mencionar a este propósito también a esos numerosos agentes, representantes o promotores artísticos, especialmente en el terreno de la música, que para validar o gestionar las carreras de jóvenes cantantes o intérpretes, las someten a sucios chantajes, ejerciendo una posición de dominio con el fin de aprovecharse y abusar de ellas.
    Un machismo fuertemente enraizado en la mentalidad colectiva, especialmente varonil, se erige en el principal factor de una conducta que, como el racismo o la xenofobia, es una expresión más de la infinita estupidez humana. Estereotipos secularmente establecidos en las más menudas actitudes, de aquello que con cierto tufillo de superioridad se llama “virilidad”, se han normalizado hasta el grado de la banalización en todos los estratos sociales, producto de lo cual resultan comunes y corrientes frases, chistes y hasta caricaturas que en cualquier reunión se escuchan proferir a hombres y a mujeres también, por increíble que parezca.
    Un nuevo concepto de “hombría” debe imponerse a nivel de la educación y la cultura en la familia y en la sociedad, para sacarnos esa costra retrógrada que arrastramos como un lastre en nuestra conceptualización del fenómeno. Una valoración superior, más cabal y humanista del hecho de ser hombre, se impone como una necesidad perentoria en el consciente e inconsciente colectivos, para desterrar definitivamente –aunque suene a quimera y utopía– esa categorización primitiva y burda del “macho” como modelo y paradigma de la conducta del hombre. Cuán vigente sigue estando la frase lapidaria del filósofo alemán Friedrich Nietzsche, cuando decía que el hombre es algo que tiene ser superado, y que así como ahora el hombre mira al mono, así el hombre superior mirará al hombre.  
    Ni las campañas masivas tipo “Ni una menos”, expresadas en multitudinarias marchas y manifestaciones en las principales ciudades del país, ni las virtuales como #MeToo en las redes sociales, podrán hacer mucho si no se asume ese profundo cambio como una tarea urgente. La evidencia está en que a pesar de lo exitosas que fueron en las calles y en el ciberespacio dichas expresiones de rechazo a la misoginia, los crímenes se han seguido sucediendo, incrementándose pavorosamente en este año hasta límites nunca vistos.
    Esto no quiere decir que no sean necesarias, pues está claro que lo son, para visibilizar y poner en el foco de la atención pública, así como en la agenda del gobierno, un asunto que incumbe a todos. La institucionalización, a través de Naciones Unidas, de un Día Internacional de la No Violencia contra la Mujer, ayuda mucho en este contexto de la concientización de un problema que cada vez adquiere ribetes de pandemia, y que es imperativo detener para evitar que nuestra civilización naufrague en un lodazal de barbarie y salvajismo en plena era de la informática, la cibernética y tantos otros avances científicos, pero que desgraciadamente no tienen su correlato en la evolución de este mal llamado homo sapiens.
    Es triste y penoso figurar como el país que figura entre los primeros lugares de los que ejercen violencia hacia la mujer; deplorable realidad que constituye un auténtico baldón para nuestra dignidad como nación. Pero más allá de ello, porque nuestras hermanas, esposas e hijas se convierten en potenciales víctimas de sujetos como los mencionados, pues nunca sabremos en qué momento van a ser o están siendo violentadas y sometidas a vejámenes sin nombre, como todas aquellas aspirantes a actrices, coreógrafas, cantantes o deportistas de competición, en manos de alevosos depredadores, callando todo este tiempo por temor, vergüenza o golpe psicológico.
    Al parecer la escena empieza a cambiar, por lo menos con la puesta en evidencia de algo que se mantuvo en silencio y en secreto durante tanto tiempo. Nunca será tarde para luchar por una vida más digna y decente para los hombres y las mujeres de este mundo, para que nunca más tengamos noticia de una “mujer rota”, como en el famoso libro de Simone de Beauvois.


Lima, 02 de diciembre de 2017.   

sábado, 11 de noviembre de 2017

Cien años de la Revolución Rusa

    El acontecimiento político más formidable del siglo XX, el que despertó la esperanza de millones de desheredados en un inmenso país sumido en la explotación, la desigualdad y la miseria tras más de trescientos años de la monarquía de los Romanov –la más longeva de Europa–, cumple su primer centenario, en medio de intensos debates sobre su legado y en la terrible comprobación de lo estrepitosa que fue su caída.
    Esta borrasca social y política que en menos de diez meses le cambió totalmente el rostro a la gran nación rusa, se inició en febrero de 1917 –según el calendario juliano, que vendría a ser en marzo en nuestro calendario gregoriano–, cuando la llamada revolución liberal encabezada por Aleksandr Kérenski y la fuerza indetenible del pueblo empujó a la abdicación del Zar Nicolás II, estableciéndose un gobierno provisional que duraría hasta octubre –noviembre para nosotros–, en que la segunda ola de la marea revolucionaria, esta vez más radical y de signo socialista, bajo el liderazgo de Vladímir Ilich Uliánov, más conocido como Lenin, tomaría el Palacio de Invierno en San Petersburgo e instauraría el régimen de los sóviets, o consejos de obreros, soldados y campesinos.
    Hijo de una familia de la clase media acomodada de provincia, el joven Vladimir habría de vivir dos hechos dolorosos a sus cortos 13 años: la muerte de su padre, de sólo 42 años; y el asesinato de su hermano Aleksandr, acusado de conspiración terrorista por las autoridades del Zar. Es entonces que germina en él la idea de acabar definitivamente con el gobierno abusivo y despótico de la monarquía de los Romanov. Exiliado en Zúrich, emprende el viaje más controvertido de un dirigente comunista: dentro de un tren sellado, recorre en ocho días la distancia que lo separa de San Petersburgo, la capital del imperio, el cráter humeante del volcán revolucionario. Se dice que un político comunista alemán realizó las gestiones para que el líder bolchevique pueda atravesar territorio germano en plena guerra mundial. Por esta razón, muchos fueron los que lo acusaron de traición, incluso de ser un espía al servicio del gobierno del Káiser; pero lo cierto es que ambos aprovecharon las circunstancias que se les presentaron, valiéndose de ellas con gran sentido del oportunismo político.
    Ya al mando de la revolución, haría frente a la reacción de la aristocracia destronada del poder, enfrentándose al ejército de los blancos rusos contrarrevolucionarios en una guerra civil que duró cinco  años, para terminar imponiéndose gracias a la audacia y la sagacidad de León Trotski, el legendario jefe del Ejército Rojo. Mas por esos años Lenin empezaría a ver cómo su salud se iba resquebrajando peligrosamente, retirándose a lugares de descanso donde creía poder recuperar la energía deteriorada; pero todo fue en vano. Después de haber proclamado la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) en 1922, apenas un par de años estaría al mando del flamante país cuando en 1924 muere intempestivamente, quedando acéfala la conducción del gigantesco país. La disputa por la sucesión enfrentó a dos personalidades disímiles, a dos hombres que el destino puso frente a frente para dirimir su poder y llevarlos a la más feroz rivalidad: Trotski y Stalin.
    Triunfante Stalin de la lucha por el poder, al poco tiempo Trotski tiene que marchar al exilio, estableciéndose primero en Turquía, después en Francia y Noruega, para luego instalarse definitivamente en México. Hasta allí le alcanzaría el largo brazo homicida de su encarnizado enemigo. Luego de un primer intento de asesinato, donde estuvo involucrado, increíblemente, el muralista mexicano David Alfaro Siqueiros, Trotski sale indemne, salvándose providencialmente en un rincón de su casa en Coyoacán. Pero la segunda arremetida sí fue letal. El stalinista español Ramón Mercader pasaría a la historia como el asesino que acabó con la vida del político, escritor y filósofo que fue protagonista de primer nivel de las jornadas de octubre. Se valió para ello de un piolet, instrumento con el que descerrajó certeros golpes en la cabeza del líder histórico, cerrando de esta manera un capítulo más de la Revolución Rusa.
    Lo curioso es que, al momento de recibir el ataque, Trotski trabajaba hacía un buen tiempo en la biografía de quien sería su verdugo, libro que acaba de ser editado por el nieto del revolucionario, con la colaboración de una universidad estadounidense adonde fueron confinados los archivos del autor en previsión de cualquier circunstancia que alterara sus fines. Según informan los cables, se trata de un enjundioso volumen de cerca de mil páginas, donde está el retrato más completo de quien es considerado, junto con Hitler, uno de los mayores genocidas del siglo XX, culpable de los tristemente célebres gulags, verdaderos campos de concentración donde eran exterminados millares de opositores y perseguidos del régimen totalitario en que Stalin convirtió la revolución socialista.
    Que el siglo transcurrido de este magno acontecimiento nos sirva para reflexionar sobre el destino, a veces atravesado, que el designio de los hombres le da a la historia, terminando muchas veces en grandes desencantos y decepciones lo que en su momento se erigió en brillante porvenir. La construcción del comunismo, como la de cualquier otra utopía, devino en un sangriento experimento que colapsó siete décadas después. Las luminosas ideas de Karl Marx, ideólogo de la revolución, que debieron plasmarse en una maravillosa realidad, acabaron deformadas y traicionadas por la indómita estulticia de un puñado de pequeños hombres poseídos por el insaciable demonio del poder.

