El drama que padece Siria desde hace más
de dos años, estuvo a punto de precipitarse en una conflagración que habría
incendiado el Medio Oriente y puesto en serio peligro la paz en el mundo. La
amenaza de un ataque norteamericano ha tenido en vilo a la humanidad, sabiendo
que un hecho de esa magnitud hubiese desencadenado una reacción escalonada que
hubiera convertido esa zona del planeta en el escenario de una prueba de fuerza
de las grandes potencias.
El panorama que presenta el conflicto en el
país árabe es harto complejo y enmarañado, por cuanto los bandos enfrentados
han formado alianzas inverosímiles y sorprendentes, producto sin duda de los
intereses en juego, pues cada quien se ha involucrado en el mismo con el único
propósito de defender aquello que le es más caro. No deja de llamar la atención
que mientras el gobierno de Bachar el Asad recibe el apoyo de Hezbolá, además
de Rusia e Irán obviamente, los rebeldes cuenten entre sus filas a militantes
de Al Nusra, una rama regional de Al Qaeda, además del visto bueno del propio
Estados Unidos y algunos otros países occidentales.
La división al interior del islamismo se
ha hecho más patente a raíz de esta guerra civil, enfrentando a suníes y chiíes
en una versión musulmana de la bíblica rivalidad entre Caín y Abel. Pero lo que
han conseguido provisionalmente el secretario de Estado del gobierno
estadounidense John Kerry y el ministro de exteriores ruso Sergei Lavrov,
tampoco es para cantar victoria. Las tensas relaciones entre el gobierno de
Damasco y las fuerzas que combaten al régimen, están ocasionando que el
histórico país del Medio Oriente se sitúe al borde del caos y la anarquía.
Aunque no se ha podido demostrar
fehacientemente quién usó el gas sarín, si el gobierno o los rebeldes, todos
los informes de los inspectores de Naciones Unidas apuntan a que su uso es
indubitable, pues los exámenes de los cadáveres de la matanza del barrio de
Gutha en Damasco confirmaron las iniciales sospechas. Las fuerzas en contienda
han negado sistemáticamente haber hecho uso de armas químicas, pero las
evidencias de la realidad han desmentido esa suposición.
La sagaz y oportuna intervención del
presidente ruso Vladimir Putin, impidió a última hora que se materializara la cruel
ironía, digna del más crudo humor negro, de que un Premio Nobel de la Paz
desencadenara la guerra en el Medio Oriente. Desde el principio estuvo claro
para la Casa Blanca que quienes emplearon el gas sarín fueron las fuerzas de
Bachar el Asad, razón por la que el mandatario del país más poderoso del orbe
solicitó la autorización respectiva al Congreso de la nación para castigar al
hijo malcriado que se había portado mal.
Pero la acusación hecha por Washington al
gobierno sirio de haber usado armas químicas es una demostración más del doble
rasero con que se mueve la Casa Blanca en la política internacional, pues para
nadie es un secreto que durante todas las intervenciones norteamericanas en
conflictos armados que se han dado en el siglo XX, como es el caso de la guerra
de Vietnam, la guerra entre Irán e Irak -donde los estadounidenses colaboraron
con el ejército de Sadam Hussein para exterminar con gas sarín a tropas
iraníes-, o la invasión del mismo Irak y Afganistán recientemente, las fuerzas
armadas de la nación imperial usaron sucesiva y metódicamente la bomba de
napalm, el gas mostaza, el agente naranja y otras armas químicas prohibidas por
la Convención de Ginebra de 1925.
Es pues expresión de una gran hipocresía señalar
como reprobable en el otro lo que uno mismo ha cometido tantas veces en el
pasado, y pretender erigirse de esta manera en el juez imparcial y severo de
los demás, en la autoridad moral de la humanidad para dictar sus mandatos
perentorios y sus amenazas terminantes para todo aquel que ose contravenir los
deseos y los intereses del gran poder.
Esto no justifica, por cierto, a Siria o a
quien sea, de emplear armas vedadas por las leyes internacionales, pero sí dice
mucho de la convenida doblez de ciertos gobiernos que dirigen sus relaciones
exteriores en base a mentiras, cinismo y mala conciencia. Ahora queda cumplir
con lo acordado, destruir los arsenales de armas químicas que se encuentren en
territorio sirio; pero igualmente tendrían que destruirse los arsenales que poseen
otros países vecinos, como Israel por ejemplo, para ser equitativos y
neutrales. Puede sonar a utopía, mas ese debe ser el camino correcto si se
quiere empezar a construir el precario equilibrio en una de las zonas más
explosivas del planeta.
Lima, 21 de
septiembre de 2013.
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