martes, 30 de diciembre de 2014

Las peripecias de Juanito Rumi


     Paseando por una librería de viejo del centro me topé de buenas a primeras con un libro que durante mucho tiempo se había resistido a su hallazgo: El retoño (Casa de la Cultura del Perú, Lima, 1969), célebre novela del escritor jaujino Julián Huanay. Había oído mentarla en numerosas ocasiones en el colegio y también en los círculos académicos de la provincia, pero nunca tuve la ocasión de leerla hasta que el azar me llevó a ese encuentro que he celebrado con varias horas de entretenida lectura.

     Julián Huanay es un caso singular en la literatura peruana; fue chofer, dirigente sindical, escritor y periodista. Como sindicalista, fue uno de los fundadores de la Federación de Periodistas del Perú, delegado de la Federación Minera y de los trabajadores del Cusco ante la Confederación de Trabajadores del Perú. Dirigió la publicación “El Volante” y fue jefe de redacción de “La Voz del Chofer”. Estuvo preso en algunas cárceles del Perú por su actividad de luchador social. Ha escrito otros libros de temática sindical, pero su fama se lo debe, indudablemente, a El retoño.

     Esta novela relata las peripecias vitales de Juanito Rumi, un chiuche –así llaman en el valle del Mantaro a los muchachitos de entre ocho y doce años de edad– que, al quedar huérfano de padre y madre, vive un tiempo con su tía Concepción, pero luego le asalta la idea de irse a Lima. La travesía que realiza el día que finalmente huye de su casa en Ayla, una pequeña aldea serrana, no lo lleva muy lejos. Cansado de tanto caminar y llegada la noche, busca un refugio en el camino donde trata de dormir. Allí lo encuentran unos arrieros que volvían de la Feria de Huancayo, con quienes hace el trayecto hasta que ellos le indican que sus vías deben bifurcarse, debiendo seguir solo guiándose por la línea del tren. Así llega a La Oroya, ciudad minera donde conoce a Andrés, un obrero que le ayuda a encontrar cobijo y pan en los primeros momentos de su llegada. Lo recomienda a un tal señor Porras para que trabaje en la mina, pero no consigue su cometido.

     Surge entonces la propuesta de continuar rumbo a Morococha, en busca de mejores oportunidades de trabajo. Mientras espera su partida, conoce en el caño de una callejuela de la casa donde se aloja, a un muchachito muy locuaz y vivaracho, con quien iniciará una nueva aventura laboral en la estación de tren, acarreando las maletas de los viajeros por unos cuantos centavos. Así, con Pedro y Nico, otro niño que se ganaba sus reales en el mismo trajín, conoce los gajes del oficio y aprende lecciones fundamentales de vida en la ciudad. Entretanto, siendo su siguiente objetivo Morococha, ve la posibilidad de que alguien lo ayude a trasladarse a dicho centro minero del centro del Perú. Nico le sugiere hablar con Julio, el brequero, para que lo lleve de balde a su destino, mas para ello debe contarle una historia muy triste para conmoverlo. Al final, le cuenta verdad y emprende el viaje esperado.

     Se despiden tristemente los amigos. Juanito promete escribirles si encuentra una posibilidad de que ellos también consigan trabajo. Al llegar al asiento minero, va en busca de Pedro Huayta, para quien llevaba una encomienda de La Oroya. A través de él, prueba suerte de pallaquero y capachero en las minas, fracasando en ambos oficios por la rudeza del trabajo, que sobrepasan ampliamente la capacidad de un niño de su edad.

     Antes de terminar su experiencia minera, con relatos de muquis y otras historias fantásticas, asiste al terrible desafío que se lanzan el Tuco y el Vizcacha, dos jóvenes obreros expertos conocedores de los laberintos de la mina. La prueba consistía en subir a oscuras la escalera de un socavón peligroso que daba al fondo de una mina; cualquier paso en falso sería fatal. Se realiza la contienda, en medio del silencio y el pavor general todos aguardan el resultado, hasta que un grito desgarrador desde el fondo del boquerón le avisa a Juanito, y a todos quienes se han congregado para el evento, cuál ha sido el desenlace trágico de ella.

     Hasta que un día aparece Esteban, el chofer amigo de Pedro Huayta que ha ofrecido llevarse a Juanito para Lima. El viaje lo hace en compañía de varias personas de toda edad, que se dirigen como él al encuentro de un trabajo en la capital. Él va recomendado donde el maestro Otoya, que trabaja en una panadería de la Plaza Italia, pero un cambio de ofertas durante la travesía entre el chofer y el hombre que llevaba a los demás, termina con todos en las plantaciones de algodón de la hacienda Montesclaros, en algún valle de la costa, para trabajar en la paña, es decir, en la recolección del preciado producto.

     Juanito enferma de paludismo, como tantos otros, por las duras condiciones de trabajo, y es enviado al hospital para rehabilitarse. Cuando llega, un grupo de personas esperan su turno para la atención respectiva. Todos son atendidos expeditivamente. A Juanito le recetan un tónico y un purgante, pues lo encuentra muy débil el médico. Recoge sus medicinas en una ventanilla, y al trasponer el patio y la verja de hierro se quedó con muchas dudas y aprensiones en el umbral del hospital Dos de Mayo.

     La historia termina planteando interrogantes sobre el destino de Juanito Rumi, en un final abierto que no era muy usual en la novela de mediados del siglo pasado. Sin embargo, hay en la obra un hilo suelto que nunca se retoma: la aparición de Vicente Salas, un personaje que al comienzo de la novela es mencionado como llegando “a perturbar la paz de mi aldea” por el protagonista, no tiene luego continuidad, por lo que nunca nos enteramos de qué manera Ayla ha sufrido la alteración de su pacífica existencia con la vuelta de aquél. Pero no importa, al final nos conmovemos siguiendo los avatares de un niño huérfano de la serranía del Perú en busca de su destino, el mismo quizás de tantos otros que antes y ahora sufren las penalidades por alcanzar esa esquiva oportunidad en un país como el nuestro.

Lima, 28 de diciembre de 2014.

COP-20: Un fracaso más


     La reciente cumbre de la Conferencia de las Partes de las Naciones Unidas para el Cambio Climático (COP-20, por sus siglas en inglés), realizada en Lima, ha terminado, previsiblemente, en un mar de dudas, ambigüedades y reticencias como casi todas las celebradas en los años anteriores. Optimistamente, la versión oficial, respaldada por algunas declaraciones de funcionarios internacionales presentes en el evento, ha dicho que uno de sus logros ha sido incorporar a todos los países concurrentes en el compromiso de una lucha frontal contra los efectos del cambio climático.

