domingo, 29 de septiembre de 2013

Vargas Llosa ensayista

     He devorado, aunque la palabra más precisa sería paladeado, en un largo tiempo de morosa y fecunda lectura, el primer volumen de Contra viento y marea (Seix Barral, 1983), un conjunto de artículos, cartas y ensayos que el Premio Nobel peruano escribió durante dos décadas, publicados en diversos medios del continente y de España, y que abarcan una gama heterogénea de temas y tópicos que van desde los políticos hasta los literarios, tratados como siempre con la puntillosa y versátil prosa de una de las mejores plumas de nuestro idioma.
     Los sucesos que conciernen al hombre y al ciudadano del siglo XX, tanto los políticos como los culturales en general, han sido desbrozados por Mario Vargas Llosa de una manera impecable, exhibiendo a cada paso su inmenso caudal de conocimientos como su vasta cultura, que se mueven con soltura y solvencia por los aspectos más disímiles del quehacer humano de dos décadas cruciales de la centuria pasada, aquellas que comprenden desde los años 1962 hasta 1982.
     Escritos con el fuego de la pasión crítica, como según el autor debe tratarse la literatura, destacan los ensayos dedicados a Sartre y Camus, esos dos monstruos sagrados de las letras francesas, que a mediados del siglo pasado se enfrascaron en una histórica polémica, cuyos ecos se han ido atenuando lentamente con los años, pero cuya estela en el orden de las ideas y el pensamiento no ha dejado de alimentar a generaciones enteras de intelectuales y escritores a ambos lados del Atlántico.
     Se trata de enjundiosos estudios de la vida y la obra de quienes protagonizaron en su momento la cumbre de la discusión ideológica en la Europa de la posguerra. Acometido por quien precisamente fue por esos años un fervoroso seguidor de uno de ellos, al punto de que sus amigos en el Perú lo bautizaron por aquella época con el gracioso diminutivo de ‘el sartrecillo valiente’, en alusión al portentoso filósofo de La náusea y El ser y la nada. Posteriormente experimentaría una profunda decepción que lo alejaría del radio de influencia del maestro, mas no sin ser tocado por el halo devastador de su genio.
     Destaco también el brillante alegato a favor de la libertad de información, el derecho de la crítica y el respeto por los derechos humanos, pronunciado en 1978 con ocasión de una charla en la sede del partido Acción Popular, y otro con motivo de la recepción de un premio que le fue concedido por el Congreso Judío Latinoamericano. Conmovedoras palabras donde ya despuntan los rasgos marcadamente liberales que el escritor abrazaría en los años siguientes luego de haber renegado de su juvenil militancia comunista.
     Otro texto bellísimo es el que le dedica a Sebastián Salazar Bondy, a propósito de unas reflexiones sobre la vocación de escritor en el Perú. Recorriendo estas páginas es que uno comprende la azarosa y quijotesca empresa que es para muchos seguir el llamado más auténtico de su destino, en medio de una realidad que pareciera estar edificada con el único objeto de sofocarla y aniquilarla.
     La crisis del sistema universitario es otro de los temas que trata en una formidable serie de seis artículos que aparecieron en la revista Caretas,  donde esboza el preciso diagnóstico de los males que aquejan a nuestras universidades y la manera como deben ser encaradas para que ella no languidezca y pueda, a pesar del pesimismo del autor -no en vano las titula “Reflexiones sobre una moribunda”- salir a flote para cumplir el elevado rol que la historia y la cultura le ha destinado. 
      Asimismo descollante es el ensayo que dedica al pensador letón Isaiah Berlin, del que me ha seducido particularmente la terrible comprobación de lo difícil que resulta conciliar, en el mundo de las realizaciones concretas, la libertad y la igualdad, esos dos valores que parecieran condenados a repelerse mutuamente, eternamente en entredicho a pesar de las buenas intenciones de los hombres por materializarlas a través de revueltas populares o revoluciones políticas. Es lo que se conoce como la teoría de las verdades contradictorias.
     Especialmente sugerentes son también la teoría de las dos libertades y la parábola de la zorra y el erizo, que el ensayista eximio que es Vargas Llosa desarrolla con gran conocimiento y singular maestría.
     Son, pues, muchos los asuntos que convoca el autor en esta selección de ensayos y artículos, que sirven como magnífico pretexto para el cotejo de ideas y la incursión en la fascinante aventura del pensamiento contemporáneo. Todo un desafío para el fervoroso lector interesado en sondear sus profundas y fructíferas aguas.


