domingo, 24 de marzo de 2024

Noches en la isla

 

Se ha publicado el pasado 6 de marzo En agosto nos vemos (Penguin Random House, 2024), la obra que durmió diez años en los archivos de una universidad estadounidense. No recuerdo haber esperado antes un libro con tanta expectación como esta novela póstuma de Gabriel García Márquez. Las vicisitudes de su publicación, después de haber estado en las manos de su fabulador, haciéndose y deshaciéndose, en un afán de corrección que ya no pudo concretarla, ha sido narrada por sus hijos, quienes han decidido publicarla luego de intensos debates, pues en un momento Gabo les dijo que no funcionaba y debían destruirla. Rodrigo y Gonzalo, los únicos herederos, han debido sortear los escollos de las legítimas dudas de conciencia por estar traicionando la voluntad de su padre. Es por eso que entregarlo finalmente a sus millones de lectores, que el genial colombiano tuvo la dicha de granjearse en el mundo entero, debe ser visto como un acto de lealtad a la literatura y al arte, una concesión a la belleza que el Premio Nobel, estoy seguro, les va a perdonar desde su inmortalidad.

Bajo el liderazgo del editor Cristóbal Pera, que emprendió la ardua tarea de cotejar las cinco versiones de la novela que García Márquez no pudo concluir, los textos inéditos se dan ahora a la luz para beneplácito de nosotros, sus agradecidos lectores. El lanzamiento de la obra en Barcelona coincidió con el cumpleaños 97 del querido escritor de Aracataca. El hijo menor del novelista, Gonzalo, diseñador de la obra, acompañado de la editora Pilar Reyes, del periodista español Xavi Ayén y del escritor colombiano Héctor Abad Faciolince, presentaron el libro en la sede de la biblioteca Gabriel García Márquez de la ciudad catalana.

Algunas semanas antes de que saliera a la venta, ya había saboreado el primer bocadillo de este manjar, gracias a que la editorial compartió unos párrafos del primer capítulo por las redes sociales. Fue el primer y prometedor acercamiento a una historia que atrapa desde la primera línea.

Hay un hermoso contrapunto entre música y literatura en el relato. En su primera noche en la isla, Ana Magdalena Bach, el personaje central, lee Drácula de Bram Stoker y escucha boleros en el bar del hotel. El pianista ejecuta luego el Claro de luna de Claude Debussy en un arreglo para bolero. La música se cuela por todos los poros de la novela, como un mar imbatible. Pululan por sus páginas referencias que van desde Grieg, Chopin y Rajmáninov, hasta Agustín Lara, el bolero, el danzón cubano, la contradanza, el Charleston y el tango apache. Además, Doménico Amarís, el esposo de la protagonista, es director del Conservatorio provincial; el hijo es un cellista en una orquesta sinfónica y la hija, que aspira a ser monja, anda de amores con un trompetista de jazz.

Al avanzar en su lectura uno se da cuenta de inmediato que ahí está el Gabo de siempre, con su prosa embrujada, sus frases a ritmo de vallenato y su infinito encanto caribe. Naturalmente que no la he leído de una sentada, o de un tirón, como hacen otros, pues eso siempre me pareció una falta de respeto para con el autor y con el libro, sino que me he reservado siete noches para gozar como loco, en el reducto íntimo de mi soledad. Los buenos libros se leen como se beben los buenos vinos, degustándolos lentamente, paladeando su sabor, textura y aroma, para acceder mejor a la misteriosa esencia de su calidad.

Convengo, no es una obra maestra, es una historia muy bien escrita, en el estilo inconfundible de García Márquez, a pesar de algunas sombras que lógicamente obedecen a la condición de los últimos años de un autor que iba perdiendo la memoria. A pesar de ello, el lector se desliza por sus páginas como por un tobogán de dicha. Su lectura placentera perdura más allá de haber llegado al punto final. La trama es sencilla, una mujer, Ana Magdalena Bach, como se llamaba también la segunda esposa del gran músico alemán, acude el 16 de todos los años a una isla del caribe para depositar flores en la tumba de su madre. En cada viaje que realiza, una vez cumplido el ritual de siempre, tiene una aventura con un hombre desconocido. Las reflexiones que ello le suscita, así como las consecuencias sutiles que los demás van detectando en ella, en el marco de un despliegue imprevisto de libertad y exploración personales, es la materia deliciosa de esta novela inusitada.

 

Lima, 21 de marzo de 2024.