     Es un tibio consuelo pensar que, al haberse llegado a un acuerdo, al filo de la madrugada del domingo 14, sobre el borrador que deberá ser llevado a la reunión clave de París el próximo año, ello pueda constituir un gran avance frente a los graves cuestionamientos que plantea un fenómeno que tiene plazos perentorios, pues, como han advertido los científicos, si no se establecen objetivos precisos y concretos en las fechas determinadas, de nada habrán servido estas anuales conferencias para atajar la marcha al despeñadero de una humanidad que parece no asumir todavía con verdadera consciencia el destino que le espera.

     Se trata de algo muy grave, pues en ella está comprometida la existencia misma del ser humano sobre la tierra. Las condiciones de destrucción del medio ambiente, impulsadas principalmente por los países superdesarrollados, no tienen marcha atrás, mientras tanto los directamente involucrados no asumen su delicada responsabilidad como debiera. Los grandes contaminantes, como EE.UU y China, acaban de firmar un acuerdo insuficiente en el marco de la APEC celebrada este año en Beijing, con objetivos tan a largo plazo y bajo condiciones poco exigentes.

     El objetivo vital es lograr que para el año 2100 los gases de efecto invernadero lleguen al nivel de cero. A ello se va con una reducción gradual en el uso de combustibles fósiles, que para el año 2050 debería estar entre el 40% y el 70%. Muchos países europeos, entre los que se cuentan también a los que más contaminan, están desarrollando alternativas válidas para el uso de energía limpia, como es el caso de Alemania y sus impresionantes granjas eólicas en el Mar del Norte, además del impulso que dan a las centrales nucleares y a la energía solar, situación que están en camino de imitar los demás países de la Unión Europea.

     El problema tiene su raíz en el modelo de desarrollo que siempre ha preconizado el sistema imperante, es decir, este neoliberalismo rampante que nos está llevando a la ruina, en términos humanitarios, donde prevalece el extractivismo como preferente actividad económica, sobre todo en los países en desarrollo; la explotación hasta límites inconcebibles de los recursos de la naturaleza, y el bendito aguijón del consumo, predicado como un catecismo por los principales medios de comunicación que defienden el statu quo.

     Tendrá que repensarse aquello del crecimiento como sinónimo de desarrollo sólo en términos económicos, devastando el planeta con la acumulación de más autos, más televisores, más tecnología, más todo, sin la más mínima consideración con la capacidad de sostenibilidad de un mundo que ya no da para más. El asunto es más dramático de lo que se cree, sobre todo si se tiene en cuenta que otras emergencias vitales saldrán a relucir dentro de poco, como el agua por ejemplo, lo cual planteará serios desafíos a los gobiernos y a las organizaciones internacionales que deben administrar con sabiduría los efectos de esta debacle ecológica inminente.

     Pensar que todavía hay bobos de capirote me llena de espanto, como alguno por ahí que ha dicho que lo mejor que podemos hacer frente al cambio climático es adaptarnos, que mientras tanto el mundo siga su curso, pues no podemos dejar de crecer. Sólo la miseria moral o la indigencia de espíritu pueden llevarnos a un pensamiento de esta naturaleza, que ya ni es pensamiento, sino un simple exabrupto dictado por la inconsciencia o por la estupidez.

Lima, 20 de diciembre de 2014.

1964


     En uno de los volúmenes de su extensa autobiografía, el escritor alemán Arthur Koestler recuerda haber indagado en una oscura hemeroteca europea los diarios que se publicaron el día siguiente al de su nacimiento, pues eso le brindaría, pensaba él, un material precioso para trazar las coordenadas de su imprevisible existencia y entender sus impenetrables arcanos. No estoy seguro que dicha labor lo habría llevado a buen puerto, pero me pareció curiosa la forma de abordar el misterio de una vida y pensé que alguna vez podría hacer algo similar, sin la pretensión positivista de encontrar la verdad de nada, por supuesto; solo con la intención de extender un pintoresco manto lúdico a algo que está más allá de nuestra racional comprensión cartesiana.

     El año en que yo nací, por ejemplo, Jean Paul Sartre rechazó el Premio Nobel de Literatura, en una carta muy bien detallada donde exponía las razones de su insólita decisión; Quino, el genial humorista argentino, dio nacimiento a Mafalda, esa niña contestataria y filósofa que se convertiría en todo un símbolo de la época; y en el Perú ocurrió la tragedia del Estadio Nacional, un aciago incidente en el que perdieron la vida un número indeterminado de personas debido a un error en el arbitraje que suscitó la reacción de las tribunas y la consiguiente represión policial.

     1964 también fue el año que se dio inicio a la lucha armada en Colombia, cuando nacen las FARC y desatan un conflicto que por estos días trata de ponerse fin a través de conversaciones auspiciadas por Cuba en La Habana; Joan Manuel Serrat, ese magnífico cantautor catalán, publica su primera producción musical, dando inicio a una brillante carrera de éxitos y reconocimientos en el mundo del arte; en Estados Unidos se dio la ley del fin de la segregación racial, que daba fin formalmente a una vil práctica que hasta el día de hoy, sin embargo, sigue lastrando a esa y a otras sociedades; y en México se publica Lima, la horrible, polémica obra del inolvidable Sebastián Salazar Bondy, donde desbarata el mito de la arcadia colonial de una ciudad que con los años ha sufrido muchas metamorfosis.