Lima, 11 de noviembre de 2017.       

          

Sobremesa con Ribeyro

    Durante muchas noches de este último invierno limeño he tenido el inmenso privilegio de sentarme, después de la agotadora jornada diaria –y enseguida de una frugal cena–, para una charla singular con el queridísimo y entrañable escritor Julio Ramón Ribeyro, siendo partícipe de su voz y de su pensamiento a través de la lectura de La caza sutil (Revuelta Editores, 2016), el volumen que reúne el conjunto de sus artículos de prensa, publicados entre 1953 y 1994, con prólogo y notas de Jorge Coaguila, probablemente el más acucioso investigador de la obra del autor de La palabra del mudo.
    Ha sido una serie de encuentros provechosos y enriquecedores, que me han revelado un sinfín de asuntos, todos ellos interesantes, de sus múltiples búsquedas y hallazgos. Están, por ejemplo, sus visiones de la literatura peruana, latinoamericana y francesa, a las que dedica varios estudios, enfocándose en destacar los autores que ha conocido y leído, o que han influido notablemente en perfilar su vocación, como es el caso de Flaubert y, sobre todo, el de Maupassant, cuentista francés que sería el gran referente del creador peruano. Anécdotas y detalles curiosos de otros que yo insignemente ignoraba; como por ejemplo, el que don Ricardo Palma estuvo a punto de perecer en un naufragio, mucho antes de que escribiera esa vasta colección de sus tradiciones que constituye su máximo legado literario. Así como la descripción prolija de la espantosa muerte de Abraham Valdelomar en Ayacucho cuando apenas frisaba los 31 años. El detalle aquel de que murió sin socorro alguno en una letrina hedionda nos sobrecoge por su horror y repulsión a la vez.
    También desconocía la azarosa vida del pintor italiano Caravaggio, cuya reseña me dejó igualmente perturbado. Uno no se imagina la existencia de un artista en los límites mismos del delito, sobrellevando una existencia en constante conato con la justicia, perseguido por sus indómitos demonios y muerto de extenuación en una playa solitaria adonde había llegado a parar víctima de sus numerosas malandanzas. Un verdadero pacto con las tinieblas, como reza el título del ensayo de Ribeyro. Sorprende asimismo el manifiesto que firmaron en 1965 en París ocho peruanos, entre ellos Mario Vargas Llosa, Julio Ramón Ribeyro y Hugo Neira, apoyando a las guerrillas que en ese año se alzaron en los Andes centrales del Perú. A juzgar por el tiempo transcurrido, los cambios experimentados por uno u otro, las mudanzas ideológicas y políticas de cada quien, no puede uno sino mirar con una sonrisa de inocente perplejidad los bandazos que da la vida en la evolución del pensamiento y las ideas de los hombres.
    Es sugestiva la tesis que plantea sobre las alternativas del novelista en un ensayo donde vuelca todo su conocimiento y sabiduría en la subyugante tarea de escribir ficciones. En la elección del tema, del estilo y del lenguaje, entre otras posibles vías que se le presentan para la creación, postula Ribeyro una serie de opciones para la aprehensión del mundo que cada vez es más inabarcable.
    El triste destino del poeta Ovidio, muerto en el exilio y enemistado con el poder; el asesinato de Javier Heraud, en las selvas de Madre de Dios; un magnífico autorretrato del autor, a la manera del siglo XVII; una breve incursión al tema de los diarios íntimos, asunto en el que también andaba comprometido el escritor; una reflexión en torno a la obra poliédrica de Jorge Eduardo Eielson, un artista de su generación; son algunos de los numerosos temas que aborda la pluma certera, luminosa y encantadora del querido Julio Ramón. Para mí serán inolvidables estos encuentros de sobremesa que sostuve en intensas jornadas de un diálogo singular, en una dimensión metafísica, con este maravilloso personaje.

Lima, 4 de noviembre de 2017.   

