sábado, 17 de junio de 2017

Novela negra

     Con la intensidad de una verdadera novela negra ha ingresado a su fase más emocionante el caso que mantiene en expectativa a la sociedad estadounidense: la posibilidad del impeachment que pende sobre el presidente Donald Trump por la denominada trama rusa, un complot urdido quizás en los mismos salones del Kremlin, la probable injerencia del gobierno del presidente Vladímir Putin en la campaña presidencial del año pasado que llevó a la Casa Blanca al magnate inmobiliario.
     En las semanas previas a la votación de noviembre, corría un fuerte rumor en los medios de prensa y en los corrillos políticos norteamericanos sobre la forma como un equipo de hackers rusos habría tenido acceso al correo electrónico de la candidata demócrata Hilary Clinton, con el fin de hurgar en los documentos que la comprometían en asuntos delicados de política internacional. El objetivo evidente era desacreditarla para favorecer la candidatura del republicano, cosa que surtió efecto por los resultados conocidos.
    Ante ello, una vez instalada la nueva administración en enero, la justicia tomó en sus manos el caso, pues se trataba a todas luces de un acto ilegal el que habría posibilitado el triunfo del candidato conservador, con el agravante de la intervención de un estado extranjero en calidad de cómplice. No bien puesta en marcha la acción judicial, e inclusive antes de asumir la presidencia, Trump inició una serie de reuniones y encuentros con el fin de impedir el desvelamiento del entramado. El más notorio es el que sostuvo con el jefe del FBI, James Comey, a quien citó numerosas veces para tratar de presionar y detener las investigaciones con una clara intención obstruccionista.
     Ya antes había caído el consejero de Seguridad Michael Flynn, involucrado también en la supuesta trama, mientras el fiscal general Jeff Sessions se apartaba del caso por sus vínculos con el embajador ruso durante la campaña. James Comey, mientras tanto, resistía las embestidas del inquilino de la Casa Blanca, que pretendía a toda costa limpiar a sus ex colaboradores, o por lo menos alejarlos de las pesquisas judiciales.
     Hace casi 45 años, un acontecimiento de similares características remeció los mismos cimientos de la Casa Blanca, trayéndose abajo al presidente Richard Nixon, forzando su renuncia en medio del escándalo de las escuchas al Partido Demócrata en el llamado caso Watergate. Fueron dos jóvenes periodistas del diario The Washington Post, Carl Bernstein y Bob Woodward, quienes desnudaron las maquinaciones del gobierno republicano para obstaculizar las investigaciones de un hecho que buscaba neutralizar la campaña del partido opositor.
     El 8 de junio último, Comey se presentó ante la comisión del Senado que investiga lo que los medios de prensa llaman el Rusiagate, ocasión en que ha narrado con lujo de detalles sus tres encuentros y las seis llamadas telefónicas sostenidas con el mandatario, en donde éste efectivamente trata de convencerlo para no proseguir las indagaciones que en ese momento se iniciaban sobre Michael Flynn, chantajeándolo sibilinamente con frases que aludían al mantenimiento en su puesto. El funcionario, conocido por su rectitud y sus sólidos principios religiosos, se mantuvo en sus trece, intercambiando miradas retadoras con el presidente. El resultado fue el esperado: Comey fue despedido.
     Al haberse recusado Sessions por los motivos ya mencionados, el vicesecretario Rod Rosenstein nombró como fiscal especial para el caso a Robert Mueller, exjefe del FBI y experimentado funcionario en la administración pública, reconocido también por su probidad y acendrada vocación de justicia. En manos de este severo juez está ahora el futuro del personaje más controvertido de la política norteamericana de los tiempos recientes, que puede correr la misma suerte de Nixon, aun cuando todavía hay mucho pan por rebanar.
     Deberá probarse fehacientemente la intención obstruccionista del jefe de Estado para iniciar al proceso de destitución, si antes no renuncia al cargo como su antecesor republicano y permite una salida constitucional al enredo. Empero, nada hace presagiar que el investigado vaya a dar ese paso así se demuestre jurídicamente que ha infringido la ley. Su proteica personalidad no permite adelantar alguna reacción previsible; lo que sí está garantizado es una trama novelesca que los ciudadanos vivirán como si se tratara de una auténtica ficción del género policial, con detectives y espías, actos fuera de la ley y metafóricos crímenes; como en una novela negra.

Lima, 17 de junio de 2017.       


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