     Ahora, gracias al internet, puedo conocer una lista prolija, mes por mes, de los principales acontecimientos de ese año, que fue bisiesto, para comenzar. Pero sería una redundancia ponerme a copiar cada hecho que me parece destacable de esa larga relación; mas lo que sí me resulta relevante es subrayar los sucesos de los días previos al 14 de diciembre, la fecha que los hados determinaron que recalara en este mundo. Por ejemplo, la asunción, el primer día de diciembre, de Gustavo Díaz Ordaz como presidente de México, quien tendría un triste protagonismo a raíz de los acontecimientos luctuosos de 1968, cuando fueron reprimidos brutalmente cientos de manifestantes en la plaza de Tlatelolco, en uno de los tantos episodios de violencia política que han enlutado y siguen enlutando al admirable país de Octavio Paz y Diego Rivera, de Silvestre Revueltas y Sor Juana Inés de la Cruz; o lo ocurrido el día 3, cuando cientos de estudiantes de la Universidad de Berkeley, en California, fueron arrestados por manifestarse en contra de la Guerra de Vietnam, una de las tantas que el imperio acostumbra realizar en cualquier rincón del planeta; o la entrega del Premio Nobel de la Paz en Oslo al legendario líder de los derechos civiles Martin Luther King; o el discurso que pronunció el día 11 en la Asamblea General de las Naciones Unidas, el ya mítico guerrillero argentino Ernesto Che Guevara, figura controvertida en el panorama político de Latinoamérica, especialmente en estos tiempos convulsos; o más precisamente, el hecho axial situado en el mismo 14 de diciembre, la orden dada por la Suprema Corte de los EE.UU. para que los hoteles no puedan negarles alojamiento a los negros, como parte de la campaña, al parecer inacabable, de exterminar para siempre con el racismo de la faz de la tierra.

     A nivel de política internacional, Lyndon Jhonson gobernaba el país del norte, habiendo reemplazado el año anterior al asesinado presidente John Kennedy; Charles de Gaulle, el general victorioso de la segunda guerra mundial, era el inquilino del Palacio del Elíseo; en la China, el presidente Mao se aprestaba a llevar a cabo la llamada Gran Revolución Cultural, uno de los fenómenos más ásperos y polémicos de la historia del país asiático; y en mi país, vivíamos los primeros años del gobierno democrático del arquitecto Fernando Belaúnde Terry, que acabaría abruptamente, como es lo frecuente en el Perú, el 3 de octubre de 1968, cuando se produjo el golpe de estado del general Juan Velasco Alvarado.

     En el campo cultural, eran los años del denominado boom de la literatura latinoamericana, un fenómeno editorial que disparó las ventas de los libros de nuestros escritores como nunca antes había sucedido, merced, claro está, a la eclosión milagrosa de una pléyade de grandes creadores que elevaron el nivel de las letras castellanas hasta alturas sólo comparables a las del Siglo de Oro español. Y en el terreno musical, el afamado grupo The Beatles hacían furor en el mundo, mientras se avecinaba el gran Festival de Woodstock, escenario privilegiado de la rebeldía y la contracultura en el mundo juvenil de occidente, signado además por la presencia del hippismo, la irrupción más crítica en el seno mismo de las sociedades capitalistas.

     ¿Todo eso habrá configurado, de alguna misteriosa manera, mi forma de ser, mi carácter, mi personalidad y mi destino? No lo sé. Tal vez se trate simplemente de una curiosidad lúdica, como ya lo dije, de un gracioso divertimento con las coincidencias y las encrucijadas. O quizás, subliminalmente, a un nivel de la consciencia que no somos capaces de procesar, toda esa amalgama de ocurrencias ha determinado las coordenadas de mi existencia de un modo que nunca seré capaz de abarcar, pero cuya huella está en cada acto, pensamiento o decisión que tomo, como si fuera el sello de la época estampada para siempre en la tela invisible de mi alma.

Lima, 8 de diciembre de 2014.  

domingo, 30 de noviembre de 2014

Un mundo sin cabeza


     Con la decapitación de Peter Kassig, un ex combatiente del ejército estadounidense en Irak y cooperante en Siria, se cierra al parecer, aunque sea momentáneamente, una cadena de ejecuciones atroces que ha perpetrado a lo largo de este año el Estado Islámico (EI) y alguna otra organización yihadista.

     Anteriormente habían perdido la cabeza otros cinco ciudadanos occidentales, dos estadounidenses, dos británicos y un francés, a manos de movimientos fundamentalistas islámicos, constituyéndose en una cruel parábola que exhibe el sinsentido por el que marcha el mundo en estos tiempos.

     Los periodistas norteamericanos James Foley y Steven Sotloff, los cooperantes británicos David Haines y Alan Henning, más el francés Hervé Gourdel, han perdido literalmente la parte más noble del cuerpo humano en medio de un paisaje lunar, vestidos con un traje naranja y arrodillados al costado de su verdugo, cubierto totalmente de negro y blandiendo una amenazadora cimitarra cual heraldo negro que anuncia la muerte.

     Todos ellos habían sido secuestrados meses antes, generalmente en Siria, en el marco del nacimiento del Califato que la agrupación Estado Islámico (ISIS, en sus inicios) decretó en parte de los territorios de Siria e Irak. La coincidencia de que todos los ejecutados pertenezcan a naciones protagónicas de Occidente, se debe justamente a que sus países han liderado las acciones bélicas para hacer frente a dicha pretensión política de los extremistas musulmanes. Estados Unidos, secundado especialmente por el Reino Unido, se embarcó en una campaña para acabar con la naciente entidad política que según su punto de vista constituye una seria amenaza para la paz en la región.

     Además, una forma de obtener recursos para sus objetivos políticos era precisamente a través del secuestro, pues así conseguían jugosos rescates de parte de las naciones a las que pertenecían las víctimas. Pero si ello fue posible con países europeos como Alemania, Francia o Países Bajos, Estados Unidos siempre fue reticente a prestarse a esos intercambios, lo mismo que ahora el Reino Unido, razón por la que sus ciudadanos en juego hayan tenido este triste final.

     Se sabe que entre los autores de estas bárbaras ejecuciones se encuentran jóvenes europeos, preferentemente franceses e ingleses, que habrían abrazado la causa de estas organizaciones radicales en los meses previos a su aparición en los videos, que luego han sido colgados en los portales de internet. Convertidos en luchadores de las guerras que promueven en el Medio Oriente, han sido detectados a través del acento con el que se dirigen en los mensajes que sirven de colofón a las vidas de estas inocentes víctimas.

     Todo hace pensar que Monsieur Guillotin ha entronizado su práctica en pleno siglo XXI, gracias a estos combatientes integristas con ínfulas de cruzados del medioevo. El paisaje es invariable: un paisaje desértico, dos hombres en posiciones diametralmente opuestas, uno en traje invariablemente naranja, y el otro siempre de negro, partícipes de un salvaje ritual que concluye con el feroz corte que el segundo le inflige al primero hasta desprenderle la cabeza del cuerpo y luego exhibirla sangrante a sus pies.