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sábado, 23 de marzo de 2024

La solución final

 

Próximos a cumplirse los cinco meses desde que Hamás atacó un asentamiento judío en la frontera sur de Israel, y de la sangrienta respuesta que ha desatado el gobierno israelí en la franja de Gaza, el mundo sigue contemplando cómo se perpetra en pleno siglo XXI, ante la vista y paciencia de toda la comunidad internacional, ante el silencio cómplice de las grandes potencias de la Tierra, ante la impotencia de quienes podemos hacer poco o nada por impedirlo, un genocidio en vivo y en directo, transmitido por la televisión y documentado todos los días por la prensa independiente. Es realmente bochornoso comprobar cómo es que esta proclamada “civilización”, de la que se ufanan los grandes jerarcas de Occidente, se muestra indiferente ante una de las masacres más horrorosas de los tiempos modernos.

Van más de 140 días que el ejército sionista bombardea día y noche el territorio gazatí, y con ello se acaban las vidas de alrededor de treinta mil palestinos, más de un tercio de ellos niños. Gaza es al día de hoy una auténtica escombrera, una tierra llena de cascotes esparcidos y edificios en ruinas, luego de la brutal destrucción cometida por la aviación israelí, la demolición sistemática de viviendas residenciales, hospitales, colegios, universidades, mezquitas y todo cuanto necesita como mínimo una colectividad para vivir. Con el pretexto de acabar con los “terroristas” de Hamás, cuyos crímenes evidentemente que son condenables, el designio es exterminar con todo rastro de vida que corresponda a la población palestina, una limpieza étnica tal cual ejercieron las hordas hitlerianas en el siglo pasado.

La alternativa que ha tomado el gobierno de Benjamín Netanyahu para acabar con los palestinos, copiada según el modelo que los nazis aplicaron a los mismos judíos hace más de ochenta años en plena guerra mundial, se puede también denominar como la “solución final” para acabar con Palestina. Se sabe que quienes diseñaron ese macabro plan en la Alemania de mediados del XX fueron Reinhard Heydrich y Adolf Eichmann. El primero era conocido en esa época como el cerebro de Himmler, la Bestia Rubia o el Carnicero de Praga, y el segundo fue el eficiente burócrata que se encargó del traslado de sus víctimas a los campos de concentración.

Ante la monstruosa masacre que se viene cometiendo contra los palestinos de Gaza, verdaderos crímenes de guerra de la que algún día tendrán que rendir cuentas ante la justicia, los abiertos y velados defensores del gobierno de Tel Aviv arguyen que se trata de una “legítima defensa”, o traen a colación el asunto del antisemitismo, para responder a quienes señalan sin ambages que se trata de un genocidio. Me ha sorprendido que un columnista peruano, entre tantos otros, le dedique varios de sus textos a recordarnos esa vieja práctica que, sin embargo, en el problema actual no tiene nada que hacer. Quienes condenamos sin medias tintas lo que los nazis hicieron con los judíos durante la llamada segunda guerra mundial, igualmente condenamos lo que hoy hacen, no todos los judíos, sino quienes ejercen el poder y representan al gobierno de esa nación en estos momentos.

La actitud del gobierno de Sudáfrica, la misma de Nelson Mandela, es hasta ahora la única que asume con dignidad lo que muchos quisiéramos para nuestros gobiernos, representando a millones en el mundo que pensamos que la justicia internacional debe intervenir ya para detener esta carnicería. La denuncia planteada por Pretoria ante la Corte Internacional de Justicia (CIJ), acusando de genocidio al Israel, es por lo menos un gesto de honor que nos salva de la plena barbarie. Los seis puntos de medida urgente que el tribunal ha planteado al gobierno israelí para evitar la consumación de la matanza, son descaradamente desacatados por las tropas invasoras. Los representantes israelíes se zurran en el Derecho Internacional. Tienen la desfachatez de llenar de improperios al mismo secretario general de las Naciones Unidas, por llamar al respeto por las vidas de miles de palestinos que padecen injustamente esta cruel embestida. La misma respuesta han recibido el presidente Petro de Colombia y el presidente Lula de Brasil. Las relaciones diplomáticas con esos países se tambalean sólo porque se atrevieron a ponerse del lado de las víctimas.

Por último, de los tantísimos ejemplos del exterminio colectivo que ejecuta impunemente el gobierno de Netanyahu, una noticia que revela por enésima la atroz incursión de las tropas sionistas en Gaza nos remece de ira por lo abominable del hecho: más de un centenar de palestinos son acribillados desde el aire cuando se acercaban a los convoyes para recabar la escasa alimentación que pueden recibir después que se les ha bloqueado hasta eso, en un gesto de grosera inhumanidad que pinta de cuerpo entero a los que ordenan tamaña bestialidad y a quienes fungen de sus protectores en el poder mundial. Varias resoluciones del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas solicitando el alto el fuego han naufragado por el veto estadounidense. Es imposible concebir mayor ignominia.

 

Lima, 3 de marzo de 2024.


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