     

sábado, 28 de octubre de 2017

Memorias de un incesto

    Después de un tiempo relativamente prolongado, he leído con gran deleite y expectación El mundo sin Xóchitl (Lima, 2001), turbadora novela del escritor piurano Miguel Gutiérrez, que ha aguardado con silenciosa paciencia en los anaqueles de mi biblioteca, recordándome, sin embargo, con su muda presencia, la cada vez más impostergable hora de su lectura. La historia del amor incestuoso entre Wenceslao y Xóchitl, los hijos de la jovencísima dama Constanza y del viejo caballero don Elías, representante de la más rancia aristocracia provinciana del norte del país, es el motivo que recorre toda la obra.
    El narrador secundario ha recogido de manos de la viuda las memorias dejadas por Wenceslao a su muerte, que contienen el relato de la azarosa y prohibida relación que mantuvo durante su niñez con su hermana. Los niños han perdido a su madre muy pequeños y quedan al cuidado de la negra Artemisia, criada de don Elías. Cuando éste los sorprende un día durmiendo juntos, decide que es el momento de separarlos, pero simultáneamente surge en los hermanos el deseo homicida de acabar con el viejo.
    La visita que hacen Güencho y Xóchitl al cuarto de la zamba Pelagia los convence de que deben buscar su ayuda para el objeto que persiguen. Entretanto, son testigos de la rutina en la casona donde viven todos, cuyo ocaso vivirán con nostalgia y tristeza; la llegada de diversos invitados, amigos de su papá-abuelo, como ellos lo llaman, llenará en parte los días grises y anodinos de don Elías. También está la presencia de Papilio, el hermano menor nacido con retardo, que ellos adoptan simbólicamente como el hijo de su amor de niños en tránsito a la adolescencia.
    Ricardo y Albina son los hijos mayores de don Elías, fruto del primer matrimonio de éste con la rica heredera Mathilde, hija de una conocida familia de la ciudad, quien tuvo que disputar con otras candidatas no menos dotadas del medio por conquistar el amor del joven forastero recién llegado al pueblo. La pareja enfrentaría su fractura con la aparición de la misteriosa y desconocida Constanza; Mathilde se refugiaría primero en el segundo piso de la casona, llevándose consigo a su propia servidumbre, y luego en el hospital psiquiátrico Larco Herrera de la capital, donde terminaría sus días.
    Cuando luego de una larga agonía el viejo muere, los niños planean su fuga, pues su medio hermana Albina, monja que usa el nombre de Apolonia, ha dispuesto el destino de ambos por deseo expreso de su padre. El niño sería enviado con su padrino, y la niña a un internado; sor Apolonia se haría cargo de Papilio. En medio de los ajetreos del velorio y el entierro, los hermanos abandonan la casa siendo acogidos en la casa del señor Dunbar, viejo amigo de su padre, donde se esconden un tiempo para instalarse definitivamente en Monte de los Padres, la casa-hacienda que fue del viejo Elías a unas horas de la ciudad.
    Allí viven con un grupo de campesinos y el administrador de la casa-hacienda, tratando de pasar desapercibidos para evitar ser delatados ante sus familiares que los buscan en Piura. Sus salidas, esporádicas y furtivas, les sirven para comprobar la sorda hostilidad y animadversión de los habitantes de aquellas comarcas, quizás en posesión del secreto sobre la naturaleza de las relaciones entre los hermanos. Las miradas sesgadas, las actitudes de rechazo, los ojos acusadores de los hombres y las mujeres del entorno, les revelan un clima adverso que deben sortear.
    Entre escenas de celos, escapadas provocadoras de Xóchitl, ceremonias a la que buscan acceder los muchachos para ser aceptados por la comunidad, transcurren sus días en libertad hasta la repentina irrupción, en este paisaje de bucólica felicidad y ansias de infinito gozo, de la muerte, impensada pero siempre acechante. Xóchitl es víctima de una epidemia que ya había cobrado varias vidas en la zona. La penosa agonía de la niña sume a Wences en la mayor desolación, repensando su vida a partir de ese instante para ingresar al tantas veces temido mundo sin Xóchitl que da título a la novela.
    Magistral demostración de destreza narrativa, espléndido fresco de la existencia en una representativa urbe del norte del país a mediados del siglo pasado, cautivante y transgresora historia de un tema que sigue siendo un tabú ya bien entrado el siglo XXI. Todas estas cualidades hacen de El mundo sin Xóchitl una de las ficciones más logradas de la narrativa peruana de estos tiempos, obra de uno de los grandes novelistas peruanos de la segunda mitad del siglo XX, el escritor Miguel Gutiérrez, poseedor además de una valiosa producción que merece ser conocida y leída.


Lima, 22 de octubre de 2017. 

sábado, 14 de octubre de 2017

Szyszlo: una vida de ensueño

    La trágica muerte, en un accidente doméstico, del gran pintor Fernando de Szyszlo enluta a la cultura nacional, y específicamente al arte peruano y latinoamericano, pues la figura del notable artista plástico nacido en Lima en 1925 poseía una dimensión internacional merced a sus innatas condiciones para la pintura, la escultura y la creación artística en general, así como por sus agudas incursiones en la escritura a través de inflamados artículos periodísticos y bellísimos libros de ensayos y testimonio personal.
    Hijo de un hombre de ciencia polaco, afincado en el Perú por razones de la guerra del 14, y de una mujer singular por ser la hermana del gran cuentista y poeta iqueño Abraham Valdelomar –curiosamente muerto también en similares circunstancias–, su trayectoria posee ese halo de ensoñación y misterio que rodea a los auténticamente grandes. El impulso por la pintura lo sintió desde muy joven, cuando era un estudiante de arquitectura que recelaba de sus condiciones para el dibujo. Mas cuando tuvo la oportunidad de perfilar su destreza para los trazos, descubrió definitivamente la que sería su verdadera vocación a la que dedicaría el resto de su vida.
    Casado en primeras nupcias con Blanca Varela, la extraordinaria poeta peruana del siglo XX, y amigo de los más importantes hombres de la cultura de su tiempo, como José María Arguedas, Sebastián Salazar Bondy, Javier Sologuren, Jorge Eduardo Eielson, Octavio Paz, André Bretón y tantos otros, se instaló muy tempranamente en París, donde realizó el gran aprendizaje que lo formó como el artista cabal que fue. A ello, uniría su admiración y afecto por el arte precolombino, reconocible notoriamente en los colores y las formas que darían sustrato a su apuesta por el abstracto.
    Un recorrido impecable por el arte y la plástica contemporáneas ha hecho que sea reconocido por cualquier entendido como uno de sus eximios representantes, codeándose con los grandes de su tiempo, como Rufino Tamayo, Roberto Matta, Wilfredo Lam, Fernando Botero, por mencionar algunos, artistas todos ellos que estuvieron en la vanguardia de la pintura de nuestro tiempo. Sin embargo, el hecho de que Szyszlo decidiera establecerse en el Perú, cuando los demás adquirían reconocimiento y renombre –amén del éxito– en los ámbitos europeos y mundiales, no lo convierte en un exponente ancilar de ella, pues la fuerza y calidad de su obra están más allá de toda discusión.
    Otra faceta de su poliédrica personalidad lo conforma su compromiso político, entendido éste en su acepción más elevada, ese activismo que lo llevó a militar e involucrarse en todas las causas donde estuvieran en juego la defensa de la libertad, la democracia y los derechos humanos. No podemos olvidar sus firmes posturas en el combate de la dictadura en los últimos tiempos, su aguerrida vocación por los principios de la civilización y la ciudadanía en épocas oscuras, tomando partido en todo momento por los valores inalienables del ser humano y la vida.
    Fernando de Szyszlo nos deja, pues, una obra valiosa para querer y conocer mejor al Perú y su cultura; su muerte sólo constituye un tránsito al panteón de los inmortales, a ese Olimpo habitado por los creadores y hacedores de la belleza; la intensa poesía de sus colores y la magia misteriosa de sus trazos continuarán enriqueciendo las miradas y los espíritus de generaciones enteras de hombres y mujeres rendidos ante la maestría de su arte. Se va, en compañía del ser que más amó y lo amó, pero ya está instalado para siempre en la memoria y el cariño de quienes valoramos y admiramos al ser humano y al artista, en esa doble condición que trasciende cualquier otra jerarquía.