     No hay imagen más reveladora de lo que ha venido a significar el mundo en nuestros días, la cruel metáfora de una época que ha perdido todos los valores que alguna vez sirvieron para edificar estas civilizaciones, el espejo perfecto de una especie que ha abandonado la razón para rendirse al sangriento vasallaje de las ortodoxias y los fundamentalismos en todas sus formas, la demostración cabal de cuál ha de ser el destino de una humanidad que parece marchar aceleradamente a su declive fatal.

 

Lima, 29 de noviembre de 2014.  

Pandemia digital


Observando a los jóvenes de nuestro tiempo, y aun a los no tan jóvenes también, sumidos en sus juguetes electrónicos a toda hora y en todo lugar, no puedo menos que pensar que se trata de una verdadera pandemia universal, una afección altamente contagiosa y letal que hace divertidas y voluntarias víctimas a generaciones enteras de seres humanos, a millones de usuarios convertidos en auténticos zombis que viven enfrascados en sus rutilantes adminículos.

     Efectivamente, la adicción a los artilugios virtuales tiene todos los visos de una enfermedad generalizada, pues hasta en los lugares más inverosímiles se puede ver a estos dichosos ejemplares sometidos al cortejo irresistible de aquellas benditas maquinitas que los conectan a los vericuetos y laberintos de las más diversas aplicaciones, donde se mueven a sus anchas entre una sarta de insignificancias y naderías.

     Es lo que Milan Kundera llamaría “la fiesta de la insignificancia”, el reino de la banalidad transmutado en moda, el privilegiado territorio de la estulticia encumbrado a la categoría de actividad dominante y monopólica, donde millones de existencias sucumben roídas por la miseria de su dependencia a las cosas, a una en especial, aquella que les ofrece la posibilidad maravillosa de despojarse cada vez más de su humanidad y rendirse a la silenciosa y efectiva dictadura del silicio y la luz led.

     En los autobuses atestados de las grandes ciudades, en los trenes del metro, puede observarse a una mayoritaria legión de hombres y mujeres maniobrando sus hábiles digitales para encontrar al instante lo que con tanto ahínco buscan a cada momento: el mensaje esperado –o inesperado, da igual– de fulanito, la fotografía reciente de menganita, el comentario anodino de zutanito. Arriesgando las amenazas que se ciernen sobre el dueño de uno de estos aparatos en una ciudad con altos estándares de robos y arrebatos al paso, los urgidos usuarios no miden los peligros que su actividad entraña en estas condiciones. Muchos han perdido sus preciadas joyas por retar temerariamente a los tiempos violentos que corren.

     En las aulas de clase de los colegios secundarios y superiores, que son los que más conozco, todos quienes poseen uno de estos objetos electrónicos se ven compelidos a una servidumbre invencible, manipulando y maniobrando constante y compulsivamente sus imprescindibles compañeros virtuales. Hasta en la calle, se desplazan con la vista fija en su telefonito móvil, tecleando sin cesar y a una velocidad asombrosa, mientras casi se llevan por delante todo lo que se les interponga en su camino.

     No sé hasta qué límites se llegará en esta invasión todo terreno de la tecnología en los fueros cada más depreciados del ser humano, pues resulta cada vez más evidente que éste se está convirtiendo, si no es que ya lo ha hecho, en un simple apéndice de la máquina en cuestión –como en la recordada prosa de Cortázar sobre los relojes –, que no puede pasarse un momento del día sin acudir al traqueteo digital que lo devora. Hasta parece que fuera una manía de nuestro tiempo, una dependencia absoluta de las cosas que tanto había preocupado a los existencialistas hace medio siglo. Está probado que, hoy por hoy, la inmensa mayoría de individuos ya no puede vivir sin su aparatito de marras, conectado ad infinitum a un artefacto que ha terminado convirtiéndose en su amo tiránico.

Lima, 16 de noviembre de 2014.

Celebración de la Virgen del Rosario en Manchay


     El primer domingo de octubre los jaujinos suelen celebrar su fiesta patronal, la que se realiza secularmente con un programa especial, donde participa toda la comunidad, presididos por las autoridades eclesiásticas y los mayordomos de cada ocasión. Pero desde hace unos años la fiesta se ha descentralizado, pues como los hijos de Jauja han migrado a diversas regiones del Perú, especialmente a Lima, la festividad religiosa también se ha trasladado a la capital, con las mismas características que posee en la ciudad que otrora fuera la principal urbe del flamante país.

     Algunas veces había asistido a dichas celebraciones en la época en que vivía en Jauja, pero realmente no le di la importancia que, evidentemente, puede tener para una persona creyente, pues en vistas de mi gradual escepticismo, que ha terminado estableciéndose en un agnosticismo casi irreversible, paulatinamente me iba alejando de todo aquello que sonara a fe o tuviera connotaciones religiosas, a pesar de mi gran interés por los estudios de lo religioso que posteriormente iría afirmándose mucho más entre mis curiosidades intelectuales.

     Es así que se me presenta la oportunidad de revivir una fiesta tradicional de mi provincia, pero escenificada en un remoto e impensable lugar. Digo remoto por lo distante, tanto de su centro de celebración usual, como por el lugar desde donde debería trasladarme, aun viviendo en la misma ciudad. E impensable por lo arbitrario que haya sido precisamente esta comunidad, situada en el valle de Manchay, la que terminaría acogiendo una festividad de esta naturaleza. Lo de arbitrario es solo en apariencia, si nos atenemos a los antecedentes y personajes en juego –el párroco de la comunidad es un hijo de la provincia juninense, extraño mestizo de ascendencia japonesa, que los naturales conocen como el padre José–.

     La aventura prometía ser interesante, así que nos dispusimos a ir en familia, preparándonos con anticipación para el día señalado, con la expectación de quien aguarda vivir un momento único e irrepetible en su, por lo demás, gris rutina citadina.

     Partimos muy temprano rumbo a Manchay, perteneciente al distrito de Pachacámac, al sureste de la provincia de Lima. El ómnibus que abordamos nos lleva por los distritos de San Juan de Lurigancho, El Agustino, Santa Anita, Ate y La Molina, para al cabo de hora y veinte minutos de recorrido, dejarnos en una amplia avenida, desde donde puede divisarse la colorida iglesia situada en la plaza principal del asentamiento urbano. El día es soleado y la gente se dirige por la única calle que da acceso al lugar de las celebraciones.

