sábado, 19 de agosto de 2017

Terror en Barcelona

     Otra vez el terror se ha vuelto a cebar en Europa; esta vez le ha tocado el turno, en esta rueda nefanda de la fortuna, a la bella y exótica Barcelona, una de las ciudades más emblemáticas de España y del continente. Un puñado de jóvenes de origen marroquí, saturados por la prédica de la muerte que alientan los líderes del Estado Islámico, han embestido con una furgoneta el tradicional paseo de las Ramblas, dejando un reguero de muerte y destrucción, vidas tronchadas de una manera tan absurda como execrable.
    El método empleado para el ataque no es nuevo, pues antes lo han ensayado estos guerreros de los infiernos, en ciudades como Niza, Berlín, Londres y Estocolmo, en los últimos años. Al llamado de los jerarcas de la organización terrorista, de usar las armas más diversas para golpear a los países de los infieles, los militantes han optado por esta criminal forma de acabar con quienes representan para ellos a los opresores de sus pueblos, aunque simplemente fueran inocentes viandantes que el inextricable azar colocara en medio de sus designios.
    Arrinconados por los ejércitos de la coalición en sus pretendidos feudos medievales, los yihadistas reaccionan de esta manera demencial para paliar en algo su inevitable derrota. Casi expulsados de Mosul, su bastión por más de dos años en Irak; amenazados en Raqa, la capital de su fementido Califato en Siria, estos combatientes anacrónicos surgen de improviso en las urbes representativas del Viejo Mundo, para desatar el miedo por el miedo, la sangre derramada inútilmente con el fin de justificar sus ininteligibles propósitos político-religiosos.
    El rechazo y la condena en España y Europa en general han sido unánimes, pues estas tragedias están más allá de banderías políticas, aparcadas ahora que la nación ha sufrido un atentado mortal, como no se había visto desde el luctuoso 11 de marzo de 2004. Cuando uno ve sencillamente los datos fríos de la masacre, los números que son lanzados al mundo por los medios de comunicación, tantos muertos, tantos heridos, no se imagina los terribles dramas singulares que familias concretas están viviendo en estos momentos. Familias destruidas, seres repentinamente arrebatados por la locura de una lucha sin explicación racional, vidas segadas por la demencia de un proyecto tirado de los cabellos.
    No hay duda de que el terrorismo internacional es la amenaza principal de las naciones europeas desde que se entronizara a mediados del 2014 el llamado Estado Islámico, una organización política teocrática de tintes extremistas, seguidora de la versión más ortodoxa y retrógrada del islam, el salafismo, con su interpretación cruda y violenta de aquella religión. Nada de eso comparten los religiosos islámicos asentados en las capitales occidentales, pues muchas de esas organizaciones en España han salido a condenar los sucesos de este jueves.
    Nunca se puede saber exactamente el instante en que va a actuar una célula terrorista, a pesar de los serios esfuerzos de las fuerzas policiales orientados a políticas férreas de prevención y seguridad; a lo sumo, han retrasado este ataque que en algún momento tenía que llegar, nada menos que en el centro neurálgico de una de las urbes más turísticas y visitadas de Occidente, a donde llegan por estas épocas –cuando el verano y las vacaciones se conjugan perfectamente– miles de viajeros procedentes de diferentes países del mundo, especialmente del continente, donde los ha pillado la muerte, transitando alegres y despreocupados por el paseo más concurrido de Cataluña, una vía como otras  similares en Europa, objetivo privilegiado para los jóvenes radicalizados en una fe que los invita a la inmolación y al crimen.
    También es tiempo de repensar las políticas y actitudes de Occidente en los territorios candentes del Oriente Medio, origen y causa de estas reacciones insanas de grupos fanatizados que sólo saben responder con la bestialidad y la fuerza, matando indiscriminadamente en su afán de contrarrestar lo que ellos creen es la presencia sistemáticamente abusiva de las potencias interesadas en las ingentes riquezas de aquella zona. Mientras subsistan los actuales patrones de juego en dichas comarcas, es muy poco lo que se puede hacer para sofocar o acabar con esta amenaza terrorista.
    Las alarmas se han situado casi a su máximo nivel, pues no sería extraño que más temprano que tarde, otra ciudad sea la elegida en esta ruleta siniestra que tiene en vilo a todo el mundo civilizado, en jaque perpetuo por la barbarie asesina de quienes desconocen los valores humanos de la libertad, la democracia y la vida.


Lima, 19 de agosto de 2017.   

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