Lima, 14 de octubre de 2017.

jueves, 12 de octubre de 2017

El anexo secreto

    Los diarios íntimos constituyen un verdadero género literario, cuando quienes lo ejercen vuelcan en ellos, además de sus preocupaciones y obsesiones de cada día, su talento para la escritura y una vocación narradora que puede detectarse desde las primeras líneas. Es lo que sucede con uno de esos diarios que forman parte ya del canon literario de las letras contemporáneas, escritos por una niña judía que moriría con casi toda su familia en los campos de concentración nazis al finalizar la segunda guerra mundial. Los manuscritos, hallados por amigos de la familia, fueron rescatados por el padre que sobrevivió al genocidio, quien los publicó con el título inicial de Het achterhuis, o El anexo, popularizado en su versión al inglés como Diary of a Young girl, y conocido mundialmente como El Diario de Ana Frank.
    Se trata de una serie de cartas que Ana le escribe a Kitty, como ha bautizado al cuaderno que le fuera obsequiado en ocasión de su cumpleaños número 13. En él va detallando la evolución de sus sentimientos y el día a día de sus tribulaciones, desde su salida de Alemania para instalarse con su familia en Ámsterdam, perseguidos por el régimen nacional-socialista alemán en su condición de judíos, hasta su captura a comienzos de 1944 para terminar aniquilados por la barbarie totalitaria.
    Lo primero que sorprende al lector es que una niña de trece años sea capaz de expresar los pormenores de su vida con esa sutileza y sencillez, aunados a una gran perspicacia, fruto quizás de su enorme poder de observación y de sus abundantes lecturas de que dan fe muchos pasajes de sus diarios. La primera entrada es de junio de 1942, donde narra la celebración de un cumpleaños y otros detalles de un acontecimiento doméstico, con una prolijidad, mesura y sentido de las cosas que conmueven. Más adelante revelaría una idea que ya le rondaba desde entonces, la de escribir una novela policial con el título que rescato encabezando este artículo: “El anexo secreto”, la “historia de ocho judíos metidos en su escondite, su forma de vivir, de comer, de hablar.” Podemos imaginar lo que habría significado una obra así de haber tenido la joven escritora la posibilidad de llevarla a cabo.
    Dos familias, los Frank y los Van Daan, más el señor Dussel, ocho personas en total, se instalan en un anexo de la casa de la calle Prinsengracht, apenas protegidos por un tabique colocado en una de las puertas secretas que da acceso al refugio. Durante más de dos años de encierro tienen lugar los ajetreos y los trasiegos de toda convivencia humana. Uno no se imagina cuánto de infierno puede anidar, a veces, en la propia casa, sobre todo si se está obligado a convivir con seres que uno no conoce o que no quiere. Para Ana, sólo el estudio podía significar una vía de escape, como lo confiesa en su carta del 17 de octubre de 1943. En otra parte dice al respecto: “Las personas libres no podrían imaginar lo que los libros significan para quienes están escondidos. Libros y más libros, y la radio… Ese es todo nuestro entretenimiento.” Efectivamente, es por la radio que siguen todos los incidentes de la guerra que asola Europa, donde precisamente ellos serían parte  de sus millones de víctimas.
    Ana es objeto de toda clase de acusaciones, reprimendas y malos tratos por parte de los adultos, especialmente de su madre, con quien no guarda una relación armoniosa y a quien señala en muchos pasajes de sus diarios como una persona no precisamente afectuosa con ella y sí muy intransigente y de mal carácter. Es constante el tono de reproche cuando habla de su madre. La señora Van Daan tampoco es ajena a la crítica de la joven autora, pintándola como intrigante, ladina y frívola. Y no son pocos los encontronazos con el señor Dussel, pues deben compartir una mesa que a Ana le sirve  para sus estudios y para la escritura de sus diarios. De su padre y de su hermana no tiene mayores quejas. Pero está también la contraparte, la ilusión y los primeros escarceos amorosos que despierta en ella Peter, el hijo de los Van Daan, con quien vivirá intensos momentos de un dulce idilio adolescente.
    En la anotación del 8 de noviembre de 1943 deja traslucir toda su desesperanza. Es curioso el episodio en que pierde su estilográfica, obsequio de su padre, pues guarda una siniestra analogía con su propia desaparición física, como si fuera presagio y prefiguración del exterminio de su familia en los campos de concentración de Auschwitz y de Bergen-Belsen.
    El régimen alimenticio de los refugiados está descrito con cierta prolijidad en la carta del lunes 3 de abril de 1944; en la del día siguiente, Ana reflexiona sobre su vocación de escribir, manifestando su anhelo de convertirse en periodista y escritora. Sus aficiones y actividades favoritas están descritas en la entrada del jueves 6 de abril. El 27 detalla sus lecturas y su disciplina de estudios. Asombra la diversidad de inquietudes intelectuales que muestra la niña en sus inclinaciones y búsquedas.
    Interrogantes llenas de amargura y pequeños atisbos de esperanza se dejan sentir en su carta del 3 de mayo. A veces Ana cae en la más honda desesperanza, preguntándose si no hubiese sido mejor morir todos, o que una bomba los aplastara de una vez, pues no sería mayor a la inquietud que ahora los agobia. Serían los prolegómenos de la llegada final de la Gestapo en agosto, probablemente debido a una delación de algún almacenero ávido de la recompensa ofrecida por encontrar judíos. El resto era previsible: son llevados a los campos de concentración, unos mueren en las cámaras de gas, de otros se pierde el rastro, y Ana y su hermana Margot terminan en el infierno de Belsen, donde son víctimas de una epidemia de tifus que las llevará a la muerte.
    Vibrante alegato contra la barbarie de la guerra desatada por el odio xenófobo de los jerarcas nazis; espléndido testimonio de indesmayable humanidad a través de los ojos de una niña acuciosa e inteligente; preciso retrato de unas vidas situadas al filo de la cornisa;  hermoso relato de la peripecia excepcional del ser humano enfrentado a los límites de su condición existencial.