     Apenas llegamos a la plaza, nos sorprenden las multicolores alfombras, hechas de flores y aserrín teñido con anilina, confeccionados por los pobladores en una labor de paciente y colectiva participación. En la zona central de la plaza, se ha levantado el altar para la liturgia respectiva, y se han dispuesto cientos de sillas blancas para el público asistente, guarecidos del sol primaveral por un inmenso toldo de lona también blanca. Ubicados en las pocas sillas que quedaban disponibles, nos dispusimos a ser partícipes del ceremonial religioso.

     Es mediodía y el sol reverbera en un cielo malva, una atmósfera calurosa envuelve a todos los circunstantes, que escuchan la prédica sacerdotal entre el sopor de la hora y media de duración y el tedio compartido. La ceremonia va llegando a su fin y por los altoparlantes anuncian que después de la misa se realizará la procesión de la Virgen por todo el perímetro de la plaza, donde aguardan las 42 alfombras alusivas.

     Al son de una banda de músicos, las andas de la Virgen del Rosario, patrona tanto de Jauja como de Manchay, ambos pueblos hermanados por su devoción mariana, recorren los cuatro costados de la plaza principal, acompañadas por cientos de feligreses que, contritos y ceremoniosos, caminan a los lados entre cánticos y oraciones. Nos adelantamos a la muchedumbre para observar las abigarradas alfombras, contemplando sus diversas facturas, apreciando el arte y la paciencia desplegados para su confección.

     Una vez terminada la procesión, luego de otras dos horas de expiación cristiana, en medio del candente sol del desierto, estragados y sudorosos los rostros, la multitud se congrega al pie de la iglesia, mientras la imagen recibe el homenaje de un grupo musical venido desde Jauja, antes de su ingreso al santuario que dará fin oficialmente a la celebración religiosa.

     Los mayordomos, previamente, han invitado a los asistentes al almuerzo de confraternidad, que se servirá en las instalaciones del colegio situado al costado mismo del recinto parroquial. Es así que una vez que la imagen de la patrona de Manchay ha ingresado a su sede central, los hombres y las mujeres que han hecho el recorrido, acuden a la invitación del oferente, ocupando las mesas que han sido dispuestas en un amplio ambiente del local escolar, así como en parte del patio, protegido igualmente por una carpa acondicionada para la ocasión.

     Nos aprestamos a tomar una de las mesas disponibles para almorzar el delicioso menú que nos sirve un regimiento de mozos que, sin embargo, parece que no se dan abasto. Previamente nos servimos una sabrosa chicha de jora que nos espera en una jarra de vidrio, junto a una botella de vino que, seguro, servirá para asentar el almuerzo. Llegan los platos con generosos trozos de cerdo, papas sancochadas y choclos vistosos. Todos comen, luego de la larga jornada religiosa, aunque este es también un acto religioso, una verdadera liturgia de la vida, una celebración cotidiana de la sagrada existencia.  

     Ya el día llega a su fin, la tarde se enseñorea y las primeras sombras empiezan a cubrir la meseta que hace apenas unas horas ardía bajo la canícula del mediodía. También es hora de marcharse, pues la jornada ha terminado y el próximo año nos aguarda para este ritual cíclico, algo que nos permite entender el tiempo cíclico de los antiguos peruanos, para quienes el futuro está atrás y el pasado adelante, pues la concepción temporal de nuestros antepasados poseía esa sabiduría que sólo en hechos como este podemos aprehender cabalmente.

Lima, 17 de octubre de 2014.

Lecturas paralelas


     Creo que es la primera vez que las circunstancias me han deparado la ocasión de ensayar la lectura de dos novelas en simultáneo, cuando lo normal en mis hábitos lectores es que las diversifique entre novelas, ensayos, poesía, teatro, periódicos y revistas. Se trata de dos obras absolutamente disímiles: Doña Bárbara, del escritor venezolano Rómulo Gallegos, y El sabueso de los Baskerville, del insigne Arthur Conan Doyle. Como todos saben, la primera pertenece al ciclo novelístico de América Latina que los críticos han denominado la literatura de la tierra; mientras que la segunda es una de las novelas de detectives, o del llamado género policial, del cual el escritor escocés es su más preclaro representante.

     Hay notables puntos de contacto entre ambas obras de ficción que no han dejado de sorprenderme, lo cual me hace pensar que no existen casualidades casi en ninguna actividad humana, pues todo pareciera obedecer a un designio secretamente determinado, haciendo que el entendimiento del hombre constantemente se ejercite en desentrañar los arcanos que envuelven sus actos más imprevisibles.

     Siendo narraciones tan diferentes, poseen una asombrosa coincidencia de inicio, pues ambas comienzan con la llegada a una comarca, respectivamente, de dos jóvenes herederos de bienes y tierras que casi no conocían. Santos Luzardo y Henry Baskerville comparten en la ficción ese destino común. Pero pronto saltarán las disparidades. Sin embargo, no debo dejar de hacer notar que la sabana y el páramo, dos zonas geográficas muy próximas en sus características, son los escenarios respectivos de estas fascinantes historias.

     El arribo del joven abogado Santos Luzardo a Altamira, la hacienda de la familia en el cajón del Arauca, provoca un revuelo entre los personajes de la región, especialmente en una mujer dotada de poderes que los hombres comentan sotto voce en sus tertulias cotidianas. La llaman doña Bárbara, y la conocen como la bruja del lugar, así como por la devoradora de hombres, una leyenda extendida por los llanos y tejida cuidadosamente por las incontables historias de sus designios y aventuras. Mientras tanto, cuando Henry Baskerville llega a Devonshire, previo paso por Londres, donde tiene ocasión de conocer a Sherlock Holmes y a su acompañante el doctor Watson, la región estaba conmocionada por la misteriosa muerte del anciano Charles Baskerville.

     Mientras la novela venezolana se sitúa en la disyuntiva clásica de barbarie y civilización, planteada por el argentino Domingo Faustino Sarmiento en su célebre obra Facundo, la obra del médico escocés discurre por los laberintos y acertijos del género policial, donde destaca la esclarecida mente del detective más famoso de todos los tiempos y su brillante dominio de la ciencia de la deducción. Si Doña Bárbara se yergue como un relato de los avatares del proceso de desarrollo de nuestros pueblos después de su independencia, la novela policial alcanza su epifanía cuando Sherlock Holmes calza definitivamente todas las piezas de su puzzle personal, y da con el misterio que encerraba tanto la muerte del viejo Baskerville, como con otros asuntos oscuros que terminan diseccionados por la fría razón del escrutinio lógico de este amante de los casos raros que devanan los sesos de los demás seres humanos.

