Próximos a cumplirse los cinco meses desde que Hamás atacó
un asentamiento judío en la frontera sur de Israel, y de la sangrienta
respuesta que ha desatado el gobierno israelí en la franja de Gaza, el mundo
sigue contemplando cómo se perpetra en pleno siglo XXI, ante la vista y
paciencia de toda la comunidad internacional, ante el silencio cómplice de las
grandes potencias de la Tierra, ante la impotencia de quienes podemos hacer
poco o nada por impedirlo, un genocidio en vivo y en directo, transmitido por la
televisión y documentado todos los días por la prensa independiente. Es
realmente bochornoso comprobar cómo es que esta proclamada “civilización”, de
la que se ufanan los grandes jerarcas de Occidente, se muestra indiferente ante
una de las masacres más horrorosas de los tiempos modernos.
Van más de 140 días que el ejército sionista bombardea día y
noche el territorio gazatí, y con ello se acaban las vidas de alrededor de
treinta mil palestinos, más de un tercio de ellos niños. Gaza es al día de hoy
una auténtica escombrera, una tierra llena de cascotes esparcidos y edificios
en ruinas, luego de la brutal destrucción cometida por la aviación israelí, la
demolición sistemática de viviendas residenciales, hospitales, colegios, universidades,
mezquitas y todo cuanto necesita como mínimo una colectividad para vivir. Con
el pretexto de acabar con los “terroristas” de Hamás, cuyos crímenes
evidentemente que son condenables, el designio es exterminar con todo rastro de
vida que corresponda a la población palestina, una limpieza étnica tal cual ejercieron
las hordas hitlerianas en el siglo pasado.
La alternativa que ha tomado el gobierno de Benjamín
Netanyahu para acabar con los palestinos, copiada según el modelo que los nazis
aplicaron a los mismos judíos hace más de ochenta años en plena guerra mundial,
se puede también denominar como la “solución final” para acabar con Palestina.
Se sabe que quienes diseñaron ese macabro plan en la Alemania de mediados del
XX fueron Reinhard Heydrich y Adolf Eichmann. El primero era conocido en esa
época como el cerebro de Himmler, la Bestia Rubia o el Carnicero de Praga, y el
segundo fue el eficiente burócrata que se encargó del traslado de sus víctimas
a los campos de concentración.
Ante la monstruosa masacre que se viene cometiendo contra
los palestinos de Gaza, verdaderos crímenes de guerra de la que algún día
tendrán que rendir cuentas ante la justicia, los abiertos y velados defensores
del gobierno de Tel Aviv arguyen que se trata de una “legítima defensa”, o
traen a colación el asunto del antisemitismo, para responder a quienes señalan
sin ambages que se trata de un genocidio. Me ha sorprendido que un columnista
peruano, entre tantos otros, le dedique varios de sus textos a recordarnos esa
vieja práctica que, sin embargo, en el problema actual no tiene nada que hacer.
Quienes condenamos sin medias tintas lo que los nazis hicieron con los judíos
durante la llamada segunda guerra mundial, igualmente condenamos lo que hoy
hacen, no todos los judíos, sino quienes ejercen el poder y representan al
gobierno de esa nación en estos momentos.
La actitud del gobierno de Sudáfrica, la misma de Nelson
Mandela, es hasta ahora la única que asume con dignidad lo que muchos
quisiéramos para nuestros gobiernos, representando a millones en el mundo que
pensamos que la justicia internacional debe intervenir ya para detener esta
carnicería. La denuncia planteada por Pretoria ante la Corte Internacional de
Justicia (CIJ), acusando de genocidio al Israel, es por lo menos un gesto de
honor que nos salva de la plena barbarie. Los seis puntos de medida urgente que
el tribunal ha planteado al gobierno israelí para evitar la consumación de la
matanza, son descaradamente desacatados por las tropas invasoras. Los
representantes israelíes se zurran en el Derecho Internacional. Tienen la
desfachatez de llenar de improperios al mismo secretario general de las
Naciones Unidas, por llamar al respeto por las vidas de miles de palestinos que
padecen injustamente esta cruel embestida. La misma respuesta han recibido el
presidente Petro de Colombia y el presidente Lula de Brasil. Las relaciones
diplomáticas con esos países se tambalean sólo porque se atrevieron a ponerse
del lado de las víctimas.
Por último, de los tantísimos ejemplos del exterminio
colectivo que ejecuta impunemente el gobierno de Netanyahu, una noticia que
revela por enésima la atroz incursión de las tropas sionistas en Gaza nos
remece de ira por lo abominable del hecho: más de un centenar de palestinos son
acribillados desde el aire cuando se acercaban a los convoyes para recabar la
escasa alimentación que pueden recibir después que se les ha bloqueado hasta
eso, en un gesto de grosera inhumanidad que pinta de cuerpo entero a los que
ordenan tamaña bestialidad y a quienes fungen de sus protectores en el poder
mundial. Varias resoluciones del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas
solicitando el alto el fuego han naufragado por el veto estadounidense. Es
imposible concebir mayor ignominia.
Lima, 3 de marzo de 2024.
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