Lima, 10 de octubre de 2017.  

      

sábado, 7 de octubre de 2017

España invertebrada

    Resulta penoso para cualquier observador internacional el espectáculo actual de una España en trance separatista, en medio de una situación política de extrema gravedad, a punto de la fractura, como no se había visto desde los tortuosos sucesos del 23 de febrero de 1981, cuando la incipiente democracia estuvo en peligro, conjurado a tiempo por la intervención del rey Juan Carlos en alianza solidaria con una sociedad que despegaba a la vida en libertad después de más de cuatro décadas bajo el oprobio del franquismo.
    La crisis a la que se asoma el país ibérico ha sido propiciada tanto por los afanes nacionalistas y secesionistas de la clase dirigente catalana, encabezada esta vez por el president de la Generalitat, Carles Puigdemont, con el apoyo de Carme Forcadell, presidenta del parlament; como por la ostentosa incapacidad y falta de liderazgo del gobierno de Mariano Rajoy, encastillado en la inacción y en la miopía política, que le impide vislumbrar una salida inteligente al desafío independentista.
    Aduciendo razones de índole económica, política y cultural, entre otras, Cataluña pretende, desde hace algunos años con mayor virulencia, convertirse en una república independiente de la España de la que forma parte desde 1714, cuando Felipe V de Borbón se impuso a Carlos de Austria en la llamada Guerra de Sucesión, pasando el actual territorio catalán al poder del reino español, y adquiriendo con el tiempo la condición de región autónoma de la que ahora disfruta para disgusto de su clase política y de un sector importante de su población. La amenaza de la declaración de independencia unilateral está a la vuelta de la esquina.
    La consulta sin carácter vinculante del 9 de noviembre de 2014 señaló un punto de inflexión en esta sorda lucha intestina de la España moderna, antecedente inmediato del referéndum celebrado, ilegalmente según el Tribunal Constitucional y las leyes españolas, el pasado 1 de octubre, en medio de una violenta y caótica votación intervenida por las fuerzas policiales enviadas desde Madrid. La jornada se vivió como una vergonzosa demostración de terquedad política por un lado, y de ausencia de tino por el otro, quedando ante el mundo las bochornosas escenas en los centros de votación –con los ciudadanos resguardando los centros de sufragio y los guardias civiles y policías arremetiendo a porrazos las colas–, como la misma imagen de la inmadurez de una clase política que nunca estuvo a la altura de las circunstancias.
    Varios factores entran en juego para un análisis de la problemática separatista en curso. Pero hay dos que entran en colisión absoluta. Lo primero que se debe considerar es el inalienable derecho del pueblo catalán, como cualquier otro, para expresarse políticamente en las urnas; y lo segundo, no menos importante en un Estado de derecho, es el cumplimiento irrestricto de la Constitución y las leyes; lo cual plantea un aparente callejón sin salida, que recuerda la famosa dicotomía que esbozaba Isaiah Berlin en su conocida tesis de las dos verdades. ¿Cuál de ellas debe prevalecer? ¿Cómo resolver esta verdadera cuadratura del círculo jurídico-político? He ahí la cuestión, como diría Shakespeare. Tal vez en un referéndum pactado, como el de Escocia o el Quebec, esté la respuesta.
    El problema es que la salida a este intríngulis político no se enfrentó a tiempo, y se dejó crecer peligrosamente hasta los niveles que todos hemos visto el domingo 1°, en un punto de aparente no retorno, cuando desde el inicio el diálogo, la capacidad para la concertación, la franca deposición de posturas radicales, el entendimiento inteligente y maduro, debió evitar llegar a los extremos a que se ha llegado, poniendo en riesgo ya no sólo el proyecto español, su sana convivencia entre las diferentes autonomías regionales que la integran, sino asimismo el futuro político de Cataluña, enfrentada a su potencial salida de la Unión Europea, al margen del euro y de las instituciones que forman parte de ese formidable proyecto integrador europeo, con todas las implicancias que eso conlleva, en un época donde predominan los afanes integracionistas, aboliendo por retrógrados y contrarios a la historia esas pretensiones nacionalistas en la que ciertas colectividades quieren encerrarse.  
    Es urgente hacer un llamado a la cordura, colmo el que impulsan los intelectuales, artistas y escritores españoles, desde Rosa Montero, Antonio Muñoz Molina, Javier Marías, hasta Fernando Savater y Joan Manuel Serrat, para que se imponga la sensatez en medio de esta locura, para que cesen los odios y las voces destempladas de todos lados, para que impere la razón y el sentido común antes que el desastre se lleve por la borda todo lo construido hasta ahora en cuarenta años de experiencia democrática.


Lima, 7 de octubre de 2017.     