     Y así he llegado al final de ambas obras, aunque en verdad –siempre las confesiones serán preferibles-, lo que realmente ha sucedido es que he abierto un paréntesis para leer una de ellas; mientras leía la novela de la sabana, ha caído en mis manos la historia detectivesca, entonces he dejado en receso por breves días a Rómulo Gallegos, y me he visto inmerso en la vorágine apasionante del relato de Conan Doyle sobre un suceso criminal que buscaba aclararse.

     Gran experiencia en el arte del cotejo inconsciente de dos historias, dejándose llevar por dos caminos distintos, trazados por manos maestras que no dejan sosiego. Final sorprendente de la novela llanera, desaparecida la poderosa mujerona y vencedor de la barbarie el joven Luzardo enamorado de Marisela. También final asombroso del relato policial, con la muerte del culpable de toda esa parafernalia de horror y desvelado al fin el macabro ardid de un sabueso infernal para acabar con la vida los Baskerville.

 

Lima, 1 de noviembre de 2014.   

viernes, 24 de octubre de 2014

Los premios Nobel 2014


     Constituye un auténtico acontecimiento cultural cada año cuando se dan a conocer los galardonados con el Premio Nobel, en las cinco especialidades estipuladas por el mismo Alfred Nobel en su testamento, más el agregado en la década del 60 por los administradores de la Fundación que instituyera el científico sueco. En el mes de octubre, como es costumbre ya desde sus orígenes, se anuncian a los ganadores, quienes luego son premiados en una ceremonia especial en Estocolmo el 10 de diciembre, aniversario del nacimiento de su benefactor, con la presencia de los reyes de Suecia, los académicos, científicos, escritores y personalidades diversas invitadas para la ocasión.

     Siguiendo la tradición, este año se comenzó con el Premio Nobel de Medicina, anunciado el lunes 6, otorgado al estadounidense John O’Keefe y a los esposos noruegos May-Britt y Edvard Moser, quienes han investigado sobre las células del cerebro encargadas del posicionamiento: las de lugar, halladas por el primero, y las de red, encontradas por estos últimos, que en conjunto se encargan de establecer nuestra ubicación y la forma como nos manejamos espacialmente. Se dice que dicho hallazgo será importante para profundizar en los estudios sobre cómo detener el Alzheimer y sus secuelas devastadoras en el cerebro humano.

     El martes 7 se anunció el Premio Nobel de Física, que en esta oportunidad ha recaído en tres científicos japoneses, Isamu Akasaki, Hiroshi Amano y Shuji Nakamura, culpables de las investigaciones para la obtención de las luces LED, una fuente de energía alternativa a la luz tradicional y cuya variante está en consonancia con estos tiempos preocupados por la conservación medioambiental. Dicha energía es utilizada por la tecnología de los teléfonos celular, televisores y otros aparatos de la moderna industria cibernética.

     El miércoles 8 le tocó el turno al Premio Nobel de Química, que este año ha premiado a los estadounidenses Eric Betzig y William Moerner y al alemán Stefan Hell por sus trabajos para desarrollar la microscopia fluorescente, conocida también como nanoscopia, pues permite la observación de dimensiones hasta ahora imposibles de ver para la ciencia tradicional, con lo cual se podrán realizar importantes descubrimientos sobre las enfermedades del Alzheimer y el Parkinson, además de la factibilidad de poder analizar los procesos cognitivos de las moléculas de las neuronas en el cerebro.

     El jueves 9 nos trajo una sorpresa, pues mientras todos esperábamos que el premiado de este año fuera uno de los nombres barajados por los medios de comunicación y por los conocedores de los entretelones de la Academia Sueca, entre los cuales estaban el escritor estadounidense Philip Roth, el japonés Haruki Murakami –voceado insistentemente desde hace varios años-, el checo Milan Kundera, el sirio Adonis, y otros más, la decisión del jurado se ha orientado esta vez hacia el francés Patrick Modiano, novelista nacido en 1945, de padre italiano y madre belga, autor de más de 30 novelas, pero que tiene como tema obsesivo y reiterado la ocupación alemana de su país durante los años de la Segunda Guerra Mundial, y que el autor ha sondeado como nadie desde todos los ángulos, presentado una visión casi completa de un periodo particularmente sensible para la historia contemporánea.

     El viernes 10 la sorpresa ha sido igualmente grata, pues el Comité Noruego –encargado de otorgar el Premio Nobel de la Paz- ha decidido galardonar a dos luchadores incansables por los derechos de los niños, los adolescentes y los jóvenes a la educación y a una vida digna: la joven activista paquistaní Malala Yousafzai y el veterano líder indio Kailash Satyarthi. Malala se hizo conocida en el mundo entero cuando hace dos años fue baleada por los talibanes en un ómnibus escolar en el peligroso valle del Swat, al noreste de Pakistán, que los extremistas islámicos controlaban entonces. Al borde de la muerte fue trasladada a un hospital en el Reino Unido, donde le salvaron la vida. Desde ese instante ha recibido la solidaridad y el reconocimiento de numerosas organizaciones y personalidades a su valiente lucha por conquistar el derecho a estudiar de las mujeres, especialmente en países como el suyo, donde una absurda interpretación ortodoxa del integrismo musulmán les veda esa posibilidad. Por su parte, Satyarthi es conocido por su lucha de años en contra de la explotación laboral de los niños en la India y en el resto del mundo.

     Finalmente, el lunes 13 se dio a conocer al ganador del Premio Nobel de Economía, otorgado esta vez al economista francés Jean Tirole, por sus investigaciones en torno al poder del mercado y las regulaciones en una sociedad de intensa competencia. Resulta de gran actualidad el tema materia de premiación, en un mundo que se debate entre los viejos dogmas del liberalismo, acentuados por el sistema neoliberal imperante, y la sensata postura de aquellos que sostienen la necesaria presencia del Estado para evitar los desboques de una economía de mercado librada a su libre albedrío, como lo ha demostrado la reciente crisis del 2008, cuyas secuelas todavía se dejan sentir en las economías occidentales.

     De esta manera, se ha cerrado por este año la novedad de los premios de mayor relieve del mundo académico actual, aportes que seguirán ocasionando debates fructíferos y discusiones fecundas en los círculos universitarios o en los corrillos científicos, artísticos y literarios donde se ponen sobre el tapete los hechos más trascendentales de nuestro tiempo.

Lima, 13 de octubre de 2014.

