viernes, 27 de septiembre de 2013

Siria: Hora cero

     El drama que padece Siria desde hace más de dos años, estuvo a punto de precipitarse en una conflagración que habría incendiado el Medio Oriente y puesto en serio peligro la paz en el mundo. La amenaza de un ataque norteamericano ha tenido en vilo a la humanidad, sabiendo que un hecho de esa magnitud hubiese desencadenado una reacción escalonada que hubiera convertido esa zona del planeta en el escenario de una prueba de fuerza de las grandes potencias.
     El panorama que presenta el conflicto en el país árabe es harto complejo y enmarañado, por cuanto los bandos enfrentados han formado alianzas inverosímiles y sorprendentes, producto sin duda de los intereses en juego, pues cada quien se ha involucrado en el mismo con el único propósito de defender aquello que le es más caro. No deja de llamar la atención que mientras el gobierno de Bachar el Asad recibe el apoyo de Hezbolá, además de Rusia e Irán obviamente, los rebeldes cuenten entre sus filas a militantes de Al Nusra, una rama regional de Al Qaeda, además del visto bueno del propio Estados Unidos y algunos otros países occidentales.
     La división al interior del islamismo se ha hecho más patente a raíz de esta guerra civil, enfrentando a suníes y chiíes en una versión musulmana de la bíblica rivalidad entre Caín y Abel. Pero lo que han conseguido provisionalmente el secretario de Estado del gobierno estadounidense John Kerry y el ministro de exteriores ruso Sergei Lavrov, tampoco es para cantar victoria. Las tensas relaciones entre el gobierno de Damasco y las fuerzas que combaten al régimen, están ocasionando que el histórico país del Medio Oriente se sitúe al borde del caos y la anarquía.
     Aunque no se ha podido demostrar fehacientemente quién usó el gas sarín, si el gobierno o los rebeldes, todos los informes de los inspectores de Naciones Unidas apuntan a que su uso es indubitable, pues los exámenes de los cadáveres de la matanza del barrio de Gutha en Damasco confirmaron las iniciales sospechas. Las fuerzas en contienda han negado sistemáticamente haber hecho uso de armas químicas, pero las evidencias de la realidad han desmentido esa suposición.
     La sagaz y oportuna intervención del presidente ruso Vladimir Putin, impidió a última hora que se materializara la cruel ironía, digna del más crudo humor negro, de que un Premio Nobel de la Paz desencadenara la guerra en el Medio Oriente. Desde el principio estuvo claro para la Casa Blanca que quienes emplearon el gas sarín fueron las fuerzas de Bachar el Asad, razón por la que el mandatario del país más poderoso del orbe solicitó la autorización respectiva al Congreso de la nación para castigar al hijo malcriado que se había portado mal.
     Pero la acusación hecha por Washington al gobierno sirio de haber usado armas químicas es una demostración más del doble rasero con que se mueve la Casa Blanca en la política internacional, pues para nadie es un secreto que durante todas las intervenciones norteamericanas en conflictos armados que se han dado en el siglo XX, como es el caso de la guerra de Vietnam, la guerra entre Irán e Irak -donde los estadounidenses colaboraron con el ejército de Sadam Hussein para exterminar con gas sarín a tropas iraníes-, o la invasión del mismo Irak y Afganistán recientemente, las fuerzas armadas de la nación imperial usaron sucesiva y metódicamente la bomba de napalm, el gas mostaza, el agente naranja y otras armas químicas prohibidas por la Convención de Ginebra de 1925. 
     Es pues expresión de una gran hipocresía señalar como reprobable en el otro lo que uno mismo ha cometido tantas veces en el pasado, y pretender erigirse de esta manera en el juez imparcial y severo de los demás, en la autoridad moral de la humanidad para dictar sus mandatos perentorios y sus amenazas terminantes para todo aquel que ose contravenir los deseos y los intereses del gran poder.
     Esto no justifica, por cierto, a Siria o a quien sea, de emplear armas vedadas por las leyes internacionales, pero sí dice mucho de la convenida doblez de ciertos gobiernos que dirigen sus relaciones exteriores en base a mentiras, cinismo y mala conciencia. Ahora queda cumplir con lo acordado, destruir los arsenales de armas químicas que se encuentren en territorio sirio; pero igualmente tendrían que destruirse los arsenales que poseen otros países vecinos, como Israel por ejemplo, para ser equitativos y neutrales. Puede sonar a utopía, mas ese debe ser el camino correcto si se quiere empezar a construir el precario equilibrio en una de las zonas más explosivas del planeta.


Lima, 21 de septiembre de 2013.

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