sábado, 30 de septiembre de 2017

Memoria, justicia y verdad

    A raíz de la conmemoración de los 25 años de la captura del líder máximo de la organización subversiva PCP-SL, se han puesto en la mesa de discusión pública varios hechos de resonancia mediática. El primero de ellos se refiere al significado que tuvo esa época de violencia demencial que vivió nuestro país cuando un grupo de extremistas radicalizados en la ideología maoísta polpotiana decidieron llevar a la acción lo que en el vocabulario marxista se denomina lucha armada, desatando el terror en los poblados centro andinos para luego propagarse como un incendio de sangre por el resto del territorio nacional.
    El segundo, quiere detenerse en la reacción que tuvieron el gobierno y las fuerzas del orden ante tamaño desafío, que primero fue minimizado, para luego convertirse en una feroz carnicería de los dos bandos, situándose al medio la inocente población de hombres y mujeres, en su mayoría de origen humilde, que sufrieron el embate homicida por ambos frentes, dejando como saldo trágico cerca de 70 000 muertos, miles de desaparecidos y otros tantos heridos, desplazados, huérfanos y víctimas en general de la cruenta guerra interna, según cifras aportadas por la Comisión de la Verdad y Reconciliación (CVR).
    El tercero, sobre el paciente trabajo de seguimiento que realizó el Grupo Especial de Inteligencia (GEIN) de la Policía Nacional, que en dos años de ardua búsqueda logró su objetivo con los métodos más racionales y científicos de que dispone un trabajo de esta naturaleza, a contrapelo de los medios utilizados por el régimen, que tuvo en el grupo Colina su epítome más siniestra y asesina. La caída del líder senderista demostró, pues, las enormes ventajas de una labor ajustada a los principios profesionales de la investigación, trayéndose abajo además el mito aquel de que el gobierno de Fujimori acabó con el terrorismo, estando demostrado hasta el hartazgo de que aquel ni su socio Montesinos no sabían nada de lo que estaba sucediendo, pretendiendo a última hora aprovecharse del acontecimiento.   
    El cuarto, la lamentable pasada renuncia del director del Lugar de la Memoria (LUM), Guillermo Nugent, motivado por presiones desde el Ministerio de Cultura a propósito de la muestra Resistencia Visual, que recoge un conjunto de obras de arte, entre fotografías, esculturas e instalaciones, sobre el año de 1992, emblemático en muchos sentidos, periodo en que se produjeron una serie de hechos de triste pero necesaria recordación, memoria que un grupo político, que avasalla desde el Congreso con sus invencibles gestos y burdos ademanes, pretende ocultar y acallar.
    Y por último, la reciente excarcelación de la bailarina Maritza Garrido Lecca, presa por terrorismo durante 25 años y ahora libre al haber cumplido su condena. Esto ha servido de pretexto para una grosera exhibición de periodismo barato a través de la televisión, principalmente, y de algunos comentarios no precisamente afortunados en la prensa escrita en momentos en que todos debemos contribuir a la sanación de las heridas que como país nos dejó la violencia. Las reacciones de un puritanismo destemplado, la chillandería de una turbamulta presta al linchamiento, la ignorancia y el odio en sus versiones más crudas, el torvo espectáculo de los buitres acechando en las redes sociales, los miedos exacerbados convenientemente de un vecindario que se niega a tener entre los suyos a quien han convertido en la apestada, la estigmatizada –la terruca, la llaman–, no son precisamente actitudes maduras de una sociedad que busca superar el trauma vivido.
    Quien ha cometido un delito, ha sido hallado culpable en un juicio cumpliendo todos los requisitos del debido proceso, y luego ha purgado su pena por el tiempo que los jueces han estimado ajustado a la ley, no puede convertirse por ello en un condenado de por vida, en una persona que merezca el repudio irracional de quienes se imaginan posibles víctimas de probables delitos que la prensa y cierta opinión pública azuzan con sus prejuicios y lapidaciones a priori. Eso no quiere decir que se deba descuidar el seguimiento de quienes infringieron la ley, labor que compete a las autoridades correspondientes. Por lo demás, en el caso de Garrido Lecca, ella fue sentenciada por complicidad al encubrir al jefe de la agrupación senderista, pero no mató ni asesinó a nadie, ni tampoco perpetró algún ataque con explosivos u otra barbaridad parecida, ni pertenece a la cúpula de Sendero Luminoso, como lo saben los entendidos; es cierto que su pensamiento sigue adhiriendo a los postulados del partido, y es por ello que justamente ha purgado esta larga carcelería, pagando con su encierro el tremendo error cometido. No es mi afán defender lo que hizo, sino explicarme las circunstancias en que incurrió en ello, tratando de entender el contexto que la empujó a actuar como una militante más de la organización violentista.
    En fin, todos queremos que la verdad y la justicia se impongan en el Perú como en todo país civilizado donde impera el estado de derecho, pero ello no será posible sin el socorro curativo y profiláctico de la memoria, pues olvidar lo que sucedió, desfigurar los hechos que pasaron, o más aún, ningunearlos, sólo puede llevarnos al reino de la impunidad o a instalarnos en el círculo perverso del eterno retorno, repitiendo ad infinitum aquello que ya debiéramos haber superado hace mucho tiempo.


Lima, 24 de septiembre de 2017.      

domingo, 24 de septiembre de 2017

Jauja: una historia visual

    Ha resultado todo un acontecimiento la reciente exhibición en la Galería Pancho Fierro de la Municipalidad de Lima de la muestra “Fotografía Indeleble”, del fotógrafo jaujino Teodoro Bullón Salazar, que retrató entre fines del siglo XIX y comienzos del XX el alma y el cuerpo de la sociedad provinciana de ese rincón del valle del Mantaro. El cuidado y la selección se lo debemos a la artista visual Sonia Cunliffe, quien ha tenido el acierto de rescatar para la posteridad este conjunto de piezas de la colección de Jorge Bustamante.
    Muy poco es lo que se sabe de Teodoro Bullón Salazar, aparte de que era dueño de un taller de relojería que simultáneamente funcionaba como estudio fotográfico, situado en la calle Grau a pocas cuadras de la plaza principal de la ciudad, en cuyos archivos se halló la preciosa colección que fue a parar a manos de su actual dueño.
    La muestra constituye una expresión valiosísima tanto por su valor histórico como por su calidad estética, pues a la par que nos presenta imágenes sorprendentes de la ciudad de Jauja de hace aproximadamente cien años, rincones que se pueden rastrear en la memoria de lugares hoy modificados por el tiempo; rostros que perduran en las siguientes  generaciones; atuendos que se usaron en aquella época, y expresiones que corresponden a un momento, el de sus primeros pasos, del arte de fotografiar; también revela una clara intención del artista por mostrarnos su visión personal de los paisajes, las situaciones y las personas, una narración que está en consonancia con ese imaginario que menciona el subtítulo de la exposición.
    Los negativos de vidrio, perfectamente acondicionados en una pared de adobes, poseen ese aire espectral que los dota de cierta dimensión fantástica, como si los seres y enseres de otro tiempo cobraran vida gracias a la magia del artista, en una época donde tal vez el fotógrafo no disfrutaba aún de esa condición. El visitante que se acerca a la luz de sus espacios en negativo establece un diálogo de sombras con esas figuras inmortalizadas por el relámpago de magnesio.
    He visitado el recinto de la galería el último día de la muestra, al filo de su cierre, preparándose para enrumbar a sus orígenes, allá donde su visión significará una inmersión en el pasado y un reconocimiento en el presente. Y lo que me ha devuelto el observar este conjunto de medio centenar de imágenes en blanco y negro, de una colección de más de trescientas piezas, es esa sensación de consanguinidad con sus ámbitos domésticos, una inquietante afinidad con esas fotos que todos guardamos en el álbum familiar, donde nos volvemos a encontrar con los antepasados y los seres entrañables que en algún momento poblaron de ternura y nostalgia nuestra infancia. Presencias que ya no son de este mundo, pero que han ingresado a ese universo inefable y misterioso del trasmundo, encantados para siempre por el arte hechicero de la fotografía.
    Es imposible no pensar en Martín Chambi, el paradigmático fotógrafo cusqueño, al mirar con detenimiento la composición de muchas de las fotografías, sobre todo aquellas realizadas en estudio, pues ambas miradas poseen una misma agudeza para captar el espíritu de las situaciones, el alma de los decorados y el secreto de sus múltiples mensajes expresados a través de ese juego de luces y sombras que proyecta la cámara en manos de tan diestro artesano, que es la forma popular y modesta de llamar al artista.
    Hombres y mujeres que nos hablan desde el pasado, mostrándonos su idiosincrasia a través de esas placas a veces erosionadas por el óxido y el olvido, desvelando ante estos ojos contemporáneos, heridos de modernidad, la flagrante sencillez y candorosa mansedumbre de una vida con ciertos acentos bucólicos y ribetes de utopía. Miradas petrificadas que nos interpelan desde su lejanía para hacernos vislumbrar un porvenir más comprometido con sus raíces, reconocidos en una identidad que jamás debe anclarse en un desdén por la diversidad.