Lima, 28 de septiembre de 2013.  

viernes, 27 de septiembre de 2013

Siria: Hora cero

     El drama que padece Siria desde hace más de dos años, estuvo a punto de precipitarse en una conflagración que habría incendiado el Medio Oriente y puesto en serio peligro la paz en el mundo. La amenaza de un ataque norteamericano ha tenido en vilo a la humanidad, sabiendo que un hecho de esa magnitud hubiese desencadenado una reacción escalonada que hubiera convertido esa zona del planeta en el escenario de una prueba de fuerza de las grandes potencias.
     El panorama que presenta el conflicto en el país árabe es harto complejo y enmarañado, por cuanto los bandos enfrentados han formado alianzas inverosímiles y sorprendentes, producto sin duda de los intereses en juego, pues cada quien se ha involucrado en el mismo con el único propósito de defender aquello que le es más caro. No deja de llamar la atención que mientras el gobierno de Bachar el Asad recibe el apoyo de Hezbolá, además de Rusia e Irán obviamente, los rebeldes cuenten entre sus filas a militantes de Al Nusra, una rama regional de Al Qaeda, además del visto bueno del propio Estados Unidos y algunos otros países occidentales.
     La división al interior del islamismo se ha hecho más patente a raíz de esta guerra civil, enfrentando a suníes y chiíes en una versión musulmana de la bíblica rivalidad entre Caín y Abel. Pero lo que han conseguido provisionalmente el secretario de Estado del gobierno estadounidense John Kerry y el ministro de exteriores ruso Sergei Lavrov, tampoco es para cantar victoria. Las tensas relaciones entre el gobierno de Damasco y las fuerzas que combaten al régimen, están ocasionando que el histórico país del Medio Oriente se sitúe al borde del caos y la anarquía.
     Aunque no se ha podido demostrar fehacientemente quién usó el gas sarín, si el gobierno o los rebeldes, todos los informes de los inspectores de Naciones Unidas apuntan a que su uso es indubitable, pues los exámenes de los cadáveres de la matanza del barrio de Gutha en Damasco confirmaron las iniciales sospechas. Las fuerzas en contienda han negado sistemáticamente haber hecho uso de armas químicas, pero las evidencias de la realidad han desmentido esa suposición.
     La sagaz y oportuna intervención del presidente ruso Vladimir Putin, impidió a última hora que se materializara la cruel ironía, digna del más crudo humor negro, de que un Premio Nobel de la Paz desencadenara la guerra en el Medio Oriente. Desde el principio estuvo claro para la Casa Blanca que quienes emplearon el gas sarín fueron las fuerzas de Bachar el Asad, razón por la que el mandatario del país más poderoso del orbe solicitó la autorización respectiva al Congreso de la nación para castigar al hijo malcriado que se había portado mal.
     Pero la acusación hecha por Washington al gobierno sirio de haber usado armas químicas es una demostración más del doble rasero con que se mueve la Casa Blanca en la política internacional, pues para nadie es un secreto que durante todas las intervenciones norteamericanas en conflictos armados que se han dado en el siglo XX, como es el caso de la guerra de Vietnam, la guerra entre Irán e Irak -donde los estadounidenses colaboraron con el ejército de Sadam Hussein para exterminar con gas sarín a tropas iraníes-, o la invasión del mismo Irak y Afganistán recientemente, las fuerzas armadas de la nación imperial usaron sucesiva y metódicamente la bomba de napalm, el gas mostaza, el agente naranja y otras armas químicas prohibidas por la Convención de Ginebra de 1925. 
     Es pues expresión de una gran hipocresía señalar como reprobable en el otro lo que uno mismo ha cometido tantas veces en el pasado, y pretender erigirse de esta manera en el juez imparcial y severo de los demás, en la autoridad moral de la humanidad para dictar sus mandatos perentorios y sus amenazas terminantes para todo aquel que ose contravenir los deseos y los intereses del gran poder.
     Esto no justifica, por cierto, a Siria o a quien sea, de emplear armas vedadas por las leyes internacionales, pero sí dice mucho de la convenida doblez de ciertos gobiernos que dirigen sus relaciones exteriores en base a mentiras, cinismo y mala conciencia. Ahora queda cumplir con lo acordado, destruir los arsenales de armas químicas que se encuentren en territorio sirio; pero igualmente tendrían que destruirse los arsenales que poseen otros países vecinos, como Israel por ejemplo, para ser equitativos y neutrales. Puede sonar a utopía, mas ese debe ser el camino correcto si se quiere empezar a construir el precario equilibrio en una de las zonas más explosivas del planeta.


Lima, 21 de septiembre de 2013.

