Todo está consumado. La
población limeña ha elegido al candidato de las mafias y de Comunicore como su
alcalde para el próximo periodo de cuatro años. El resultado ya estaba cantado
casi desde el inicio de la campaña, y muy poco se pudo hacer para revertir las
cifras, por más que una insistente, pero limitada, labor de algunos
comentaristas, trataron de hacer reflexionar al electorado sobre las
implicancias éticas y morales de dicha opción. Tal parece que otros son los
factores que inciden en el voto del elector común y corriente de esta urbe de 9
millones de habitantes.
No debe asombrarnos una deriva de esta
naturaleza, como dice el periodista César Hildebrandt en su columna semanal de
la revista que dirige; tampoco debe extrañarnos
una conducta cívica de estas características, pues el historial de la
corrupción en nuestro país tiene larga data, como se ha encargado de
documentarla el historiador Alfonso Quiroz en su imprescindible Historia de la corrupción en el Perú
(IEP, 2013). Es decir, un señor hace un gobierno –local o nacional- con muchas
turbideces en el camino, no aclarando los serios cuestionamientos a una
operación realizada durante su gestión y, pasado el tiempo, como si nada,
vuelve a tentar ese puesto y resulta elegido nuevamente por ese pueblo que fue
advertido del error en que incurriría. Hay un monto considerable en juego, existen
los hechos jamás esclarecidos, están los nombres y las circunstancias del
enredo delictivo, y sin embargo, nada de eso pesa en la decisión del elector,
que se sigue moviendo por la famosa consigna de “roba pero hace obra”, en una
demostración del más crudo pragmatismo, del más brutal sentido de las
oportunidades inmediatas y a cualquier precio. Ni Maquiavelo se habría
imaginado algo parecido.
Algo de psicopático se desprende de la
consigna de marras, mucho de esa escuela de la impudicia y del cinismo
contemporáneo que se enseña en los medios de comunicación, en los círculos de
poder y en el entorno del exitismo empresarial que pregonan las instancias
preclaras del sistema imperante. En un mundo donde se proclama, desde todas las
tribunas y a toda hora, que alcanzar el
éxito a toda costa, aun pisoteando los derechos y la honra de los demás,
avasallando todos los valores y los principios que una educación elemental ha
depositado en nuestros primeros años de vida, es fácil entender una conducta
colectiva como ésta.
Porque el problema de la capital no es el
único, sino que permea casi todo el territorio nacional, pues según los datos
recientes que tenemos de los resultados parciales, en muchas regiones se
habrían elegido autoridades cuestionadas
por asuntos de corrupción, o que enfrentan fundadas denuncias de delitos en el
manejo del poder en el momento que lo ejercieron. El caso más emblemático es
sin duda el de Waldo Ríos, un político de sinuoso recorrido, que fuera uno de
los primeros tránsfugas de nuestra reciente historia parlamentaria, comprado
como mercancía por el no menos inefable Vladimiro Montesinos en sus tiempos
dorados.
Pero lo novedoso de esta contienda es el
repunte significativo del candidato aprista, quien contra todos los pronósticos
se ha situado en un interesante segundo lugar, desplazando al tercero a la
alcaldesa que buscaba la reelección. Malos tiempos para la izquierda, que como
siempre no supo estar a la altura de las circunstancias y ha perdido
protagonismo en el escenario de la política actual. Deben estar muy contentos
todos aquellos que hicieron el cargamontón contra Susana Villarán –como aquel
periodista de cuyo nombre no quiero acordarme-, acusándola injustamente de
ineficaz e inepta, pues ella ha demostrado que hizo más obra que su antecesor
en apenas un periodo municipal. Y sobre todo, que lo hizo sin robar,
manteniendo la honestidad y la honradez como las banderas más notorias de su
gestión.
Solo nos queda esperar y estar atentos al
accionar de los nuevos inquilinos de la Plaza Mayor, pues con los antecedentes
que todos conocen, se necesitan no solo dos sino miles de ojos para vigilar el
próximo gobierno de la ciudad. La prensa y la ciudadanía toda deben conformar
la mejor alianza de fiscalización y control para que no surjan en el futuro
nuevos escándalos de corrupción que ensucien otra vez los hilos con que se
conducen los impuestos de todos los vecinos.
Lima,
6 de octubre de 2014.
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