Lima, 16 de septiembre de 2017.   

viernes, 25 de agosto de 2017

Arturo Corcuera: fábula y sueño

    Uno de los poetas más notables del Perú acaba de abordar su bíblica nave hacia mares ignotos, allá donde lo esperan aquellos que se fueron antes para habitar la tierra áurea de los inmortales, esos territorios de quimera que los dioses han destinado para el disfrute y  el descanso de los magos de la palabra, los hechiceros del verbo, demiurgos inconmensurables del verso, hijos de carne y sangre de la poesía.
    Nacido en un puerto de la costa norte del país, Salaverry, adonde llegó su padre juez de primera instancia, Arturo Corcuera vivió sus primeros años entre la arena, la playa y la fauna marina, que dejarían su impronta en los ojos curiosos e inocentes de ese niño que ya poseía el aura imborrable de la poesía. Su imaginación seguiría alimentándose cuando la familia dejó la costa y se instaló en los feraces valles andinos, donde encontró otros elementos que enriquecieron su vasta colección de animales que luego irían a poblar sus versos.
    Ganador de innumerables premios de poesía, aquí y en el extranjero, adquirió renombre con un libro que ya es todo un clásico de nuestras letras, Noé delirante, publicado en 1963 por la editorial La Rama Florida, dirigida otro magnífico poeta, Javier Sologuren, y que ha tenido más de una decena de ediciones. A lo largo de más de cincuenta años el libro ha ido creciendo, ensanchando sus dominios en el ámbito poético y consolidándose como la creación más afortunada de Arturo Corcuera.
    Recorrió el mundo invitado a diversos encuentros y recitales de poesía, donde tuvo ocasión de conocer a grandes poetas de otras latitudes, entre ellos al chileno Pablo Neruda, al español Vicente Aleixandre y al caribeño Derek Walcott, todos ellos premios Nobel de Literatura. Recuerda el poeta que cuando conoció a Aleixandre, a quien dio a leer su famoso libro, éste le dijo que era muy difícil escribir poemas breves, porque era como dar en el blanco con poco tiempo, pero que él lo había conseguido.
    Es que es difícil resistirse al encanto y a la maravilla de los poemas que integran Noé delirante, un auténtico fabulario lleno de insólitas metáforas, juegos verbales, sentido lúdico de la naturaleza y un finísimo humor, no sin dejar regado por uno y otro rincón, esa crítica social que también caracterizó al poeta liberteño. Fábulas que están impregnadas de felices connotaciones simbólicas y hallazgos sorprendentes que se solazan con el significado de las palabras y las cosas.
    Fácilmente reconocible en medio de una multitud, por su nívea melena y su aguda mirada, Arturo Corcuera vivía en su casa de Chaclacayo en medio de sus colecciones de libros, cuadros, grabados, fotografías, esculturas, medallas y diplomas, obtenidos a lo largo de una vida consagrada a las musas, a quienes debía servir día y noche, pues sino se iban con otro, según lo aclaró en una de sus últimas entrevistas. Rodeado además de un paisaje natural que hacía propicio el trabajo para el que su espíritu estaba dotado con creces.
    Siempre fue consciente Arturo Corcuera de que el poeta nace y se hace, pues no es suficiente el haber llegado a este mundo en la posesión de un don que te distingue del resto de los mortales, sino que había que leer mucho, conocer, investigar, experimentar lo humano, vivir, en una palabra, para tener el temple necesario de expresar a través de las palabras esa peripecia fantástica de nuestro estar en la Tierra, y sobre todo hacerlo con el talento y la destreza que logren cuajar en ese algo tan inasible pero tan concreto como es la belleza, para asombro y deleite de los privilegiados lectores que tengan la dicha de ser tocados por sus versos.
    La muerte de un poeta nos empobrece como especie, pues entraña la pérdida de una particular manera de sentir el universo, una sensibilidad única que nos abandona. Mas tenemos en compensación un valioso consuelo: su obra, el testimonio espléndido de su paso por la vida ataviado con esa mirada alucinada y lúcida, reflexiva y delirante, la expresión cabal de nuestra condición transmutada en esa sucesión de signos y sonidos melódicos, paródicos y míticos que los griegos llamaron poiesis, es decir, creación, invención, el paso del no-ser al ser.


Lima, 24 de agosto de 2017.        