sábado, 14 de septiembre de 2013

El camino de la sangre

Embarcarse en la lectura del teatro de Federico García Lorca es toda una experiencia estremecedora y exultante, por cuanto el eximio poeta granadino dejó en sus guiones dramáticos esa visión trágica de la vida que él mismo encarnó involuntariamente, al terminar fusilado por las huestes franquistas en los prolegómenos de esa barbarie sin nombre que fue la guerra civil española.
     Es lo que hice en un par de semanas,  imbuido en el encanto y la desazón de las historias que traza el autor en cuatro de las obras de su nutrida producción dramática: Bodas de sangre, La casa de Bernarda Alba, Yerma y Doña Rosita la soltera. No es el orden cronológico en el que fueron publicadas o estrenadas, por supuesto, sino el de mi arbitraria elección al momento de decidirme al regocijo asegurado de esta lectura lorquiana.
     Ambientadas en la España de comienzos del siglo XX, cuando Europa se preparaba para ese apocalipsis indescriptible que fue la llamada segunda guerra mundial, las piezas describen paisajes naturales y humanos donde se entrelazan la rusticidad de la vida campestre, la simplicidad de las costumbres pueblerinas y esa moral decimonónica que aún sobrevivía en las ciudades y pueblos de una España también próxima a vivir su propia hecatombe.
     Una rígida moral burguesa preside las costumbres y las conductas de unos seres que van a terminar rebelándose a su modo, a veces en términos radicales, cuando ya los parámetros de su vida y las circunstancias de su medio no les ofrecen otra salida diferente a la de la muerte. Es lo que sucede en Bodas de sangre, quizás la más conocida y representada obra teatral de García Lorca, donde la fuerza ciclónica de la pasión amorosa arrastra a los protagonistas del drama hasta los límites de la vida y la muerte.  
     La novia no es capaz de poder resistir esa fuerza que la sobrepasa cuando ve a Leonardo, con quien se fuga luego de celebrarse su boda con el novio que su padre y su suegra han consentido y arreglado. Tratando de explicar su conducta ante la madre del novio, habiéndose éste batido a cuchillo hasta la muerte con Leonardo, dirá: “¡Tu hijo era mi fin y yo no lo he engañado, pero el brazo del otro me arrastró como un golpe de mar, como la cabezada de un mulo, y me hubiera arrastrado siempre, siempre, siempre, aunque hubiera sido vieja y todos los hijos de tu hijo me hubiesen agarrado de los cabellos!”
     El destino de las mujeres –“nacer mujer es el mayor castigo”, dirá Amelia- en una sociedad sometida a las leyes injustas e inicuas que dicta el varón, a una moral que las posterga y que apenas las tiene en cuenta,  muchas veces con la paradójica complicidad de las propias mujeres, es lo que lleva a ese final de sangre que también cierra La casa de Bernarda Alba, un drama de mujeres en los pueblos de España, como reza el título. La frase proferida por Bernarda ante sus hijas al comienzo del drama: “En ocho años que dure el luto no ha de entrar en esta casa el viento de la calle”, constituye el ucase lapidario que liquida de un plumazo las posibilidades vitales, perfectamente lícitas, de afirmarse y renovarse más allá y a pesar de la muerte.
     Es entonces que surge la negación, la rebelión explicable en las almas y los cuerpos llenos de vida de esas jóvenes que no desean dejarse morir, para quienes el cautiverio del tiempo y del espacio les parece un programa poco atractivo y estimulante, razón que las lleva a dejarse llevar por sus instintos, por ese camino de la sangre que es el común denominador en las historias del genial dramaturgo. La presencia de un hombre, prometido de la mayor de las hermanas, Angustias, desencadena esta tragedia con la muerte de Adela, la menor de ellas, quien se cuelga al conocer el final de Pepe el Romano. Celos, recelos, rivalidades y sordas rencillas de hermanas desembocan otra vez en una escena de sangre.
     Algo similar sucede en Yerma, el drama de una mujer a quien el azar o el destino le niegan la posibilidad de convertirse en madre, que hace lo posible y lo imposible para que el esposo le regale esa magnífica bienaventuranza que toda mujer, o casi toda,  ansía. Pero al ser consciente de que sus esperanzas son estériles, que nunca podrá ver realizados sus sueños de maternidad al lado de quien es el único ser que podría realizarlos, opta por una salida radical. Por pereza, por desidia, por incapacidad viril o por pertenecer a una progenie nada proclive a la generación y a la propagación de la especie, el tipo está condenado a terminar sus días sin colmar esas femeninas expectativas. Por lo tanto, Yerma, cuyo nombre ya es una profecía cumplida, decide matarlo.  Nuevamente, la sangre tratando de lavar los desarreglos insalvables de una vida signada por la insignificancia y el fracaso.
     La excepción a todos estos dramas que acaban en muerte violenta sería Doña Rosita la soltera, una pieza más ligera y anecdótica, donde el desengaño, la confianza traicionada, el desencanto amargo y la esperanza muerta son los reales protagonistas. El novio de Rosita debe alejarse del pueblo para reunirse con su familia, pero pasa el tiempo y al no poder regresar –ya se había casado y formado familia- envía una carta para casarse por poder con ella. No era más que una vil estratagema para seguir alimentando la ilusión de una jovencita que creyó la palabra de un simple bribón. El engaño se descubre después de ocho años, cuando ya el tío con quien vivía había fallecido, y la tía y el ama envejecían cuidando su rosal.
     Magníficas piezas que he disfrutado casi como si estuviera en un escenario, imaginando sus representaciones para el que fueron destinadas y aguardando la primera posibilidad que se presente para asistir al teatro que tenga la brillante idea de llevar estas inolvidables obras a las tablas.


Lima, 13 de septiembre de 2013.