La masacre de Iguala


     La desaparición de 43 estudiantes de una escuela normal del pueblo de Ayotzinapa, en el estado de Guerrero, al suroeste de México, ha sacudido a la opinión pública mundial, especialmente a la mexicana y latinoamericana, por la forma como se han producido los hechos, en medio de la vorágine de violencia que azota al país de Benito Juárez y Diego Rivera, de Octavio Paz y José Alfredo Jiménez.

     El pasado 26 de septiembre, salió un grupo de alumnos de la Escuela Normal Rural “Raúl Isidro Burgos” a realizar sus habituales trabajos de campo, visitando algunas circunscripciones de la región, cuando fueron detenidos por una patrulla de la policía municipal del lugar, al parecer enviados por el alcalde José Luis Abarca, hoy prófugo, entablándose un altercado entre estudiantes y uniformados, producto del cual fueron muertos a balazos dos de los jóvenes, mientras que a otro lo desollaron y le arrancaron los ojos. A los demás los llevaron a una colina donde aparentemente fueron entregados a los sicarios de los cárteles que pululan por la zona. El resto ingresa en el terreno de las suposiciones, pues lo único que se ha hallado en el lugar es una fosa con 28 cuerpos, los cuales deben ser identificados en los siguientes días, por un equipo de forenses argentinos,  para determinar si pertenecen a los normalistas desaparecidos.

     La indignación ha cundido no sólo a nivel nacional, sino que ha saltado a las páginas de la prensa internacional, desatando el rechazo unánime a la abominable masacre del que han sido víctimas estos jóvenes y la consiguiente solidaridad con sus familiares. Organismos internacionales como la OEA y Amnistía Internacional han dejado sentir su protesta por lo que constituye, a todas luces, un crimen de lesa humanidad. El Ejército Zapatista de Liberación Nacional (ELZN), legendario grupo guerrillero que insurgiera hace dos décadas en el vecino estado de Chiapas, también se ha sumado a la protesta en San Cristóbal de las Casas, lo mismo que colectivos de Alemania, Estados Unidos, Argentina, España y otros.

     En la capital mexicana, el miércoles 8 se ha realizado una multitudinaria marcha que ha partido del Ángel de la Independencia, se ha deslizado por el Paseo de la Reforma, la principal avenida de México D.F., y ha terminado en el Zócalo, donde una cantidad de figuras representativas de la política, el arte y la cultura en general se han pronunciado con firmeza en contra del terrorismo de estado, poniendo en tela de juicio la responsabilidad tanto de las autoridades federales como estatales por su actitud displicente frente al accionar, evidentemente cuestionable, del alcalde y el gobernador ante la actividad del cártel de los Beltrán Leyva que prácticamente dominan la región.

     Los manifestantes exigían, entre otras cosas, que devuelvan sanos y salvos a los estudiantes desaparecidos, que renuncie el presidente Enrique Peña Nieto, como responsable político y moral de los luctuosos sucesos. El caso, definitivamente, va a convertirse en un dolor de cabeza para el gobierno del PRI, pues la imagen que México proyectará ante el mundo estará lastrada por un acontecimiento bochornoso que ha consternado a la comunidad internacional.

     Se hace, pues, necesaria una profunda investigación, como lo ha exigido AI, para encontrar a los culpables de este espantoso crimen, pues la última deshonra para las presuntas víctimas sería que triunfe la impunidad como en tantos otros casos que han enlutado al país. Los culpables de este horrendo crimen deben ser hallados en el plazo más corto para que la justicia se encargue de imponerles el castigo correspondiente.

 

     Lima, 10 de octubre de 2014.

Una elección anunciada


Todo está consumado. La población limeña ha elegido al candidato de las mafias y de Comunicore como su alcalde para el próximo periodo de cuatro años. El resultado ya estaba cantado casi desde el inicio de la campaña, y muy poco se pudo hacer para revertir las cifras, por más que una insistente, pero limitada, labor de algunos comentaristas, trataron de hacer reflexionar al electorado sobre las implicancias éticas y morales de dicha opción. Tal parece que otros son los factores que inciden en el voto del elector común y corriente de esta urbe de 9 millones de habitantes.

     No debe asombrarnos una deriva de esta naturaleza, como dice el periodista César Hildebrandt en su columna semanal de la revista que dirige; tampoco debe extrañarnos  una conducta cívica de estas características, pues el historial de la corrupción en nuestro país tiene larga data, como se ha encargado de documentarla el historiador Alfonso Quiroz en su imprescindible Historia de la corrupción en el Perú (IEP, 2013). Es decir, un señor hace un gobierno –local o nacional- con muchas turbideces en el camino, no aclarando los serios cuestionamientos a una operación realizada durante su gestión y, pasado el tiempo, como si nada, vuelve a tentar ese puesto y resulta elegido nuevamente por ese pueblo que fue advertido del error en que incurriría. Hay un monto considerable en juego, existen los hechos jamás esclarecidos, están los nombres y las circunstancias del enredo delictivo, y sin embargo, nada de eso pesa en la decisión del elector, que se sigue moviendo por la famosa consigna de “roba pero hace obra”, en una demostración del más crudo pragmatismo, del más brutal sentido de las oportunidades inmediatas y a cualquier precio. Ni Maquiavelo se habría imaginado algo parecido.  

     Algo de psicopático se desprende de la consigna de marras, mucho de esa escuela de la impudicia y del cinismo contemporáneo que se enseña en los medios de comunicación, en los círculos de poder y en el entorno del exitismo empresarial que pregonan las instancias preclaras del sistema imperante. En un mundo donde se proclama, desde todas las tribunas  y a toda hora, que alcanzar el éxito a toda costa, aun pisoteando los derechos y la honra de los demás, avasallando todos los valores y los principios que una educación elemental ha depositado en nuestros primeros años de vida, es fácil entender una conducta colectiva como ésta.

     Porque el problema de la capital no es el único, sino que permea casi todo el territorio nacional, pues según los datos recientes que tenemos de los resultados parciales, en muchas regiones se habrían elegido  autoridades cuestionadas por asuntos de corrupción, o que enfrentan fundadas denuncias de delitos en el manejo del poder en el momento que lo ejercieron. El caso más emblemático es sin duda el de Waldo Ríos, un político de sinuoso recorrido, que fuera uno de los primeros tránsfugas de nuestra reciente historia parlamentaria, comprado como mercancía por el no menos inefable Vladimiro Montesinos en sus tiempos dorados.