sábado, 19 de agosto de 2017

Terror en Barcelona

     Otra vez el terror se ha vuelto a cebar en Europa; esta vez le ha tocado el turno, en esta rueda nefanda de la fortuna, a la bella y exótica Barcelona, una de las ciudades más emblemáticas de España y del continente. Un puñado de jóvenes de origen marroquí, saturados por la prédica de la muerte que alientan los líderes del Estado Islámico, han embestido con una furgoneta el tradicional paseo de las Ramblas, dejando un reguero de muerte y destrucción, vidas tronchadas de una manera tan absurda como execrable.
    El método empleado para el ataque no es nuevo, pues antes lo han ensayado estos guerreros de los infiernos, en ciudades como Niza, Berlín, Londres y Estocolmo, en los últimos años. Al llamado de los jerarcas de la organización terrorista, de usar las armas más diversas para golpear a los países de los infieles, los militantes han optado por esta criminal forma de acabar con quienes representan para ellos a los opresores de sus pueblos, aunque simplemente fueran inocentes viandantes que el inextricable azar colocara en medio de sus designios.
    Arrinconados por los ejércitos de la coalición en sus pretendidos feudos medievales, los yihadistas reaccionan de esta manera demencial para paliar en algo su inevitable derrota. Casi expulsados de Mosul, su bastión por más de dos años en Irak; amenazados en Raqa, la capital de su fementido Califato en Siria, estos combatientes anacrónicos surgen de improviso en las urbes representativas del Viejo Mundo, para desatar el miedo por el miedo, la sangre derramada inútilmente con el fin de justificar sus ininteligibles propósitos político-religiosos.
    El rechazo y la condena en España y Europa en general han sido unánimes, pues estas tragedias están más allá de banderías políticas, aparcadas ahora que la nación ha sufrido un atentado mortal, como no se había visto desde el luctuoso 11 de marzo de 2004. Cuando uno ve sencillamente los datos fríos de la masacre, los números que son lanzados al mundo por los medios de comunicación, tantos muertos, tantos heridos, no se imagina los terribles dramas singulares que familias concretas están viviendo en estos momentos. Familias destruidas, seres repentinamente arrebatados por la locura de una lucha sin explicación racional, vidas segadas por la demencia de un proyecto tirado de los cabellos.
    No hay duda de que el terrorismo internacional es la amenaza principal de las naciones europeas desde que se entronizara a mediados del 2014 el llamado Estado Islámico, una organización política teocrática de tintes extremistas, seguidora de la versión más ortodoxa y retrógrada del islam, el salafismo, con su interpretación cruda y violenta de aquella religión. Nada de eso comparten los religiosos islámicos asentados en las capitales occidentales, pues muchas de esas organizaciones en España han salido a condenar los sucesos de este jueves.
    Nunca se puede saber exactamente el instante en que va a actuar una célula terrorista, a pesar de los serios esfuerzos de las fuerzas policiales orientados a políticas férreas de prevención y seguridad; a lo sumo, han retrasado este ataque que en algún momento tenía que llegar, nada menos que en el centro neurálgico de una de las urbes más turísticas y visitadas de Occidente, a donde llegan por estas épocas –cuando el verano y las vacaciones se conjugan perfectamente– miles de viajeros procedentes de diferentes países del mundo, especialmente del continente, donde los ha pillado la muerte, transitando alegres y despreocupados por el paseo más concurrido de Cataluña, una vía como otras  similares en Europa, objetivo privilegiado para los jóvenes radicalizados en una fe que los invita a la inmolación y al crimen.
    También es tiempo de repensar las políticas y actitudes de Occidente en los territorios candentes del Oriente Medio, origen y causa de estas reacciones insanas de grupos fanatizados que sólo saben responder con la bestialidad y la fuerza, matando indiscriminadamente en su afán de contrarrestar lo que ellos creen es la presencia sistemáticamente abusiva de las potencias interesadas en las ingentes riquezas de aquella zona. Mientras subsistan los actuales patrones de juego en dichas comarcas, es muy poco lo que se puede hacer para sofocar o acabar con esta amenaza terrorista.
    Las alarmas se han situado casi a su máximo nivel, pues no sería extraño que más temprano que tarde, otra ciudad sea la elegida en esta ruleta siniestra que tiene en vilo a todo el mundo civilizado, en jaque perpetuo por la barbarie asesina de quienes desconocen los valores humanos de la libertad, la democracia y la vida.


Lima, 19 de agosto de 2017.   

sábado, 17 de junio de 2017

Novela negra

     Con la intensidad de una verdadera novela negra ha ingresado a su fase más emocionante el caso que mantiene en expectativa a la sociedad estadounidense: la posibilidad del impeachment que pende sobre el presidente Donald Trump por la denominada trama rusa, un complot urdido quizás en los mismos salones del Kremlin, la probable injerencia del gobierno del presidente Vladímir Putin en la campaña presidencial del año pasado que llevó a la Casa Blanca al magnate inmobiliario.
     En las semanas previas a la votación de noviembre, corría un fuerte rumor en los medios de prensa y en los corrillos políticos norteamericanos sobre la forma como un equipo de hackers rusos habría tenido acceso al correo electrónico de la candidata demócrata Hilary Clinton, con el fin de hurgar en los documentos que la comprometían en asuntos delicados de política internacional. El objetivo evidente era desacreditarla para favorecer la candidatura del republicano, cosa que surtió efecto por los resultados conocidos.
    Ante ello, una vez instalada la nueva administración en enero, la justicia tomó en sus manos el caso, pues se trataba a todas luces de un acto ilegal el que habría posibilitado el triunfo del candidato conservador, con el agravante de la intervención de un estado extranjero en calidad de cómplice. No bien puesta en marcha la acción judicial, e inclusive antes de asumir la presidencia, Trump inició una serie de reuniones y encuentros con el fin de impedir el desvelamiento del entramado. El más notorio es el que sostuvo con el jefe del FBI, James Comey, a quien citó numerosas veces para tratar de presionar y detener las investigaciones con una clara intención obstruccionista.
     Ya antes había caído el consejero de Seguridad Michael Flynn, involucrado también en la supuesta trama, mientras el fiscal general Jeff Sessions se apartaba del caso por sus vínculos con el embajador ruso durante la campaña. James Comey, mientras tanto, resistía las embestidas del inquilino de la Casa Blanca, que pretendía a toda costa limpiar a sus ex colaboradores, o por lo menos alejarlos de las pesquisas judiciales.
     Hace casi 45 años, un acontecimiento de similares características remeció los mismos cimientos de la Casa Blanca, trayéndose abajo al presidente Richard Nixon, forzando su renuncia en medio del escándalo de las escuchas al Partido Demócrata en el llamado caso Watergate. Fueron dos jóvenes periodistas del diario The Washington Post, Carl Bernstein y Bob Woodward, quienes desnudaron las maquinaciones del gobierno republicano para obstaculizar las investigaciones de un hecho que buscaba neutralizar la campaña del partido opositor.
     El 8 de junio último, Comey se presentó ante la comisión del Senado que investiga lo que los medios de prensa llaman el Rusiagate, ocasión en que ha narrado con lujo de detalles sus tres encuentros y las seis llamadas telefónicas sostenidas con el mandatario, en donde éste efectivamente trata de convencerlo para no proseguir las indagaciones que en ese momento se iniciaban sobre Michael Flynn, chantajeándolo sibilinamente con frases que aludían al mantenimiento en su puesto. El funcionario, conocido por su rectitud y sus sólidos principios religiosos, se mantuvo en sus trece, intercambiando miradas retadoras con el presidente. El resultado fue el esperado: Comey fue despedido.
     Al haberse recusado Sessions por los motivos ya mencionados, el vicesecretario Rod Rosenstein nombró como fiscal especial para el caso a Robert Mueller, exjefe del FBI y experimentado funcionario en la administración pública, reconocido también por su probidad y acendrada vocación de justicia. En manos de este severo juez está ahora el futuro del personaje más controvertido de la política norteamericana de los tiempos recientes, que puede correr la misma suerte de Nixon, aun cuando todavía hay mucho pan por rebanar.
     Deberá probarse fehacientemente la intención obstruccionista del jefe de Estado para iniciar al proceso de destitución, si antes no renuncia al cargo como su antecesor republicano y permite una salida constitucional al enredo. Empero, nada hace presagiar que el investigado vaya a dar ese paso así se demuestre jurídicamente que ha infringido la ley. Su proteica personalidad no permite adelantar alguna reacción previsible; lo que sí está garantizado es una trama novelesca que los ciudadanos vivirán como si se tratara de una auténtica ficción del género policial, con detectives y espías, actos fuera de la ley y metafóricos crímenes; como en una novela negra.

Lima, 17 de junio de 2017.