     Pero lo novedoso de esta contienda es el repunte significativo del candidato aprista, quien contra todos los pronósticos se ha situado en un interesante segundo lugar, desplazando al tercero a la alcaldesa que buscaba la reelección. Malos tiempos para la izquierda, que como siempre no supo estar a la altura de las circunstancias y ha perdido protagonismo en el escenario de la política actual. Deben estar muy contentos todos aquellos que hicieron el cargamontón contra Susana Villarán –como aquel periodista de cuyo nombre no quiero acordarme-, acusándola injustamente de ineficaz e inepta, pues ella ha demostrado que hizo más obra que su antecesor en apenas un periodo municipal. Y sobre todo, que lo hizo sin robar, manteniendo la honestidad y la honradez como las banderas más notorias de su gestión.

     Solo nos queda esperar y estar atentos al accionar de los nuevos inquilinos de la Plaza Mayor, pues con los antecedentes que todos conocen, se necesitan no solo dos sino miles de ojos para vigilar el próximo gobierno de la ciudad. La prensa y la ciudadanía toda deben conformar la mejor alianza de fiscalización y control para que no surjan en el futuro nuevos escándalos de corrupción que ensucien otra vez los hilos con que se conducen los impuestos de todos los vecinos.

Lima, 6 de octubre de 2014.

       

domingo, 21 de septiembre de 2014

Ética y política



     Las próximas elecciones municipales y regionales en el Perú ponen sobre el tapete numerosos casos de colisión entre los intereses de la lucha política y los principios de la ética, pues son muchos los candidatos que poseen serios cuestionamientos en relación a su hoja de vida, que exhiben en su trayectoria pública hechos que en algún momento se ventilaron en las instancias judiciales y que terminaron, a veces, en severas sentencias que los implicados cumplieron a medias o de las cuales salieron librados merced a la cercanía con los principales agentes del poder político.
     Por la importancia que reviste desde el punto de vista de su peso político y por ser la plaza más disputada en las elecciones vecinales, el caso de la capital de la República es particularmente interesante, pues lo que ahora tenemos en liza es la voluntad de reelegirse de la actual alcaldesa y el deseo de retornar al sillón municipal de quien ya fuera alcalde en el pasado inmediato, así como una larga lista de candidatos menores que sirven de comparsa a la lucha principal.
     En principio, uno no puede aspirar a tentar ser electo para un cargo público, sin antes haber esclarecido ciertos asuntos turbios de su pasado accionar político. Y este es el caso de Castañeda, el exalcalde que pretende conducir un nuevo periodo de gobierno. Sin haber aclarado su participación en el escandaloso caso de Comunicore, donde se esfumaron inexplicablemente más de veinte millones de soles, se presenta como si nada hubiera pasado y desde un inicio mantiene, increíblemente, un porcentaje considerable de ventaja frente a sus más cercanos competidores.
      Ya no importa si tiene el 57% o el 49% de intención de voto en las encuestas que se realizan en el medio, pues ello lo único que está revelando es la indiferencia o el desconocimiento de la ciudadanía de la forma cómo se ha ejercido la administración edil durante su gestión. Es el triunfo desmoralizador del pragmatismo más burdo en la conciencia política del elector, aquel que se resume en la fracesita remanida, que repiten cual virtuosas cacatúas las gentes que carecen de escrúpulos y que evidentemente no guían sus actos cotidianos por los principios de la ética: “No importa que robe, pero hace obra”.
     Es muy serio, para quienes aspiran a construir ciudadanía, que el bendito lema se haya extendido y calado hondamente en todos los estratos de la sociedad, para quienes el acto de gobernar está asociado ineludiblemente a un acto delictuoso, que sin embargo es perdonado por la interesada coartada de tener un hospital, un colegio, una carretera o una escalera más. Realmente bochornoso, pues la dignidad del pueblo no puede ser comprada con nada, y el delito debe ser castigado conforme a ley.
     El arrollador triunfo que se perfila en el horizonte electoral del candidato de la derecha, en medio de la mayor desidia ciudadana de los últimos tiempos, para quienes no tiene al parecer ninguna importancia la gestión honesta y transparente de la cosa pública, prefigura desde mi punto de vista el probable escenario del 2016, donde la candidata de la corrupción y del neoliberalismo más ramplón puede tranquilamente cosechar parecida votación, si tenemos en cuenta los sondeos de opinión que vienen circulando en la prensa.
     Todo esto, en medio de un panorama desolador de la lucha contra la corrupción, donde todas las investigaciones son entorpecidas, torpedeadas, obstaculizadas, boicoteadas, por un Poder Judicial obsecuente y muchas veces coludido con los delitos que debe castigar. Jueces que emiten dictámenes increíbles y absurdos, fiscales que no cumplen su papel a cabalidad en la defensa de los intereses del Estado, una institución que lastra un largo historial de ineficacia, podredumbre y venalidad.
     Es por ello triste comprobar lo que está a punto de perpetrar el elector limeño: la entronización por vía del sufragio, es decir a través de las armas lícitas de la democracia, de un personaje que está envuelto en un serio delito de lavado de activos, y que a pesar de que la justicia oficial, mil veces devaluada, lo ha exculpado repetidas veces, eso no significa que sea inocente de los duros cargos que pesan en su contra. Él tendría que someterse al escrutinio de la opinión pública, de la prensa independiente y de una judicatura de veras honorable, para siquiera pensar en hacerse elegir nuevamente alcalde de la provincia más importante de la República.
     Pero como los tiempos que corren están dominados por el más grosero pragmatismo, la gente se deja guiar, llevada de las narices, por lo que le dice cierta prensa comprometida con los poderes fácticos, que además ha sido la encargada de desatar toda esa campaña infame en contra de la actual gestión de la alcaldesa Villarán. Por eso no extraña los niveles de desaprobación que posee, pues más allá de algunos errores que pudo haber cometido en el ejercicio de su función, existe una nota distintiva, entre otras, que ha caracterizado su conducción al frente de la comuna limeña: la honestidad; una virtud que  hace la diferencia, la gran diferencia, con el candidato favorito de las encuestas.
     Este 5 de octubre la voz de orden, desde la ética y los auténticos valores democráticos, debe ser un voto consciente, limpio e informado. Hacer lo contrario es hacerle el juego a lo más nefasto del legado político de los últimos tiempos, aquel que ve en la impunidad y la desinformación sus principales armas para hacerse del poder.

Lima, 21 de septiembre de 2014.